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miércoles, 11 de julio de 2012

SITGES (3.- Smitten with Sitges)





La playa de San Sebastián, según considera el New York Times en el artículo que le da título a este tercer recorrido, (que se puede leer aquí),  es  de las mejores playas urbanas  y eso le vale a la Villa unas cuantas visitas. Lo único que puedo añadir a esto es que es una playa natural y que se encuentra aislada por el enclave del Cementerio y el del Cau Ferrat y Palacio Maricel y a su lado una cala nudista, un pequeño recodo entre rocas, a la que se puede llegar desde esta, caminando con el agua por las rodillas, o rodeando y bajando por el acantilado; el resto son las típicas de guijarros recubiertas de arena por el Ayuntamiento temporada a temporada, ya que temporal tras temporal el oleaje se encarga de arrastrar esa arena y precipitarla mar adentro. Este de las playas es uno de los decorados de la ciudad. Hace unos años, todo el frente marítimo era un solo recorrido en el que apenas había arena. Las inversiones y el mejor aprovechamiento turístico convirtieron todo aquello en media docena de islas, rodeadas de espigones suficientemente largos y grandes como para proteger esa arena de los temporales; he visto todas esas operaciones, repetirse en las playas artificiales del mediterráneo, para terminar siendo todas la misma postal, Sitges por lo tanto tiene la suya, así como concesiones de tumbonas, colchonetas, chiringuitos y duchas; luego quedamos en esto, que es la playa de San Sebastián la mejor playa familiar y urbana de la Villa.

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Pero no solo este tipo que visita la ciudad puede elegir la zona urbana para refrescarse; si deja el paseo marítimo, continua la línea de costa y camina por los guijarros, a medio kilómetro y en paralelo al campo de golf, llega a la explanada de la Atlántida, una de las discotecas más genuinas por el enclave (metida en el mar y en la Ley de Costas) y por ser la más antigua de la Villa (junto con Pachá) y si continua y sube por los acantilados llegará a otra de las playas nudistas que se esconde entre la línea ferrea y el propio mar, uno de los lugares elegidos por el turismo gay para tomar baños de mar, de sol y de luz, para relacionarse. La playa se comunica por el puente de la vía con una sierra de pinos y sardones, en el que también puedes ver a todos los faunos locales e internacionales, reconocerse, lamerse, encontronarse y dislocarse felizmente como cervatos jóvenes o viejos berracos montaraces; el espectáculo es de National Geografic y la reserva un lugar de caza seguro, no sale en la crónica de NYT, ni en el informe de Bombers de la Generalitat, a pesar de que cada verano arde. También es un lugar de ravers y botellón, de peleas, de pasiones, de hurtos más o menos sofisticados, sin apenas violencia. El caminante reconoce el lugar con solo seguir el rastro de toallitas de papel, pañuelos, botellas de agua, chanclas perdidas, tangas y demás restos genuinamente orgánicos que nadie recoge, con lo que el final de temporada, es duro en este paisaje.
Mientras tanto en el resto de las playas, las familias juegan con sus retoños, los adolescentes con palas, se bañan, se broncean hasta consumir la memoria de la piel, las piraguas llegan hasta las bollas, las motos de agua, las embarcaciones, incluso surfistas sin olas, todo dentro y fuera de los espigones y bajo la mirada de los vigilantes de la playa, cuyo horario se anuncia por una megafonía de cacharrero, de diez de la mañana a ocho de la tarde, como en las piscinas; antes o después de esas horas cada uno es libre de seguir haciendo lo que quiera, pero en los mástiles ya no vigilarán esas banderas, verde o amarilla, el mar podrá seguir su ritmo de respiración y de resaca, sin vigilancia.


De todos los chiringuitos, entre espigones, el Sausalito es el mejor equipado, siempre con música chill out, siempre con cuerpos jóvenes, cerveza fría, coca-cola con hielo y la sensación de un verano perpetuo, inocente, amable, algo que el turista va a recordar igual que esas noches tórridas que tienen todos los veranos, donde encienden antorchas bajo una luna casi azul, dejando un rastro ondulante sobre el mar, igual que la luz del horizonte que no parece apagarse nunca, ya que los últimos rayos quedan ahí hasta el día siguiente.
Todo eso lo consigue Sitges en una sola noche, con lo que el turismo de fin de semana queda satisfecho en cuanto a las postales; el turista de una semana sueña con volver antes incluso de subir de nuevo al avión y regresar a un suburbio de París, dejarse ver reflejado en los espejos de su gimnasio o de su cuarto de baño, del ipad, de su blog o de donde esconda la gente de ahora su memoria, su vanidad y sus postales.
Aparte de esto, pasear y seguir paseando hasta que reconozcas los cedros que aun quedan entre las palmeras de un lado del paseo y las del otro, unos ejemplares extraordinarios que no dejan de sorprenderme cada vez que paso por allí, los tienes en la desembocadura de otra de la calle escaparate de la Villa, la calle Princesa. Creo que solo son media docena, antes había más, pero ya ves son así las cosas y esos ejemplares que se esparcían por todo el mediterráneo desde aquí hasta Siria, ahora son prácticamente especies en extinción, por lo menos en este tipo de paseo y que nadie se preocupa de replantar, tardan demasiado en hacerse adultos para que eso les compense, no obstante aunque en el paseo solo quedan esos ejemplares, hay alguno más que sobresalen por los muros privados de casas sin prisa, que se diferencian así de las demás.


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