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jueves, 15 de mayo de 2014

CANDAYA


 Editorial Candaya
es la mejor editorial independiente que hay en España y el sábado diez de mayo celebraron diez años de vida, diez. La edad de las editoriales pequeñas es como la de los perros, para encontrar la equivalencia hay que multiplicar por siete y esa escala humana es la que sitúa al editor en su máximo esplendor, algo así. Lo que sigue a continuación no se escribe, se dice con voz del nodo: “mantienen una apuesta seria, firme y arriesgada” . Sus hombres son Tello, Galarza, Cheijfec, Roas, Serrano Larraz, Ruiz Sosa, Vitale, Fernández Mallo, esa es la apuesta y lo celebraron aquí, al lado de mi casa de L’Hospitalet, a escasos cien metros, en Salamandra 2 la que fuera durante años la gran sala de conciertos para bandas pequeñas de rock and roll. Hoy en los restos y en sus tripas Candaya cuenta su historia y la historia se sostiene bien en ese escenario. En el callejón de al lado los porteros han abofeteado a buenos y malos clientes…
“-¿dónde vas?
-a la fiesta
-a qué fiesta
-a la de Candaya
-Pasa”
…a buenos y malos chicos, se han escrito las historias de muchos yonkis cuando era su momento, de algunos rockeros, se ha fotografiado Manu Chao o Muchachito Bombo Infierno.
En facebook, firman como Olga y Paco Candaya, como si fueran un solo cuerpo o una sola sonrisa y a esta fiesta de escritores han invitado a Teresa Ordinas (viuda de Avelino Hernández), Teresa Espar y Rosana Alvarez (viuda y nieta de Pepe Barroeta), mujeres de escritores que como dice Laura Freixas es el oficio más triste del mundo, han invitado al mundo entero, pero algunos no han ido. Y ahí está casi toda la tribu, tristes, fatigados, gordos, junto a la barra, junto a los bocadillos y los vasos de vino, junto a la paradeta con sus libros, masticando palabras de poetas, removiendo la memoria, dando las gracias, contando anécdotas. Hay pocas chicas y casi todas son de institutos de Vilafranca del Penédes,  jóvenes aspirantes sin faja, la nueva cantera, las nuevas promesas, con sus vestiditos de chicas, sus poemas, su falta de tristeza, van en grupito al lavabo como todas las chicas y después aparecen y desaparecen, pero no son como las demás, en realidad son otra especie humana que crecerá y te leerá la vida en un suspiro. Paco y Olga ocupan escenario y todos se refieren a ellos como los causantes de esta plaga, “son muy hippies”, dice Carrión, al que acto seguido, o quizá fuera en la primera parte del segundo acto, cuando le veo atravesando la oscuridad entre la población de sillas para ofrecer un plato de cerezas a su mujer, sentada con el embarazo de siete meses en la última fila. “-Estoy muy concienciado”, me dice comentando su próxima paternidad. Cerca de la anterior imagen hace noche el mecenas Han Nefkens y su pareja, ahora vinculados con Candaya y antes con Alfabia. Y en todo ese blanco y negro de hace años, la magia la pone un niño rubio coloreado, el único niño, el hijo de Carlos Gámez  que mira como si fuera hijo de Daly o Picasso, de ambos, o de un titiritero húngaro, mira con cara de artista como si fuera a intuir una nueva época, el niño dice “papá tengo caca” y el mundo desaparece a nuestros pies. Carlos Vitale, también mira así, como un niño grande que no termina de comprender el mundo, por qué el mundo es tan grande y por qué sigue creciendo y hablándose tantos idiomas. Tiene dos libros en la paradeta, no me los recomienda porque es generoso “si quieres, -me dice- el mejor es el de Barroeta”. No quería comprar libros, no quería nada, ya estaba fuera de hora, no quería hablar con nadie, eran las once de la noche y me parecían las cinco de la mañana. Ví a José Luis Espina con la chaqueta blanca de Garci y un maletín colgado en bandolera, no le vi gravando con su cámara (como tantas veces) a todos esos escritores, iba de un lado a otro haciendo escrache con los saludos y sin encajar con nadie, cosas de los esnob, vi a Eduardo Ruiz Sosa beber cerveza, comer bocadillos y guardar una parte del cambio de cincuenta euros en los pantalones y la otra parte en una carterita de cuero, le vi con un sombrero Dekap demasiado pequeño para su cabeza y vi a otros autores, poetas, novelistas, con y sin sombrero, con y sin ojeras, con y sin melena, hablar y hablar, reir y reir, mientras el acto continuaba con su artrosis, vi a mucho sudamericano venido de fuera y también venidos de dentro, era una fiesta un poco rara, en la que había gente inmovilizada en sillas de tijera esperando un electroshock o algo, una revelación, una luz, algo de sal, una señal y la señal no llegaba o llegaba demasiado débil, tal y como eran las grabaciones de escritores débiles y ausentes de la fiesta, David Roas o el de Agustín Fernández Mallo gravado desde el imán de un acelerador de partículas, y toda esa sala oscura y extraña de la vieja Salamadra, poco acostumbrada al volumen de los libros, con la barra iluminada para atraer polillas, mientras en la Sala 1, a doscientos metros de la Sala 2, tocan Xosé Tétano,  Leli Loro y Rafael Filete es decir Los Ganglios, un grupo de mierda como lo eran Alaska y los Pegamoides que en sus años ganaron millones a espuertas y se cortaron la yugular para siempre y cortaron para siempre jamás el flujo de los huevos de oro a las bandas de los años futuros hasta hoy, culpables por impedir que Los Ganglios  ya no puedan conseguir voz, ni amigos en el cine ni en la televisión y poder pasar el trago en esta larga sequía. Pero estamos con los Candaya y su gloria. Me acerqué por detrás de la barra, para verles de cerca, estos tipos no conseguirán el volumen de Planeta, pero están a gusto con sus gatos, unos gatos a los que les sobra comida y ratones, cumplen a fielato como editores, tienen casa en el Penedés por donde circula todo quisqui y el hueco que ocupan no se lo disputa nadie, por autoridad, por la autoridad que da el criterio de sus títulos, de sus traducciones, de su huella que se ve en los estantes de todas las librerías. Si alguna editorial comenzara ahora su carrera, debería tratar de entender a esta curiosa pareja de Candayas, esta especie distinta formada por gente normal, que incluso se confunde con el resto de la gente, así, en L’Hospitalet y el viento de la Avenida del Carrilet o entre viñas del Penedés, donde yo también paso los fines de semana que puedo. Y durarán otros diez años más, mientras el azotado cuerpo de literatos aguante la tarta sin mancharse la comisura de los labios.  Sea.


martes, 8 de abril de 2014

ANATOMIA DE LA MEMORIA


Eduardo Ruiz Sosa
Editorial Candaya 2014

Ganador de la Primera Beca de Creación Literaria convocada por la Fundación Han Nefkens


Conocí a Han Nefkens en el Mandarín Oriental, por medio de la editorial Alfabia. Fue hace años, quizá tres años ya y en aquel acto en el que Nefkens presentaba su libro, abrieron el sobre con la noticia de esta beca, era primavera y todos estábamos vivos, aunque quizá era otoño, de lo que si tengo la más absoluta certeza es que manteníamos la memoria en un estado excelente. Hoy, en la librería La Memoria  (Plaza de la Vila de Gracia), se presentó al público de Barcelona, aquel proyecto hecho realidad. La novela de 573 páginas incluidas cuatro de dedicatorias con muchos nombres de gente que ha recorrido un aparte de este camino y de entre todos a mi se me ocurre el de María, esa mujer que sostuvo al escritor mientras luchaba contra el viento y la marea de este proyecto, recordándole cada mañana, como solo las mujeres saben, las promesas que una vez hizo y que debía cumplir y porque María sobre todo, es una persona espoleada por  un proyecto de futuro que se dibuja en esta frase: “para ti son todas las palabras y toda la vida”; esto parece un calentón pero viendo como van las cosas, yo (María) me lo tomaría muy en serio … y el índice.
Y las cosas son como son.
Como he dicho conocía el premio, la fundación, incluso al jurado, pero no al tipo. Se llama como ya he dicho al principio de este asiento Eduardo, nacido en Culiacán, México hace treinta años. Vive en Cerdanyola del Vallés desde los veintidós y en esos treinta años estudió Ingeniería Industrial, se doctoró en Historia de la Ciencia y ahora termina el último año del Doctorado en Filología Española, quizá esta novela sea ya en si misma el doctorado de un novelista o algo más. La base de la novela es la memoria sobre algunos hechos reales y otros imaginados, Gonzalo de Rojas (el alma), Tijuana, el desierto, el río, una isla (las metáforas), Antonio Gamoneda al que le robó el olvido y Robert Burton al que le robó la fisonomía del título. El patio de La Memoria es acristalado, en él se ilumina un limonero, ellos no lo ven, ellos solo ven al público y una buena parte del público es femenino, ellas son mexicanas, bellas, indígenas, Fridas de pelo negro y hermoso, de ojos oscuros y bocas dulces, el trópico de cáncer. Hoy, esta noche el trópico era también de Candaya un País en el que habitan Paco y Olga y toda la obra que albergan y un lector de confianza, fue el lector de confianza el que empezó a pelar el higo, espina a espina, a cada espina una emoción, Eduardo le miraba como si hablara de otra novela, de otro libro, perplejo, todos nos quedamos perplejos cuando el lector de confianza de los Candaya, dijo que solo lo había leído una vez, pero que todo estaba en las primeras veinte páginas, perplejos y así hasta que el higo quedó limpio, hablaron del demonio, de la violencia que recorre México, de esa bahía a la que tiraban desde helicópteros a los opositores políticos, los desaparecidos, del flautista de Hamelin, de los Enfermos y de los enfermos y esta frase de Burton: “Y podemos percibir con claridad una extraña educación de los espíritus, como cuando sangra la nariz del muerto ante el presencia de su asesino”.
Nadie de los que estábamos allí dejamos de mirar a Eduardo Ruiz, su pelo negro y sobre todos sus tatuajes, los del brazo izquierdo y esa insolencia de los treinta años que parecían sostener a un tipo de sesenta, pero sobre todo le miraba Matías Candeira, el siguiente becario de Nefkens, la comparación con la obra del gallego llegará como dice José María Micó como “un mar que abrasa bajo un sol que ahoga”. Suerte.






domingo, 30 de marzo de 2014

Route 66

                                                                 Victor Muntané Pavillard

Son 3.940 km que atraviesan ocho estados y la mayor parte del recorrido se hace por una carretera abandonada, a veces intransitable, tramos de tierra y vuelta al pasado, eso si, un pasado rodeado de motos en su mayor parte de Harley Davidson, un camino rebautizado por John Stenbeck como The Mother Road, en el que vas a ver maizales, los humedales del Mississipi, desiertos, viejas gasolineras restauradas como la Standard Oil Co en Odell, hoteles, restaurantes, burguers, que van desde el Sports Bar de Chicago a  The Big Texan Steak Ranch de Amarillo-Texas, museos de cádillacs clavados en el suelo, museos como el del alambre espino, lugares que solo se encuentran aquí en la carretera madre y así un día tras otro con desvío al Grand Canyon o Las Vegas y un final en el Pacífico de Santa Mónica. Víctor Muntané un empresario aventurero, practicante de todo tipo de deportes, judo,vela, esquí naútico, ganador del Camel Trophy en 1987 y aunque nacido en New York, español y catalán. Las motos son su pasión más viva y ha juntado esa pasión con un sueño por medio de una empresa de turismo en moto, una forma de vida, de amistad y de amor y todo eso mientras va formando una leyenda que tuve el placer de conocer este último fin de semana de marzo en El salón de la moto de Barcelona. Su libro “Route 66 mi sueño y pasión” es una guía detallada de esta ruta con fotos y mapas de cada jornada junto a breves apuntes para orientar a posibles viajeros.
La Harley Davidson es como la Coca Cola o William Burroughs  un icono más de la cultura americana contemporánea, de ese largo aliento que  es conocido en cualquier rincón del mundo, unido a ese fetichismo un poco hortera (solo hay que ver Harley Davidson and de Marlboro man), con tecnología, contracultura, pasión, roc and roll, viajes y carreteras, amigos fieles, peleas, peligro y muerte y sobre ese envoltorio suficientes películas como Easy Rider de Dennis Hopper,  Los ángeles del infierno de Roger Corman, Salvaje de Laszlo Benedek, si bien la moto que usaba Marlon Brando era una Triumph, o La ley de la calle –Rumble fish- una maravillosa abstracción poética de Coppola con Matt Dillon (18 años) y Mickey Rourke (con 31 años) , suficiente música, suficiente literatura, fotografía en la que se mezcla la carretera con las drogas, chicas malas con peleas y esa rebeldía en blanco y negro de los jóvenes de los años cincuenta que terminó en la pesadilla de Vietnam y la contestación de libertad de los años sesenta. En esta segunda década del siglo XXI, la historia se repite, se repiten los mitos aunque se hayan perdido los héroes, todos los actores jóvenes de Hollywood han heredado la pasión de una HD en su garaje, pero a veces con la misma apatía que la de tener un frigorífico en la cocina. Cercanos a mi, con más encanto, autenticidad y a pie de calle, son seguidores de la marca, de su estilo de vida, los fotógrafos Alberto García-Alix y Olaf Pla, viajeros de la ruta y herederos de toda esa cultura americana.  
                                            
 Rumble fish                                                                                                              Olaf Pla

Ayer en el recinto ferial de La Farga, no encontré ningún mito, ninguna pandilla, ningún tatuaje, tan solo aficionados al motor, narcisistas fotografiándose sobre los lomos de motos inaccesibles y poderosas, que nunca conseguirán porque estos son años esclavos de hipotecas a perpetuidad, trabajos y vidas quemadas sin rebeldía de clase alguna, sin fe. Todo eso sentía paseando con mi hijo por el pabellón, hasta que llegó la inmensa figura de Víctor y su viaje perpetuo, algo que a él le ha dado la libertad de vivir y a mi de soñar. Yo no tengo ahora una de estas máquinas, pero el sueño se persigue y siempre al amanecer mientras recorro las calles vacías, cuando todos duermen, cuando menos tráfico hay en la ciudad, en ese momento es cuando siento todo el peso de la libertad en la metáfora del día que empieza. La ruta y la moto con la que a veces la recorro no viene en ninguna guía, no está escrita, solo es un espejo romántico en el que me miro cuando nadie me ve. El abismo.




viernes, 7 de marzo de 2014

Encuentro en Berlín

PEPE RIBAS
Encuentro en Berlín
Destino 2013

 
El acorazado Potemkin fue el pistoletazo de salida de una carrera muy larga en la que todavía todos siguen corriendo y a la luz de los informativos, periódicos, los libros de historia, las novelas, el real-imperial mapa austrohúngaro palpitando, el mapa energético siempre sumergido y emergente, junto con los soldaditos de plomo de la colección de mi bisabuelo, todo desplegado encima de la mesa de billar francés, me convierten ahora en un peligro delante del teclado de este ordenador y pienso que nadie conoce en que parte de esa carrera los árbitros han colocado la pancarta de meta y mientras eso no se sepa, todos correrán, la carrera seguirá viva. Es posible que al decir meta, alguien piense que me refiero a la metanfetamina tan de moda en seriales norteamericanos, que también siguen los rusos en sus ordenadores, los ucranianos, los moldavos, los rumanos, mientras en las portadas de las grandes revistas internacionales se empiezan a poner de moda los cosacos, los partisanos, los vagabundos y borrachos callejeros de Odessa, los jugadores de ajedrez, altamente adictos y duros como piedras heladas, todos amparados bajo el paraguas de políticos, empresarios, jueces, policías y otros colaboradores, fértilmente corruptos por el mercado del gas, del petróleo, de los juegos de estrategia, del contrabando de heroína, de prostitutas, de esclavos, de armas de guerra y salchichas saladas de Campofrío (marca España), más que en cualquier otra porción de la Europa nacionalista y religiosa. Durante años todo este magma ha estado latente y otras latiendo y ahora que los partisanos del 15M llenaron las plazas de barricadas y las metieron fuego, apresaron policías, se enfrentaron a sangre y punta de pala, murieron los que tenían que morir y huyeron los que tenían que huir, los rusos, los que nunca se fueron, han vuelto a proteger a los suyos, los que hablan catalán, sus barcos, sus puertos y aeropuertos, sus juguetes de guerra y su gas. Y ahí estamos, tengo la mesa de billar hecha un asco, también hay vodka, tazas con café y Encuentro en Berlín de Pepe Ribas. En la novela de Pepe Ribas hay un activista chileno, Ernesto, que anda por Berlín y un cosaco ucraniano, Maksim, entre esos dos personajes principales se teje una relación que pone carta a carta, toda una serie de mosaicos que cruzan las fronteras más aterradoras de Europa, a solo unas horas de tu casa, de tu trabajo y del contador del gas. A Pepe le han levantado los adoquines de la plaza un año después de que se sacara este libro de la chistera, se lo olía, podía haber sido un año antes, un mes, con ese tiempo a su favor su novela gana en audacia y actualidad y eso quiere decir que Pepe Ribas sigue manteniendo el pulso, el nervio de la información y el secreto. Una de los momentos más inquietantes fue desayunar con él el año pasado poco antes de la llegada del verano, en la cafetería de Laia donde me firmó este libro. A poco espabilado que seas te das cuenta que tienes delante de ti los restos del muro de Berlín, el mapa gris de España, la movida de los ochenta, el salto con pértiga de la Pangea democrática, el filo de los nacionalismos, la melancolía del anarquista ilustrado, la piedra y la chispa, muchos años detrás de la pista, tienes delante tipo que parece retirado hasta que empiezan a salirle personajes, secuencias, crímenes, intereses económicos, políticos, todo ese gran paisaje del siglo xx que ahora se repite con los mismos crímenes en el mismo calendario, pero con mucha más gente deseando matarse y los rusos, esos mismos rusos de siempre, frente a los alemanes, esos mismos que reconstruyeron tantas veces los cimientos de sus ciudades, los banqueros y las ciudades, siempre Berlín, Kiev, Yalta, Moscú, todos los muertos que vienen ya caminando, todos los que animan, los que brindan, los que escriben Zweig, Maray, Singer, Piazecki, Haffner, Schlink, Grossman, Kertész, Roth, Beevo, gente de “hielo y fuego”, tanto para rezar, luchar o morir, gente que hereda historias de sufrimiento, hambrunas, deportaciones, masacres, repoblaciones y así hasta hoy hasta los nuevos cosacos, los nuevos columnistas. Pepe Ribas y esa mirada a la que no se le escapa detalle ni picardía, es ahora más necesario que nunca, pero hoy los caminos, las novelas, el cine o el periodismo de leer y no de mirar, mantienen una inercia de fiesta que alguien sigue pagando en pleno desmoronamiento y en ese no poder ya predecir nada aparece esta novela “Encuentro en Berlín”, todo lo que este tipo ha escrito sale cada día en las portadas de todos los periódicos. Salud.
 






lunes, 3 de marzo de 2014

DAVID YESTE



La maniobra de Heimlich
Playa de Akaba
Poesía (2014)


David Yeste mide dos metros, pesa cien kilos y escribe así: “A las muerte y diez, se baja el telón”. Después llegan las once, las doce, la una y abren los bares, los bares de siempre abren a nuestras horas y son así, una barra de madera llena de rasguños, taburetes que aguantan los pesos de todas las peleas, pocas chicas y malas, un buen barman que sabe escuchar mientras fuma y un water podrido en el que suena bien la voz de Tom Waits. Por los amigos, los conocidos del barrio, David no puede decir que es poeta, pero sí que es músico con su banda Los transeúntes, el barrio es de tipos duros y funciona  mejor el rock que un libro de poemas, de hecho Yeste funciona mejor en una Harley Davidson que en un monopatín.
De los poemas de David, me gustan mucho algunos, no me gustan nada otros y eso está bien porque no me deja indiferente, y dentro de los que no me gustan nada, hay versos geniales, aislados, muertos que en si mismos ya serían suficiente para toda una hoja, pero hay ambición, el libro rezuma ambición y eso resbala, es lo que pasa con la ambición y un mal amigo te hace estar más tiempo del que quieres en el bar, otra copa y terminar donde no quieres, con quién no te apetece. Por otro lado lo que leo me recuerda a veces a Felipe Zapico, en Litro de versos, otro músico, otro poeta, otro tipo que mide dos metros y pesa ciento treinta kilos, a veces. Uno no puede tirarse a la piscina de las rimas y rimar y rimar y volver a rimar, para pasar a la prosa poética y volver a otro poema que rima en asonante, no, pero David lo hace y continua poemas que debían haber terminado en la cuarta estrofa y le mete otras cuatro de paquete que se sostienen porque las paredes son muy estrechas y la calle oscura.

 

Henry Heimlich sabe que uno se ahoga sin remedio sin necesidad de estar en el medio del mar o dentro de una piscina, la asfixia no es por vomitar, casi es por todo lo contrario por no poder tragar aire, con el conducto respiratorio obstruido, la maniobra consiste en eso en comprimir el abdomen creando una lanzadera para abrir paso a la ventilación de los pulmones,
-Comida que se desvía –dice el doctor Henry- y tapona, casi siempre comida.

-Yo siempre quise cantar –dice David Yeste- pero nunca me dejaron.
Hicieron bien, David no tiene voz para cantar y por eso escribe canciones y hoy ha escrito un buen montón de buenas canciones, con sus emociones, su punto, su punto de amor, de suciedad, de bofetadas y reconciliaciones. Esta maniobra poética que encierra el título, no solo es un título, le salva la vida antes de terminar convertido, como los demás en desierto: “Con un lápiz/ vengo dispuesto a quebrar los espejos,/ a romper los relojes,/ a arrancarte la ropa./ Vengo dispuesto a que pronto, mañana, me abrace el desierto."
Hay mucho recorrido en este libro, noto que David espoleado por la editora saca todo lo que le impide respirar bien y todo es poesía, incluso las canciones lo son, algo que le puedes decir a una chica antes o después de una tormenta, antes o después de un naufragio, una estricta promesa para que nadie se salve. El recorrido está ahí, en el polvo de los cristales, en las cicatrices de niebla, ahí.