Vistas de página en total

sábado, 14 de noviembre de 2015

MATIAS CANDEIRA: FIEBRE

                                                         Matías Candeira y David Aliaga (Librerío de la Plata)


Llegó el día. Matías Candeira se despinzó los pelos de la nariz y se maquilló. Ya se había arreglado la barba para presentarse a los lectores más exigentes de Cataluña, el lugar elegido era un reducto en el Condado Candaya, al lado mismo de Vilafranca, poblachón medieval lleno de iglesias, rodeado de las mejores bodegas de Cataluña, viñas con rosales, sin río, entre pinares, que funciona como corazón de la comarca, el Penedés. Estos días los jefes de La Tribu, le han estado preparando, cebando, junto al afinador de leyendas David Monteagudo y Candeira que se deja hacer, aunque solo superficialmente, atiende cada requerimiento y a veces, para no perder detalle, incluso se calza sus nuevas gafas, bien graduadas. Así a pecho descubierto le ha tomado el pulso a Sergio del Molino al que todo escritor que se precie le quiere tener a su lado cuando toca Zaragoza, David Aliaga, Anna Pazos para El Pais, Antonio Iturbe, Sergi Doria de ABC, Matías Néspolo de El Mundo, Antón Castro El Heraldo, Xavi Ayen, la prensa de Barcelona, a todos les fue tomando el pulso. Terminado ese largo día de presentaciones Matías se sujeta la cabeza con el brazo izquierdo arremangado y con la mano derecha intenta arañarse la cara sin conseguirlo, sin llegar a tocarse.    

La escritura de este chico de Madrid con madera gallega, consiste en los detalles. Los detalles son esas cosas que pasan a tu lado sin enterarte, que alguien tiene que contar, ese es el trabajo de los escritores, seres deplorables, empobrecidos, putos maniáticos, engreídos, endiosados como perros rabiosos, la chusma intelectual que cada país va apartando como puede, en España con leyes que se dictan desde la misma cuna para llevar niños obedientes de las fábricas a los bares, en el resto de Europa esperando a que las mentes más brillantes envejezcan y mueran a sabiendas de que no hay repuestos. Pero estaba con los detalles, ese gesto, una torsión, un reflejo, un movimiento, llaman la atención del escritor, construyen ese mundo paralelo en el que vive y nada Candeira y su obra. Esa actitud produce dolor. Para su madre, Mati es un extraterrestre, para su padre es carne de su carne a la que ya no reconoce. Abrigado por extraños recuerdos Mati le devuelve al padre lo que es suyo, memoria, pero no cualquier memoria, memoria colada. Para ese engrudo el autor somete a Caníbal, su personaje, al Taller de Aprendizaje Paranormal Aníbal Lecter. A su madre la mira con amor, más que nada por el pulpo a feira de la cena.

–Aníbal Lecter amaba a los corderos –dice Caníbal–
–Hijo, hijo, qué afán en escribiré y escribiré –dice ella– las cosas son com son y ya está. ¡Ay dios mío!.

Aníbal Lecter es un personaje sin fiebre. En cada actuación se le nota, su temperatura no son 36,5º.

–La temperatura de Aníbal Lecter a veces es de 32º y a veces 39,5º ­–dice la doctora del hospital psiquiátrico de San Boi– en ninguno de los dos casos presenta síntomas.

Hace unas horas, en la Casa del Libro de la Rambla de Cataluña, Fernando Clemot bailaba al lado de los cisnes. Todo eso que se conoce como el mundillo literario, salvo los que atienden a sus propios libros, dispersos, invitados por programas zombis de ordenador, por correos, de forma vírica, con curiosidad, con deseo. Y allí estaba la Pompeu i Fabra con su puta, los Talleres Creativos de la ciudad con media docena más, los bloguers, los periodistas sin periódico, los jóvenes poetas que no han perdido la cola de renacuajo, las ranas más jóvenes de la ciénaga esperando su beca, algunas viejas rémoras que no dejan de morder parásitos ajenos, jubilados sin perro, proxenetas chupándose el sobaco y los amigos, un año de amigos. Matías Candeira no presentaba síntomas de haber bebido Martini, de haber fumado, de venir esnifado, de haber mordisqueado la cal de alguna pared, su pulso era el mismo que el de las esculturas del Parlament después de prorrogar los presupuestos generales de la comunidad de Andorra y algo más, no dejó de amarse ni un solo instante. A su lado el doctor Hans, frágil, metódico, frágil amante de la belleza, rodeado de música, una música frágil que solo él escucha como de Johann Johannson, frío generoso, frío precavido, un hombre de una pieza en un puzle formado por hombres de cartón piedra que antes brillaron. Los dos Candaya, empezaron disfrutando a pie de calle, como en cada presentación, como un predicador en un altar junto a una cruz que arde en el medio del desierto, bajo una carpa de sol donde alguien ha cometido un crimen de sangre, desean ser perdonados y a la vez desean que encuentren pronto el cadáver que está enterrado debajo de las estanterías.

–Dios os quiere –dice Olga– dios os quiere y yo os bendigo en el nombre del padre.
–Alabado sea el señor –contestó Paco– hoy fumaré menos.

Y todos los literatos con y sin crecepélo, frente a ese espejo alacrán, alaban al altísimo y piden su deseo de ser cuerpo y alma a la vez, de ser policía de fronteras, de ser fontaneros en Marbella, alunicero en el Paseo de Gracia, alucinar, alucinar, alucinar alguna vez y ser perdonado ortotipográficamente.

Coro:
–Sankta, sankta, sankta estas la sinjoro, dio de la universo
–Estas viando, ni deziras rapidan manĝaĵon kaj por ĉiam sinjoro, ili amas.

Y al acto comenzó.

Hans bendijo a las criaturas terrenales, bendijo su obra que trae del mundo y va hacia el mundo, alabó la soledad del escritor que no llega a final de mes, ni al final de la semana, a veces no llega al final del día y para eso dijo que había fundado su beca, con la que bendice los bolsillos de los escritores jóvenes, de los arquitectos jóvenes asiáticos, de los jóvenes talentos que sobreviven despiojando colillas de junto a los árboles en las ciudades como Barcelona o Hong Kong. Ahí llegó Hans, como un profeta del Viejo Testamento. Clemot tomó el micro y empezó a comerse el rabo.
–Hasta el toro, todo es rabo –dijo implacable–
Siguió a la faena un rato, entró en calor despiezando los no lugares de la novela, de su personaje Caníbal, de su relación con la literatura y con la literatura de los demás, con la no literatura, ese rato que aprovechó Matías para distraerse mientras las chicas más monas de la ciudad, llegaban tarde y hacían sentir sus tacones en el caro entarimado del salón. Matías miraba de reojo cada detalle y sonreía de sesenta en sesenta y cuando su sonrisa me acarició a mi, junto con los otros cincuenta y nueve sonreímos cómplices pero sin saber de qué éramos cómplices. Fernado mientras tanto clemoteaba por aquí y por allá, con tono de buen rollo aunque algo cansado y a las chicas, se les dibujaba una raya en el pelo, un mohín de deseo en la cintura.
-¡Auu! –gritó una–
-¡Auuu! –aulló otra desde el lateral acristalado- give me but, loco.

Matías cogió el micrófono por los pelos, lo retorció. Recordé que un crítico literario que conoce bien la obra del escritor, hace unos días me había dicho, “Matías no tiene las conexiones neuronales que tenemos tu y yo”. Cumpliendo su destino, Matías empezó a meterse en jardines, en uno, en otro, en otro, empezó a cortar por aquí y por allá, habló de duelo negro, el mismo duelo negro del que había hablado antes Fernando, habló de una amiga que le puso sobre la pista, habló con la mano izquierda, con la derecha, le dio un tic, un tac, un toc toc. Empezó a tirar del rabo con fuerza, pero aquel rabo nunca terminaba de llegar al toro. Y así se paró el coche viejo del padre de su amiga, con la forma de la espalda moldeando el asiento todavía caliente, por inercia. Después nadie preguntó. Y los amigos nos dimos a la bebida, nos dimos a la crítica literaria barriobajera, nos masturbamos en silencio. Eran las diez de la noche,  en París los islamistas franceses de Siria, sembraban de cadáveres hermosos,  distintos distritos de la ciudad, restaurantes. En una discoteca se mezclaba la Velvet con disparos de kalashnikov al grito de Alá es grande. Empezó a subir la fiebre. Hoy vuelvo a nadar en la piscina del gimnasio, pronto, casi al amanecer para que los demás suicidas que se zambullen a esas horas, no me toquen.


sábado, 3 de octubre de 2015

YA NADIE SE LLAMARÁ COMO YO

(Entre La Mode y Siniestro Total)
Agustín Fernández Mallo
Seix Barral. Poesía (1998-2012)

                                          Negra y criminal (calle) Nollegiu

            Hoy sábado tres de octubre, cierra definitivamente una librería en la Barceloneta,  él se llama Pablo Camarasa, ella Negra y Criminal. Allí están todas esas personas que quieren grabar con sus teléfonos el momento. Se amotinan en la calle de la Sal, donde Camarasa, subido a una caja dedica unas palabras a esos fieles,  fieles de lo negro, de lo criminal, de los mejillones los sábados por la mañana, pero que no le compraron al librero suficientes libros, lo saben y de tan culpables que se sienten, hoy purgan.

          En paralelo, casi a la misma hora, calle de la Amistat, Poble Nou, la librería Nollegiu, presentación del último libro de poesía de Agustín Fernández Mallo "Ya nadie se llamará como yo", más la poesía reunida que el autor ha escrito desde aquel lejano 1998 hasta el 2012, un alarde de fuerza y poder por parte de la editorial Seix Barral, donde Fernández Mallo no tenía obra publicada. Dos librerías, dos barrios, Barcelona.
            Xavier Vidal no tiene palestra en la librería, tiene una pizarra en la calle, un par de sillones granates y un sofá y alrededor, sillas de tijera. Rodean la escena, lectores, escritores, editores independientes como Sergio Gaspar, Aníbal Cristobo, las editoras de Seix B,  Colectivo Juan de Madre, Fernández Porta, Jorge Carrión, Sergi de Diego, David Yeste, Oscar Solana, Marta Rodríguez, Ana María Iglesias. Asumiendo el reto de presentar el libro y recién llegado de Londres,  Eduardo Moga al que Fernández le agradece sus sugerencias en la lectura definitiva del manuscrito. A Eduardo este poemario, le gustó y los disfrutó.
            Agustín Fernández Mallo se hizo escritor con "Creta lateral travelling" y a partir de ahí fue inventado por distintos caminos y visiones, una nueva frontera para la poesía. El recorrido del acontecimiento estático lo denominó Poesía Postpoética hasta ofrecer un punto de visión enfrentado al acontecimiento físico, la saga Nocilla  y en ese recorrido una nueva generación. Todo eso creó una marea de adeptos, súbditos, discípulos que hoy siguen al autor con total fidelidad desde Vigo hasta Mallorca, que no serían nada sin sus detractores, en la misma cantidad y vocación.
 Habiendo leído toda su obra, nunca le había visto presentar ninguno de sus libros, pero sí le conocía de verle en actos, entre otros, la presentación de Artefactos de Carlos Gámez en Barcelona o durante el Festival Ñ en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
            La poesía postpoética se apoya en su pedantería, igual que los percebeiros lo hacen entre la ola y la roca. Rebusca entre los restos y de ahí recicla, utiliza la basura para reformular el espacio-tiempo, interactúa con esa basura, le da mimo, sueño, aliento y te lo cuenta.
<<Me encuentro una tarjeta de crédito comida por los ratones, sobre unas hierbas, en un monte por el que no ha pasado nadie en veinte años. ¡Qué hace ahí esa tarjeta!>> 
Esa es la materia de la que se nutre. A partir de ahí Fernández elabora una historia, la somete a las leyes de la frontera <<materia que no aporta peso, lo resta>> y de ese puré parpadeante nace un poema, un alimento, un entendimiento con lo real desde lo imaginado, desde la basura. Pedantería y en su pedantería, Fernández Mallo se muestra siempre sorprendido, le ves sumamente curioso con las cosas, como si de verdad las cosas le hablaran y así fue cuando su bolígrafo Bic cristal se había perdido en el sillón y le dio la mano como a un niño pequeño. Agustín es amable, como un bosque en el que algo vive dentro.

Sergi de Diego, a quien amo cada vez más porque vive un continuo proceso de crecimiento y destrucción, en referencia a los últimos versos de “Ya nadie se llamará como yo” que dicen así: “A la última pieza ­no más grande que la palma de la mano–, los trabajadores acostumbran a llamarla alma. (Duelo)”, me señala la siguiente observación desde también las últimas líneas del prólogo de Gamoneda: “Tan solo le sobra una imprecisa <<a>> levemente cacofónica a su penúltima línea, sólo una.”
            Encontrarás seiscientas páginas y esa "a" de Gamoneda es todo lo que sobra de este libro.

            Me reuní con mis amigos tomando vermut en la taberna de la esquina y echamos de menos una vez mas a Enrique Clarós. Ocho horas después me despedí de ellos en la boca del metro de Poble nou. Al llegar a casa recibo este mensaje de Marta Rodríguez “Enrique siempre estará en mi corazón. Un beso enorme amigos”. 



domingo, 27 de septiembre de 2015

LA TRIBU EN OTOÑO



                                 



En unas semanas la tribu literaria tomará de nuevo las librerías. Las independientes siguen tirando del carro y presentan sus novedades. Antes de terminar septiembre, Jorge Carrión ofició su último experimento en La Calders, Los difuntos, colofón literario de su trilogía Las huellas de la mano de los punkies Aristas Martínez, de cuya cuadra forman parte Francisco Jota Pérez, Javier Calvo, Matias Candeira, o Colectivo Juan de Madre, todos ellos bichos de taxidermista. El 13 del mes de octubre la editorial Candaya, que siempre sorprende,  coloca en las librerías españolas a un autor desconocido en España, Francisco Vitar, un escritor de Santa Fe, Argentina, (ya traducido al inglés y al alemán) del que prometen una portada con bicicletas ahogándose, del fotógrafo del mismo pueblo, Federico Inchauspe. Todo lo demás es secreto, las editoriales van sacando pequeñas cápsulas que hacen explotar en la conciencia lectora de la sociedad lectora, hasta conseguir su cometido, interesar. Eso es lo que también viene derramando desde hace meses, tanto Marina Perezagua como Enrique Murillo. Marina Perezagua fue cocinando a fuego lento dos libros de relatos que inquietaron a todo el mundo y desde entonces, todo el mundo está deseando leer la primera novela de Marina. Eso también llegará ahora en Octubre. Marina es una mujer fuera de serie a la que no dejo de felicitar porque lo que hace no es para menos. Todo son azañas en la época más vulgar de todas las épocas, la última, cruzar nadando el estrecho de Gibraltar, algo para lo que nos fue preparando, igual que con la novela, durante todo el curso 2014-2015, con sus entrenamientos en Nueva York, sus sesiones de apnea, miles de largos en piscina y mar abierto. Marina, a la que solo conozco por Facebook y por correos de cuando publicamos Nómadas, ha creado legiones de seguidores colgando fotos de sus escapadas por el mundo, de sus actividades, sus perro-gatos, sus fotos en el establo, en praderas, con sombrero, nadando. En paralelo Enrique Murillo, va tejiendo su particular crisálida de la que saldrá esa mariposa que tiene portada y título, Yoro. Enrique Murillo ha depositado en Perezagua la vida, se ha entregado a esa vida como un chico de veinte años en un partido de baloncesto a la salida del colegio. Ahora que está jubilado, edita lo que le sale de los cojones, esa es su libertad y lo hace disponiendo de todo ese talento que ha demostrado durante cuarenta años, solo que más afinado. Afinar y refinarse editando, es difícil, que se lo digan a toda esa larga lista de independientes que revitalizan  librerías y lectores, día a día; Murillo lo consigue, como lo consiguen cada año las bodegas del Penedés, las queserías del Cadí, los benedictinos con la miel y los licores, de forma artesanal.


 Y Marina se deja querer por amantes más poderosos, machos alfa de las editoriales, jóvenes pavos presuntuosos o hembras lujuriosas de la misma camada, pero rechaza porque coincide en los gustos,  aprende de Murillo, de su sabiduría taxonómica, del cariño al corregir y editar, de esa élite de la que Murillo o los Candaya, nutren la vena de sus colecciones. Y Marina acierta en la elección y vulnerable, sabe y conoce las expectativas, lo sabe y lo sabemos todos por la cantidad de deseos generados  en las redes, por eso teme.  
Entrando en noviembre, Matías Candeira sacará del ataúd la novela que Candaya ya tiene preparada, (fruto de la Beca Han Nefkens) sin que hayan dejado de la mano, ni mucho menos olvidado al anterior becado y su celebrada novela Anatomía de la memoria, del mejicano Eduardo Ruiz Sosa, que sigue vendiéndose en todas las librerías. Candeira que no tiene miedo pero sí pulsaciones en las muñecas, batirá el bronce porque sabe que sí se la juega, una novela no es un libro de relatos, una novela con Candaya no es un cosido de relatos con Aristas y eso también lo sabemos todos. Así que ahí estáis y en esas, tarde o temprano, nos encontraremos, nos oleremos, leeremos. Con ese estado de cosas llegará el tiempo de las castañas, un tiempo también para brindar antes de que la navidad termine con nosotros y nuestros buenos deseos. 
Por último deciros que con un lapicero cruzado en la página cuarenta, leo entretenido Tras la guarida, novela corta de Rafael García Maldonado (nº1 Breve. Playa de Akaba), un escritor joven que ya se diera a conocer con El trapero del tiempo (editorial Almuzara 2013), uno de los tipos más felices, que también anuncia todo lo que él celebra, paseos, lecturas, amigos, comidas; y todo ello desde facebook y su farmacia en Coín, Málaga.  


viernes, 17 de julio de 2015

POLARIS



Polaris. Presentación en Barcelona (11 de junio de 2015)
Fernando Clemot
Editorial Salto de Página
Fotografías de José Luis Espina


            Desde lo alto de la sierra de Barcelona en días despejados se ve Mallorca, no tan nítida como África desde Gibraltar, pero se ve y sobre todo se intuye. Fernando Clemot  cada día que se levanta, si el día es despejado, tiene este privilegio y, si el día trae bruma, a sus pies ve un campo de nubes que ocultan todo el ensanche, por lo que esta ciudad desde la atalaya donde vive Clemot pasa a ser una quimera.
-El piso es pequeño –dice Fernando- pero las vistas son maravillosas y el viento  también.
El viento en Vallvidrera  tiene esa torpeza de despeinar, se te lleva el mantel y las servilletas, pero también es la escusa para volver al interior y seguir una conversación con amigas, que termine en el catre del camarote, seguir la vida, escribir.
El jueves once, antes de irme a Biarrtiz, bajo un buen chaparrón de junio y con el peso del calor, Fernando presentó en el corazón del Raval,  su última novela “Polaris” que comienza así:
“Callan las voces y cesa también el ruido en cubierta: entonces puedo meditar sobre la naturaleza del lugar en el que me hallo encerrado”
Fernando Clemot, un año después de publicar “Estancos del Chiado”, se encontraba en un momento en el que todo el mundo quería ser su amigo, estar a su lado, todo el mundo quería devorarlo y de hecho muchos mordieron. Fernando es amigo de sus amigos hasta el final o hasta que la amistad se vuelve lodo, solo así uno termina por conocer la naturaleza del barro, la naturaleza de la acacia que nunca enferma, donde se cuelga a secar el traje de los amigos. Fernando escribe: “callan las voces y cesa también el ruido”. Todos los escritores sabemos lo que es el silencio cuando uno necesita del ruido. Le acompañó en la presentación Antonio Iturbe (Rectos torcidos) al que los años y el oficio le van asentando en la disciplina de vivir y escribir sin dejar de ser honesto y como Fernando, con restos de  amigos colgados de acacias. Tanto a Antonio como a Fernando les sigo desde hace años. Eso Fernando lo sabe pero Antonio no, Antonio no sabe que le veía pasar por el vestíbulo de la estación de Sans, vestido con traje y con un portátil colgado en bandolera. Era cuando publicaba sus primeras novelas con Planeta, cuando también tenía a todos los amigos, cuando todos querían comer y morder y quedarse con un trozo de Iturbe, un hueco en Qué leer. Fernando sigue con el mismo aspecto, igual que el último año en el que le vi presentar en  Alibrí Safaris inolvidables, con alguna diferencia, el camino. El camino que se recorre siempre desgasta, cansa y termina por aburrir. Lo sé por otros caminos, y por este mismo blog en el que yo escribía con total libertad cuando no conocía a nadie y nadie me conocía y por el que ahora me arrastro como si hubiera entrado en un desierto de sal (y quedan días peores). El mismo aspecto, la misma media barba y quizá algo más cansado. Presentaba su tercera novela y muchos de los amigos esperaban al otro lado del camino subidos en la peligrosa acacia que nunca enferma. Fernando eligió a Antonio para presentar la atmósfera y la claustrofobia de la novela, la amenaza, el miedo y lo que sale de ahí es siempre algo más fuerte, alguien más fuerte, eligió a Antonio que ha salido de otro barco para notar que, acostumbrado al oleaje, uno se marea en tierra firme. Una de las características de la escritura de Fernando es la falta de desperdicios, nada de lo que deshecha deja de servir, convierte una lata de sopa en un vaso, un vaso en un florero, una novela en un libro de relatos y cose un libro de relatos de tal manera que alguien puede pensar que en realidad es una novela. Es lo que me pasa a mi, que Polaris me parece más un libro de relatos que una novela, quizá por mezclarse con elementos de Safaris inolvidables. Esa es la especialidad de la casa, no obstante es premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en el 2009, un premio por el que ahora la manada compite, empuja, pelea, mata y muere. En todos los casos los relatos de este tipo, profesor de talleres de narrativa en la UAB se te cuelan por el ala y te marcan la ruta y el viento, una ruta que no está escrita en ningún calendario en ningún mapa. Atado a un carro, atado a un perro y una vaca, Fernando que parece uno de los hombres más fuertes, sigue quemando rueda a veces recorriendo un camino brumoso hasta el punto de no poder ver y a veces despejado hasta marcarte el límite de tu vista, esa visión transversal del nido de las águilas.



La presentación fue breve, está claro que no le gustan que estos actos pasen de tres cuartos de hora. Cuando vienen las vacas flacas, uno debe rodearse de amigas y de escuderos fieles y dejar a los amigotes para las cervezas y también cumplió con esa premisa porque allí había una buena colección de admiradoras como Carolina Figueras. Faltaba el editor Pablo Mazo, que a esa hora andaba de Feria en Madrid, que siempre se llena de amigotes, subido en la caseta de la editorial, haciendo caja y removiendo el lodo de Madrid, donde también se iba a presentar Polaris. Clemot y Mazo se conocen desde hace años y, este editor que a veces parece que lleva barba estando afeitado y otras  afeitado aunque con barba de varios días, edita, algo que Enrique Murillo dice que nadie hace en las editoriales de por aquí, es decir trabaja los textos con los autores. Lo contaba el Clemot profesor tomando perspectiva del Clemot novelista, con toda naturalidad. Le agradeció a Pablo su buena lectura y el buen trabajo. Es algo que todavía sorprende, eso de que un editor le dedique tiempo a tu libro.
-Uno después de darle tantas vueltas al texto deja de verle defectos –dijo Fernando-.
Y así es, uno termina aceptando como bueno, cosas que no lo son tanto, hasta que llega una voz imparcial y te sumerge de nuevo la cabeza en el agua, para que te despejes de la torrija, ese narcisismo que a veces te impide corregir y tirarlo todo al fuego. 
En el desván de La Central,  me senté junto a Diego Prado. Si tenéis ocasión sentaros a su lado en cualquier evento, Diego sabe ocupar una silla, es paciente, no le tensa esperar y eso me lo contagió como en una especie de yoga termal y además habla con calma y sentido, mientras muy cerca veíamos la entrega del fotógrafo  José Luis Espina (al que le robo alguna foto para adornar esta crónica) que tiene la mejor colección de eventos literarios y escritores que hay en Barcelona, uno de estos tipos al que no se le termina de hacer justicia, porque en esta ciudad todo el mundo es muy guapo a la hora de mirar a cámara, pero después ni una caña, ni una nota a pie de página; David Aliaga saludó y se fue, ya que es un chico muy joven pero muy ocupado con su trabajo de editor, su carrera literaria, su tesis “Condición judía y alteridad en los relatos de Cynthia Ozick” y sobre todo por no defraudar al rabino Stephen Berkowitz (hoy ya felizmente calificada con matrícula de honor) y como no, Santiago García Tirado haciendo planes mentales sin tener ningún plan, salvo terminar cuanto antes otro curso y lanzarse a planear el verano directamente como un hidroavión. Todos un poco cansados por otras circunstancias y todos un poco empapados por esta primera lluvia de verano, un verano que está empezando a arder. Así en junio quedó inaugurado Polaris, frente a la isla de Jan Mayen.