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domingo, 11 de marzo de 2012

BALANCES PARCIALES de Felipe Zapico




 (Presentación en Barcelona 10 de marzo de 2012. Luis Vea, Mag Marquez, Felipe Zapico y Elías Gorostiaga)

El día 10 comenzó con un retraso. En Viladecans ardía una nave, con pintura industrial, por los cuatro costados y uno de esos costado era la vía del tren. Comenzó con ese retraso de un tren que dos horas después llegó a Barcelona. En la estación de Sitges, para entretener a los pasajeros y ese primer sol del amanecer, un viejo loco, uno de esos viejos locos que abundan en las estaciones y los apeaderos escuchaba su música en un transistor viejo y gritaba poemas con una voz rabiosa: “me da miedo, me da miedo tu pelo”. Después gritó a un perro que ladraba al otro lado de las vías y fue recorriendo el anden con sus gritos, como un desterrado gruñendo a las latas vacías de cerveza, chillando a las piedras. Era el día 10 de marzo.

El día 10 llegó por segunda vez a las ocho de la tarde. Allí en aquel lugar del Poble-sec, junto a la Avenida del Paralel, cerca del Molino, una barriada en la que se mezclan los nuevos obreros dominicanos, pakistaníes, rumanos, con los viejos obreros llenos de recuerdos y huelgas generales, que ya casi no miran ni hablan porque tienen la espalda dura y rígida de luchar contra la vida durante muchos años. Allí en una calle oscura, junto a una iglesia casi vacía, donde algunas mujeres rezaban a los Cristos de siempre, allí como si fuera un local clandestino, una asociación de poetas y artistas y un local con dos puertas, que gestiona Jorge y a sus pies la perra Akela, una perra que te mira con los ojos muy abiertos y que ya casi no ve. Al segundo intento, la puerta que se abría para dentro y la puerta que abría para afuera nos dejó pasar después de llamar al timbre, después de que se encendiera la luz verde. A las ocho de la tarde, por segunda vez (la primera era demasiado pronto) llegamos a ese mundo de palabras guardado celosamente por esas dos puertas y una pequeña perra casi ciega. Es la presentación de Balances Parciales, el segundo libro de poemas de Felipe Zapico Alonso para Eolas ediciones (colección Seinne), la pequeña editorial de Leon, la editorial de Hector Escobar.

Zapico estaba allí, rodeado de amigos como Mag Márquez o Luis Vea, un exalumno, algunas mujeres, algunos anarquistas y una bolsa de deportes que podía contener un fusil de asalto, varios cócteles Molotov,  pero en la que solo hay libros, los que escribe durante esos días largos del invierno y del verano, sus notas, sus recuerdos, quizá un arma más temida que cualquier otra de las que se usan en las guerras silenciosas.

Recitó Mag Márquez, con una voz suave y algo hinchada, revisó la hoja de servicio de Zapico, desde el primer poema que escribió y publicara en la revista Diente de León, hasta hoy y ahora y así le dio paso para que fuera deshilando con otra voz, más cavernosa, poemas como este: “Estalló un vaso a nuestros pies / dos bofetadas sirvieron para educarle / las mujeres me admiraron esa noche / pero durmieron con los hombres / que se habían quedado quietos / muy quietos”. Cualquier profesor de literatura sabe que si analizas estos versos termina por salir un hombre y del hombre el mundo y de ese mundo un paisaje y así una memoria, una secuencia y ese es el final del libro, una secuencia tras otra, servida en cuatro partes “Notebook (La frontiera), Tragos, Hojas volanderas y Poemas súbitos. Todas las partes y todos los poemas hablan de un dolor, pero no puedes quedarte ahí y tampoco pararte, igual que él no puede dejar de escribir porque la herida no le deja y no puede quedarse quieto esperando, porque eso es la muerte: “Cuando ya nadie ama, / por cansancio / o temor a la catástrofe / me hago la VI, / con lluvia y sin luna, /  hasta el mar.”
Balances parciales son dos libros en uno, porque acompañando los textos tienes los dibujos de Javier Zabala, y eso crea un objeto de mucho más valor  que los quince euros que pagas, es una de esas pocas cosas que valen más de lo que cuestan.


Hicimos muchas fotos, nos dimos muchos abrazos, conocí al Poeta Luis Vea y al Poeta Mag Márquez y cuando todo aquello terminó y ganamos la calle después de despedirme de Akela, la perra a punto de ceguera, de pasar de nuevo por las dos puertas,  por la que se filtraba un hilo muy fino de humo de cigarrillos clandestinos, salimos por las calles oscuras a ganar el Paralel, cruzarlo como se cruza un gran río y asomarnos a las callejas de los nuevos catalanes, venidos de tierras tan antiguas como gastadas, cruzamos al paso por la puerta de un cuartel de la Guardia Civil, vigilado por una garita anti-poemas y complejos sistemas informáticos, chalecos anti bala y todo lo que llama la imaginación.

-Vamos a un restaurante gallego –dijo una que hacía las veces de guía- si es que está abierto.
Y dejó aquella incertidumbre en los pasos de todos y de nuestros estómagos.

Cruzamos las haimas del Raval, cruzamos entre árabes jóvenes que guardaban algunos secretos y miradas de celo y mercadeo, cruzamos bajo las persianas más vigiladas, más sigilosas y la noche de luna llena, seguía su ritmo mientras los poetas la recorrían en busca del Gallego.

-Es aquí -dijo la guía-

Es aquí (pensamos todos)  y entramos en hilera hacia el fondo y después hacia el comedor del altillo donde una mesa para doce nos esperaba. Se cayeron del cartel algunos de las figuras que acompañaron al poeta y aparecieron otros. No se los nombres, solo recuerdo las caras, sus sonrisas, pedimos lacón con grelos, pedimos codillos, pinchos morunos, todo se llenó de pimientos de padrón y pimentón, (los pimientos no picaban, pero el pimentón sí), trajeron vino del diablo Vinya Rovisel, y cerveza. Bebimos antes de comer nada y cuando todo llegó, noté que la poesía deja el estómago vacío y que un Gallego, es el mejor lugar del mundo para comer codillo y lacón. Y eso es lo que hicimos. Hablamos de algunas cosas, pregunté por algunos amigos que no conozco y a los que leo, poetas, escritores, pregunté por la catedral de Badajoz y se me contestó, pero una de las chicas del grupo acusaba más de la cuenta el vino del diablo y dilapidó aquel tiempo con otro tiempo del que había salido mal parada.

Hubo algunas risas, algunas fotos más y más abrazos y la noche se fue volviendo cada vez más estrecha. Fue el momento de levantarse de la mesa llena de orujos, porque el humo prohibido de los cigarrillos subía por debajo de los manteles, (aburridos todos los fumadores de bajar a la calle) y ese fue el momento de soltar aquel día diez y de volver al Garraf, un día muy largo que empezó muy pronto, como siempre lo hacen los días señalados con una marca de bolígrafo en mi calendario de cartón. Para todos vosotros un abrazo más.

Nota:
Felipe Zapico Alonso, tiene un motor con el que imparte clases en la Universidad de Badajoz,  poeta, músico de rock & roll, Dj,  fotógrafo, actor, viajero. Siempre tiene un proyecto y no voy yo a desvelar cual es el que mueve ahora con ese motor, pero suena; ya os lo contará él por su propia voz; seguid atentos.

lunes, 5 de marzo de 2012

Biblioteca Nacional, una novela de Mario Crespo. Eutelequia narrativa



 
(30 páginas de largo y 3 millas de alto)

Cuando veo a Mario Crespo de inmediato me doy cuenta de dos cosas, vive al lado de un cuelgue suave y dos, que no es ni Pablo Villa, ni Guardiola, ni Vila-Matas, ni es David González, no es el doctor Jorge Carrión, ni Fernando Martín, es Faemino. Habla con un tono de nuez que se afloja al llegar a la boca y se deshace entre los labios, entre los labios y entre las manos por las que pasa una gran cantidad de aire y de expresiones.

Pero cuando leo la novela, me doy cuenta de algunas cosas más, como cualquiera de vosotros, mis procaces y amados lectores, editores, consultores, gestores, animadores, compañeros todos, de viaje; cuando leo la novela y a la vez recuerdo la presentación en Barcelona de su libro Biblioteca Nacional, me doy cuenta claramente que puedo escuchar a Mario mucho tiempo sin cansarme, este tipo tiene ese don, no cansa cuando habla, (ni cuando escribe) porque no es pretencioso, más bien es como un colega al que hace tiempo que no ves y que te está contando todo eso que hace tanto tiempo que no te cuenta, lo que resulta muy agradable y a la vez estimulante.

Y lo que te cuenta es una historia que sucede en la Biblioteca Nacional y en esa historia te engaña por la mano (como en los juegos de cartas) y te engaña porque mezcla la vida personal de su personaje Pablo y su vida familiar, con un suceso que le ocurre en el trabajo, un suceso paranoico que se produce por un desarreglo físico y psíquico. El caso es que a la vez que te engaña te dice la verdad y te voy avisando lector, que es así y eso lo disfrutan más los que más le conocen porque se dan cuenta de donde está ese límite. El escritor se lo pasa bien con ese juego, por sus páginas pasan personajes conocidos y sus amigos, a los que cita y da vida a los muertos con sus apariciones y a los vivos, porque son reales, tan reales como que escriben y publican y a la vez se citan unos a otros, redimiéndose así una y otra vez asegurándose un cielo algo viciado y en mi opinión una forma de ir al infierno de los novelistas y sus vanidades de ida y vuelta (parece ser que Houllebecq, Vila-Matas, Barrueco etc, no escriben en balde). No solo ya no nos vale describir gente o situaciones y ambientes que se parecen a otras que ya conocemos o que podemos imaginar, si no que el estímulo debe ser directamente meter de personajes de tu novela a tus amigos, familiares o compañeros, lo que no les convierte en literatura sino en cotilleo de revista. Creo que ahí la novela pierde algo de músculo y se vuelve perezosa. Pero si, leer BN es una especie de cuelgue que puede que disfrutes más si a la vez te fumas una buena hierba, no terapéutica si no de la del tiesto en el balcón, hasta que ya no notes las orejas y después te miras al espejo por si aparece Guardiola o Ramoncín, o incluso el mismísimo Pablo Villa mirándote entre líneas con la ansiedad en las mandíbulas  “¡qué tio qué¡, dime qué te parece, me interesa mucho tu opinión”.
-Te digo lo que me parece –mirándome en el espejo, como cada mañana- me parece que tiene poca ambición.
Si, yo también creo que es una novela poco ambiciosa, que se queda corta, que se podía haber sacado más, si no fuera por la puta ansiedad de terminar ciento cincuenta páginas y publicar.
-¡Eh tío, se me escucha! –mirándome en el espejo- ¿ahí al fondo, se oye bien?
-Si, tío se oye bien, demasiado bien.

Y aquí también, junto con la ansiedad el puto ego-de-artista, apretando los cojones y la paranoia del YO lector que quiere saber en qué termina la cosa, es lo que hace que te leas cincuenta páginas el primer día y el resto el segundo día, del tirón, mientras recorres todas las habitaciones hasta llegar a la bañera y ver mis huevos flotando en el agua azul por las sales minerales del mar muerto, ahogando el ego de Mario Crespo que gorgoritea en el fondo de ese mar de vanidad y buenas intenciones y terminas la novela con algo de rabia y algo de pena, no se la proporción.

Entrevista con Pablo Villa, frente a un espejo

-¿Eres un buen escritor?
-No lo se, pero a veces se me pudre el carácter y lo paga mi chica.
-¿Te gusta joder?
-Me gusta mucho, lo hacemos bien y a menudo. Nos gusta.
-¿Te sientes estafado?
-Claro, somos una generación de gente bien preparada, hablamos idiomas y después de hacer lo que teníamos que hacer, nada, el paro o un sueldo de mierda en el que te putea gente que vale muy poco.
-¿Conoces a Guardiola?
-No, ni me interesa, soy del Madrid, que quede claro ¡halamadrid!
-¿Fumas maría?
 -Cada vez menos, los años no pasan en balde, prefiero el LSD, me veo mejor en los espejos.
-¿Cómo estas de ego?
-Buena pregunta, soy un ser absolutamente vanidoso, los escritores lo somos.
-¿Ultimamente sigues alguna luz?
-Hay que fijarse metas, cuando trabajas para la administración, de lo contrario enloqueces. ¿Te queda claro esto?
-¿Y para terminar?, ¿hoy hay niebla?
-Si, siempre hay algo de niebla. Esto es Madriz hijo.

El espejo se funde a plomo y Pablo se refresca la cara hasta que el grifo, automático, se cierra. Vuelve al trabajo, hoy los escritores han escrito mucho, los editores lo publican y el trabajo se acumula en los carros de la Biblioteca, igual que los cigarrillos en las aceras. Alguien que espía le oye decir en el pasillo “-¿para cuando dices que sale esta entrevista?”.

sábado, 25 de febrero de 2012

Mario Crespo en la Central del Raval


Presentación de Biblioteca Nacional de Mario Crespo
Eutelequia narrativa

                                              Mario Crespo y Cristina Fallarás

Patrimonio Nacional, la Escopeta Nacional y ahora Biblioteca Nacional. Es viernes, son las siete de la tarde y es 24 de febrero en la Central del Raval y allí estamos, en la cripta, acompañando a Cristina Fallarás, Jordi Carrión y Mario, Mario Crespo el autor y su obra.

Abre el micrófono Cristina Fallarás, cree en las sensaciones literarias y cree en la literatura, escribe, publica, gana premios y está aquí apoyando a Mario en su cruzada literaria y junto a ella su marido y su hija “los demás siguen ahí fuera, casi nunca se les oye, pero podemos sentir su tensión” (Ultimos días en el Puesto del Este). Ella dice que viene de otra época en la que nadie contactaba con los escritores y que los escritores no contactaban con sus lectores, otra época en la que cada uno estaba en su sitio y Dios (el que entonces mandaba) en el sitio de todos. Dice ella que así era y que ahora los escritores jóvenes se te meten en casa, por medio de las redes sociales y por  esa multitud de editoriales independientes a las que les gusta la literatura; adobándolo todo, los pontificadores (teóricos), los querido diario (chicas cuenta-intimidades) y los escritores con sus blogs y su ser. Cristina lo dejó un poco así, después de calificar la novela de MC como valiente y original, se puso a un lado y dejó paso a Jordi Carrión, que era el teórico del evento, igual que Eloy Fernández Porta lo es en la contracubierta;  nos fue desgranando con calma y una voz tersa, las buenas sensaciones del libro, el salto narrativo respecto de la anterior Cuento Kilómetros, y lee párrafos de esta novela de auto-ficción con sus alter ego, sus desdoblamientos, pequeños párrafos de ese aperitivo que se prueba antes de empezar a comer y así nos quedamos con esos bocados, esperando lo demás.
Éramos unos cuantos, Francesco Spinoglio, Sergi de Diego, Eloy Fernández, Carlota Mosseguí, y alguno más, así como Pepa de tres años, la hija de Cristina, esa hija por la que escribe cada día o cada noche.
Y así entre amigos, agradeció Mario que estuviéramos con el. Mario Crespo tiene las manos grandes y los dedos largos y se parece a Guardiola, explica con las manos todo lo que puede decir con esa voz que también es tersa y también acostumbrada a hablar y a agradecer y contó todos los detalles del momento literario y las circunstancias que le movieron a escribir, las laborales en la Biblioteca Nacional donde trabajó, ese almacén subterráneo de dieciocho plantas con una atmósfera y un microclima por el que también hay becarios y funcionarios, bedeles, lectores, y amigos como Barrueco. Mario nos lleva y nos trae de esos sitios, algo que siempre ayuda a situarte en lo que después vas a leer, tiene esa facultad de regalarte todo eso hasta que te ves dentro del álbum de fotos y dentro de sus conflictos y los personajes que salen de esos conflictos, que son los que aparecen en las páginas y según parece fuera de ellas.
-Ahora estoy muy bien en el lugar donde trabajo –dice Crespo- pero os aseguro que he tenido que morder el polvo en muchos de esos otros trabajos.
                                                     Jordi Carrión y Mario Crespo

Y eso es lo que pasa por aquí,  gente bien preparada que ha mordido el polvo en todos los grados, todos los cursos, todos los idiomas y con las asignaturas bien aprobadas, jóvenes masters del universo, compitiendo dentro de una pista abarrotada de coches de choque y una sola ficha para jugar.
Y así pasó una hora. De lo que todo el mundo termina hablando en estas reuniones, no es de literatura, es de dinero y aunque se sigue fumando y se sigue bebiendo como en los mejores momentos literarios de Formentor, se termina hablando de que este oficio es una ruina, que uno se tiene que dedicar a dar clases de creación literaria en algún sitio, o ser funcionario de ocho a tres y escribir por las tardes, en el mejor de los casos. No obstante, la solución no es escribir por las tardes, es escribir, conseguir escribir bien de una vez por todas y en esas estamos … y después cobrar por ese trabajo, como cobran los carpinteros, los ingenieros o los astronautas, porque no puede ser gratis total.

Pero de eso ya no se hablaba en la cripta que tiene su horario comercial, ya estábamos en el bar, buscando sillas y juntando mesas, con una botella de vino, algunas cervezas y es allí donde Mario Crespo estaba acompañado de sus amigos escritores de Barcelona, de sus personajes y de su agradecimiento.
Me hubiera quedado hasta que se apagara la última bombilla, pero ya no tengo todo el tiempo que me hace falta y me temo que siempre va a ser así, además aquella tarde me dolía el tobillo. Dejo a la gente bien sentada, con la botella a medio beber y me voy con el gusto de Mario Crespo y la generosidad de todos los demás, incluso con los que no he podido hablar, a quien tan solo conozco por los blogs, sus álbumes de fotos, estos libros infernales y los mundos paralelos. Con todos estuvo bien la cosa, aunque llegué cojeando a casa por aquel dolor de tobillo, que tan solo era una metáfora en el zapato.

- ¡Qué tiempos tan extraños!, las metáforas huyendo de los libros, de los blogs.
- Y de los escritores.
- Puta crisis


domingo, 12 de febrero de 2012

Veinte Betty Blue y estaban locos




Todo el mundo prefiere dormir en su propia cama, al lado de tu propia piel y si tiene que ser al lado de otra piel, que tenga veinte años y una locura tranquila; que no tosa durante toda la noche; que me deje dormir y que el resto del tiempo sepa soñar y compartir.
Tengo entre las manos (y a veces entre las piernas) una colección de poemas y de poetas. Están todos, todos tienen el talento de la juventud y de las abstractas facultades universitarias españolas, son bellos y azules, a veces se restriegan la piel tan llenos de rabia, que cualquiera diría que necesitan mudarla para seguir creciendo como las culebras. Son dioses, tienen toda la energía, lo tienen todo y ahora se han metido todos juntos en esta casa de locos y ahí están, dándose amistad unos a otros, con toda la generosidad que se tiene cuando no tienes nada y lo tienes todo, y sobre todo uñas para arañar, dientes para morder o una piel para tatuar; son bellos y azules y ninguno se ha suicidado,” )el beso es una herencia sin que nadie oiga el suicidio( “-Ernesto Castro-, aunque en muchos de ellos late ese sentimiento, que a sus padres, también jóvenes, les debe joder bastante, igual que las discusiones a la hora de comer a la hora de pedir, a la hora de llegar y de salir, a la  hora del sexo; y a veces se quedan ahí, detrás de las cortinas, donde solo el perro o el gato te conocen, escribiendo con la letra muy pequeña con una luz muy pequeña en una libreta delgada, porque todo lo que necesitan es un papel, un lápiz Staedtler nº2, una cerveza pagada por un amigo, prestada a cambio de poesía, unos ojos verdes al final de la noche para que no todo sea esto:
No tengo casa, no tengo dinero, no tengo trabajo.
No tengo ni oficio, ni beneficio.
No cotizo, no improviso, no viajo.
La que lo escribe es Cristina Fernández Recasens, nacida en Blanes. Los demás nacen en Zaragoza, Málaga, Madrid, Pola de Siero, Valencia, Sevilla, Oviedo, Pozo-Lorente, Almería, Ponferrada, Roquetas de Mar, Ourense, Segovia, Avila, Jerez de la Frontera, Granada, Lucena, en  Barcelona; son como la lluvia, cae donde cae y en algunos lugares parece que no llueve nunca y aunque sean cuatro gotas, estos novísimos poetas abren una brecha que faltaba, porque hay mucha poesía, hay varias generaciones de poetas (en silencio) a los que nadie a tomado cuentas, que pasan de los cuarenta, que son viejos punkies de las letras, viejos músicos, viejos rockeros que andan recorriendo las cunetas (y cito a Felipe Zapico o Luis Vea, Luis Artigue, Camilo de Ory, cito a los años 80 con toda aquella poesía musical) y que nunca cumplieron esos veinte años dentro de un libro de locos, como este, quizá porque a su lado nunca apareció Luna Miguel, una virgen nómada, que ha empezado el siglo con una fuerza que a mi me conmociona, la disfruto como si fuera mía, la entiendo y la comparto y ahora veintisiete más, que busco y a los que pido amistad y me la dan, sin preguntarme de donde coño salgo yo.
Estoy donde debo.
Y sin embargo, nada me pertenece.
No es mío este jardín.
No estas ventanas sin respuesta.”.- Laura Rosal.

Todos son Alberto Acerete, Cristian Alcaraz, Bárbara Butragueño, Laura Casielles, Ernesto Castro, Cristina Fernández Recasens, David Leon García, Berta García Faet, Javier Gato, Alvaro Guijarro, Alberto Guirao, Odile L’Autremonde, Ruth Llana, María M. Bautista, Constantino Molina, Enrique Morales, Raul E. Narbón, Sara R. Gallardo, Marina Ramón-Borja, Eba Reiro, Judit del Río, Emily Roberts, Laura Rosal, Miguel Rual, María Salvador, Angel de la Torre y Unai Velasco.


Tenían veinte años y estaban locos. Edición de Luna Miguel
La Bella Varsovia (2011)

sábado, 4 de febrero de 2012

LUGARES COMUNES de Camilo de Ory



Juan Bonilla : “un poema necesita estructura, necesita cadencia, necesita un misterio, y revela una verdad.

Algunos libros de poesía estremecen, como cuando coges un bebé. Como un bebé, crees que le harás daño o por alguna razón, crees que el que terminará sufriendo serás tu (pero tiene la piel áspera y apenas pesa) . Eso es lo que pasa con Lugares comunes, sobre todo cuando le quitas el celofán que lo recubre, como si fuera parte de la placenta y aparece un libro con veintisiete poemas en apenas treinta y tres páginas ásperas y que siendo tan pequeño ya se gana la vida el solo, como un perro.

Es un libro del año 2006, sometido en el año 2005 a un tribunal presidido por Francisco Brines. Desde entonces hasta hoy, estoy seguro de que ya todo el mundo lo conoce, incluso ya todo el mundo lo habrá olvidado, por eso reseño ahora y aquí, entre otras cosas porque cuanto más leo de esos espigones, y me asomo a sus fotografías que alguien cuelga en facebook, más pienso que Camilo no existe, que es un personaje más en una viñeta, (de todos esos personajes que me rodean y con los que convivo) y a la vez creo que cuando si existía y sangraba, alguien le vendó una mano, como se venda a los boxeadores antes de subir al ring y con la otra arañó todo lo que pudo. Algunos de esos arañazos están hoy aquí.

El otro día cuando me volví loco y me sumergí en un ataque de pánico, a nadie se le ocurrió leerme nada; me pusieron un palo en la boca, para no morder la lengua, me inyectaron un tranquilizante, después vitaminas, apagaron las luces, dejaron que descansara, tiraron todos los cigarrillos y las botellas de vodca y a nadie se le ocurrió leerme los paisajes marinos de este libro lleno de delfines y ríos secos, mujeres con alma y un circo.

Esta gente es extraña, esta gente y el día.
Las mujeres son secas, los niños son de polvo.
Están pero no están y no estarán mañana.

No se a donde llegará Camilo de Ory, supongo que alguna vez, entre chiste y viñeta, entre sarao y sarao,  vuelve a escribir poemas, relatos, novelas, que es en lo que uno termina siempre, porque sea lo que sea los poemas que escribe, te enseñan muchos caminos, un misterio, una verdad y muchos cigarrillos.

Supongo que todas las mujeres de Málaga, menores de veinte años, deben tener (o deberían), un ejemplar de este libro y un deseo: pedirle al poeta que las añada versos, uno más cada noche.. para que puedan olvidar y aprender de una vez, mientras sus novios o sus dueños, se entretienen con jugadores de futbol.

Las mujeres son siempre más hermosas de reojo

Y nada más.

Miro morir las piedras/ que dejan de ser piedras. /Miro pasar los barcos/ despacio, como barcos. /Las olas se repiten/como si fueran olas./El mar, por repetido,/deja de ser hermoso.”