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domingo, 7 de diciembre de 2014

LA FAMILIA

Retrato de la familia de Juan Carlos I



            A Antonio López le conocimos en la intimidad de El sol del membrillo, mientras pintaba para Víctor Erice y el sol le marca la luz precisa que necesita en cada momento del día, a cada minuto, a cada hora, lentamente tal y como madura la fruta, el vino y los hombres. Como música de fondo, silencio y el tañer de las campanas de una iglesia.
Es en estos días, entre la pudrición de ellos, los hombres más honestos dentro de la cesta de las manzanas podridas, cuando el cuadro toma la forma definitiva que le unirá a los museos. Entre tufo de moho y humedad en el Madrid del siglo XVII, aparece, una vez rasgado el papel que la envuelve y que el pintor ha guardado con celo mientras gestaba cuadros lentos de la Gran Vía. Esperaba el momento, mientras esculpía (o amamantaba) caras de bebé a tamaño gigante y cuerpos humanos a escala real, tan real como el miedo. En todo ese tiempo de taller y calle, de entrevistas, películas, libros y palabras tranquilas, fabricaba el aire que respirará la familiar real para siempre, el tiempo, el gesto, los reflejos, las miradas, cada papila en esa lengua torpe de los borbones que te va envistiendo desde el hablar leporino de la Reina, la nasalidad gruesa del Rey, la poca gracia, la laca, la pata gorda de las infantas. Los encargos de esa naturaleza le daban de comer a Velázquez que conocía el secreto  guardado en las manitas de las infantas, en la sonrisa de las enanas, de los bufones, la sequedad de algunas expresiones reales, el frío de Madrid en invierno y el crujido de los pisos de madera así como el de los pasos en los suelos de piedra, el sueño de los perros. Velázquez como López carecían de ansiedad, no conocían la prisa. Ambos difuminan las partes, pero escrutan como nadie los lugares que a los demás nos resultan borrosos, el alma detrás de la sonrisa, el interior de la mirada, tan solo víscera para un cirujano, solo es víscera el dolor de la tristeza, la pena.
El cuadro de La familia, veinte años después, resulta inquietante como un zumbido de oídos, como el grifo de ducha del que solo cuelga un hilo de agua, un desagüe atascado. Casi la mitad del cuadro lo llenan dos figuras formadas por la madre y el hijo, el que hoy es el Rey Felipe VI y que durante esos veinte años fuera Príncipe de Asturias al que el pintor mantiene en  un plano adelantado, engrandecido y distanciado del resto, con la mirada serena y algo dulce. La misma serenidad o dulzura la vemos en la cara de doña Sofía, una máscara que el pintor quiere traducir así y que a los demás nos sirve porque la amargura muchas veces pasa por debajo del agua de los ríos, donde se esconden los cangrejos y los peces más viejos, entre las ovas y el barro. La otra mitad del cuadro lo entiende Antonio López como la Familia, formada por el entonces Rey Juan Carlos I y las dos Infantas de España. La más cercana al Rey, quizá la favorita, la débil, muestra un gesto heredado de su padre, ese gesto es la dificultad de formar parte de un reino obligado en un país prestado, una república, una patria magra, chula, mal criada, ruidosa, jornalera, hortera, paleta, llena de otras patrias que ya no quieren entenderse pero que duermen amancebadas en la misma cama. Ese es el gesto, el de haber bebido de un agua que no era para calmar la sed, era para pasar la gripe. La historia moderna de esta casa real, la conoce todo el mundo, incluso el pintor la debe conocer y el pintor, que es humilde, que quizá también sea republicano, que pinta en la calle con su caballete, escuchando las opiniones del que pasa por ahí, que pinta en el jardín de su casa, en el estudio, que respira por la herida igual que los demás, diferencia las bocas de las infantas, hasta tal punto que a una la seca el gesto y a la otra le da color, los ojos, la antigüedad de los vestidos, el minimalismo de la estancia donde los reflejos no son de una luz de primera hora, convierte magistralmente el aire en distancia. Este cuadro podrá verse en todos los libros de historia y formará parte de toda esa colección de cuadros reales del patrimonio de nuestros museos, esos por los que los pintores de cámara, Rubens, Velázquez, Martínez del Mazo, Zurbarán, Goya, nos enseñaron el momento, el gesto, la esencia, el alma de cada época, incluso el frío, el sabor y los olores.
La raza del cuadro de La familia, está en el genio de su carácter. Ninguno de los que lo habitan es libre de sus actos, intentan ocultar el corsé que les obliga bajo esos trajes holgados, quizá algo largos, algo pasados de moda, de estilo y en la memoria de esos veinte años fríos. No hay nada más, no hay indicios, vestigios, solo una lámina de tiempo casi invisible, esa por la que el pintor López no terminaba de entregar el encargo, porque tenía miedo que se borrara y con ella desapareciesen cada una de las figuras.
-Tenía que estar seguro -piensa el pintor- tenía que estar seguro. 
Mientras, escucha el adagio compuesto para las campanas de una iglesia cercana. En invierno, los membrillos, los limoneros, siguen madurando bajo la atenta mirada de un cuadro.  




Antonio López

sábado, 15 de noviembre de 2014

AVELINO FIERRO

Una habitación en Europa
Eolas ediciones. 2014

Avelino Fierro. © Fotografía: José Ramón Vega.
Fotografía: Jose Ramón Vega
A  MAR

Este hombre ha escrito un libro lleno de gestos y poesía. Ha tocado muy suavemente la yema con los dedos y dado noticia al atardecer, por la noche, al amanecer, desde la ventana de su trabajo, junto al viento, entre la niebla, en el otoño de los estorninos cuando ya las hojas de los árboles han caído. Da fe. Se convierte así en juez (como en su día fuera Pla) aunque juzga con una naturaleza muy distinta a la de los jueces y fiscales, que por profesión conoce, la que se sirve desde el lado discreto de las sombras,  observador de poetas grandes, medianos y acompañantes, de escritores, fotógrafos, leyendas, libros, amigos, desde miles de lecturas bien digeridas (lo que le ha provocado síndrome de Crohn), de las que llegado el momento tomar una cita apropiada para refrescar la lengua o el paladar.
EL TITULO
Ha llenado este diario que transcurre en las ruinas de años de crisis, 2010 - 2012, con retratos de la naturaleza humana y sus vanidades y todo lo bautiza como “Una habitación en Europa”.
LA CITA
“Ave, acaba de mandar un correo Cecilia. Dice que no localiza a Konrad y que lo de conseguir alojamiento para Javi en Múnich va a ser complicado.”

Nos hace partícipes de esa conversación familiar, “conseguir alojamiento para Javi en Múnich va a ser complicado”. Resuelve así el autor dos conexiones importantes para con el lector:  por un lado resulta amigable que un tipo al que no conocemos del que no hemos leído nada, se nos meta en tres líneas en nuestra vida, dejándonos con la duda de si el pobre chaval habrá encontrado ya ese alojamiento en Múnich y por otro lado de una sentada se quita el peso de con qué cita abrir el libro, algo que no deja de ser un dilema y a la vez una conversación entre  literatos, resumir con una frase toda una vida de lector.
De esa forma y como que no quiere la cosa, nos va abriendo sus puertas y las puertas de su biblioteca en donde nos gusta husmear, Yorcenar, Durrell, Harold Bloom, Samuel Johnson, Camba, Nietzsche, autores re-citados por infinidad de escritores y empezar así el homenaje de sus lecturas que le va a llevar desde la primera hasta la última gota.
NOS GUSTA HUSMEAR
 y ese es el secreto de los dietarios, que de alguna manera paramos nuestra vida. Durante esa hora diaria de gimnasia lectora, alguien nos cuenta su opinión sobre la naturaleza de las cosas. Por eso leemos las columnas de los periódicos para saber lo que piensa Félix de Azúa, Manuel Vicent, Sánchez Ferlosio, cualquier cosa que despeje nuestros temores, miedos, ilusiones, deseos, enfermedades, dolores, placeres. Avelino Fierro se mete en ese terreno, se desnuda para enseñarnos su piel y no desaprovecha la ocasión para admirar la belleza de las enfermeras que le atienden en su deambular hospitalario, porque otra cosa no, pero este escritor es un amante de la belleza, de la juventud, de las mujeres a las que se rinde desde su laboratorio, la rubia con la que coincide caminando, la chica mod del avión que lee a Sontag, chicas adolescentes para las que es invisible y un sinfín de madres jóvenes con las que se encuentra a la salida de los colegios.
LA FOTO
de Fierro es la de un tipo vulgar, anodino, con una barba perezosa, uno de tantos. Sin embargo debajo de esa piel hay un terciopelo suave que te gana, que te invita a leer, que te anima, que conoce y disfruta,  un viajero tranquilo aunque ¿falsamente modesto?. Si: “mis viajes son tan modestísimos, tan gallináceos, que ruboriza un poco contar las escapadas por las cercanías del corral” . Esas cercanías del corral La mata de la Bérbula, Espinareda de Vega, Santa Marta de Tormes, están llenos de literatura, escritores, fotógrafos, lo que no le impide haber viajado a Bogotá, Madrid, Barcelona, Valencia, Verona, París de donde siempre trae ese poso que alimenta otras imaginaciones provincianas.
 Y pasan los días y se van colando los amigos, Antonio Manilla, Cecila Orueta, Julio Llamazares, Getino, Navia, Gus Berrueta,  conocidos como el pintor José de León, Ildefonso Rodríguez, Andrés Trapiello y otros a los que nombra con iniciales o a los que no nombra “poeta local sin cobertura”, pero describe.
LOS LUGARES,
el bar de Chisco, El Cuervo, el bar de ambiente de Yolanda,  Black Dog, Mongogo, los puentes, las avenidas, el frío y las gabardinas de León.
En todo caso en este libro, hay muchas frases, tantas como bares, muchas citas para no querer empezar con ninguna, y si algo resume una parte del todo, es la de Félix de Azúa: “hemos pintado grandes telas abstractas, hemos escuchado música hemos leído poemas, hemos viajado a la Jerusalén celeste, hemos visto el color de la orina de los condenados a muerte…”
Algo así, mucho más y mucho más que se ha olvidado Avelino en las chaquetas, los paseos y los bares, en las tertulias de la montaña, en esas en las que se habla de maquis, de pueblos abandonados y que tendrá que escribir en una segunda parte. Ese es el tiempo, “el régimen había echado sobre el español medio un caparazón de ignorancia, de plomo y de incienso”, un tiempo que parece que vuelve a ser aquel. Este libro que tan acertadamente edita Héctor Eolas ha sido un descanso, un descubrimiento y un placer, de entre todos los libros que tengo sobre la mesa. Espero poder conocer a su autor, cuando en los próximos meses me acerque a León a presentaros mis viejos poemas en un libro con prólogo del errático Luis Artigue. Hasta entonces, un abrazo para todos esos poetas azacanados de León, no todos van a ser compadres, cabrones, cabuleros, capes, casquilleros, cepilletas, chusmetas, cizañeros, cometas o cuerudos, ¿no?.



viernes, 10 de octubre de 2014

CREO EN LA NOCHE



Barcelona. Librería  +Bernat. Jueves, 9 de octubre de 2014.
Enrique Clarós
Editorial Playa de Ákaba



El la línea azul viaja una chica que ocupa parte del asiento contiguo. Se hace fotos con el móvil. Al lado se sienta un airon man. El tipo viene chapeado de cicatrices en las rodillas, quemaduras en los tobillos, rozaduras viejas en los dedos, los juanetes. Se sienta sobre el vestido de la chica y en el acto una lucha de manos y vestidos se desata y aparta a la chica de su móvil. No se miran. El con la barba larga y recortada, una densa barba pelirrubia y el peinado de Sergio Ramos, perfecto para una noche de un jueves, airon man. Me cambio de sitio sin salir del vagón. Desde la nueva perspectiva tengo la imagen del teléfono de la chica. Ha fotografiado sus labios, unos labios bien hidratados, de unos veintipocos años. Juega con ellos en la pantalla, los envía a alguna dirección, vuelve a jugar con ellos. No lo soporto.

-¿Cuándo fue la última vez que estuviste con una gran mujer, necio?

El trasbordo a la línea azul es largo, fatigoso el pasadizo por la humedad, la ropa se pega, la humedad se mastica, igual que en Vietnam, Camboya, el pasadizo. La línea azul está tranquila, un par de jóvenes se besan, ella viste un ajustado pantalón blanco. Son jóvenes y olvidan. Nada más.

No sé dónde queda +Bernat, quería salir a la Avenida de Sarriá y aparezco en Josep Tarradellas. He dado unas cuantas vueltas, si, estoy sudando, si, las calles están mal iluminadas. Cansado y pegajoso llego, por fin llego y allí está recibiéndome Oscar Solana, detrás espera Enrique Clarós. Sonríe.

Hoy es el día que E.C., tanto ha deseado desde antes del verano, incluso antes, del verano del año pasado. El día que tanto ha temido durante las últimas semanas y por eso le acompañan todos sus amigos poetas, los miembros más destacados del Laberinto de Ariadna y entre ellos Felipe Sérvulo, sus dos hijos ,Alma y Enric, bellos, su mujer, extrañada, su cámara de fotos, su trípode y junto a él en la mesa +Bernat,  Rosmarí Torrens y Alfonso Levi. Pero el micrófono lo tomó Lady Mcbeth desde su silla de ruedas. Con él y su voz sobria, abrió el laberinto para que los poetas buscaran la luz y la oscuridad. Los ratones salieron disparados hacia el cebo, únicamente guiados por su olfato.




Comenzó esa Gran Mujer que es Rosmarí, desgranó versos sonámbulos y los comentó, avanzó hacia la oscuridad y a medida que avanzaba la Librera retrocedía hacia las sombras y Enrique sufría estrés de laboratorio. En estas presentaciones uno termina penetrando en la mente del asesino, mientras sonríe a la pequeña cría de lo que va a ser, de lo que será. Rosmarí, cambió los pañales al bebé, le untó las ingles, lo vistió de nuevo y el niño, después de unos pucheritos, volvió a sonreír, Enrique también. Pero todo el público esperaba a Alfonso y Alfonso comenzó por el principio y en el principio las citas: T.S. Eliot y Joan Vinyoli y de este último, cuya poesía yo también leo, cita: “A medida que envejecemos vuelven las cosas primeras”. En este punto se podía haber terminado la presentación, porque este pensamiento es el principio y el final de todas las cosas, pero el público, cuando lo forman cuadrillas de poetas, es un público, firme, tenso y cilíndrico, es decir resistente a la tensión y a la torsión. La presentación continuó una hora más y pude disfrutar de nuevo de ese aire con el que envuelve las palabras, los gestos A. Levi,  y se detuvo en la frase con la que Enrique nos presenta a su familia allí presentes “A Candela, Alma y Enric” –dijo Levi- sin los cuales –dijo Levi muy despacio- ni este libro ni yo –dijo Levi deteniéndose y escuchando el silencio de los labios de todos los presentes- seríamos– y escribe seríamos y no cualquier otra forma verbal –dijo Levi y volvió a repetir tomándole el pulso al cadáver de Vinyoli- “se-ríi﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽﷽yoli al cadjo lencio de los labios de todos los presentes- sercon la que Enrique nos presenta a su familia all amigos,íííí-a-moss”. En ese momento la nave navegó,  los ratones se detuvieron en el laberinto y empezaron a escuchar la obertura de Tannhäuser de Wagner. Y leyó:
“Conservo los recuerdos/que has perdido/para siempre,/fragmentos de olvidos/que retengo/sin que lo sepas./”
Y acertó Alfonso Levy: “la memoria es tal vez más importante que la vida, la memoria como algo presente, ilumina lo que vivimos hace veinte años”. Siguió leyendo las líneas que Rilke había escrito para Enrique Clarós con el que fue empatando una y otra vez “el lado que no nos está iluminado”. Y en eso consiste este libro de Clarós desde su portada inquietante, en la que el peregrino con el cuerpo dentro de la noche, saca la cabeza a la zona de luz. Luz y oscuridad, memoria y en el medio, todos los que buscamos algún camino, Borges, Bowles, Blake Butler, Muir, Cecil Day Lewis, Leopoldo Panero, Pessoa, Valente, Wittgenstein, Max Blecher, Canetti, J.A. Goytisolo, Bolaño.
En su turno, confesó E. C., que de niño mientras los demás jugaban al futbol, el jugaba a fabricar nitroglicerina y pólvora.
-Yo le pasaba a máquina lo que mi padre escribía.
Cuando miras a Clarós, ves que todavía mantiene esa mirada de niño y eso es lo que desde el primer día más me ha desconcertado, su curiosidad,  esa continua expresión de curiosidad que sigue manteniendo, no en la foto de la solapa, solamente cuando sonríe en la distancia corta.
El resto fue un festín de palabras, principios, repetición de todas las formas de la memoria y mientras esto sucedía Rosmaría y Alfonso se iban oscureciendo, quizá transparentando, como hacen los buenos amigos y la luz solo iluminaba la esfera y el eco de lo que término siendo una sola voz, la del poeta Enrique Clarós.
-El cava espera –dijo la librera desde sus aposentos-
-No, voy a leer dos poemas más –se quejó el poeta- solo he leído ocho y son sesenta y nueve.
-Bueno, anda, sigue.
No hubo preguntas pero el cava se preparaba junto a la barra de la entrada y allí me di cuenta de que Rosmarí Torrens es una gran mujer a quién tengo que leer, igual que a Alfonso Levi.  



domingo, 28 de septiembre de 2014

Descortesía del suicida

                                           Carlos Vitale (a la derecha de la foto)



A diferencia de mi amigo David Yeste (que escribe en un bar), empiezo y termino de escribir en Olivella, donde también prefiero terminar de leer los libros que empiezo. Así ha sucedido este fin de semana.  El libro es “Descortesía del suicida” y su autor Carlos Vitale. A las once de la mañana comenzó a llover y son las siete de la tarde y sigue lloviendo. Empezó suave, una lluvia suave, deliciosa y poco después llovía con ganas, el agua formó una catarata delante de mi, sentado en el garaje en el que estoy (lejos de la casa) y que será donde instale en el futuro mi biblioteca. La lluvia en ese instante me pareció el mejor remedio para olvidar todos estos meses de polvo y calor, lo mejor para limpiar de presentaciones y actos literarios la vida de un poeta, todo a morir en la riera y de ahí al mar, una limpieza que me deja impecable y preparado para este otoño de novedades.
-¿La niñez lo devora todo? –pregunté al poeta-
-Claro Elías, lo sabes perfectamente.
Este libro lo ha escrito Carlos Vitale, durante más de veinte años, creciendo a base de apuntar genialidades.
-¿Estas contento con el resultado?
-No, casi no es un libro, es una vanidad.
Son frases, no hay historia, no hay poesía, pero estamos todos ahí.  La forma de leerlo es empezar en el prólogo escrito por José María Merino, un buen escritor leonés. Después te lanzas a tumba abierta, frase a frase, página en blanco tras página en blanco y cuando llevas treinta empiezas a leer desde atrás, desde la última página y de repente ya te has enjuagado otras veinte. La suerte de la edición, con sus buenas solapas, es que sirven para poner la marca de por donde vas y cuando terminas el bloque que queda en medio, otras treinta páginas, vuelves al principio y como si de una cabeza hueca, sin memoria, te sorprendes repitiendo lectura en frases como “El moscardón perturba mi mente vacía”, o “Magnánimo, he indultado a un insecto: que tome nota quién corresponda”. La genialidad de ese fraseo es que llena por completo tu mente. En la hoja en blanco, no cabe más ni menos. Que ningún poeta joven lo intente, que no lo intente un jubilado mientras rellena crucigramas. Escribir así, sin resultar pedante, lleva tiempo, lleva la vida, ese tiempo en el que paseas, piensas, ves una puesta de sol, trabajas, todo ese tiempo en el que puedes dejar la mente en blanco para no explotar. Ese es el método de este libro, junto con algo de tristeza.
La foto del autor es de 2004 y el libro  se edita en 2008. Esto lo comento porque la foto en blanco y negro es tan actual que podría ser del otro día en la presentación de los poemas de Vinyoli “La mano del fuego”. Han pasado diez años y el Carlos de ahora es igual que el de esa foto en blanco y negro, algo gastada de 2004, quizá con la mirada más triste, a pesar de la sonrisa, más fatigada y eso no es la edad, es la vida, igual que este libro es la vida y a la vez un ejercicio mental. Según salgas de él sabrás cómo estás y esa prueba suicida no es para todos.
Carlos Vitale, nace del humor en el Buenos Aires de 1953. Solo se le nota que es argentino cuando habla catalán, pero eso de los acentos es un juego para un tipo que ha estudiado Filología hispánica e italiana, habla y traduce italiano, francés y catalán y es poeta. Por eso el acento es un juguete, igual que las patillas, la barba o el bigote lo son en la cara de un actor. Este libro es algo fuera de lo común en el panorama literario español, por ese acento de humor cínico y negro que dice: “¿Cómo es posible que todos los años hayan sido el peor año de mi vida?, o “Por algo será que el espejo me devuelve la imagen”. Frases que son anécdotas, que ya nadie cuenta por ningún sitio: “Antes de zambullirse en el mar, el cojo guardaba todas sus pertenencias en el fondo de su pierna ortopédica”.  Ser argentino en España, no resultar pedante, que no sobre ni falte una sola coma, una sola palabra convierte este pequeño librito en una fábula contra la impostura de muchos escritores que se hinchan el pecho y te cargan la cabeza de razones, que muchas veces no son las tuyas.
-¿En qué momento de la vida estas?
-En el peor –dice el poeta- si me lo preguntas dentro de diez años te contestaré lo mismo, igual que si me lo hubieras preguntado hace diez.
-¿Qué te parecen las mujeres?
-Me gusta verlas, me gusta seguirlas mientras se alejan. Son un regalo casi todas.
Por eso Carlos escribe: “¿Dónde se ocultan en invierno las mujeres de la primavera?.
Amigos, hoy sigue lloviendo. Si crees en algún camino acércate a este de Carlos Vitale, desde donde se observa la vida o un hilo de vida

“Yendo y viniendo por la acera, el loco gesticulaba al vacío. Los paseantes desconfiaban: el loco señalaba caminos imposibles.”



Descortesía del suicida
Carlos Vitale
Editorial Candaya
1ª edición Junio de 2008

Imagen de la cubierta: Venecia, de Federico Vegas

lunes, 15 de septiembre de 2014

La residencia
















-No es mía, si fuera mía haría una residencia de escritores.

                        ( Facebook. Comentario del escritor Oscar Solana)


Handke vio los planos de la demolición. Le pareció bien. Una estructura simple de vigas de hierro y madera, con cimentación arriostrada y hormigón. Nacía por el este con un tejado a dos aguas, entraría el sol desde el amanecer, tendrían suficiente luz para leer, incluso antes de que anocheciera.
-Podrán leer hasta poco antes de ir a dormir –dijo Handke-
-Con luz natural –contestó el Vientre y el Arquitecto-.

El día que el arquitecto de la demolición entregó las llaves, Matías ya corría por el jardín.
-Cuidado Matías, vas descalzo.
Matías, con seis años, era el primero de los internos. Estaba pensado para que residieran escritores de todas las edades. España seguía siendo un país con muchos libros y pocos lectores. Nadie se explicaba como los editores podían seguir perdiendo dinero, pero para lo que no había explicación era para entender cómo se las arreglaban los escritores.
-Ven Matías –dijo el Agente Literario- es la hora de comer.
A diferencia de los que vendrían después, Matías era una firme promesa. Toda su carrera había sido planificada con sumo detalle. No iba a ser un chico especialmente atractivo pero era avispado, de naturaleza simpática. Tendría que aprenderlo todo. Hicieron pruebas de peinado, vestidos apropiados e inapropiados, presentaciones, cócteles, ensayaron breves discursos delante de escritores viejos y Matías resultaba más que aceptable. En dos años tendría publicado un par de libros de relatos, con los que se daría a conocer, antes de los catorce años ya habría escrito una novela corta con la que recorrería todas las librerías importantes de las ciudades más pobladas y al cumplir los dieciocho años, ganaría el premio Nadal, que mantenía su estatus gracias a que su dotación permanecía congelada desde la entrada en vigor de la nueva moneda. Un par de años más tarde ganaría el Planeta y todos los demás premios de la familia Lara. A los veintiséis años ya sería un autor internacional con contratos de edición en Alemania, Bélgica, Reino Unido, Portugal, su trabajo consistiría en acudir a los actos de envergadura de las Embajadas, Centros Culturales de Primer Orden, Universidades. También le habían asignado a uno de los escritores viejos, la redacción de los demás libros que irían publicando periódicamente. Matías a partir de los veintiséis años no volvería a escribir una sola palabra, una sola letra. Pasaría a formar parte del Patronato de la Fundación de la Residencia y su nombre esculpido en piedra, justo en una de las paredes del hall. Una parte de sus ingresos estarían destinados al mantenimiento de ese ejército invisible en el que se habían convertido escritores que nunca consiguieron enamorar a una mujer, que sustanciaron sus promesas en agua de borraja y que ahora seguían manteniendo pequeñas disputas, algunos viejos rencores surgidos de malos entendidos.

Peter Handke no sabía quién era aquel niño. Se sentó en el porche de la entrada con una taza de café. Todavía podía tomar café y beber vino. El mismo se había reservado una habitación con vistas a los acantilados.
-Este será un lugar perfecto para vivir –pensó y continuó meditando en silencio, mientras Matías seguía corriendo descalzo entre los arbustos-

Handke, pensó que en España no había escritores de la talla de Thomas Man, que los escritores de aquí tenían muy mala leche. Que lo más parecido podían ser Los Goytisolo o los Panero, pero apartados de la vida por la propia vida entre la ciudad imperial de Marrakech o el manicomio de Mondragón, ya eran otros, los enfermos que escribían por ellos. Se lamentó, no mucho, por la escritura fácil de los demás, lo que les convertía en un blanco permanente para cualquier tipo de francotirador, imitador, aprendiz.
-Los escritores españoles son flojos y además todos son grandilocuentes, pagados de si mismos, igual que aquella nobleza del Siglo de Oro, tan pendientes de las apariencias.
Cuando llegó la inauguración, todas las habitaciones ya estaban asignadas. Invitaron a los editores independientes y a las grandes corporaciones. Todos ellos formaron un solo cuerpo alrededor de la mensa con canapés y tortillas de patata. Los editores y agentes literarios, seguían manteniendo un buen apetito y no les importaba desparramarse trocitos de huevo entre las barbas, los escritores les miraban con recelo, a veces con temor, a veces con irritación, pero se acercaban intentando meter la manita en la mesa de los pinchos que defendían estos en bloque. Los editores conocían las artimañas de aquellos viejos escritores que seguían mandándoles manuscritos, incluso haciendo pasar por suyos los de escritores como Fitzgerald, Dos Passos o Hemingway.
-Esta es una gran labor social –dijo Lara- aquí estarán mejor que vagando por ahí.

La Fundación había recibido más de diez mil solicitudes, de las que nueve mil eran de falsos escritores que se habían auto editado en el boom de la era Amazón y e-book. De los mil restantes, tres cuartas partes eran poetas que fueron capaces de ilusionar con sus palabras a alguna mujer, mantenidos a duras penas a cambio de recibir no pocas veces un trato humillante por sus parejas por sus hijos ilegítimos surgidos de algún nido de escorpiones, pero con una aparente armonía a la hora de sentarse a la mesa y comer sopa. Del resto, de esos doscientos cincuenta restantes, la elección había sido dolorosa. Muchos ocultaron su condición de jubilados de la enseñanza, pensionistas que en su etapa activa disfrutaron de una doble vida, alternando las clases y las hipotecas, con algo parecido a la vida de un escritor romántico.
-Somos escrupulosos –dijo el presidente de la Fundación- no aceptamos ex alumnos.
En la pugna final, se llegó a la cifra de cincuenta de los cuales veinte tenían menos de dieciocho años y el resto más de setenta. Esas eran las cifras que la señora Ministra fue contando en su discurso de inauguración. Al acto no faltaron otras señoras acostumbradas a obras de caridad, pequeñas donaciones, subastas, mercadillos de navidad.
-Migajillas para los pajaritos, -decían las viejas en el jardín, mientras las palomas acudían aleteando, unas cojas, otras medio ciegas, a picotear su ración-
Todos los pájaros repitieron sus frases:
-Estamos muy orgullosos
-Y muy agradecidos
Y Matías junto con diecinueve más, vestidos como la selección nacional de futbol sala, incluso con un escudo en el bolsillo de la americana de la selección infantil de atletismo, en el que nadie reparó, montaron la foto.
-De aquí saldrán futuras promesas –dijo La Ministra- es nuestra inversión en cultura, la más ambiciosa –se escucharon algunas tose-risa-.
Fuera de la casa, más allá de las alambradas, junto a la carretera, empezaban a manifestarse escultores, pintores, agrupaciones de bandas de música, viejos roqueros asmáticos con camisetas negras y restos de alopecia en la melena. Querían también su casa.
-Queremos nuestro hogar, ministra –gritó un seguidor de Barón Rojo- con maquina de tabaco gratis.
-Si, queremos fumar –cof-cof-cof tosía-.
Los escritores viejos habían perdido la poca solidaridad que les quedaba, se habían vuelto egoístas, a duras penas intentaban disimular algo de la poca humanidad que les quedaba. Ya solo reunían fuerzas para comer y dormir y que vinieran las gordas de los servicios sociales a leerles cuentos por las tardes, mientras dormitaban en los sillones.
-Ya están ahí esos miserables –dijo uno de aquellos jubilados- yo no quiero compartir habitación con un pintamonas o con un rockero sordo.

 En cuanto se puso a llover los pintores, los roqueros y lo demás dejaron de manifestarse y volvieron a su barrio, a su bar, a su chabola, un poco hartos y algo más cansados.
-No han venido los fotógrafos –dijo uno, en un momento de lucidez-
-Déjales, esos no son artistas.

A las siete de la tarde ya no quedaba nadie en la Residencia. En la biblioteca, uno de los viejos hacía como que leía, pero en realidad miraba a Matías, que en ese momento terminaba de escribir su nombre en un cuaderno de instrucción.
-Muy bien querido –sonrió su Agente- ahora el apellido.
El viejo no pudo por menos que odiar aquello y pensar en el largo y frío camino que había recorrido, hasta llegar allí. Intentó recordar cual fue el momento en el que quiso ser escritor y por qué razón, pero parecía que todo se hubiera perdido, nada le venía de aquella memoria antigua.
Peter Handke, siguió pensando, incluso mucho después de que hubiera anochecido y de que los hombros se le hubieran quedado fríos. Hasta quedarse frito.