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martes, 17 de julio de 2012

SITGES (4.- GAY)





Nada en la tierra resulta más divertido que ver una ciudad gay divertirse. Esto pasa en Madrid un día de cada año, el Día del Orgullo y eso pasa cada noche (de verano) en Sitges. No hay nada más chocante que ver a tipos bien musculados, jaezados como caballos, con apenas un pantaloncillo y un correaje, o vestidos de marineritos rasos, vestidos con esas maneras que solo consiente el mundo gay y que a las mujeres, dejadas en años y llorzas (o por sus maridos), les da mucha risa, una risa aparente, ya que saben que cualquiera de estos tipos atrae más miradas que ella (no ya a su edad) a los diecisiete años. Es así y Sitges, o una muy buena parte de la ciudad, se ha especializado en este sector social y en su turismo.
Lo gay (en términos veraniegos) consiste en verse y dejarse ver sin complejos, en gastar buena parte de todo lo que gana en cremas, eslíps, bronceados, camisas, depilaciones, zapatos, restaurantes, cócteles, saunas, viajes y disfraces, así como en cultivar cuerpos bonitos pensados para disfrutar de la vida, una vida de salón al otro lado de la línea de la vida, en la que no hay responsabilidades familiares, aparentes cargas -de hijos-, ni impuestos, vejez, rutina, hipotecas, enfermedades, política, grasa, paro o soledad, ni aburrimiento. La fiesta vista así da envidia, pero también hay viejos, gordos, enfermos, arruinados, solitarios, que no pueden hacer visible su estado, porque cualquiera de esas situaciones no se aceptan dentro de esa sociedad, de esa eterna y amigable felicidad juvenil, Sitges si que puede y cada año se renueva, pone a punto sus playas, sus calles, los jardines, los paseos y cada empresario limpia y encala el negocio y busca esa oportunidad de vender a chicos felices que llegan emparejados a la estación directamente del aeropuerto, con sus maletas repletas de ropa bien doblada, alemanes, franceses, canadienses, ingleses viejos o ingleses de las fábricas, así cada año, cada temporada y muchos de ellos se instalan de forma permanente en las muchas urbanizaciones que han crecido en un perímetro de diez kilómetros, desde Rocamar hasta Olivella. También la Barcelona gay mira hacia la Villa y aquí se visitan en el Parrot, (puerta de la Calle del Pecado) todo ese circuito de saunas, sombrillas, banderas de seis colores y Pachitos pubs, Locacola, lugares donde se mezclan las camisetas más ceñidas con las pieles más morenas.

Del otro lado del espejo, diez minutos sentado en la terraza de los Vikingos, es suficiente para ver ese paseo de las estrellas, donde al lado del disfraz de marinero caminan los tipos más feos de la galería, rebaños de gárrulos, chulos de cómics, busca vidas arrabaleros que dejan el Chino de BCN, para hacer su agosto entre calas seduciendo a locas solitarias, lechuguinos con los cristales de las gafas rotos por la impresión, padres de familia incapaces ya de seguir con ese adulterio, novias flácidas que se despiden de solteras y novios rodeados de jugadores de futbito, camaradas borrachos como cubas. Y la ciudad no explota, cada noche se sacude la arena de la playa y cada día empieza con la misma vitalidad que el anterior, prensa internacional, café, cruasanes del Enrich y la tranquilidad de las primeras horas del día, para ese paseo tranquilo junto al mar, desde la playa de la Fragata hasta el hotel Sunway Playa Golf, sin dejar de cruzarse con restos del naufragio de la noche, que caminan descalzos hacia la Estación, la voz gansa, la nariz taponada y los ojos muertos detrás de gafas opacas, cerradas, impermeables. Son toda la sala de máquinas de esas fiestas ibicencas que no lo son (o ya si), anunciadas con mucha espuma y camisetas mojadas en los corrales de Gavá, Castelldefels, Vilanova, L’Hospitalet y cuyos promotores siguen viviendo el control remoto de aquellos años dorados de la farándula más auténtica y en las que nada se anunciaba (porque no hacía falta)  por esas megafonías de hoy.

Lo lesbiano (en términos estéticos) ya es otra cosa en esta Vila tan dada a la estética y en esa balanza ellas aparecen sobrealimentadas, de ese ir al súper a pasar la tarde, de ese querer y de ese no poder, de ese antimachismo que termina convirtiéndose en Lo macho y eso lo podía ver el paseante en aquel local lateral Mar i Pili, que terminó despareciendo por el expansionismo mercantil del Parrot, que como en otras historias sociales, oculta entre bambalinas la fragilidad de lo lesbiano (y su estética), dejándoles a ellos todo el escenario, pluma y luces incluidas. En la Vila es así, lo que no quita para que ellas tengan su rincón político y su lugar, como cualquier pareja, pero no la ciudad.

Al atardecer y entre los últimos bañista, el paseante ve al buscador de tesoros rastrear con su detector a ras de playa, escarbar allí donde la señal metálica se vuelve audible, como una composición más de un Sónar de tómbola, al encontrar la chapa de una botella o un pequeño colgante de oro, suficiente pago para una jornada que languidece. A media noche un tractor barre las playas, filtra la arena de cigarrillos apagados, plásticos, botellas, máscaras, cremas, devora todo lo que se olvida, esas gafas de sol con montura blanca, el plano de la ciudad, las llaves del coche, moscas viejas que murieron al sol, todo lo que el buscador de tesoros no ha encontrado y que ya nadie va a encontrar y todo eso y muchas otras cosas que se pierden cada día, lo digiere la pala del tractor, para dejar de nuevo la playa virgen, inventada de nuevo, como recién planchada. Y aunque la noche no engaña, no hay descanso, detrás del tractor ya se colocan los pescadores con sus mesas plegables, las luces, los aperos, los paseantes insomnes y los que piensan en un amor profundo, vuelven a dejar sus huellas, sus emociones, sus nostalgias. El mar carga con todo y sigue ahí, es esa mancha oscura que se arruga en olas de espuma blanca al chocar con los bajos de arena. Y el paseante deja sus pasos también y mira ese horizonte de Chillida, ese que no pudo doblar porque ya es una curva perfecta, allí donde él mismo, hace ya tiempo (en otro mar y otro momento), buscara su hogar.



viernes, 13 de julio de 2012

Xen x Xen = Rabanal




Compré El tiempo del hombre muerto, pensando que era un buen título para una novela y lo empecé a leer como si fuera una novela, hasta que me di cuenta que no lo era, que este libro es un artefacto lleno de títulos, un artefacto que mal manipulado te explota en la cara y te la deja como la portada del libro. Lo forman setenta y un documentos, dedicados a otros tantos elementos incontrolados, que forman, muchos de ellos forman parte de la literatura bastarda de este país, que en buena medida se articula a través de la web por medio de blogs y editoriales innombrables.

-Todos a la cárcel –dijo aquel tipo por teléfono- ¡ya!.

Y la orden no se cumplió porque el que la recibió andaba ya muerto y a la vez andaba de parranda y eso es lo que pasa aquí, que te encuentras con un libro visceral en el extremo de la fórmula, un libro de reflexiones que no te deja respirar, que te sacude hasta que se te cae la última mota de polvo, y cuando termine contigo, este hijo de puta te va a dejar solo con el relleno de serrín y con lo justo para que puedas seguir caminando, porque te va a sacar todas y cada una de las entrañas que te quedan, como se trabaja a una momia para que viva el resto de la eternidad.

"Las putas moscas llevan follando sobre mi calva toda la mañana…
pero yo aguanto, sentado, a que pasen las horas. (el discurso de las botellas)"
Pués eso es lo que pasa cuando abres la cajita que no debes, cuando abres el regalo que no puedes, cuando abres la puerta del desván que te dijeron que no podías abrir, ni la del baúl, ni todas esas puertas que siempre te dijeron y nunca obedeciste, esas son este libro y el cabrón que te dice que no sigas leyendo es el autor, el propio Alfonso Xen y el pecado es haberlo abierto, empezar a sacar todo eso prohibido que hay dentro, algo que a veces huele mal, y que a veces huele a podrido, algo que no tiene buen sabor pero que vuelves a comer, ese traje que no te gusta y te vuelves a poner porque te queda como un guante y así todas y cada una de esas canciones que quieres oir y que son una disculpa para volver a los bares y otra cerveza más, para volver a ver a esa chica de los Levis que lleva un blues negro que a ti te gusta.

Y lo has abierto, digo que has abierto el libro y se empiezan a caer todos esos nombres como David Refoyo, todas esas crónicas para decorar un vacío, Toño Gallo, Agustín Calvo Galán, Odklas, Carlos Moreno, Das y Barrueco, y brindas y dices:
-Va por mis cojones

Y esa es la tónica del libro, pero no es tónica es solo cerveza y Mario Crespo, Vicente Muñoz Alvarez,  Julio César Alvarez a todos esos perroplumillas que se me quedan por la mesa y me miran y no paran de fisgar entre el teclado del ordenador y de meterse entre los libros, entre las resmas de papel y cojo un matamoscas y me lío contra todos ellos, pero escapan y el único que no lo hace es Luis Miguel Rabanal y me acerco a el y me sonríe y a la vez me dice telepáticamente: Elías, tu puedes ayudarme.

-No tío yo soy bueno, yo solo quiero ser bueno, tengo dolor de corazón, propósito de enmienda, soy temeroso de dios y la herida llena de moscas.

-¿Tienes miedo?.

Y yo te paso la pregunta Xen, ¿tienes miedo?, porque yo no la puedo contestar. Y alguno de mis vecinos o su perro, pone un blues y luego otro, y luego una canción que ya he olvidado y luego otra que no quería volver a escuchar. Y me quedo triste y veo que cada vez me parezco mas a la portada del libro, esa portada de Julia D. Velázquez, que no deja de ser otra cosa que un aullido y un flequillo, y ese color que se come todos los demás colores y un dolor que se come todos los demás dolores.
Y sé una cosa, sé que para escribir todo eso que publica Antonio Huertas, tienes que haber vivido mucho en los bares, tienes que haber liado muchos cigarrillos, que haber mirado mucho la luna, esa luna llena y amarilla y sobre todo te has metido en la niebla, una niebla que yo también conozco, entre el Torío y el Bernesga, que confunde todas las formas y el brillo de las luces, hasta el delirio.
Y por último, solo quiero deciros una cosa, este libro es imprescindible en cualquier biblioteca, es para tener siempre a mano porque lo puedes leer de izquierda a derecha, por el medio, por el final, por donde quieras, y volver a él cuando lo necesites, como un viejo amigo.

Hacía tiempo que no me echaba a la cara a un tipo con tanta rabia, con tanta fiereza, con el brazo gordo de tirar piedras y no de jugar al tenis y con una cabeza tan remota que en ella puedes encontrar conversaciones acabadas desde el principio, todo ese vacío decorado a puta hostia desde la primera línea, sin dar respiro ni tregua. Así es este libro resacoso, escritura hecha en directo, sin límites, con miedos y sombras. Lo dicho, que en un tu a tu, fijo que nos quedamos callados y solo empezaremos a hablar a partir de la segunda caja y que esté JAB de testigo, sujetando las armas.

:por eso escribo esto, al menos tengo algo claro, pues vivir a través de los demás es atravesar un desierto

(Un abrazo y cuídate tío, de tí y de los demás, más que nada para poder seguir escribiendo.)

El tiempo del hombre muerto.Editorial Origami.2011
Alfonso Xen Rabanal

El tiempo del hombre muerto - Alfonso Xen Rabanal

miércoles, 11 de julio de 2012

SITGES (3.- Smitten with Sitges)





La playa de San Sebastián, según considera el New York Times en el artículo que le da título a este tercer recorrido, (que se puede leer aquí),  es  de las mejores playas urbanas  y eso le vale a la Villa unas cuantas visitas. Lo único que puedo añadir a esto es que es una playa natural y que se encuentra aislada por el enclave del Cementerio y el del Cau Ferrat y Palacio Maricel y a su lado una cala nudista, un pequeño recodo entre rocas, a la que se puede llegar desde esta, caminando con el agua por las rodillas, o rodeando y bajando por el acantilado; el resto son las típicas de guijarros recubiertas de arena por el Ayuntamiento temporada a temporada, ya que temporal tras temporal el oleaje se encarga de arrastrar esa arena y precipitarla mar adentro. Este de las playas es uno de los decorados de la ciudad. Hace unos años, todo el frente marítimo era un solo recorrido en el que apenas había arena. Las inversiones y el mejor aprovechamiento turístico convirtieron todo aquello en media docena de islas, rodeadas de espigones suficientemente largos y grandes como para proteger esa arena de los temporales; he visto todas esas operaciones, repetirse en las playas artificiales del mediterráneo, para terminar siendo todas la misma postal, Sitges por lo tanto tiene la suya, así como concesiones de tumbonas, colchonetas, chiringuitos y duchas; luego quedamos en esto, que es la playa de San Sebastián la mejor playa familiar y urbana de la Villa.

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Pero no solo este tipo que visita la ciudad puede elegir la zona urbana para refrescarse; si deja el paseo marítimo, continua la línea de costa y camina por los guijarros, a medio kilómetro y en paralelo al campo de golf, llega a la explanada de la Atlántida, una de las discotecas más genuinas por el enclave (metida en el mar y en la Ley de Costas) y por ser la más antigua de la Villa (junto con Pachá) y si continua y sube por los acantilados llegará a otra de las playas nudistas que se esconde entre la línea ferrea y el propio mar, uno de los lugares elegidos por el turismo gay para tomar baños de mar, de sol y de luz, para relacionarse. La playa se comunica por el puente de la vía con una sierra de pinos y sardones, en el que también puedes ver a todos los faunos locales e internacionales, reconocerse, lamerse, encontronarse y dislocarse felizmente como cervatos jóvenes o viejos berracos montaraces; el espectáculo es de National Geografic y la reserva un lugar de caza seguro, no sale en la crónica de NYT, ni en el informe de Bombers de la Generalitat, a pesar de que cada verano arde. También es un lugar de ravers y botellón, de peleas, de pasiones, de hurtos más o menos sofisticados, sin apenas violencia. El caminante reconoce el lugar con solo seguir el rastro de toallitas de papel, pañuelos, botellas de agua, chanclas perdidas, tangas y demás restos genuinamente orgánicos que nadie recoge, con lo que el final de temporada, es duro en este paisaje.
Mientras tanto en el resto de las playas, las familias juegan con sus retoños, los adolescentes con palas, se bañan, se broncean hasta consumir la memoria de la piel, las piraguas llegan hasta las bollas, las motos de agua, las embarcaciones, incluso surfistas sin olas, todo dentro y fuera de los espigones y bajo la mirada de los vigilantes de la playa, cuyo horario se anuncia por una megafonía de cacharrero, de diez de la mañana a ocho de la tarde, como en las piscinas; antes o después de esas horas cada uno es libre de seguir haciendo lo que quiera, pero en los mástiles ya no vigilarán esas banderas, verde o amarilla, el mar podrá seguir su ritmo de respiración y de resaca, sin vigilancia.


De todos los chiringuitos, entre espigones, el Sausalito es el mejor equipado, siempre con música chill out, siempre con cuerpos jóvenes, cerveza fría, coca-cola con hielo y la sensación de un verano perpetuo, inocente, amable, algo que el turista va a recordar igual que esas noches tórridas que tienen todos los veranos, donde encienden antorchas bajo una luna casi azul, dejando un rastro ondulante sobre el mar, igual que la luz del horizonte que no parece apagarse nunca, ya que los últimos rayos quedan ahí hasta el día siguiente.
Todo eso lo consigue Sitges en una sola noche, con lo que el turismo de fin de semana queda satisfecho en cuanto a las postales; el turista de una semana sueña con volver antes incluso de subir de nuevo al avión y regresar a un suburbio de París, dejarse ver reflejado en los espejos de su gimnasio o de su cuarto de baño, del ipad, de su blog o de donde esconda la gente de ahora su memoria, su vanidad y sus postales.
Aparte de esto, pasear y seguir paseando hasta que reconozcas los cedros que aun quedan entre las palmeras de un lado del paseo y las del otro, unos ejemplares extraordinarios que no dejan de sorprenderme cada vez que paso por allí, los tienes en la desembocadura de otra de la calle escaparate de la Villa, la calle Princesa. Creo que solo son media docena, antes había más, pero ya ves son así las cosas y esos ejemplares que se esparcían por todo el mediterráneo desde aquí hasta Siria, ahora son prácticamente especies en extinción, por lo menos en este tipo de paseo y que nadie se preocupa de replantar, tardan demasiado en hacerse adultos para que eso les compense, no obstante aunque en el paseo solo quedan esos ejemplares, hay alguno más que sobresalen por los muros privados de casas sin prisa, que se diferencian así de las demás.


jueves, 5 de julio de 2012

SITGES.- (2. Callejeando)


                                                                     Racó de la calma

Perpendiculares a la explanada de la Estación, entran las calles Gumá, Isla de Cuba, Bartomeu y Sant Francesc y todas te dejan en el Sitges viejo de la calle Jesús y el Cap de la Vila y en las playas, la de la Fragata junto al espigón, las escalinatas del Baluarte y la Iglesia de Sant Bartomeu y Sta. Tecla. Es ahí donde vas. Siempre ves el cielo cuando caminas por estas calles y ese es el síntoma de que la ciudad es amable, pero después descubres que entre los paisajes de esas calles balcón (San Pere o San Pau), se asoma el mar. También es allí donde vas.
La ansiedad de llegar a un lugar hace que el viajero avance, que no se quede sentado a la primera de cambio en la terraza a pie de acera, del Varón, o en cualquiera de las que se va a encontrar en la calle Parelladas y el café Roy. Es importante hacerse un mapa mental, abarcarlo con las fuerzas físicas de que dispones, igual que sabes el dinero de bolsillo que tienes en cada momento, debes saber la de vueltas que puedes dar calle abajo y calle arriba para poder llegar al baluarte y continuar hacia la playa de San Sebastián y de allí a la Ermita del mismo nombre (siglo XIII) que forma parte del cementerio viejo, entrar en los muros de ese cementerio y encontrar las esculturas que guardan familias ilustres como la de Vidal-Quadras, Antoni Robert Camps, Planas, obras de Josep Llimona o Frederic Marés, que ha llevado a este cementerio, típico mediterráneo, a la eternidad, un legado más de la burguesía que hizo fortuna en las Américas, de los muchos que allí emigraron. En muchas de las calles de la ciudad, se ven algunas de las casas de esta burguesía que hoy se han convertido en hoteles, conservando su encanto y resistiendo así a la especulación inmobiliaria; eso convierte a Sitges en un lugar que todavía puedes visitar, para conocer algo más sobre el modernismo catalán, sobre el gusto de estas gentes emprendedoras, por la vida y la belleza, las artes, la calma. Y en ese Rincón de la calma, que es un regalo para todo el que visita la ciudad, el viajero debe descansar y dejarse sumergir en la sombra y el sonido del mar rompiendo contra las rocas de Cau Ferrat (ahora en obras). Ese es el lugar para que se oxigene la piel antes de volver al Paseo de la Ribera, a subir por las callejas arriba y abajo, volver a asomarse al mar y recorrer de espigón en espigón toda la costa hasta el final. Y desde allí, busca la otra ermita la del Vinyet, una pequeña joya que veneran los sitjetanos viejos y que da nombre a todo ese terreno que antes eran viñas y huertas y ahora son chalets y que puedes encontrar también en las postales. Este litoral, se cierra por las puntas con dos complejos hoteleros que pisan la línea roja de Ley de Costas; con sus playas, sus horizontes, sus vientos y para que no falte de nada en este dibujo, tres puertos deportivos desde donde llenar con regatas, el paisaje cada fin de semana,  uno de los deportes favoritos de esta ciudad, junto con la hípica o el rugby.
                                                        Ermita de San Sebastián y cementerio viejo

Y así es como el tipo que visita Sitges, recorre cada esquina, se asoma a las calles y a los escaparates de tiendas donde el algodón es el tejido de esta tela de araña que es el verano, y el azul el color que abre todas las ventanas y puertas.
Pero aparte del callejeo turístico, hay una ciudad que ha saltado las vías del tren, que nadie ve nunca y ocupa una segunda piel, en la que únicamente hay pisos, bloques, torres, que llena de habitantes la villa y con sus impuestos las arcas del Ayuntamiento siempre exhaustas, ese lugar podría ser cualquier lugar, esas calles, cualquier calle de cualquier pueblo, ese desequilibrio es el paisaje que contamina todo el prelitoral desde los túneles hasta Vilanova y toda la línea de costa que puedas imaginar, es donde vive la mano de obra que te sirve, que se indigna, que sufre los retrasos, que acude cada día a trabajar a Barcelona, que espera los diluvios con resignación, siempre hacia el mar, que asiste a los fuegos artificiales, a los carnavales, a las fiestas de Santa Tecla, los que todavía trabajan algún trozo de huerta, algún limonero, esa gente anónima que no encuentras en los hoteles, que no asiste al Club Bilderberg, que educa a sus hijos en los colegios públicos, que no habla idiomas, que hace lo que puede y cuyos mayores todavía rezan. Esa otra ciudad de Sitges, cada día cruza por debajo de las vías y camina el paseo marítimo hasta la desembocadura de los campos de golf y se vuelven, sabiendo que eso es todo lo que da de si el día y ese paseo se cruza con el destino del viajero que no deja de mirar cada una de las casas que jalonan el frente marítimo y de imaginar esas familias que allí viven o que allí se esconden y trata de mirar a través de los ventanales y de entrar en sus bibliotecas, sus colecciones de arte, trata de adivinar así sus vidas, ese frente marítimo que desde el mar, solo es una línea recta llena de nubes y pequeñas luces, así de opacos son a veces los espejos.
Pero el viajero si que puede entrar en el palacete donde se instala el Museo Romántico, uno de esos lugares que se tienen que ver, que da una idea de cómo eran aquellas casas  de los antiguos sitgetanos, su estilo de vida en cuyo portal todavía se conserva un carruaje de los de caballos, con el que se transportaban a Barcelona, cruzando los pinares de Castelldefels y L’Hospitalet, donde al parecer se guarecían bandoleros y asaltantes de camino, al acecho de viajeros, más o menos como hoy.
                                                     Panorámica desde la Iglesia de San Bartomeu

El viajero, también verá al anochecer como se van instalando entre la rocalla, viejos pescadores con una licencia y dos cañas cada uno, que pasarán allí la noche entera bajo la luna, con un termo y sus sillas reclinables de loneta y a veces hablan con el compañero y otras veces callan y escuchan ese mar que desde las rocas es tan oscuro como los surcos de sus manos. A lo lejos también oirán el rumor de la ciudad, esa ciudad que se divierte de una forma muy especial y en la que ya se han acolchado los vendedores subsaharianos, que también cruzan las vías del tren o vienen cargados de Vilanova con sus sacos, su negocio, business nocturno de gafas, discos, películas, bolsos, pañuelos y el miedo, todo made in china. En esta ciudad, como en todas las del mundo ya apenas queda comercio original, autóctono, artesano, apenas queda un chiringuito en la playa (el primero de todos según dicen, está aquí) y un par de cines, el del Casino Prado y el del Retiro, dos sociedades privadas, donde los socios organizan  partidas de cartas, bailes coincidiendo con los carnavales, paellas, actividades teatrales y conservan como un bien esos cines, que a la vez son teatros, en cuya programación (de viernes a domingo) solo encontramos pelis para niños y poco más y eso a pesar de que la Villa acoge desde hace medio siglo, uno de los festivales internacionales de cine más interesantes; también hay un par de tabernas que ahora este viajero, todavía no ha visto. Todo lo demás es ocio, bares, locales, restaurantes, chiringuitos, discotecas, playas y calas, todo a la vista y al rumor de ese mar que a veces es azul, de un azul muy profundo.

domingo, 1 de julio de 2012

SITGES (1.- Paisaje, la R2 Sur y la vieja estación)


Desde hoy, cada semana publicaré en este cuaderno las impresiones y los distintos paisajes de la villa de Sitges. Este primer capítulo recoge la llegada a la ciudad.


La mejor manera de llegar a S. es en tren, cruzas L’Hospitalet, Viladecans, Gavá, Castelldefels y te metes en los túneles del Garraf, el macizo montañoso que aísla la ciudad de la gran mancha de Barcelona y que la mantuvo así, hasta que el corte de la autopista la acercó a la ambición de los constructores y a la inmediatez de la segunda residencia y luego de la primera y con ellos la masificación definitiva tanto de su litoral, como de la sierra que rodea el Garraf y su parque natural, San Pere de Ribas, San Miquel de Olérdola, Olivella hasta Vilafranca y sus innumerables urbanizaciones, muchas de ellas piratas, sin apenas calles, ni servicios y abarrotadas de concejales y alcaldes, especuladores y ladrones que se instalaron a teta hasta secar la vaca, el paisaje y el territorio.
A la que dejas las últimas naves del Prat, entras en las huertas y masias de Viladecans cuidadas al milímetro, de donde salen las mejores alcachofas que nadie nunca pueda comer por aquí y que todavía siguen compitiendo por un terreno que cada vez vale más, rodeado por autopistas, el aeropuerto, las playas, el delta del Llobregat, las naves chinas de los polígonos industriales, los contenedores chinos del puerto de Barcelona, y la Codicia. En ese territorio, pulmón, escuela, reserva agrícola cada vez más encajonada, es donde Madrid ve peligrar su ciudad de Juego, Convenciones y Vegas y es donde Barcelona ve peligrar quince mil puestos de trabajo, según dicen esos políticos del territorio nacional, que no les ha importado perder treinta mil y sesenta mil puestos de trabajo en estos años de Eres y crisis, por la demente y perniciosa contabilidad bancaria-político-financiera de banqueros, políticos y empresarios, asquerosos ladrones, que se han cedido el testigo de sus atrocidades unos a otros, contagiados por ese Alzhéimer viejuno que es tan del gusto de estos tipejos, muchos de ellos en las filas del Senado, donde envejecen de forma vitalicia, o en las Cámaras de Comercio o en las instalaciones de Clubs de Golf, así, de forma vitalicia y sin responsabilidad.


Y así con esos pensamientos, ves bajar en los apeaderos más cercanos a las playas a hordas de chicos y estéticas chonis, que van a pasar el día con una toalla y un balón junto al mar, ese mar-piscina de por aquí, tan ruidoso, tan maquillado, tan veraniego, esa marca de vacaciones-todo-el-año, mediterráneamente.
A la media hora de viaje, tres cuartas partes de los que quedamos en el tren bajamos en S y salimos por el hall de la Estación, una sólida casa formada por un pabellón central de tres alturas (residencia de ferroviarios) y dos laterales más pequeños, construido en paralelo a las vías por la Compañía del Ferrocarril de Valls a Vilanova y Barcelona, inaugurada a 24 metros sobre el nivel del mar, el 29 de diciembre de 1881, año en el que se empieza a construir el canal de Panamá y España quiere consolidar (igual que ahora) el territorio por vía férrea. En esta doble vía principal, otras tantas laterales con doble andén y cuya última remodelación (hace ya un par de años)  ha adaptado la altura de los andenes al peldaño del tren (de diseño y patente alemán), instalados ascensores y escaleras mecánicas para facilitar la entrada y salida, en esa estación hay mucha vida. Aquí a lo largo del día, gatos, viejos, locos, turistas, bañistas, desorientados, suicidas, revisores, interventores, chulos, emigrantes, vendedores, borrachos, gays, vigilantes con y sin perro, solteros y sus despedidas, solteras y sus amigas, parejas, adolescentes muy sexuales, asexuados, ciclistas, caminantes de rutas, y gente que va y viene, cruzan sus pasos hacia la explanada de la estación, uno de los pocos lugares donde todavía se conservan esos pinos del mediterráneo que crecían por todo el litoral y no palmeras, (choni-palmeras de los alcaldes), esas que llenan cada metro de costa-construida y que ahora se pudren por un escarabajo muy caliente que se reproduce con un vigor extraordinario.
Mucha vida, si, mucha vida porque de repente, una ráfaga de calor galopante, un mistral, un siroco o el tipo de viento y trastorno, convierte la espera en la estación en un lugar de gatos viejos, viejos locos, turistas-bañistas desorientados, desorientados suicidas que han estado tramitando dejar la vida y saltar al vacío, revisores-interventores chulos, emigrantes-vendedores, borrachos gays, gays vigilantes con y sin perro, parejas de solteros, amigas adolescentes, ciclistas asexuados, gente depilada que espera al sol, un sol que en Sitges, enloquece.
La Loca de la estación, camina con los pies muy abiertos y busca lio, busca novio, habla con todos los hombres sin compasión, para todos tiene alguna palabra y una expresión que da miedo.
-Es que soy muy mujer –dice como si lanzara un cuchillo-
Y camina arriba y abajo mientras espera el tren, sonríe y ves como se le transforma la cara de Bette Davis  joven a una BD vieja y apagada, en unos segundos una secuencia de cine mudo y otra del sonoro y decadente fin de fiesta, sin moverte un palmo de la estación.
-Mi novio es capitán de barco –cuenta- ahora no está –sonríe- viaja mucho.
El Loco de la estación, ha envejecido, ahora debe tener veintipocos años, igual que ayer, pero la piel se le ha oscurecido, los ojos se le han manchado, el pelo rugoso de dormir al raso, camina arriba y abajo por las salas vacías como si buscara a alguien, como si buscara la puerta para salir de esa caja, se asoma al acantilado del andén y grita
-Mira, mira Willy mira, que me quieren pegar.
Tiene los talones ya en el precipicio y todos los otros le miramos y buscamos a Willy pero Willy no está, no ha llegado todavía.
Cuando entras en Sitges y sales por la estación, lo primero que ves es el Edificio-aparcamiento, en cuyos bajos comerciales vive el mercado municipal de la ciudad,  en el sótano un supermercado y rodeándolo la parada de autobuses locales, una de las estaciones de Taxis blancos y en los bancos de la plaza, a la sombra de los pinos, se reúnen en tertulia borrachos viejos, dos, tres, a veces cinco o seis y montan allí su tertulia, su despacho, su voz ronca, sus peleas, es su lugar de encuentro, el lugar por el que pasan todos los que llegan a la ciudad y sobre todo el lugar donde beben sin sed, hace años que les veo allí, aguantan a pulmón, a cigarrillo, a litrona, beben con delicadeza y los tragos son largos, son almas oscuras que han ido perdiendo hasta llegar aquí, a esta zona terminal por donde entras, donde empieza el viajero a contemplar la ciudad.