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domingo, 13 de diciembre de 2015

MARINA PEREZAGUA. YORO.


Los libros del lince.
Presentación en Barcelona. Jueves 10 de diciembre 2015.




Lo primero es una lágrima que baja hasta la comisura de la boca. Intuyes que es una lágrima dentro del silencio, intuyes que detrás de esa mirada hay miedo. Esa es la portada, un detalle de Martin Cornfoot. Los parámetros de lectura que tienes a continuación son lágrimas, silencio y miedo.
Marina Perezagua establece con los demás una relación corporal a través de su sonrisa, después por medio de sus ojos a los que se asoma algo de locura y una inteligencia tajante y por último las maneras metropolitanas (el estilo, la clase y, a cada cosa su gesto). A parte de esto, es capaz de detener su embarazo y reiniciarlo en términos literarios; en términos físicos puede estar sumergida y sin respirar el tiempo que quiera, como un cadáver.
Estos parámetros la acompañaron durante la presentación en Barcelona, dentro de la gira en la que la ha sumergido Enrique Murillo, esa espiral que hemos esperado tanto tiempo. Su bautizo.
Yoro es una lucha por la negación de la enfermedad, una lucha entre lo que te debilita y la fortaleza que te acompaña para superarlo todo. Yoro, llega después de Leche y Criaturas abisales. En esos dos libros de relatos, la tortuga puso sus huevos y volvió al mar, segura de que el calor de la arena haría el resto.
Marina entrenó duro en la piscina y en mar abierto y hace unos meses, cerca del verano de dos mil quince, con la novela terminada, cruzó nadando las dos orillas del estrecho de Gibraltar y sus abismos, lo contó en Facebook y en El Mundo. Durante ese año de piscina y entrenamiento nos fue informando de todo, de cada detalle, con fotos, y a medida que llegaba el momento, sus seguidores nos fuimos asomando al acantilado, cada vez más juntos, respirábamos cada vez más cerca unos de otros, tanto que la pantalla del ordenador se tomaba de vaho. El viento, las corrientes, las picaduras de medusa, el frío, las orcas, el miedo. Y lo cruzó.
No dejó de corregir y terminar la novela durante ese tiempo, de madrugar, de recorrer la ciudad en metro. Necesitaba una novela, todo el mundo la necesitaba, no otro libro de relatos. Pero el pulso de escribir relatos no se pierde tan fácil, metidos en novela, una narración larga no se cose, se teje. Según los primeros críticos y sus lupas se notan ciertas costuras. Estoy seguro que Murillo lo vio y trató de corregir con cirugía plástica, es editor y esos momentos le hacen grande.

–­Para eso sirven las orejas –explicó el cirujano– para guardar detrás de su sombra todo lo que se estira y no se rompe.

El público, en su mayoría femenino, permanecía bajo un latido frío, unido por la curiosidad, algo escéptico por tantos fracasos y así todo con ganas de literatura y a pesar de que todo el mundo se traía el libro comprado y leído de casa, nadie preguntó nada. Gracias a eso Murillo y Valls pasearon y preguntaron por el jardín y los demás nos limitamos a seguirles, era la seducción después de la merienda, una seducción ligera, tranquila, natural.  
En esas Fernando Valls dijo dos cosas importantes; una, que Yoro era una novela trabajada hasta el final, acabada;  dos, que cada novela tiene un ritmo de lectura. Valls debe estar aburrido de encontrarse novelas a medio cocer que se entregan así a la fábrica, así se venden y así desaparecen engullidas por la máquina de picar carne. Para los lectores que tiran la toalla en la página ciento cincuenta, uno debe reconocer el momento de un libro, su hora del día, la calma y la luz necesaria, respirar con ella sin ahogarse. Ese es el ritmo de Yoro, ese es el de Marina Perezagua. Ese, y venir de una casa en la que tu madre te cuenta cuentos, romances, esa forma antigua de narrar la vida o una parte de la vida, esa forma de entrenar la imaginación. Willy Uribe andaba por allí, otro autor que viene de esa oscuridad en la que las historias que oyes terminan por ser ciertas, en las que se crean personajes que duran cientos de años, en las que el escritor cumple como un artesano, deja que pase el tiempo necesario para que todo seque y cicatrice. Entre ese mundo inventado en narraciones de invierno y la anatomía literaria de Beatriz Pol Preciado, se cuela la singular sinceridad de los cuerpos maltratados en Yoro, casi escombros, sus sentimientos, su manera de comunicarse por medio de cirugías, órganos sexuales animales, los órganos sexuales de las cosas, el deseo occidental de posesión, de anular la identidad, de crear y buscar placer, el deseo oriental de aprender a respirar. El lector se ve invadido por un dolor que no termina de doler del todo porque crece despacio y hace de Yoro un libro muy contaminado con toda clase de residuos, despojos humanos,  que sin darte cuenta masticas y consumes, creando nuevos residuos, un invierno de hijos y de viejos.  
Yoro quedó flotando en las entrañas de las mujeres que allí había. Fue adoptada por todas esas madres y todas salieron de La Calders, por una puerta más estrecha de la que habían entrado. Belén Feduchi se sentó allí.




sábado, 12 de diciembre de 2015

MANUEL ASTUR: Seré un anciano hermoso

Presentación en Barcelona.
Silex ediciones. 
Librería Calders
11 de Diciembre de 2015. Viernes noche.


A Manuel Astur le gustan los títulos largos, el pelo y las barbas largas, los amigos y los libros largos. La última vez que le vi, fue este año en la Feria del Libro de Madrid, balanceándose en un taburete junto a Sergi Bellver; fue en la caseta de Atalanta, una caseta para acercarse a charlar y tomar algo de aliento entre tanta y tanta feria. Allí también me encontré con José Luis Espina, otro asturiano que fotografía la literatura como García-Alix las motos, pero sin exponer en los museos de arte contemporáneo (ni falta que hace, mucho mejor exponer en un aeropuerto). En aquella ocasión, (en la que se encontraba algo destruido por algún tipo de resaca) comentaba Astur que lo de presentar libros era una vulgaridad. Hoy está de gira con algo que se presenta como un ensayo emocional y que edita Silex, se titula “Seré un anciano hermoso en un gran país”, la portada es su retrato con una manzana panquerina. Hasta ahora el mejor libro de Astur es un misal de regalo con el libro de poemas “Y encima es mi cumpleaños” en el que ya anunciaba lo siguiente: “Maldita generación la mía/ maldito viñedo olvidado”, es decir el libro que ayer se presentó, es decir el primer inicio de este ensayo emocional escrito en Grado, escrito del tirón, escrito en tres meses; y también autor de un libro para olvidar “Quince días para acabar con el mundo”. Todo esto le ha valido un lugar en Wikipedia, en La escuela de letras de Gijón y en Silex ediciones con Marina Sanmartin. 
En Barcelona el encuentro es en la librería Calders, la tarima de moda, un lugar intermedio entre La Central del Raval y No llegiu de Poble Nou, un lugar deseado ya que el ballenero Pequod murió en el mar de Aral. Presenta el acto el murciano Juan Soto que paso a paso se está convirtiendo en el gran cronista de este siglo junto con el gallego Manuel Jabois. Hoy está aquí para ayudar a Astur en su gala catalana, en la presentación en sociedad de un libro que ya se está leyendo en Madrid y se está disfrutando, según las muchas opiniones de las lectoras en las esquelas de opinión de la Red, las lectoras, esas muchachas con la mirada tímida que suspiran lánguidamente, ¡ay!. Juan le dio color a las crónicas del Parlament de Catalunya en las fallidas sesiones por la desconexión del estado español y el nombramiento de un president autonómico, le dio color a la presentación de Fiebre de Matías Candeira y hoy le da color a la desvaída piedra del altar mayor de La Calders, él y sus amigas. El tándem Astur-Soto crea deseo, tanto como la navidad en los niños. Manuel estaba contento.

–Deseo pasarlo bien, joder –dice Juan– y no aburrir.
–Librería se escribe con Ll –dice la librera que languidece bajo un infarto intestinal–
–A mi me suda la polla –dice J –  con elle.
–Ayer estuve en la presentación de Yoro –digo por decir algo y meter baza–

Pero por sus flequillos, parece que les tiene sin cuidado. Hay una lucha de miradas, sonrisas y esas cosas que uno siempre equivoca cuando trata de leerlas. Y en esto veo en mi reloj que Sergi Bellver interviene con buenos deseos y una nota de prensa en su página oficial de Facebook, se encuentra en la Strahov Library donde le han invitado a hablar del proceso de escritura. Sergi toma constantemente notas para un mundo emocional, mientras se prepara para el mundo real y para saltar de Budapest a Barcelona, donde como siempre todo el mundo le espera y nadie le espera. Con Bellver a tiro, Astur a mano y Juan a diestra y siniestra, empiezan a madurar las cerezas aunque sea tiempo de manzanas, de manzanas y resaca, ese estado de ánimo que acompaña a los libros, los poemas, las noches, los viajes en Alsa a Villalpando,  Madrid, en tren a Lisboa, a Sitges, a Grao. Madrid era una fiesta, lo demás no ha cambiado.
Lo bueno de una lectura rápida es que el libro de Astur no suena a cursi, tiene la misma musicalidad que asomaba en su libro de poemas.  
Lo bueno de asistir a una presentación en directo es que tienes a los actores a tu disposición: Juan Soto ama a Manuel Astur y Manuel Astur se deja querer. Le ama porque le observa con los ojos cerrados, como se hace con los acantilados, porque le sirve como inspiración, porque le recuerda.
En la noche están Paco Soto y su uña de guitarrista, Rubén Martín Giráldez y la longitud de la mirada atónita, Cárol GP que intenta recordar algo que ha olvidado, una pequeña sombra transparente, que no sabe donde la perdió; Oscar Solana y la constante del tiempo y su serie de cuerdas en otra teoría física cuántica; la periodista Anna María Iglesia escribiendo a horcajadas sobre su teléfono,  Andrea, la novia de Juan Soto que es dulce y se preocupa porque los padres de Juan, están a punto de llegar, porque Sergi Bellver está a punto de volver. Andrea se preocupa por las cosas más frágiles, tal y  como una mujer dulce se preocupa, tal y como debe ser la mujer de un asesino, de un yonqui, de un dealer, de un músico y de un escritor, porque ella sabe que siempre hay un detalle y un precipicio que te puede tragar. 
Manuel Astur está de gira y detrás del músico, seguimos una legión de fans, rusos colgados,  rusas blancas, un bar, una cerveza, un bocadillo antes de que suene la hora, esa hora que no escuchamos y que a mi conciencia la vuelve loca. 
Sergio del Molino, sabe que dentro del reloj de Astur hay muelles de Unamuno, Chateaubriand o Malaparte. Cuando vuelva a los prados, tendrá de nuevo la necesidad de  un sueño, de  un padre, de los amigos, de una madre. Este libro es una crónica de algo que se ha perdido, del vacío, es una memoria de la distancia, esa memoria que siempre permanece como esos amigos. En el miedo que ahora siente, porque Astur como Juan, como tantos otros, podía haber muerto en aquella guerra.
–¿Pero qué será de ti, hijo mío?

La respuesta está en este libro.









sábado, 14 de noviembre de 2015

MATIAS CANDEIRA: FIEBRE

                                                         Matías Candeira y David Aliaga (Librerío de la Plata)


Llegó el día. Matías Candeira se despinzó los pelos de la nariz y se maquilló. Ya se había arreglado la barba para presentarse a los lectores más exigentes de Cataluña, el lugar elegido era un reducto en el Condado Candaya, al lado mismo de Vilafranca, poblachón medieval lleno de iglesias, rodeado de las mejores bodegas de Cataluña, viñas con rosales, sin río, entre pinares, que funciona como corazón de la comarca, el Penedés. Estos días los jefes de La Tribu, le han estado preparando, cebando, junto al afinador de leyendas David Monteagudo y Candeira que se deja hacer, aunque solo superficialmente, atiende cada requerimiento y a veces, para no perder detalle, incluso se calza sus nuevas gafas, bien graduadas. Así a pecho descubierto le ha tomado el pulso a Sergio del Molino al que todo escritor que se precie le quiere tener a su lado cuando toca Zaragoza, David Aliaga, Anna Pazos para El Pais, Antonio Iturbe, Sergi Doria de ABC, Matías Néspolo de El Mundo, Antón Castro El Heraldo, Xavi Ayen, la prensa de Barcelona, a todos les fue tomando el pulso. Terminado ese largo día de presentaciones Matías se sujeta la cabeza con el brazo izquierdo arremangado y con la mano derecha intenta arañarse la cara sin conseguirlo, sin llegar a tocarse.    

La escritura de este chico de Madrid con madera gallega, consiste en los detalles. Los detalles son esas cosas que pasan a tu lado sin enterarte, que alguien tiene que contar, ese es el trabajo de los escritores, seres deplorables, empobrecidos, putos maniáticos, engreídos, endiosados como perros rabiosos, la chusma intelectual que cada país va apartando como puede, en España con leyes que se dictan desde la misma cuna para llevar niños obedientes de las fábricas a los bares, en el resto de Europa esperando a que las mentes más brillantes envejezcan y mueran a sabiendas de que no hay repuestos. Pero estaba con los detalles, ese gesto, una torsión, un reflejo, un movimiento, llaman la atención del escritor, construyen ese mundo paralelo en el que vive y nada Candeira y su obra. Esa actitud produce dolor. Para su madre, Mati es un extraterrestre, para su padre es carne de su carne a la que ya no reconoce. Abrigado por extraños recuerdos Mati le devuelve al padre lo que es suyo, memoria, pero no cualquier memoria, memoria colada. Para ese engrudo el autor somete a Caníbal, su personaje, al Taller de Aprendizaje Paranormal Aníbal Lecter. A su madre la mira con amor, más que nada por el pulpo a feira de la cena.

–Aníbal Lecter amaba a los corderos –dice Caníbal–
–Hijo, hijo, qué afán en escribiré y escribiré –dice ella– las cosas son com son y ya está. ¡Ay dios mío!.

Aníbal Lecter es un personaje sin fiebre. En cada actuación se le nota, su temperatura no son 36,5º.

–La temperatura de Aníbal Lecter a veces es de 32º y a veces 39,5º ­–dice la doctora del hospital psiquiátrico de San Boi– en ninguno de los dos casos presenta síntomas.

Hace unas horas, en la Casa del Libro de la Rambla de Cataluña, Fernando Clemot bailaba al lado de los cisnes. Todo eso que se conoce como el mundillo literario, salvo los que atienden a sus propios libros, dispersos, invitados por programas zombis de ordenador, por correos, de forma vírica, con curiosidad, con deseo. Y allí estaba la Pompeu i Fabra con su puta, los Talleres Creativos de la ciudad con media docena más, los bloguers, los periodistas sin periódico, los jóvenes poetas que no han perdido la cola de renacuajo, las ranas más jóvenes de la ciénaga esperando su beca, algunas viejas rémoras que no dejan de morder parásitos ajenos, jubilados sin perro, proxenetas chupándose el sobaco y los amigos, un año de amigos. Matías Candeira no presentaba síntomas de haber bebido Martini, de haber fumado, de venir esnifado, de haber mordisqueado la cal de alguna pared, su pulso era el mismo que el de las esculturas del Parlament después de prorrogar los presupuestos generales de la comunidad de Andorra y algo más, no dejó de amarse ni un solo instante. A su lado el doctor Hans, frágil, metódico, frágil amante de la belleza, rodeado de música, una música frágil que solo él escucha como de Johann Johannson, frío generoso, frío precavido, un hombre de una pieza en un puzle formado por hombres de cartón piedra que antes brillaron. Los dos Candaya, empezaron disfrutando a pie de calle, como en cada presentación, como un predicador en un altar junto a una cruz que arde en el medio del desierto, bajo una carpa de sol donde alguien ha cometido un crimen de sangre, desean ser perdonados y a la vez desean que encuentren pronto el cadáver que está enterrado debajo de las estanterías.

–Dios os quiere –dice Olga– dios os quiere y yo os bendigo en el nombre del padre.
–Alabado sea el señor –contestó Paco– hoy fumaré menos.

Y todos los literatos con y sin crecepélo, frente a ese espejo alacrán, alaban al altísimo y piden su deseo de ser cuerpo y alma a la vez, de ser policía de fronteras, de ser fontaneros en Marbella, alunicero en el Paseo de Gracia, alucinar, alucinar, alucinar alguna vez y ser perdonado ortotipográficamente.

Coro:
–Sankta, sankta, sankta estas la sinjoro, dio de la universo
–Estas viando, ni deziras rapidan manĝaĵon kaj por ĉiam sinjoro, ili amas.

Y al acto comenzó.

Hans bendijo a las criaturas terrenales, bendijo su obra que trae del mundo y va hacia el mundo, alabó la soledad del escritor que no llega a final de mes, ni al final de la semana, a veces no llega al final del día y para eso dijo que había fundado su beca, con la que bendice los bolsillos de los escritores jóvenes, de los arquitectos jóvenes asiáticos, de los jóvenes talentos que sobreviven despiojando colillas de junto a los árboles en las ciudades como Barcelona o Hong Kong. Ahí llegó Hans, como un profeta del Viejo Testamento. Clemot tomó el micro y empezó a comerse el rabo.
–Hasta el toro, todo es rabo –dijo implacable–
Siguió a la faena un rato, entró en calor despiezando los no lugares de la novela, de su personaje Caníbal, de su relación con la literatura y con la literatura de los demás, con la no literatura, ese rato que aprovechó Matías para distraerse mientras las chicas más monas de la ciudad, llegaban tarde y hacían sentir sus tacones en el caro entarimado del salón. Matías miraba de reojo cada detalle y sonreía de sesenta en sesenta y cuando su sonrisa me acarició a mi, junto con los otros cincuenta y nueve sonreímos cómplices pero sin saber de qué éramos cómplices. Fernado mientras tanto clemoteaba por aquí y por allá, con tono de buen rollo aunque algo cansado y a las chicas, se les dibujaba una raya en el pelo, un mohín de deseo en la cintura.
-¡Auu! –gritó una–
-¡Auuu! –aulló otra desde el lateral acristalado- give me but, loco.

Matías cogió el micrófono por los pelos, lo retorció. Recordé que un crítico literario que conoce bien la obra del escritor, hace unos días me había dicho, “Matías no tiene las conexiones neuronales que tenemos tu y yo”. Cumpliendo su destino, Matías empezó a meterse en jardines, en uno, en otro, en otro, empezó a cortar por aquí y por allá, habló de duelo negro, el mismo duelo negro del que había hablado antes Fernando, habló de una amiga que le puso sobre la pista, habló con la mano izquierda, con la derecha, le dio un tic, un tac, un toc toc. Empezó a tirar del rabo con fuerza, pero aquel rabo nunca terminaba de llegar al toro. Y así se paró el coche viejo del padre de su amiga, con la forma de la espalda moldeando el asiento todavía caliente, por inercia. Después nadie preguntó. Y los amigos nos dimos a la bebida, nos dimos a la crítica literaria barriobajera, nos masturbamos en silencio. Eran las diez de la noche,  en París los islamistas franceses de Siria, sembraban de cadáveres hermosos,  distintos distritos de la ciudad, restaurantes. En una discoteca se mezclaba la Velvet con disparos de kalashnikov al grito de Alá es grande. Empezó a subir la fiebre. Hoy vuelvo a nadar en la piscina del gimnasio, pronto, casi al amanecer para que los demás suicidas que se zambullen a esas horas, no me toquen.


sábado, 3 de octubre de 2015

YA NADIE SE LLAMARÁ COMO YO

(Entre La Mode y Siniestro Total)
Agustín Fernández Mallo
Seix Barral. Poesía (1998-2012)

                                          Negra y criminal (calle) Nollegiu

            Hoy sábado tres de octubre, cierra definitivamente una librería en la Barceloneta,  él se llama Pablo Camarasa, ella Negra y Criminal. Allí están todas esas personas que quieren grabar con sus teléfonos el momento. Se amotinan en la calle de la Sal, donde Camarasa, subido a una caja dedica unas palabras a esos fieles,  fieles de lo negro, de lo criminal, de los mejillones los sábados por la mañana, pero que no le compraron al librero suficientes libros, lo saben y de tan culpables que se sienten, hoy purgan.

          En paralelo, casi a la misma hora, calle de la Amistat, Poble Nou, la librería Nollegiu, presentación del último libro de poesía de Agustín Fernández Mallo "Ya nadie se llamará como yo", más la poesía reunida que el autor ha escrito desde aquel lejano 1998 hasta el 2012, un alarde de fuerza y poder por parte de la editorial Seix Barral, donde Fernández Mallo no tenía obra publicada. Dos librerías, dos barrios, Barcelona.
            Xavier Vidal no tiene palestra en la librería, tiene una pizarra en la calle, un par de sillones granates y un sofá y alrededor, sillas de tijera. Rodean la escena, lectores, escritores, editores independientes como Sergio Gaspar, Aníbal Cristobo, las editoras de Seix B,  Colectivo Juan de Madre, Fernández Porta, Jorge Carrión, Sergi de Diego, David Yeste, Oscar Solana, Marta Rodríguez, Ana María Iglesias. Asumiendo el reto de presentar el libro y recién llegado de Londres,  Eduardo Moga al que Fernández le agradece sus sugerencias en la lectura definitiva del manuscrito. A Eduardo este poemario, le gustó y los disfrutó.
            Agustín Fernández Mallo se hizo escritor con "Creta lateral travelling" y a partir de ahí fue inventado por distintos caminos y visiones, una nueva frontera para la poesía. El recorrido del acontecimiento estático lo denominó Poesía Postpoética hasta ofrecer un punto de visión enfrentado al acontecimiento físico, la saga Nocilla  y en ese recorrido una nueva generación. Todo eso creó una marea de adeptos, súbditos, discípulos que hoy siguen al autor con total fidelidad desde Vigo hasta Mallorca, que no serían nada sin sus detractores, en la misma cantidad y vocación.
 Habiendo leído toda su obra, nunca le había visto presentar ninguno de sus libros, pero sí le conocía de verle en actos, entre otros, la presentación de Artefactos de Carlos Gámez en Barcelona o durante el Festival Ñ en el Círculo de Bellas Artes de Madrid.
            La poesía postpoética se apoya en su pedantería, igual que los percebeiros lo hacen entre la ola y la roca. Rebusca entre los restos y de ahí recicla, utiliza la basura para reformular el espacio-tiempo, interactúa con esa basura, le da mimo, sueño, aliento y te lo cuenta.
<<Me encuentro una tarjeta de crédito comida por los ratones, sobre unas hierbas, en un monte por el que no ha pasado nadie en veinte años. ¡Qué hace ahí esa tarjeta!>> 
Esa es la materia de la que se nutre. A partir de ahí Fernández elabora una historia, la somete a las leyes de la frontera <<materia que no aporta peso, lo resta>> y de ese puré parpadeante nace un poema, un alimento, un entendimiento con lo real desde lo imaginado, desde la basura. Pedantería y en su pedantería, Fernández Mallo se muestra siempre sorprendido, le ves sumamente curioso con las cosas, como si de verdad las cosas le hablaran y así fue cuando su bolígrafo Bic cristal se había perdido en el sillón y le dio la mano como a un niño pequeño. Agustín es amable, como un bosque en el que algo vive dentro.

Sergi de Diego, a quien amo cada vez más porque vive un continuo proceso de crecimiento y destrucción, en referencia a los últimos versos de “Ya nadie se llamará como yo” que dicen así: “A la última pieza ­no más grande que la palma de la mano–, los trabajadores acostumbran a llamarla alma. (Duelo)”, me señala la siguiente observación desde también las últimas líneas del prólogo de Gamoneda: “Tan solo le sobra una imprecisa <<a>> levemente cacofónica a su penúltima línea, sólo una.”
            Encontrarás seiscientas páginas y esa "a" de Gamoneda es todo lo que sobra de este libro.

            Me reuní con mis amigos tomando vermut en la taberna de la esquina y echamos de menos una vez mas a Enrique Clarós. Ocho horas después me despedí de ellos en la boca del metro de Poble nou. Al llegar a casa recibo este mensaje de Marta Rodríguez “Enrique siempre estará en mi corazón. Un beso enorme amigos”. 



domingo, 27 de septiembre de 2015

LA TRIBU EN OTOÑO



                                 



En unas semanas la tribu literaria tomará de nuevo las librerías. Las independientes siguen tirando del carro y presentan sus novedades. Antes de terminar septiembre, Jorge Carrión ofició su último experimento en La Calders, Los difuntos, colofón literario de su trilogía Las huellas de la mano de los punkies Aristas Martínez, de cuya cuadra forman parte Francisco Jota Pérez, Javier Calvo, Matias Candeira, o Colectivo Juan de Madre, todos ellos bichos de taxidermista. El 13 del mes de octubre la editorial Candaya, que siempre sorprende,  coloca en las librerías españolas a un autor desconocido en España, Francisco Vitar, un escritor de Santa Fe, Argentina, (ya traducido al inglés y al alemán) del que prometen una portada con bicicletas ahogándose, del fotógrafo del mismo pueblo, Federico Inchauspe. Todo lo demás es secreto, las editoriales van sacando pequeñas cápsulas que hacen explotar en la conciencia lectora de la sociedad lectora, hasta conseguir su cometido, interesar. Eso es lo que también viene derramando desde hace meses, tanto Marina Perezagua como Enrique Murillo. Marina Perezagua fue cocinando a fuego lento dos libros de relatos que inquietaron a todo el mundo y desde entonces, todo el mundo está deseando leer la primera novela de Marina. Eso también llegará ahora en Octubre. Marina es una mujer fuera de serie a la que no dejo de felicitar porque lo que hace no es para menos. Todo son azañas en la época más vulgar de todas las épocas, la última, cruzar nadando el estrecho de Gibraltar, algo para lo que nos fue preparando, igual que con la novela, durante todo el curso 2014-2015, con sus entrenamientos en Nueva York, sus sesiones de apnea, miles de largos en piscina y mar abierto. Marina, a la que solo conozco por Facebook y por correos de cuando publicamos Nómadas, ha creado legiones de seguidores colgando fotos de sus escapadas por el mundo, de sus actividades, sus perro-gatos, sus fotos en el establo, en praderas, con sombrero, nadando. En paralelo Enrique Murillo, va tejiendo su particular crisálida de la que saldrá esa mariposa que tiene portada y título, Yoro. Enrique Murillo ha depositado en Perezagua la vida, se ha entregado a esa vida como un chico de veinte años en un partido de baloncesto a la salida del colegio. Ahora que está jubilado, edita lo que le sale de los cojones, esa es su libertad y lo hace disponiendo de todo ese talento que ha demostrado durante cuarenta años, solo que más afinado. Afinar y refinarse editando, es difícil, que se lo digan a toda esa larga lista de independientes que revitalizan  librerías y lectores, día a día; Murillo lo consigue, como lo consiguen cada año las bodegas del Penedés, las queserías del Cadí, los benedictinos con la miel y los licores, de forma artesanal.


 Y Marina se deja querer por amantes más poderosos, machos alfa de las editoriales, jóvenes pavos presuntuosos o hembras lujuriosas de la misma camada, pero rechaza porque coincide en los gustos,  aprende de Murillo, de su sabiduría taxonómica, del cariño al corregir y editar, de esa élite de la que Murillo o los Candaya, nutren la vena de sus colecciones. Y Marina acierta en la elección y vulnerable, sabe y conoce las expectativas, lo sabe y lo sabemos todos por la cantidad de deseos generados  en las redes, por eso teme.  
Entrando en noviembre, Matías Candeira sacará del ataúd la novela que Candaya ya tiene preparada, (fruto de la Beca Han Nefkens) sin que hayan dejado de la mano, ni mucho menos olvidado al anterior becado y su celebrada novela Anatomía de la memoria, del mejicano Eduardo Ruiz Sosa, que sigue vendiéndose en todas las librerías. Candeira que no tiene miedo pero sí pulsaciones en las muñecas, batirá el bronce porque sabe que sí se la juega, una novela no es un libro de relatos, una novela con Candaya no es un cosido de relatos con Aristas y eso también lo sabemos todos. Así que ahí estáis y en esas, tarde o temprano, nos encontraremos, nos oleremos, leeremos. Con ese estado de cosas llegará el tiempo de las castañas, un tiempo también para brindar antes de que la navidad termine con nosotros y nuestros buenos deseos. 
Por último deciros que con un lapicero cruzado en la página cuarenta, leo entretenido Tras la guarida, novela corta de Rafael García Maldonado (nº1 Breve. Playa de Akaba), un escritor joven que ya se diera a conocer con El trapero del tiempo (editorial Almuzara 2013), uno de los tipos más felices, que también anuncia todo lo que él celebra, paseos, lecturas, amigos, comidas; y todo ello desde facebook y su farmacia en Coín, Málaga.