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sábado, 17 de septiembre de 2011

CORIA




La catedral de Coria es pequeña, como un museo y pesa. La entrada la cobra Oscar, que te comenta y te atiende, deseoso de contar algo. Y es, el que nos cita a un escritor que escribió un libro que se llama Las rosas de piedra y al que le sorprendió la cantidad de reliquias de su museo. Al igual que Julio Llamazares a mi también me llama la atención todas aquellas reliquias, esa vieja demostración de que lo religioso existe y existen todos esos santos mártires, que aún hoy dejan sus reliquias, sus brazos incorruptos y su carga, a cuestas de todas las espaldas.

-¿Todas estas reliquias son verdaderas? -le pregunto a la salida-
El hombre se encoje de hombros como no queriendo engañar y sin faltar a la verdad.
-Después de tanto tiempo, cualquiera sabe –contesta-
Lo que si se sabe es que la más importante de todas ellas, es el mantel de la última cena, los investigadores que continúan hoy en día investigando, lo sitúan en una antigüedad de dos mil años y su origen en Palestina.
Los museos religiosos, tienen ese amontonamiento que no tienen los demás, debajo de cada cáliz, de cada relicario, de cada cruz, siempre un letrerito con su origen y su siglo. Todo en si es un patrimonio extraordinario, códices, misales, algo a lo que cualquiera, previo pago de un par de euros, tiene acceso, con una vigilancia de andar por casa.
Subimos a la torre de la Catedral, por unas escaleras de caracol, que son como un muelle, abrimos puertas.
-Y después las cerráis, para que no entren las palomas –dice Oscar- hoy se nos metió una, y a ver como la sacamos.
La torre, nos advierte, no es para que suba todo el mundo, porque las palomas la tienen abrasada, pero una vez que llegas arriba, las vistas no tienen precio, bueno de hecho lo tienen, un euro, solo que es un precio que olvidas cuando ves Coria y todas las tierras que la envuelven, seguramente y parte de ellas, pertenecientes a la ganadería de Vitorino Martín, los famosos Vitorinos bravos y nobles, según dicen los expertos y como por Salamanca y cada pueblo con río de la ruta de la Plata, su puente piedra cruzando hacia la vega y los campos extremeños, de trigo, encinas y toros.
-Te recomiendo la Campana y si está cerrado el Bobo –dice Oscar-
Después de deambular por el recinto amurallado y por fuera de él, de ver la Cárcel eclesiástica y la Cárcel Real, de ver el Castillo del Duque de Alba, entrar y salir por las puertas de esa ciudad amurallada, entramos en el Bobo.
-¿Vais a comer? –pregunta una chica y después el dueño-
Es la intención porque son cerca de las tres de la tarde. Después de que salen dos, entramos nosotros. El comedor está lleno, es pequeño y recargado de aperos de labranza y cachivaches, fotos y entre ellas una foto del Bobo de Coria, que es el que da el nombre al bar, un retrato de Velazquez, al que pintó en dos ocasiones y cuyo nombre es Juan Calabaza de padre desconocido y de madre María, y según dice la leyenda, cuya discreción y alegría, fue suficiente para que le tomara en protección el Duque de Alba y este le regalara al Rey, con el que vivió en la corte hasta su muerte. La historia no cuenta, como otras muchas veces por qué, la buena gente de Coria, los que son de padre y madre conocidos, le pusieron ese apodo.
Allí en el Bobo nos reponemos, comemos   gazpacho al estilo andaluz y extremeño, secreto,  vino de la casa y un jarro de agua fría;  de postre melón, todo por diez euros cada uno.  Y de allí, alrededor de las cinco de la tarde entre el calor de las dehesas, salimos para Cáceres.
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viernes, 9 de septiembre de 2011

SALAMANCA




Todo se construye con piedra arenisca de Villamayor, piedra dorada para la catedral, para la universidad, para las casas y palacios, para la Gran Vía y tiñe a la ciudad con una pátina verdadera, incluso para las casas recién construidas. Pero una ciudad de piedra y jesuitas, de palacios y sabios, también es una ciudad con treinta mil estudiantes en una población de ciento sesenta mil personas, quizá la primera industria de la provincia, en la que los inversores son todos jóvenes, listos, generosos, en plena formación y con toda la energía; y con esa energía, todos pasan por la Plaza Mayor, diseñada por Alberto Churriguera, la plaza más bonita de España, porque además de la piedra dorada, parece un patio donde quedan y se reúnen los vecinos, los amigos y el viejo armario de las casas grandes de las abuelas, con las puertas teñidas del mismo color dorado que la piedra y allí como en otras partes, se guardan viejas historias de castilla, de la ciudad de los lazarillos que por allí pasaron, los amores de Calixto y Melibea, los auxilios de la Celestina, brujas, tunos, amantes y asesinos, obispos, poetas y juglares,  los vemos a todos, una parte de cada uno, mezclados y remezclados entre turistas y estudiantes, visitantes y salmantinos y vemos también la famosa rana sobre la calavera, repetida en las camisetas de todos los comercios, conversamos con Unamuno, tomamos café con Torrente Ballester y vemos pasear a Antonio Colinas, entrando y saliendo del Corrillo, del Novelty, vemos la pose de Rafael Heredia reflejada en algunos espejos y siempre todo mezclado con  la gente de la frontera, porque Salamanca, es una ciudad de frontera y Charra, como ciudad Juárez, de hombres oscuros y curtidos, temerosos de la Ley de los hombres, las multas de tráfico y de la Ley de Dios, que es algo mucho más personal y de libre interpretación.
-Mira, la casa de las conchas –dice S- hazme una foto.
Y hago una foto y mil fotos y en todas sale esa concha que un anormal rompió y que ahí sigue rota, para vergüenza de todos.
-Buscaría el tesoro –dicen-


El tesoro es una onza de oro que según cuentan se esconde dentro de una de las trescientas conchas de la casa.
La importancia de Salamanca, la que tuvo en época y la que actualmente disfruta, además de por la Universidad,  es por sus dos catedrales; la gótica, que es la que se ve y la vieja, que es en la que se apoya y a la que en parte devora. La catedral nueva tiene una planta espectacular de cien metros de largo y cualquiera diría que tiene otros cien de alto, la Vieja es más como la de Coria, pequeñita, románica por fuera y en parte gótica por dentro, llena de órganos, uno de ellos colocado sobre una tribuna mudéjar, de los más antiguos de Europa y tumbas, unas de obispos y otras de grandes personajes religiosos y sus familiares, don Gutierre de Monroy, doña Constanza y don Diego de Anaya. Las capillas tienen un dispositivo sonoro, pero lo descubres escondido en el dintel de la puerta, con una plaquita de la entidad que lo montó y con mucho teatro y profusión de sonidos de la época, te cuentan aquella historia de capillas y usos que unas veces escuchas y en otras se te va el santo al cielo; y así vas pasando de una a otra la de Talavera, de Santa Bárbara, de Santa Catalina. En la catedral nueva, además de todos los impresionantes tesoros arquitectónicos y museísticos del gótico, clasicismo renacentista y barroco, se expone el antebrazo izquierdo e incorrupto de Julián Rodríguez, Salesiano martirizado el 9 de diciembre de 1936 y beatificado por Juan Pablo II, sin duda alguna una muestra más de esta fe caníbal y encurtidos de la tierra. Dejaremos Salamanca, como otras veces, con cierta pena, pero no sin antes haber paseado por el Tormes y cenar una sartén con cinco huevos y jamón. Mañana, saldremos para Cáceres pasando antes por Coria.

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sábado, 3 de septiembre de 2011

BURGO DE OSMA

                                             Burgo de Osma, torre de la Catedral

Cinco kilómetros antes de llegar, ya se ven los setenta y dos metros de la torre de la Catedral y debajo la villa del Burgo de Osma; la visión es espectacular. Osma casi está ahí desde el principio de los tiempos. Bajo los campos de Soria, del sol y el hielo y sin saber como, allí se  construye una de las diócesis más antiguas de España (año 597) y con ella lo que terminaría siendo la actual catedral gótica del Burgo de Osma, un lugar inhóspito, como otro cualquiera de los que existen en Castilla, uno de esos pueblos que podían haberse quedado abandonados, pero que con el paso de los siglos sigue habitado por esas cinco mil almas, igual que cuando todo se empezó a amurallar.

Ahí viven protegidos de los vientos y de las iras, resguardados por los dioses y las vírgenes de piedra, por esas oraciones de los cantorales y su colección de sesenta volúmenes decorados con miniaturas y letras capitales, por la sordera que rodea todo ese campo que la rodea, un solo campo y una sola catedral, de la que todos viven, calles con casas restauradas, soportales de piedra, ladrillo y madera, quesos de oveja, embutido, caza, empanadillas, plazas y palacios góticos, llenos de nidos de cigüeñas, gente de invierno que pasea al sol y gente de verano con gafas de diseño sentados en las terrazas de los cafés, a la sombra de las plazas.
-El café del machote es muy malo –dice la dependienta a una cliente-
-Es el de la plaza ¿no?.
Nos quedamos con el nombre “el machote”, y nos quedamos con la plaza, solo hay que caminar unos metros más, para encontrarla, cuadrada, rodeada de soportales y cafés, uno de ellos el del Machote, por el que pasamos y miramos. Todos están vacíos y si no vacíos, con media docena de clientes, no más. Nos sentamos a hacer tiempo en uno de ellos.
-Estamos fuera –le digo a la camarera de camino a los servicios- nos podrás un café con hielo y un agua.
-Si, si te esperas –dice ella, con calma, mientras va y viene por una barra muy larga-
Esperamos y vemos que todos los que están, esperan, así que cuando nos parece nos levantamos y nos vamos.
No hay mucho más en Osma, y a lo que se viene es a ver la Catedral que se descubre por su torre barroca del arquitecto José de la Calle.
Se celebra misa a esa hora y como en otros muchos lugares, solo son mujeres con los deberes hechos en la casa del hombre y en la de dios, casi todas viudas, y si tienen hijos, solas, porque Osma, es un lugar de nidos vacíos, ocupados solo durante unas semanas al año pero conservados con esmero, ventilados, encerados los suelos de madera, los armarios ordenados y las camas preparadas y allí, entre el frío de esas paredes se toma la garganta y se esconden tesoros, cantorales miniados en pergamino, el Retablo Mayor de Juan de Juni, el Códice del Beato de Osma con sus 72 miniaturas, la colección de arte sacro, pintura, escultura y orfebrería a la vista de todos y solo guardados por los ojos de dios, un dios que existe más en esta parte de castilla que en cualquier otra parte del mundo, al que solo iguala el Venerable Palafox. De todo hace cuentas un encargado sordo que cobra la entrada al museo y que ya no oye el metal de las campanas, ni el níquel de las monedas.
-¿Quieren el libro? –pregunta prestando atención a cualquier gesto-
El libro no, pero el folleto de la catedral si, porque va con el precio.
-¿No se puede contratar un guía? –pregunto-
-No hay nadie –dice el hombre- espero a un chico, porque yo me tengo que ir.
Y eso es todo, el chico al que espera, ya hace un rato que entró situándose a su espalda –ah ya estas aquí!- oímos decirle, mientras nosotros pasamos a la zona del museo, en donde el frío del invierno no sale durante el verano.
Así gastamos cada una de las once capillas, las sillerías, los órganos, un mundo que como todas las religiones, se mantiene conservado entre el azar y la necesidad. Amén.
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sábado, 27 de agosto de 2011

SORIA


Hay una paradoja, desde Soria no se ve el Duero y desde el Duero no se ve Soria. Para que eso suceda, tienes que cruzar la frontera que separa el desierto de la meseta, es en el medio de esas dos fronteras donde te encuentras Soria y la marca del Duero. Antes de que puedas ver el río lo que la ciudad te enseña son iglesias que podían ser catedrales y concatedrales que podían ser iglesias, palacios como el de los Condes de Gómara, casas de apellidos ilustres.
Entramos por el Norte y lo primero que te encuentras es la plaza de toros, que se monta en el lateral de la montaña. Soria también tiene festejos taurinos y toreros que todavía buscan su oportunidad y cerca de ella algunas tabernas de ese ambiente, como El Capote, restaurantes con cabezas de toro disecadas, fotos de encierros; como es la hora comemos en uno de ellos, el Restaurante Salvador a las puertas del barrio del Collado, pan de Soria que en si mismo ya es una exquisitez y cochinilla, una de las setenta raciones que preparan diariamente en el horno de leña, con el que te cruzas para ir al comedor.
Son las tres de la tarde y para este plato hay que esperar y sentarse bien, es decir no tener prisa. Por eso nos dan las cinco y salimos también sin prisa, pisando la plaza de Ramón Benito Aceña, llena de bares y tabernas y sobre todo llena de terrazas protegidas por la sombra de castaños donde también juegan pardales.
La calle del Collado se parece a la calle Joaquín Costa de Teruel, soportales de piedra que te alejan, hasta que se despegan de la ciudad, una ciudad de poco más de treinta mil habitantes, igual que Teruel, pero que no está muerta o por lo menos no lo está en estas fechas.

-Cruza la plaza mayor –contestan- y baja.
Es la forma de ir a buscar el río, el puente de piedra y el paseo del Postiguillo desde donde te sumerges en él.
-Llévate una chaqueta –dicen las voces de los portales- al anochecer, el frío...
Y dejan colgada esa frase como si el frío fuera el Sacamantecas.
Es verano, agosto y al anochecer el frío baja de golpe, del Moncayo, del Valonsandero o de donde venga, a curar las carnes, los embutidos, a curar a los enfermos o a matar a los sanos.
Después de subir del río y de cruzar de nuevo todas esas calles que ya son conocidas, volvemos helados al hotel, es pronto pero ya no lo dejaremos hasta el día siguiente. De repente todo el cansancio del día se llena de sombras, no obstante solo hace unas horas que hemos llegado de Barcelona.
Igual que nos acostamos pronto, madrugamos. Toda esta mañana recorremos el parque Cervantes, que es como si hubieran recortado una de las orillas del Duero y lo hubieran encajado dentro de Soria, incluidos árboles centenarios y ermitas, rosaledas y un carrito del helado por si diera por hacer calor. Caminamos por las iglesias, entramos en la Concatedral de San Pedro, que es como un barco varado, como si se hubiera despertado un día y las orillas se hubieran alejado, apartada de la ciudad; bajamos de nuevo por el Soto del Duero, es el lugar elegido por las familias para pasear, juegan niños y algunos pescadores muestran sus artes en el socaz de un molino abandonado, sin mucha suerte, como si hoy ya solo fuera un decorado más. Y así caminamos hasta llegar a la ermita de San Saturio, el patrón de la ciudad, una ermita posada sobre una peña, con los pies metidos en el Duero, que en ese tramo se cruza por un puente peatonal con balaustres de hierro lleno de candados, que nunca nadie ha visto poner, salvo el santo, candados que cierran el amor de muchos enamorados que les da por celebrar así –para siempre- sus sueños.


La ermita comenzó siendo una gruta de roca y sobre la roca tallada, escaleras y sobre estas, la iglesia y las demás habitaciones-museo, incluida la del eremita que la atendía y así hasta la extinción del oficio, porque ahora ni santero, ni eremita, tan solo un empleado del Ayuntamiento la abre y la cierra. Y en ese punto huimos de una familia de niños con su padre y su madre, que no dejan de chillar, lloriquear, darse cabezazos con la roca de la gruta, huimos escaleras arriba buscando el refugio del Santo y lo encontramos, también vemos desde las ventanas unas vistas excepcionales del Duero, pero no se ve Soria.
Soria, como muchas otras, es una ciudad de oficios extinguidos, como el de maestro de francés, de poco más de siete alumnos, en el que Soria tuvo y tiene en su memoria a Antonio Machado, para lo que visitamos el aula en el que ejerciera en el Instituto General y Técnico, y en el que se exhiben entre fotos y una luz plomiza y triste, actas con los resultados académicos de alumnos como Félix Pérez Ruiz, con un aprobado curso 1909-1910, un oficio, un poeta y un amor de dieciséis años, el de Leonor, otra historia más, que como otras muchas termina bañada por un río que no le devuelve los baños a nadie (nadie se baña dos veces en el mismo río, salvo los muy pobres) y una estatua en la que se fotografían los turistas.

También es una ciudad fiable, tan fiable como sus árboles y sus pájaros que te cagan sin piedad, mientras bebes cerveza y esperas que el camarero te traiga el conejo estofado que has pedido y la piel del conejo para limpiarte la mierda que dejó el pardal en tu hombro y das las gracias de que no haya sido una cigüeña, porque Soria, sus casas, sus torres y sus iglesias se llenan de cigüeñas, que es aquí en los sotos apartados donde pastan, míticas y orgullosas. Ya no dejaremos de verlas, ni de apartarnos de su recorrido, ya sean catedrales, cárceles o torres eléctricas. Mañana visitamos el Burgo de Osma.
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domingo, 21 de agosto de 2011

¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis!

 
                                 Patxi, en el medio entre Zapico y Luján

Se titula así y es una novela para un tórrido verano, cruda y directa, para reventar jodiendo, para joder reventando, o para las dos cosas. El novelista es un tipo con valor, escribe y habla en voz baja, pero a cada cosa la llama por su nombre tal y como se habla en los bares y en la calle, las cosas por su nombre, una polla es una polla y en un viaje a Cuba un tirillas (con más barriga que pecho, hambre atrasada y de una fría y lluviosa capital de provincias) no solo visita las ruinas de los Tres Reyes Magos del Morro, también conoce gente, morenas, sucias y calientes morenas, con las que saciarse. Punto. A partir de ahí, entras y sales en un desvarío que te hace sacar la risa de la caja más oscura del pecho, una y otra vez…

- “espero que te eches unas risas”,  me escribe en la dedicatoria del libro; y me las echo a la salud de Patxi y las aventuras de su personaje Dick Grande, un tipo al que la polla le enseña el camino a recorrer que además es: la única persona fiable que le rodea, una buena amiga, una buena herramienta (blakandéker) y una buena agencia de viajes con la que recorres Pamplona, La Habana, París, Manila, México, países y ciudades que Patxi conoce, callejas, suburbios, garitos, hoteles,  y mientras vagabundeas, además de risas,  otras  veces te crece musgo debajo de la barriga, sangre, lefa, patxarán, música heavy, enredaderas, serpientes, soledad y todo lo que además de la polla, te pueda crecer. A mi novia la metí un par de meneos alguna tarde mientras leía esta novela. No te asustes este libro conecta directamente con tus más bajos instintos, algo poco corriente en la literatura de este país de pajilleros y playstation. No le tengas miedo, Patxi es un buen guía y en la vida real (y el mismo lo dice), más feo que el copón, pero con novia y dos hijos muy guapos, y ahora esta novela de cojones y muchas anécdotas, porque yo (un tirillas más de este perro mundo) que también fui a Cuba hace 25 años a hacer turismo, también sentí aquel amor animal por otra negra cuyo nombre no recuerdo.
         Pero no te equivoques amigo, debajo de todo ese sexo, de todas esas compañías y comparsas, debajo de toda esa música radikal y todos esos paisajes, no hay ninguna risa, hay una muy mala leche contra todo y hay una muy buena literatura, con momentos sublimes, asquerosos momentos sublimes que nos aturden, ahoga, nos arrastra, magulla, ensucia y lesiona gravemente la memoria, hasta la última línea.
         Que de salud sirva. Cuando lo termines y te duela la mandíbula por que te ha girado la cara unas cuantas veces, (con esas bofetadas tan bien dadas), a ver lo que eres capaz de leer; supongo que cuando salgas de esa UCI, intentarás buscar más descargas, te puedes abastecer con todos los relatos que tiene escritos el mismo autor.

La última frase de esta recomendación es para la editorial Eutelequia, que
siga apostando.
Un abrazo Patxi, te juro que esta literatura me ha salvado una vez más y que debajo de mi sonrisa, hay otra cara que no se ríe, pero que disfruta. Salud.

¡Oh, Janis, mi dulce y sucia Janis! Memorias de una estrella del porno (amateur). Eutelequia narrativa. Ilustraciones: Miguel Angel Moreno Gómez. Abril 2011
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