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martes, 8 de abril de 2014

ANATOMIA DE LA MEMORIA


Eduardo Ruiz Sosa
Editorial Candaya 2014

Ganador de la Primera Beca de Creación Literaria convocada por la Fundación Han Nefkens


Conocí a Han Nefkens en el Mandarín Oriental, por medio de la editorial Alfabia. Fue hace años, quizá tres años ya y en aquel acto en el que Nefkens presentaba su libro, abrieron el sobre con la noticia de esta beca, era primavera y todos estábamos vivos, aunque quizá era otoño, de lo que si tengo la más absoluta certeza es que manteníamos la memoria en un estado excelente. Hoy, en la librería La Memoria  (Plaza de la Vila de Gracia), se presentó al público de Barcelona, aquel proyecto hecho realidad. La novela de 573 páginas incluidas cuatro de dedicatorias con muchos nombres de gente que ha recorrido un aparte de este camino y de entre todos a mi se me ocurre el de María, esa mujer que sostuvo al escritor mientras luchaba contra el viento y la marea de este proyecto, recordándole cada mañana, como solo las mujeres saben, las promesas que una vez hizo y que debía cumplir y porque María sobre todo, es una persona espoleada por  un proyecto de futuro que se dibuja en esta frase: “para ti son todas las palabras y toda la vida”; esto parece un calentón pero viendo como van las cosas, yo (María) me lo tomaría muy en serio … y el índice.
Y las cosas son como son.
Como he dicho conocía el premio, la fundación, incluso al jurado, pero no al tipo. Se llama como ya he dicho al principio de este asiento Eduardo, nacido en Culiacán, México hace treinta años. Vive en Cerdanyola del Vallés desde los veintidós y en esos treinta años estudió Ingeniería Industrial, se doctoró en Historia de la Ciencia y ahora termina el último año del Doctorado en Filología Española, quizá esta novela sea ya en si misma el doctorado de un novelista o algo más. La base de la novela es la memoria sobre algunos hechos reales y otros imaginados, Gonzalo de Rojas (el alma), Tijuana, el desierto, el río, una isla (las metáforas), Antonio Gamoneda al que le robó el olvido y Robert Burton al que le robó la fisonomía del título. El patio de La Memoria es acristalado, en él se ilumina un limonero, ellos no lo ven, ellos solo ven al público y una buena parte del público es femenino, ellas son mexicanas, bellas, indígenas, Fridas de pelo negro y hermoso, de ojos oscuros y bocas dulces, el trópico de cáncer. Hoy, esta noche el trópico era también de Candaya un País en el que habitan Paco y Olga y toda la obra que albergan y un lector de confianza, fue el lector de confianza el que empezó a pelar el higo, espina a espina, a cada espina una emoción, Eduardo le miraba como si hablara de otra novela, de otro libro, perplejo, todos nos quedamos perplejos cuando el lector de confianza de los Candaya, dijo que solo lo había leído una vez, pero que todo estaba en las primeras veinte páginas, perplejos y así hasta que el higo quedó limpio, hablaron del demonio, de la violencia que recorre México, de esa bahía a la que tiraban desde helicópteros a los opositores políticos, los desaparecidos, del flautista de Hamelin, de los Enfermos y de los enfermos y esta frase de Burton: “Y podemos percibir con claridad una extraña educación de los espíritus, como cuando sangra la nariz del muerto ante el presencia de su asesino”.
Nadie de los que estábamos allí dejamos de mirar a Eduardo Ruiz, su pelo negro y sobre todos sus tatuajes, los del brazo izquierdo y esa insolencia de los treinta años que parecían sostener a un tipo de sesenta, pero sobre todo le miraba Matías Candeira, el siguiente becario de Nefkens, la comparación con la obra del gallego llegará como dice José María Micó como “un mar que abrasa bajo un sol que ahoga”. Suerte.






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