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domingo, 28 de septiembre de 2014

Descortesía del suicida

                                           Carlos Vitale (a la derecha de la foto)



A diferencia de mi amigo David Yeste (que escribe en un bar), empiezo y termino de escribir en Olivella, donde también prefiero terminar de leer los libros que empiezo. Así ha sucedido este fin de semana.  El libro es “Descortesía del suicida” y su autor Carlos Vitale. A las once de la mañana comenzó a llover y son las siete de la tarde y sigue lloviendo. Empezó suave, una lluvia suave, deliciosa y poco después llovía con ganas, el agua formó una catarata delante de mi, sentado en el garaje en el que estoy (lejos de la casa) y que será donde instale en el futuro mi biblioteca. La lluvia en ese instante me pareció el mejor remedio para olvidar todos estos meses de polvo y calor, lo mejor para limpiar de presentaciones y actos literarios la vida de un poeta, todo a morir en la riera y de ahí al mar, una limpieza que me deja impecable y preparado para este otoño de novedades.
-¿La niñez lo devora todo? –pregunté al poeta-
-Claro Elías, lo sabes perfectamente.
Este libro lo ha escrito Carlos Vitale, durante más de veinte años, creciendo a base de apuntar genialidades.
-¿Estas contento con el resultado?
-No, casi no es un libro, es una vanidad.
Son frases, no hay historia, no hay poesía, pero estamos todos ahí.  La forma de leerlo es empezar en el prólogo escrito por José María Merino, un buen escritor leonés. Después te lanzas a tumba abierta, frase a frase, página en blanco tras página en blanco y cuando llevas treinta empiezas a leer desde atrás, desde la última página y de repente ya te has enjuagado otras veinte. La suerte de la edición, con sus buenas solapas, es que sirven para poner la marca de por donde vas y cuando terminas el bloque que queda en medio, otras treinta páginas, vuelves al principio y como si de una cabeza hueca, sin memoria, te sorprendes repitiendo lectura en frases como “El moscardón perturba mi mente vacía”, o “Magnánimo, he indultado a un insecto: que tome nota quién corresponda”. La genialidad de ese fraseo es que llena por completo tu mente. En la hoja en blanco, no cabe más ni menos. Que ningún poeta joven lo intente, que no lo intente un jubilado mientras rellena crucigramas. Escribir así, sin resultar pedante, lleva tiempo, lleva la vida, ese tiempo en el que paseas, piensas, ves una puesta de sol, trabajas, todo ese tiempo en el que puedes dejar la mente en blanco para no explotar. Ese es el método de este libro, junto con algo de tristeza.
La foto del autor es de 2004 y el libro  se edita en 2008. Esto lo comento porque la foto en blanco y negro es tan actual que podría ser del otro día en la presentación de los poemas de Vinyoli “La mano del fuego”. Han pasado diez años y el Carlos de ahora es igual que el de esa foto en blanco y negro, algo gastada de 2004, quizá con la mirada más triste, a pesar de la sonrisa, más fatigada y eso no es la edad, es la vida, igual que este libro es la vida y a la vez un ejercicio mental. Según salgas de él sabrás cómo estás y esa prueba suicida no es para todos.
Carlos Vitale, nace del humor en el Buenos Aires de 1953. Solo se le nota que es argentino cuando habla catalán, pero eso de los acentos es un juego para un tipo que ha estudiado Filología hispánica e italiana, habla y traduce italiano, francés y catalán y es poeta. Por eso el acento es un juguete, igual que las patillas, la barba o el bigote lo son en la cara de un actor. Este libro es algo fuera de lo común en el panorama literario español, por ese acento de humor cínico y negro que dice: “¿Cómo es posible que todos los años hayan sido el peor año de mi vida?, o “Por algo será que el espejo me devuelve la imagen”. Frases que son anécdotas, que ya nadie cuenta por ningún sitio: “Antes de zambullirse en el mar, el cojo guardaba todas sus pertenencias en el fondo de su pierna ortopédica”.  Ser argentino en España, no resultar pedante, que no sobre ni falte una sola coma, una sola palabra convierte este pequeño librito en una fábula contra la impostura de muchos escritores que se hinchan el pecho y te cargan la cabeza de razones, que muchas veces no son las tuyas.
-¿En qué momento de la vida estas?
-En el peor –dice el poeta- si me lo preguntas dentro de diez años te contestaré lo mismo, igual que si me lo hubieras preguntado hace diez.
-¿Qué te parecen las mujeres?
-Me gusta verlas, me gusta seguirlas mientras se alejan. Son un regalo casi todas.
Por eso Carlos escribe: “¿Dónde se ocultan en invierno las mujeres de la primavera?.
Amigos, hoy sigue lloviendo. Si crees en algún camino acércate a este de Carlos Vitale, desde donde se observa la vida o un hilo de vida

“Yendo y viniendo por la acera, el loco gesticulaba al vacío. Los paseantes desconfiaban: el loco señalaba caminos imposibles.”



Descortesía del suicida
Carlos Vitale
Editorial Candaya
1ª edición Junio de 2008

Imagen de la cubierta: Venecia, de Federico Vegas

lunes, 15 de septiembre de 2014

La residencia
















-No es mía, si fuera mía haría una residencia de escritores.

                        ( Facebook. Comentario del escritor Oscar Solana)


Handke vio los planos de la demolición. Le pareció bien. Una estructura simple de vigas de hierro y madera, con cimentación arriostrada y hormigón. Nacía por el este con un tejado a dos aguas, entraría el sol desde el amanecer, tendrían suficiente luz para leer, incluso antes de que anocheciera.
-Podrán leer hasta poco antes de ir a dormir –dijo Handke-
-Con luz natural –contestó el Vientre y el Arquitecto-.

El día que el arquitecto de la demolición entregó las llaves, Matías ya corría por el jardín.
-Cuidado Matías, vas descalzo.
Matías, con seis años, era el primero de los internos. Estaba pensado para que residieran escritores de todas las edades. España seguía siendo un país con muchos libros y pocos lectores. Nadie se explicaba como los editores podían seguir perdiendo dinero, pero para lo que no había explicación era para entender cómo se las arreglaban los escritores.
-Ven Matías –dijo el Agente Literario- es la hora de comer.
A diferencia de los que vendrían después, Matías era una firme promesa. Toda su carrera había sido planificada con sumo detalle. No iba a ser un chico especialmente atractivo pero era avispado, de naturaleza simpática. Tendría que aprenderlo todo. Hicieron pruebas de peinado, vestidos apropiados e inapropiados, presentaciones, cócteles, ensayaron breves discursos delante de escritores viejos y Matías resultaba más que aceptable. En dos años tendría publicado un par de libros de relatos, con los que se daría a conocer, antes de los catorce años ya habría escrito una novela corta con la que recorrería todas las librerías importantes de las ciudades más pobladas y al cumplir los dieciocho años, ganaría el premio Nadal, que mantenía su estatus gracias a que su dotación permanecía congelada desde la entrada en vigor de la nueva moneda. Un par de años más tarde ganaría el Planeta y todos los demás premios de la familia Lara. A los veintiséis años ya sería un autor internacional con contratos de edición en Alemania, Bélgica, Reino Unido, Portugal, su trabajo consistiría en acudir a los actos de envergadura de las Embajadas, Centros Culturales de Primer Orden, Universidades. También le habían asignado a uno de los escritores viejos, la redacción de los demás libros que irían publicando periódicamente. Matías a partir de los veintiséis años no volvería a escribir una sola palabra, una sola letra. Pasaría a formar parte del Patronato de la Fundación de la Residencia y su nombre esculpido en piedra, justo en una de las paredes del hall. Una parte de sus ingresos estarían destinados al mantenimiento de ese ejército invisible en el que se habían convertido escritores que nunca consiguieron enamorar a una mujer, que sustanciaron sus promesas en agua de borraja y que ahora seguían manteniendo pequeñas disputas, algunos viejos rencores surgidos de malos entendidos.

Peter Handke no sabía quién era aquel niño. Se sentó en el porche de la entrada con una taza de café. Todavía podía tomar café y beber vino. El mismo se había reservado una habitación con vistas a los acantilados.
-Este será un lugar perfecto para vivir –pensó y continuó meditando en silencio, mientras Matías seguía corriendo descalzo entre los arbustos-

Handke, pensó que en España no había escritores de la talla de Thomas Man, que los escritores de aquí tenían muy mala leche. Que lo más parecido podían ser Los Goytisolo o los Panero, pero apartados de la vida por la propia vida entre la ciudad imperial de Marrakech o el manicomio de Mondragón, ya eran otros, los enfermos que escribían por ellos. Se lamentó, no mucho, por la escritura fácil de los demás, lo que les convertía en un blanco permanente para cualquier tipo de francotirador, imitador, aprendiz.
-Los escritores españoles son flojos y además todos son grandilocuentes, pagados de si mismos, igual que aquella nobleza del Siglo de Oro, tan pendientes de las apariencias.
Cuando llegó la inauguración, todas las habitaciones ya estaban asignadas. Invitaron a los editores independientes y a las grandes corporaciones. Todos ellos formaron un solo cuerpo alrededor de la mensa con canapés y tortillas de patata. Los editores y agentes literarios, seguían manteniendo un buen apetito y no les importaba desparramarse trocitos de huevo entre las barbas, los escritores les miraban con recelo, a veces con temor, a veces con irritación, pero se acercaban intentando meter la manita en la mesa de los pinchos que defendían estos en bloque. Los editores conocían las artimañas de aquellos viejos escritores que seguían mandándoles manuscritos, incluso haciendo pasar por suyos los de escritores como Fitzgerald, Dos Passos o Hemingway.
-Esta es una gran labor social –dijo Lara- aquí estarán mejor que vagando por ahí.

La Fundación había recibido más de diez mil solicitudes, de las que nueve mil eran de falsos escritores que se habían auto editado en el boom de la era Amazón y e-book. De los mil restantes, tres cuartas partes eran poetas que fueron capaces de ilusionar con sus palabras a alguna mujer, mantenidos a duras penas a cambio de recibir no pocas veces un trato humillante por sus parejas por sus hijos ilegítimos surgidos de algún nido de escorpiones, pero con una aparente armonía a la hora de sentarse a la mesa y comer sopa. Del resto, de esos doscientos cincuenta restantes, la elección había sido dolorosa. Muchos ocultaron su condición de jubilados de la enseñanza, pensionistas que en su etapa activa disfrutaron de una doble vida, alternando las clases y las hipotecas, con algo parecido a la vida de un escritor romántico.
-Somos escrupulosos –dijo el presidente de la Fundación- no aceptamos ex alumnos.
En la pugna final, se llegó a la cifra de cincuenta de los cuales veinte tenían menos de dieciocho años y el resto más de setenta. Esas eran las cifras que la señora Ministra fue contando en su discurso de inauguración. Al acto no faltaron otras señoras acostumbradas a obras de caridad, pequeñas donaciones, subastas, mercadillos de navidad.
-Migajillas para los pajaritos, -decían las viejas en el jardín, mientras las palomas acudían aleteando, unas cojas, otras medio ciegas, a picotear su ración-
Todos los pájaros repitieron sus frases:
-Estamos muy orgullosos
-Y muy agradecidos
Y Matías junto con diecinueve más, vestidos como la selección nacional de futbol sala, incluso con un escudo en el bolsillo de la americana de la selección infantil de atletismo, en el que nadie reparó, montaron la foto.
-De aquí saldrán futuras promesas –dijo La Ministra- es nuestra inversión en cultura, la más ambiciosa –se escucharon algunas tose-risa-.
Fuera de la casa, más allá de las alambradas, junto a la carretera, empezaban a manifestarse escultores, pintores, agrupaciones de bandas de música, viejos roqueros asmáticos con camisetas negras y restos de alopecia en la melena. Querían también su casa.
-Queremos nuestro hogar, ministra –gritó un seguidor de Barón Rojo- con maquina de tabaco gratis.
-Si, queremos fumar –cof-cof-cof tosía-.
Los escritores viejos habían perdido la poca solidaridad que les quedaba, se habían vuelto egoístas, a duras penas intentaban disimular algo de la poca humanidad que les quedaba. Ya solo reunían fuerzas para comer y dormir y que vinieran las gordas de los servicios sociales a leerles cuentos por las tardes, mientras dormitaban en los sillones.
-Ya están ahí esos miserables –dijo uno de aquellos jubilados- yo no quiero compartir habitación con un pintamonas o con un rockero sordo.

 En cuanto se puso a llover los pintores, los roqueros y lo demás dejaron de manifestarse y volvieron a su barrio, a su bar, a su chabola, un poco hartos y algo más cansados.
-No han venido los fotógrafos –dijo uno, en un momento de lucidez-
-Déjales, esos no son artistas.

A las siete de la tarde ya no quedaba nadie en la Residencia. En la biblioteca, uno de los viejos hacía como que leía, pero en realidad miraba a Matías, que en ese momento terminaba de escribir su nombre en un cuaderno de instrucción.
-Muy bien querido –sonrió su Agente- ahora el apellido.
El viejo no pudo por menos que odiar aquello y pensar en el largo y frío camino que había recorrido, hasta llegar allí. Intentó recordar cual fue el momento en el que quiso ser escritor y por qué razón, pero parecía que todo se hubiera perdido, nada le venía de aquella memoria antigua.
Peter Handke, siguió pensando, incluso mucho después de que hubiera anochecido y de que los hombros se le hubieran quedado fríos. Hasta quedarse frito.




 

martes, 1 de julio de 2014

Elías Gorostiaga, entrevistado para ileon.com por Manuel Cuenya

Elías Gorostiaga: "León es mi tierra, son mis amigos y son mis muertos"

Por Manuel Cuenya | 01/07/2014

El polifacético Elías Gorostiaga, autor de 'El castillo de aire', está a punto de entregar a su editora Noemí Trujillo, de Playa de Ákaba, el texto definitivo del poemario 'Tierra de invierno', un libro escrito en Barcelona hace veinte años.

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Elías Gorostiaga. Foto: Queralt Aloy
Leonés de Valencia de Don Juan en el exilio, como tantos otros, que tuvieron que emigrar, Elías Gorostiaga, seudónimo literario de Elías Prieto Sáenz de Miera, también ha tenido que salir a buscar las historias a otros nichos, porque "los paisanos de antes, los que tenían algo que contar, esos que encuentras en Pla y en Delibes, son vetas agotadas".
Poeta, novelista, autor de teatro, bloguero, buen conocedor del cine, un nómada que emigró hace años a Cataluña. "Yo vivo y trabajo en L'Hospitalet unida a Barcelona por una calle, eso es una continuidad en el paisaje. Esta es una ciudad que se formó casi en su totalidad con la emigración de andaluces y murcianos y desde los años ochenta con sudamericanos, pakistaníes, chinos y africanos, una ciudad en la que oyes todos los idiomas de la tierra menos el catalán, salvo en reductos oficiales y administrativos. Aquí la lengua de la calle es en la que te puedas entender, todo el mundo está de paso y las raíces son pobres, por eso tienes que saber quién eres y donde estás y para eso tienes que volver sobre tu memoria, mantener vínculos. León es mi tierra, son mis amigos y son mis muertos y con dos hijos pequeños que crecerán rodeados de amigos de distintas razas, es importante que sepan y que regresen a la tierra de los padres y a la vez que sean ciudadanos del mundo. Creo que los leoneses, que vivimos fuera de León, tenemos ese mismo vínculo con nuestros antepasados y con los que nos van a suceder". Así se expresa el coordinador y prologuista de la antología de relatos 'Nómadas' (Playa de Ákaba, 2013), que reúne veintiún relatos escritos por autores consagrados en la literatura de viaje, además de jóvenes promesas de la narrativa actual. De la ciudad de Marrakech (estupendo relato) a la Ciudad de México. En este sentido, Gorostiaga muestra su fascinación por escritores viajeros como Salgari, que sortea peligros en tierras lejanas y a su regreso lo cuenta, "de esa estirpe y de esos sueños vienen pesadillas como los libros de Conrad o  Thubron, después te viene la curiosidad de leer a los escritores de la generación beat, sus viajes, sus juergas, su orientalismo y también te atrae y tienes la suerte de conocer a Julio Llamazares que es un viajero que sale a caminar por la mañana y regresa por la noche y te cuenta esa aventura a la luz de las velas: con quién ha estado, con quien habla, de lo que hablaron; todo se mezcla con tu propia fantasía, tus miedos y los sueños de todos".
"Julio Llamazares es un viajero que sale a caminar por la mañana y regresa por la noche y te cuenta esa aventura a la luz de las velas: con quién ha estado, con quien habla, de lo que hablaron; todo se mezcla con tu propia fantasía, tus miedos y los sueños de todos".
Confiesa que se siente especialmente atraído por Llamazares porque su filtro literario es tan bueno –matiza– que te cuenta cosas de lugares por los que acabas de pasar y resulta que no conoces. "Después de ese ejercicio también tú empiezas a viajar, aprendes a viajar, a mirar el viaje, lees a Caparros, a Le Clézio y también a Unamuno y a Pla, y quieres unirte a este grupo de escritores que toman notas y fijan cada vivencia, sin necesidad de tener que recorrer grandes rutas o recorriéndolas pero con una mirada personal y lo escribes con la misma idea del que se sienta en el bar a contar noticias, de forma cercana, con duende, inventando. Al final todos hemos escuchado alguna historia, mientras bebemos vinos en una bodega. Ese es el viaje. El nomadismo también es una forma de viajar, pero quizá no es la que yo mejor conozca y por eso es la que imagino de una forma más viva y a la vez menos real".
Fiel a su origen, Elías Gorostiaga, que toma el segundo apellido de su madre, porque le resultó curioso ese injerto vasco en el tronco de una familia leonesa, "de esas de ocho apellidos", regresa a su tierra siempre que puede. "De alguna forma vuelvo a ese apellido, a una tierra de emigrantes y por medio de un libro dedicado a los nómadas". Una tierra por la que se siente marcado, también desde un punto de vista literario. "Los paisajes siempre son una referencia que a su vez son un estado de ánimo. Los paisajes los aprendes desde niño, son parte de tu memoria y es lo que buscas el resto de tu vida. Cuando vuelvo a Valencia de Don Juan o a León, las calles, las plazas, muchos de los edificios, los amigos no existen y ese vacío choca con tu memoria, pero otras cosas siguen ahí el río Esla, las choperas, las montañas al fondo, los paisajes ondulantes de la tierra del pan. Y a veces esto que parecía algo inamovible, también te lo cambian, te lo destrozan instalando una vía, una autopista, torretas eléctricas, molinos de viento, la capacidad del hombre para cambiar el paisaje y con el los recuerdos es aterradora".
La vida dentro de la literatura
Adicto a la lectura, que busca la vida dentro de la literatura de forma incansable hasta tal punto que, cuando no la encuentra, la quiere escribir él mismo ("quieres escribir lo que te gustaría que te contasen y en esas estamos, intentando unir el placer de tu adicción con tus gustos"), Gorostiaga reconoce que lee muchas novelas de escritores jóvenes y no tan jóvenes, "que se escriben en unos meses para un mercado y un público que apenas exige, pero que quiere aparentar, porque ser escritor o leer es algo que viste".  Sin embargo, a él lo que realmente le interesa es un tipo de público y de escritor más exigentes. "Esa adicción de la que hablo te obliga a escribir a diario, la temes porque sabes que no la puedes vencer ni engañar con sucedáneos".
"El nomadismo también es una forma de viajar, pero quizá no es la que yo mejor conozca y por eso es la que imagino de una forma más viva y a la vez menos real".
Con veinte años, publicó su primer poemario, 'El castillo de aire', del que se imprimieron cuatrocientos ejemplares en los ochenta y que recuperó para su blog, donde se puede leer. "Aquel libro, se gestó junto con el grupo de teatro Aa di Parpant con Ramiro Pinto y Yolanda Prieto, el edificio Pallarés, el barrio Húmedo, eran los años de la movida, toda aquella noche interminable de creatividad en la que León también estuvo inmersa, Los Cardiacos, Los Flechazos, Deicidas, los escritores Llamazares, Pereira, Colinas, Gamoneda, Ildefonso Rodríguez, formaron cada uno en su medida, una célula más de aquella explosión y en ese paisaje el estreno de 'Luna de lobos' en el Emperador. Ese es el marco y el vértigo en el que nace aquel poemario, no hubo presentación, nadie lo leyó, salió una pequeña reseña en 'Diario de León' y ahí quedó todo. Esa falta de continuidad en publicar, porque he seguido escribiendo, me ha descolgado de todos los demás, eso, e ir a trabajar a Barcelona. No obstante tipos como Alfonso Xen Rabanal todavía se acuerdan".
Además de poeta, Gorostiaga ha hecho sus pinitos en el teatro y en el cine, de los cuales dice que son amores pasajeros, lenguajes que a veces se mezclan, pero lo que necesita es escribir y dentro de la escritura –asegura– la novela es el centro de todas sus emociones. Por su parte, "la poesía es un instrumento para refrescar el cansancio o el vacío en el que a veces te lleva la novela y escribir sobre viajes es una variante algo más relajante que la novela, el viaje o la crónica son géneros que provocan otro tipo de satisfacción y todo en su conjunto es lo que terminan por definir a  un escritor".
Respecto al cine, estudió guión en el Centro de Estudios Cinematográficos de Catalunya (CECC), que es una escuela experimental alejada del cine comercial, y edición en el CEV, ambos ubicados en Barcelona. De aquella experiencia, aparte de conocer desde dentro todo el proceso, aprendió a tomar conciencia del esfuerzo adicional de formar equipo con un montón de gente y del material, muy caro, "en la que no cabe ninguna distracción, ninguna pérdida porque con una equivocación se viene abajo un proyecto, por eso cada vez que se termina el rodaje de una película o el montaje de una obra de teatro me parece un milagro. Mi estado de ansiedad me impide vivir tanto el cine como el teatro de forma tranquila y prefiero esa tranquilidad de poder ir al cine como espectador y disfrutar".
Recientemente ha colaborado con su texto, 'La carta de Diderot' en 'Nueva carta sobre el comercio de libros' (Playa de Ákaba, 2014), en el que han participado un total de veintiséis autores, incluido él mismo, y cuyo título hace referencia a 'Carta sobre el comercio de libros', una obra del filósofo Diderot, que no ha sido ni muy leído ni su obra muy conocida, salvo la 'Encyclopédie', según Gorostiaga. "La editorial eligió la 'Carta sobre el comercio de libros' porque trata de una preocupación y un problema que ya existía en la Francia del siglo XVIII con el negocio de los libreros, los autores, los pensadores y sus derechos, temas de actualidad por los estragos de la piratería y la absoluta falta de interés en solucionarlo por parte de los legisladores, algo que perjudica al autor y la industria editorial, muy propio de la picaresca española". Un libro que deberían leer todos los editores, libreros, escritores y devotos de los libros.  "En la actualidad, las producciones del espíritu dan tan magros rendimientos que, si rindieran aún menos, ¿quién desearía pensar?", denunciaba el autor de 'La Religiosa'.
"Los paisajes los aprendes desde niño, son parte de tu memoria y es lo que buscas el resto de tu vida"
Ahora, está a punto de entregar a su editora Noemí Trujillo, de Playa de Ákaba, el texto definitivo del poemario 'Tierra de invierno', un libro escrito en Barcelona hace veinte años. "En él ofrezco al lector mis paisajes, mis recuerdos y algunas soledades que son universales y que reconoce tanto el lector de poesía como el que no lo es. Saldrá en los primeros meses de 2015". Asimismo, reescribe una novela por cuarta vez y, mientras tanto, está terminando un libro de viajes cuyo eje central es Barcelona, su cinturón y sus ciudades más emblemáticas, las más mezcladas. Y, por si esto no fuera suficiente, está también con un libro de relatos que le hace disfrutar mucho. "Para todo esto no hay plazos de entrega", concluye.
Entrevista breve a Elías Gorostiaga
"Actúo como un viejo trapero, uno de estos chatarreros de hoy".
¿Qué libro no dejarías de leer o leerías por segunda vez?
'Alfanhuí', 'El jugador', 'Pedro Páramo'. Chéjov, Isaak Bábel.
Un personaje imprescindible en la literatura (o en la vida)
Sin duda Julio Llamazares y sus desoladores habitantes, Rafael Sánchez Ferlosio y las andanzas de Alfanhuí y Juan Goytisolo con su elegante precariedad estética.
Un autor o autora insoportable (o un libro insoportable)
Los escritores no me resultan insoportables, pero me parecen algo cargantes Savater, Pombo o Belén Gopegui.
Un rasgo que defina tu personalidad
La fidelidad a mis amigos y la comprensión con las circunstancias de cada uno, salvo la envidia, la envidia me parece lo más despreciable, además es la causa de desencadenantes emocionales desastrosos.
¿Qué cualidad prefieres en una persona?
La honestidad, la educación y, aunque valoro la sinceridad, la inteligencia del cinismo me hace gracia.
¿Qué opinión te merece la política actual? ¿Y la sociedad?
Portada de Nómadas
Portada de Nómadas
La política actual es hipócrita, asume los desastres de sus antecesores, para los que no hay castigo. La decisión del político no tiene responsabilidad alguna. Y la sociedad que sostiene esto es igual de hipócrita porque por un lado se indigna y por otro vuelve al establo. Yo, igual que los demás, tengo la sensación de vivir en un engaño permanente. Hay una continua malversación de fondos, una corrupción latente en cada estrato, desde las Eléctricas o el sistema bancario, hasta los Ayuntamientos y los particulares,  en cada proyecto de autopista, vía férrea, aeropuerto,  centro de arte moderno, auditorio de música, rotonda, hospital y evento, el gasto de dinero público no tiene control alguno, la sociedad ha sido tomada por gente sin escrúpulos que a su vez se venden como triunfadores y que se gastan tu dinero o directamente se lo quedan, de forma miserable, para acto seguido pedir más. Es algo horrendo que nos ha llevado a la crisis, que ha hundido a muchas familias, que obliga a emigrar de nuevo a los españoles y que nos mantendrá en esa crisis porque hay que devolver esa ingente cantidad de dinero mal empleada.
¿Qué es lo que más te divierte en esta vida?
Varias cosas, en fin de semana salir con la moto y hacer pequeños recorridos al amanecer, y a diario algunos momentos que me da la escritura, mi mujer y mis hijos, que a la vez también son un pequeño infierno; y desde luego cada vez que puedo viajar, viajo, intento reencontrarme con amigos, pero esto está supeditado a mi tiempo libre y al de mi familia.
¿Por qué escribes?
Para poner orden, tiendo a recoger todo lo que los demás tiran, actúo como un viejo trapero, uno de estos chatarreros de hoy. Me paso la vida recogiendo la basura de los demás, me la llevo a casa hasta que llega al techo y es entonces cuando empiezo a seleccionar, a ordenar, en ese punto comienzo a convertir todo ese material en literatura, eso es escribir y lo hago tanto de mi como de los demás, con un punto de emoción, sentimientos, frustraciones, miedos. De ese cuerpo son mis personajes.
¿Crees que las redes sociales, facebook o twitter, sirven para ejercitar tu estilo literario?
Sirven para perder el tiempo, entretenerse, cotillear, ver la aburrida vanidad de muchos autores que hacen de eso una engañosa vida literaria, también sirve para encontrarte con amigos de los que no sabías nada, con familiares a los que nunca ves, pero las redes comen mucho tiempo. Para afinar el estilo literario solo hace falta escribir y leer.
¿Cuáles son tus fuentes literarias a la hora de escribir?
Las fuentes son las de siempre, los clásicos de la novela picaresca y cortesana del siglo XVI y XVII, ahí está todo, de ahí viene todo.
¿Escribes o sigues algún blog con entusiasmo porque te parezca una herramienta literaria?
El blog: http://eliasgorostiaga.blogspot.com.es/ fue una forma de poner en la mesa de los lectores mis opiniones, mi cinismo, de interesarme por el panorama literario desde toda esa oferta que brinda vivir en Barcelona. Las crónicas del blog en muchos casos son inventadas y a la vez fieles en los detalles, siempre estoy pendiente de los detalles, en ellos está Dios. Nadie escribe de las presentaciones de libros, de esos actos que abundan en librerías, cafés, bibliotecas. Es un ejercicio que me sirve como herramienta de comparación y reflexión. De los blogs lo que más sigo son los que tratan de fotografía, motos, viajes, danza y algunas críticas que me interesan.
Una frase que resuma tu modo de entender el mundo.
Sal, aprende y cuéntalo de forma única e inimitable. Vete donde tengas que ir, solo, acompañado o como sea, no dejes nada para otro día, para otro momento. Cada día es una fotografía que no vuelve y en eso también entran mis hijos, crecen deprisa y ahora es a ellos a los que más atención presto, me regalan momentos irrepetibles. Todo lo que escribo también es para ellos. Espero que dentro de unos años encuentren esta entrevista y entiendan lo importante que es vivir, lo irrepetible que es la vida. En ese sentido 'Nómadas' es mi regalo para ellos.

jueves, 15 de mayo de 2014

CANDAYA


 Editorial Candaya
es la mejor editorial independiente que hay en España y el sábado diez de mayo celebraron diez años de vida, diez. La edad de las editoriales pequeñas es como la de los perros, para encontrar la equivalencia hay que multiplicar por siete y esa escala humana es la que sitúa al editor en su máximo esplendor, algo así. Lo que sigue a continuación no se escribe, se dice con voz del nodo: “mantienen una apuesta seria, firme y arriesgada” . Sus hombres son Tello, Galarza, Cheijfec, Roas, Serrano Larraz, Ruiz Sosa, Vitale, Fernández Mallo, esa es la apuesta y lo celebraron aquí, al lado de mi casa de L’Hospitalet, a escasos cien metros, en Salamandra 2 la que fuera durante años la gran sala de conciertos para bandas pequeñas de rock and roll. Hoy en los restos y en sus tripas Candaya cuenta su historia y la historia se sostiene bien en ese escenario. En el callejón de al lado los porteros han abofeteado a buenos y malos clientes…
“-¿dónde vas?
-a la fiesta
-a qué fiesta
-a la de Candaya
-Pasa”
…a buenos y malos chicos, se han escrito las historias de muchos yonkis cuando era su momento, de algunos rockeros, se ha fotografiado Manu Chao o Muchachito Bombo Infierno.
En facebook, firman como Olga y Paco Candaya, como si fueran un solo cuerpo o una sola sonrisa y a esta fiesta de escritores han invitado a Teresa Ordinas (viuda de Avelino Hernández), Teresa Espar y Rosana Alvarez (viuda y nieta de Pepe Barroeta), mujeres de escritores que como dice Laura Freixas es el oficio más triste del mundo, han invitado al mundo entero, pero algunos no han ido. Y ahí está casi toda la tribu, tristes, fatigados, gordos, junto a la barra, junto a los bocadillos y los vasos de vino, junto a la paradeta con sus libros, masticando palabras de poetas, removiendo la memoria, dando las gracias, contando anécdotas. Hay pocas chicas y casi todas son de institutos de Vilafranca del Penédes,  jóvenes aspirantes sin faja, la nueva cantera, las nuevas promesas, con sus vestiditos de chicas, sus poemas, su falta de tristeza, van en grupito al lavabo como todas las chicas y después aparecen y desaparecen, pero no son como las demás, en realidad son otra especie humana que crecerá y te leerá la vida en un suspiro. Paco y Olga ocupan escenario y todos se refieren a ellos como los causantes de esta plaga, “son muy hippies”, dice Carrión, al que acto seguido, o quizá fuera en la primera parte del segundo acto, cuando le veo atravesando la oscuridad entre la población de sillas para ofrecer un plato de cerezas a su mujer, sentada con el embarazo de siete meses en la última fila. “-Estoy muy concienciado”, me dice comentando su próxima paternidad. Cerca de la anterior imagen hace noche el mecenas Han Nefkens y su pareja, ahora vinculados con Candaya y antes con Alfabia. Y en todo ese blanco y negro de hace años, la magia la pone un niño rubio coloreado, el único niño, el hijo de Carlos Gámez  que mira como si fuera hijo de Daly o Picasso, de ambos, o de un titiritero húngaro, mira con cara de artista como si fuera a intuir una nueva época, el niño dice “papá tengo caca” y el mundo desaparece a nuestros pies. Carlos Vitale, también mira así, como un niño grande que no termina de comprender el mundo, por qué el mundo es tan grande y por qué sigue creciendo y hablándose tantos idiomas. Tiene dos libros en la paradeta, no me los recomienda porque es generoso “si quieres, -me dice- el mejor es el de Barroeta”. No quería comprar libros, no quería nada, ya estaba fuera de hora, no quería hablar con nadie, eran las once de la noche y me parecían las cinco de la mañana. Ví a José Luis Espina con la chaqueta blanca de Garci y un maletín colgado en bandolera, no le vi gravando con su cámara (como tantas veces) a todos esos escritores, iba de un lado a otro haciendo escrache con los saludos y sin encajar con nadie, cosas de los esnob, vi a Eduardo Ruiz Sosa beber cerveza, comer bocadillos y guardar una parte del cambio de cincuenta euros en los pantalones y la otra parte en una carterita de cuero, le vi con un sombrero Dekap demasiado pequeño para su cabeza y vi a otros autores, poetas, novelistas, con y sin sombrero, con y sin ojeras, con y sin melena, hablar y hablar, reir y reir, mientras el acto continuaba con su artrosis, vi a mucho sudamericano venido de fuera y también venidos de dentro, era una fiesta un poco rara, en la que había gente inmovilizada en sillas de tijera esperando un electroshock o algo, una revelación, una luz, algo de sal, una señal y la señal no llegaba o llegaba demasiado débil, tal y como eran las grabaciones de escritores débiles y ausentes de la fiesta, David Roas o el de Agustín Fernández Mallo gravado desde el imán de un acelerador de partículas, y toda esa sala oscura y extraña de la vieja Salamadra, poco acostumbrada al volumen de los libros, con la barra iluminada para atraer polillas, mientras en la Sala 1, a doscientos metros de la Sala 2, tocan Xosé Tétano,  Leli Loro y Rafael Filete es decir Los Ganglios, un grupo de mierda como lo eran Alaska y los Pegamoides que en sus años ganaron millones a espuertas y se cortaron la yugular para siempre y cortaron para siempre jamás el flujo de los huevos de oro a las bandas de los años futuros hasta hoy, culpables por impedir que Los Ganglios  ya no puedan conseguir voz, ni amigos en el cine ni en la televisión y poder pasar el trago en esta larga sequía. Pero estamos con los Candaya y su gloria. Me acerqué por detrás de la barra, para verles de cerca, estos tipos no conseguirán el volumen de Planeta, pero están a gusto con sus gatos, unos gatos a los que les sobra comida y ratones, cumplen a fielato como editores, tienen casa en el Penedés por donde circula todo quisqui y el hueco que ocupan no se lo disputa nadie, por autoridad, por la autoridad que da el criterio de sus títulos, de sus traducciones, de su huella que se ve en los estantes de todas las librerías. Si alguna editorial comenzara ahora su carrera, debería tratar de entender a esta curiosa pareja de Candayas, esta especie distinta formada por gente normal, que incluso se confunde con el resto de la gente, así, en L’Hospitalet y el viento de la Avenida del Carrilet o entre viñas del Penedés, donde yo también paso los fines de semana que puedo. Y durarán otros diez años más, mientras el azotado cuerpo de literatos aguante la tarta sin mancharse la comisura de los labios.  Sea.


martes, 8 de abril de 2014

ANATOMIA DE LA MEMORIA


Eduardo Ruiz Sosa
Editorial Candaya 2014

Ganador de la Primera Beca de Creación Literaria convocada por la Fundación Han Nefkens


Conocí a Han Nefkens en el Mandarín Oriental, por medio de la editorial Alfabia. Fue hace años, quizá tres años ya y en aquel acto en el que Nefkens presentaba su libro, abrieron el sobre con la noticia de esta beca, era primavera y todos estábamos vivos, aunque quizá era otoño, de lo que si tengo la más absoluta certeza es que manteníamos la memoria en un estado excelente. Hoy, en la librería La Memoria  (Plaza de la Vila de Gracia), se presentó al público de Barcelona, aquel proyecto hecho realidad. La novela de 573 páginas incluidas cuatro de dedicatorias con muchos nombres de gente que ha recorrido un aparte de este camino y de entre todos a mi se me ocurre el de María, esa mujer que sostuvo al escritor mientras luchaba contra el viento y la marea de este proyecto, recordándole cada mañana, como solo las mujeres saben, las promesas que una vez hizo y que debía cumplir y porque María sobre todo, es una persona espoleada por  un proyecto de futuro que se dibuja en esta frase: “para ti son todas las palabras y toda la vida”; esto parece un calentón pero viendo como van las cosas, yo (María) me lo tomaría muy en serio … y el índice.
Y las cosas son como son.
Como he dicho conocía el premio, la fundación, incluso al jurado, pero no al tipo. Se llama como ya he dicho al principio de este asiento Eduardo, nacido en Culiacán, México hace treinta años. Vive en Cerdanyola del Vallés desde los veintidós y en esos treinta años estudió Ingeniería Industrial, se doctoró en Historia de la Ciencia y ahora termina el último año del Doctorado en Filología Española, quizá esta novela sea ya en si misma el doctorado de un novelista o algo más. La base de la novela es la memoria sobre algunos hechos reales y otros imaginados, Gonzalo de Rojas (el alma), Tijuana, el desierto, el río, una isla (las metáforas), Antonio Gamoneda al que le robó el olvido y Robert Burton al que le robó la fisonomía del título. El patio de La Memoria es acristalado, en él se ilumina un limonero, ellos no lo ven, ellos solo ven al público y una buena parte del público es femenino, ellas son mexicanas, bellas, indígenas, Fridas de pelo negro y hermoso, de ojos oscuros y bocas dulces, el trópico de cáncer. Hoy, esta noche el trópico era también de Candaya un País en el que habitan Paco y Olga y toda la obra que albergan y un lector de confianza, fue el lector de confianza el que empezó a pelar el higo, espina a espina, a cada espina una emoción, Eduardo le miraba como si hablara de otra novela, de otro libro, perplejo, todos nos quedamos perplejos cuando el lector de confianza de los Candaya, dijo que solo lo había leído una vez, pero que todo estaba en las primeras veinte páginas, perplejos y así hasta que el higo quedó limpio, hablaron del demonio, de la violencia que recorre México, de esa bahía a la que tiraban desde helicópteros a los opositores políticos, los desaparecidos, del flautista de Hamelin, de los Enfermos y de los enfermos y esta frase de Burton: “Y podemos percibir con claridad una extraña educación de los espíritus, como cuando sangra la nariz del muerto ante el presencia de su asesino”.
Nadie de los que estábamos allí dejamos de mirar a Eduardo Ruiz, su pelo negro y sobre todos sus tatuajes, los del brazo izquierdo y esa insolencia de los treinta años que parecían sostener a un tipo de sesenta, pero sobre todo le miraba Matías Candeira, el siguiente becario de Nefkens, la comparación con la obra del gallego llegará como dice José María Micó como “un mar que abrasa bajo un sol que ahoga”. Suerte.