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jueves, 27 de enero de 2011

TABACO, MOSCAS, NICOTINA Y CUATREROS



Nadie se había preocupado tanto por mi salud, (incluso más que mi madre), que el Estado Español. Quizá tenga algo que ver con alargar la vida laboral, con seguir pagando impuestos y cotizaciones y a la vez dejar de gastar en la factura de los fumadores empedernidos, no se. Yo empedernido, no soy de nada, pero si tuviera que serlo lo sería del tabaco. Y la memoria no ayuda a dejar el vicio. Cuando era niño, los maestros fumaban en clase, se fumaba en los cines, en las consultas de los médicos, en las salas de espera de cualquier lugar en el que hubiera que esperar, en los vagones de la RENFE en viajes cortos y largos, en todas partes y desde luego en todos los bares, cafés y restaurantes. La primera vez que fumé lo hice con mi hermano Alfonso, salíamos a fumar y escondíamos el tabaco para el día siguiente y mentíamos como bellacos, sin sospechar que el tabaco apesta y que no hace falta que te pillen con el cigarrillo para saber que has fumado. Pues si, se fumaba y se crecía fumando y se esperaba a las chicas con un cigarrillo, porque fumar era un placer, malo para la salud, pero un placer.
En la conferencia de Yalta, todos fumaban como carreteros, los presidentes del mundo y sus consejeros, todos, en la España de la transición el Congreso de los diputados apestaba a Ducados, fumaba Adolfo Suárez, Felipe González y Santiago Carrillo y Santiago Carrillo de todos es el que sigue fumando y ahí está.
-Yo soy la excepción que confirma la regla –dice-
Y ahí está, después de abandonar a la izquierda en todas sus vertientes y por la izquierda, no deja de fumar ni a tiros, con Ley o sin Ley.
-Ahora solo un paquete al día
Y así se van tumbando todos los vicios y se va quedando uno como vacío de todo, como más tibio, más sano, más melifluo, al gusto de este estado tan sonriente y te toman la tensión y dicen que estas descompensado y te analizan la sangre y que tienes demasiado alto el colesterol y que a dieta de carnes rojas y de grasas y te analizan los dientes y te falta fluor y te tocan los cojones y  dicen que es que te falta un poco más de ánimo, que no es para tanto...
-Sabrás tu si es para tanto.
Que al final del día te sientas frente a la televisión que han querido que tengas, la digital terrestre, llena de canales y contenidos para subnormales y de repente ves “La muerte tenía un precio”.
-¡Hombre que buena película! –pienso entusiasmado, sin demostrarlo-
Y empiezo a recordarlo todo, secuencia a secuencia, cada gesto, cada piel, cada dureza, cada desafío,  pero lo que no recordaba, era la cantidad de tabaco que fumaban,  Le Van Cleef con aquella pipa quemada, el estilo de Clint Eastwood con los puritos típicos ¡cómo fumaban aquellos malditos!.
También recuerdo que de pequeño, mucho antes de ir a fumar por ahí y de ser un tipo duro, lo que quería de verdad, era ser pistolero. No si de aquella ya había visto “La muerte tenía un precio”, supongo que si.
Supongo que ahora, el precio es este y que por mucho que ganas, cada vez valemos menos.
Solo una cosa más, hoy por lo menos me levanté silbando. Ya te puedes imaginar cual era la melodía.

miércoles, 26 de enero de 2011

ZAPICO


En la avenida de Madrid, (Leon) todavía funcionaban los cines Kubric.

Fue un día cualquiera en el que el tiempo no servía de mucho y allí estrenaban en versión original Down by Law, (bajo el peso de la ley) de Jim Jarmusch, con Tom Waits y Roberto Benigni, eso era por el año 1986. En la sala solo estábamos Zapico y yo, el caso es que al final volvimos los dos para el Berlín o quizá coincidimos los dos en el Berlín, donde no había mucha más gente y era una de mis casas. Y ese fue un momento en mi memoria, porque igual que ahora, Zapico en Leon, era uno de los cuatreros más conocidos, un tipo carismático y querido.
En aquella época yo tenía 25 años menos y Zapico 25 años más, (mas o menos igual que ahora) y el ya andaba de un lado a otro, poniendo copas, pinchando, con Deicidas de concierto en concierto, arriba y abajo, y yo solo andaba de un lado a otro con mi novia de entonces, conociendo gente, con mi grupo de Teatro Aa di Parpant, escribiendo relatos turbios en Diario de León, de aprendiz de brujo y de aprendiz de todo, igual que ahora.
Y pasaron esos 25 años y ahora me lo encuentro en las pantallas del cine, en películas que nunca se verán, poniendo copas, pinchando discos, tirando fotos, y escribiendo poesía y relatos que es lo que siempre hizo, desde Facebook y pienso que el tiempo es circular y que damos vueltas y vueltas y me alegra, pero ya me jode porque a la que no volví a ver fue a aquella novia (que tanto quería), ni por León, ni por Facebook, ni por ningún lado; los cines los cerraron (supongo, como todos los cines) y desde luego Tom Waits siguió siendo Tom Waits, con la misma voz cavernosa (la voz nunca cambia) y con más películas y ya no hablemos de Roberto.
Y unos lodos llevan a otros y volví a encontrarme con más gente, 25 años más tarde en estos páramos y volví a recordar que el tiempo es circular y blando, como el horizonte y veo que otro músico de León, Héctor, ahora es el editor de Zapico (bajo Eolas) y también me acerco a saludarle por la Librería Universitaria y después de todos los años del mundo, volvemos a hablar como si todo hubiera pasado ayer, con saltos de memoria incluidos, igual que saltan las agujas sobre los surcos de los discos de vinilo, una puta locura, para que siga la canción. Y me dice que Macario (Cardiacos) se murió y me da nombres de gente que ya no está ni se la espera y de la que ya no me puedo acordar. Y pregunto por Zapico por si le veo y me firma Litro de Versos.
-Acaba de irse –me dice-
Y nos cruzamos de nuevo y seguiremos cruzándonos, igual que con todos los demás porque está claro que vamos y venimos y seguimos de un lado para otro, poniendo y tomando copas, escribiendo, mirando películas extrañas, escuchando músicas aun más extrañas. Y, creo que ese es todo nuestro patrimonio y nuestra memoria, seguir enterrando a los que ya no aparecen y recordando a todos los que sigan apareciendo.
Y supongo que un día volverán a pasar otros 25 años y me encontraré de nuevo con alguien, con el que alguna vez crucé unas palabras que sirvieron para rellenar un crucigrama y nos reconoceremos, igual que reconocen los perros a sus amos, cuando pasan un tiempo sin verse.

domingo, 23 de enero de 2011

Julio Llamazares


La inmensa emoción que produce la lectura de “Memoria de la nieve” y de la “Lentitud de los bueyes”, se paladea con muchos más matices a lo largo del camino, a lo largo de la soledad, de las fresas salvajes, de los ríos y los chopos y a partir de ahí, todos los sentimientos que se van graduando con las novelas, Luna de lobos, La lluvia amarilla, El río del olvido, Tras-os-montes. En León se vive cada novela de Julio Llamazares con pasión, como una acontecimiento único, quizá es uno de los leoneses más queridos, lo fue cuando empezó a publicar con veinte años, a finales de los años setenta y lo sigue siendo a día de hoy, algo que no se ha repetido nunca, con ningún otro escritor; y es porque Julio siempre resulta cercano, porque escucha como solo un hombre de la montaña sabe escuchar, y eso que hoy esa cercanía se ha ido desdibujando, esa niebla de la vida que hace que ninguno seamos ya lo que éramos, el Barrio húmedo se aleja cada vez más de aquel barrio húmedo del Entierro de Genarín, y la languidez de estos tiempos tan estúpidos, no se parece en nada a la pasión del principio de los años ochenta, cuando todo se vivía con más intensidad.

Este tipo es alguien al que se le coge cariño, y más aun cuando lo lees y más aun cuando ves que cada quilo pesa un quilo y no ochocientos gramos, es decir con Julio Llamazares no hay fraude, dice y escribe lo que es, sin excusas, sin lentes de aumento, y él es lo que escribe y lo que dice. Ahora en Febrero saldrá el último libro, algo que siempre es bueno para cualquier lector, (y para los demás escritores), nos tomaremos de nuevo el pulso, tocarte la muñeca y sentir que tus latidos coinciden de alguna manera con lo que te gusta y quieres seguir siendo, con el camino que quieres recorrer y que tu o los demás se empeñan en difuminar, tu mismo o los demás, ese camino de la vida, ese camino del carretero que canta Manu Chao, otro tipo así, de los que mueven despacio ese carro que es el mundo y lo que quieres es subirte a él y no bajarte ya nunca: “Sube carreteiro sube que o carro vai voando,Sube carreteiro sube que o mundo vai fogando, O deixame subir o carro carreteiro o deixame subir o carro que me muero...”
Y así vamos recorriendo este mapa vacío y así lo vamos llenando de canciones, ilusiones, fraudes, verdades y carreteiros, chapapotes, catedrales, pueblos abandonados donde encontramos colgado nuestro retrato y la soledad y aprendemos que la soledad no hace falta tampoco ir a buscarla a Ainielle ni a Vegamián, porque la llevamos con nosotros allí donde vayamos.
-Que diga a verdade pero con cautela.

Y ese es el consejo, con cautela, nunca sabemos quién nos lee, quien nos delata y quién nos escucha, quién es el que nos va a ayudar y quién nos va a hundir. Por eso espero el valor de las verdades, igual que esperé uno tras otro, todos y cada uno de los libros de Julio Llamazares, por eso siempre trato de ir a sus conferencias en Barcelona y de esto ya hace más de veinte años, porque siempre sales bien, siempre de la lectura de sus libros sales equilibrado para seguir al lado de la carreta, por estos caminos de dios y con alguna verdad rotunda a la que coger la mano. Para vivir además de valor hacen falta, siempre hacen falta los últimos escritos de Julio Llamazares y también algún concierto de Manu Chao en Salamandra. Salud.

sábado, 22 de enero de 2011

BRUEGEL EL VIEJO



Solo tú viejo Bruegel, solo tú. ¿Qué había debajo de las mazmorras?. De dónde salen esos peces, qué había en aquellos vientres. Cuanto es el vino que se toma antes de una siesta, cuanto el trabajo en la cosecha, después de una jornada, como era el sol de Flandes, de qué madera se fabricaron los cuencos de leche, del agua, del vino, de la ginebra que se beben en las fiestas, de las bodas a las que asistías con tu amigo Franckert. Dónde te guardaste la locura viejo Brueghel, en qué parte de la sepultura enterraste aquel frasco y su licor o su perfume, o quizá fue entre los pañales de la que sería tu mujer, la hija de Pieter Coecke, del que aprendiste a pintar. Y con todo, viejo, por qué nadie, ninguno de tus personajes, de tus modelos, ¿por qué nadie ríe?

Mala vida viejo, la de esos años, la de esos años en el centro de Europa con todos los Habsburgo y Valois, llenando de guerras de religión y de estandartes políticos, insoportables, robos, navajas y muertos, seis guerras entre 1515 y 1553, los años en los que tu pintabas, donde triunfaba la guerra y como siempre la vida. Y como siempre también había que pintar el final de la risa.
-Había que darse prisa –dice el Viejo- la vida era corta.

Y había que pintar a todos los protagonistas. No se te escapó nadie. En la Muerte, el destino final de la multitud: ahorcados, empalados, despedazados, torturados, despojos de cuerpos para las alimañas.
-Nadie pinta tan bien como tu las alimañas –le digo al viejo-
-Si, -contesta- el Bosco.

Y no es menos la Vida, una dura mirada sobre sus compatriotas, labriegos, niños y ancianos protagonistas con la expresión estremecida, cansada, aldeanos toscos de los lugares que él conocía, como buen vividor.
-La vida es corta –repite-

Y tampoco salen bien parados, no repara en gastos y nos lo regala todo; todo son los detalles, la geografía de sus paisajes, las emociones, los deseos, lo grotesco. Esos dos triunfos, el de la Muerte y el de la Vida, siempre presentes en la obra del pintor, de este Bruegel, (que es padre de otros Bruegel también pintores) y sus paisajes, “el triunfo de la muerte” o “cazadores en la nieve”, paisajes que no dejan de ser otra cosa que el final de la risa, que iguala a hombres y animales.

Bruegel sabe que la muerte se disfraza mal y da más miedo. Sabe Bruegel que la alegría de los juegos de niños, boda de campesinos, no sirve para disfrutar más, no es completa.

Uno no termina de creerse lo que ve y uno no deja de amar estos cuadros porque son humanos, sufren, viven y mueren delante de nosotros, sin ningún pudor. Me pregunto qué pintor actual, transmite estas sensaciones y me contesto, ninguno, todos son demasiado abstractos, ¡tan abstractos! y los que no lo son, que coño son.
-Becarios –dice un vigilante del Museo del Prado-

Al servicio del Ministerio de Cultura, sus becas y sus prohibiciones, al servicio del hambre, mas funcionarios esperando que alguien pague la última ronda.

viernes, 21 de enero de 2011

La mujer que mira

Estampaciones. (Alena Collar. Editores Policarbonados. 2009)

Como no soy crítico literario, ni de ninguna de las otras artes, no critico y como con el jamón, o me gusta o me resbala por el pan y me lo trago de golpe, como un pavo. El gusto se encuentra en una parte que va desde la geografía de comer y la de tragar, una tierra en la que se dibujan algunos paisajes, entre otros las estrellas michelín de los restaurantes, o los premios Nadal, por ejemplo. Cualquier gastrónomo que se precie conoce algún restaurante divino, cualquier opositor de altos vuelos, no se conforma con menos que una Notaría y cualquier escritor con aspiraciones, aspira a ganar el Nadal. Pero nada ilusiona más a un escritor anónimo que la editorial te llame el día que más despistado vas y te ofrezca publicar lo que antes ya le ofreciste tu a él, tu libro.

Hoy leo en el tren (Sitges-Barcelona), pacíficamente sentado, Estampaciones de Alena Collar. No la conozco, no conozco a Editores Policarbonados, pero por la termodinámica y los diez euros que cuesta, tengo el libro encima de la mesa y dentro veintiocho relatos que han esperado a que terminara La tía Mame de Patrick Dennis, para hacerlos pasar, y entran despacio, educadamente, agradables y se van sentando a mi alrededor en los lugares que mejor les parece. Ahora voy en el tren y me acompañan por el andén, saben que no les he terminado todos, los otros para la vuelta y me acompañan, me esperan, regreso leyendo y cuando llego a casa, se sientan, quizá algo impacientes, veo a las perras, miro la huerta de invierno, los rosales podados, el olivo, hace frío, me siento junto a la ventana y me sirvo un whisky.

Leo relatos coherentes, frágiles con dos voces, una la del relato y otra, muy suave bajándome por el cuello, pero solo a veces, no siempre. A veces me detengo en una imagen, como si yo también me asomara a un balcón, para ver a los ancianos, el fantasma del jardinero y el rosal, veo caer la nieve sobre la pausa entre el llegar y no llegar.

Aquí, alguien sabe mucho de abandonos y ausencias, de todo lo que se ve desde la soledad, cuando estas asomado a un balcón, a un mirador tras los cristales, recuerdas algo y sin darte cuenta se te empañan los ojos o te brota una sonrisa y un recuerdo, que es lo menos que se le puede pedir a alguien que nos ha dejado.

Pero aquí sobre todo, alguien sabe aguantarse las lágrimas (y la nostalgia) y siempre asomada a esa ventana que he visto en tantos pueblos y he leído en Juan Benet o Rafa Sánchez Ferlosio, y alguien sabe escuchar muchas conversaciones de mujeres, muchas cocinas de carbón, muchas tardes de lluvia, alguien que sabe escuchar, incluso escucha en los paisajes el horizonte de Chillida.

-A Cifuentes le cambió la vida hace seis meses

Y te cuenta la historia, tan sencilla y llanamente como Pina le contaba historias de los vecinos del pueblo a mi madre y mi madre a mi y así sucesivamente. Y así sucesivamente, Marifé la portera, don Onofre, Loreto, Paloma etc y entre esa nieve que hay entre las pausas, también nievan paisajes que también yo conozco.  

No soy crítico literario, por eso digo lo que me parece y así me parece.

-También le digo a Alena que lo que menos me gusta son los títulos de los relatos (y los títulos son muy importantes), pero bueno, eso ya se lo digo yo en otro momento.