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viernes, 26 de abril de 2024

I.M.I. de Elena ROMÁN. (Editorial Nausicaä)




 Como San Juan de la Cruz, todos lo poetas deberían sufrir un exilio interior y exterior, alojados en una celda de seis pies de ancho y diez de largo, un mínimo de nueve meses y a partir de ahí escribir. Algo así te dota de seguridad al vencer las flaquezas e incertidumbres de nuestra naturaleza y otorgar valor a una poesía sin vanidad. El primer libro que leo de Elena Román es I.M.I. las siglas de Impuesto sobre Males Inmuebles, un refinado poemario en el que muestra un intenso humor, un sarcasmo e ironías difíciles de encontrar en la poesía española en la que sobra carnaza en forma de violencias, servilismos, devastadoras violaciones familiares, laborales, sentimentales, matrimoniales, violencias interraciales, pobrezas, anorexias, bulimias, depresiones sin fin, es decir una agonía espiritual dentro de un mundo agónico con las heridas bien abiertas. A pesar de que la autora reniega de este libro a mí me parece  descubrir un poemario grandísimo, tanto como la sonrisa en la foto de la solapa. Sólo una mujer que sonríe hace frente a las mezquindades de la vida y este poemario te las señala de una en una, con la misma intensidad en las dos partes en las que se divide el libro, la primera que denomina “La inmobiliaria” y la segunda “Gestoría”, dos de las palabras seguramente menos utilizadas en la poética de todas las generaciones y no solo en la poética sino en la problemática habitual del día a día por representar lugares de una negatividad necesaria. Elena convierte con gestos llenos de belleza estas dos palabras y sus múltiples significados, entre otros cada uno de los poemas: Sociedad unipersonal. Cantera s/n. Grapar un Euribor. Solar. Párpados de oficio. Desahucio y por poner un ejemplo, es en <<Desahucio>> donde derrocha dolor y armonía a raudales, negación ante el miedo, ante la soledad y a la vez una preciosa serenidad, cuando dice: “No escucho los pasos: no hay pasos; / uso tapones contra el miedo. / Cierro el armario: no hay monstruos;/ uso un pomo para mentirme./ No pago si no cobro. / Lo que contengo me amenaza / con el desahucio, y no me inmuto./”. Plenamente consciente de lo que supone, entiende la realidad y la combate sin mostrar odio alguno. Ningún odio contra el Catastro, el Registro de la Propiedad, el Burofax, que son elementos con un enorme déficit humano de quién se venga, con una voz suave y a la vez implacable, por medio de los elementos poéticos, casi como la poética de Karmelo Iribarren, la de Rafael Courtoisie, incluso la de Bobin. Cuando personalmente conoces a Elena Román, cada una de las herramientas poéticas con las que trabaja, sin forzar, sin chirriar, son coincidentes con su personalidad, y por lo tanto verdaderas. Cuando la conoces te encuentras con una mujer, fuerte y frágil, tierna y dura, implacable y displicente cuando te pasas de cortés  o no llegas, siempre por medio de la ironía, la inteligencia, criterio y buen hacer. Antonio Roa o Félix Maraña, entre otros muchos, son dos de los que la han fichado para sus proyectos porque hay que contrarrestar ese mundo tan poblado de registradores de la propiedad, notarios, abogados, directores de catastro y gestores, de esos que además de cobrar por sus servicios, siempre ganan. Arrendadores, embalajes, cobradores con frac, ventanillas, moratorias, impuestos y contratos en práctica. Lo publica Nausícaä en 2013 en la colección La rosa profunda, dirigida por José Manuel Martínez Sánchez, año en el que fue galardonada con el XXVII Premio Internacional de Poesía Barcarola, convocado por el Ayuntamiento de Albacete. Elena Román ha recibido una docena de premios más y ha publicado, entre otras editoriales, con Liliputienses, Olifante, Littera, La Bella Varsovia, así como en revistas literarias como “El coloquio de los perros”. Así mismo y de Elena Román, tengo la fortuna de tener en mi biblioteca “No (tan) ángeles”, un libro para coleccionistas que publica de forma artesanal –¡atentos!– “Cartonera del escorpión azul” cuyo comité cartonero, lo forman Enrique Cabezón, Miguel Fernández, Javier Gil Marín, Víktor Gómez y Raúl Niego de la Torre. 

 

De “I.M.I.”, y del poema “Archivo”, estos versos:

<<Hasta las polillas se dan cuenta / de que no es lo mismo pasear por el archivo / que atravesar cualquier cruce en el que siempre / habrá una botita de niño, libre, / que quiere andar pero no quiere zapatos, />>




Demonios. Ben CLARK (Editorial Sloper)

 

                                            (San Jordi 2024. Foto de E. G.)
 

Nacer en Ibiza es no ser de ningún sitio, como nacer en Santa María de las Pegas, Fáfilas o Alcuetas y sin embargo todos vamos a morir a Ibiza, a Santa María de las Pegas, a morir aunque no para siempre, sólo por un instante, ese en el que tarda en morir una langosta o un mejillón en el mostrador de la pescadería. Disfruto de la lectura de los Demonios de Ben Clarck, un escritor que nació en Ibiza en el año 1984, que a los veintidós recibió el premio Hiperión con “Los hijos de los hijos de la ira” publicado por Hiperión, como Blanca Andreu con su premio Adonais en 1980. 

 

Hasta llegar a los “Demonios”, hay un recorrido de veinte años en los que ha recibido todos los grandes premios de poesía, alguien lo ha sentenciado por escrito en un periódico, Ben Clarck ya es un clásico de la literatura -joven- de este país, algo con lo que sueñan muchos de los poetas, no tan jóvenes y ha llegado a la 5ª edición de “Demonios” como sin darse cuenta, sin saber cuál es la magia de salir del lugar de los sueños para llegar a la acera más soleada de la calle. Digo que él no lo sabe, pero no es verdad, Ben Clark lo sabe, sabe lo que hace, reconoce la magia y la acorrala hasta llenar un libro; y yo lo sé, reconozco esa forma de escribir porque es la mía, es la de Pedro Ugarte, Pablo Gonz, Pedro Casariego, Víctor Pérez, Elena Román, Marta Agudo, Berta García Faet, Isabel Giménez Caro o Irene Solá, se reconoce en el espacio de luz que se forma en los interiores de la biblioteca Gabriel García Márquez de Barcelona,  bajo los párpados de los niños de diez años cuando te miran con toda seriedad. El día del libro, el 23 de abril de 2024, crucé todo el centro de Barcelona sobre la que se desplegaba en ese momento un campamento de libros hasta llegar a la paradeta de la editorial Sloper en Gran de Gracia, donde se hacinaban más y más libros y tiendas de campaña como si fuera la mismísima franja de Gaza; y allí estaba Ben luchando con sus demonios y con todos los putos demonios de Sloper. ¿Sloper?. Sí Sloper, la editorial de Mallorca que de repente ha explotado, como si después de revolver y revolver en la marmita, terminara por dar con la fórmula correcta para ser inmortal y Román Piña, el cocinero y editor, ha dado con ella después de pelar muchas pipas con la revista que la precedió en el año 1994, siendo la otra pata el haber publicado en tiempo y forma a Agustín Fernández Mallo, autor que alcanzó a lazo la editorial Candaya, también en tiempo y forma. Hasta llegar a hoy; su estantería editorial se forma con menos de ciento cincuenta títulos. Ben Clark es un escritor de la casa Sloper, de esos escritores fieles con los que puedes contar porque sirven para regentar un bar en Tarifa, pasear a la mascota o hacerse cargo de la paradeta de los libros en la feria de Barcelona o en la de Córdoba, sin pedir nada a cambio o un poco de cariño que es la materia que, como el hierro de la fragua, forja el carácter de  un poeta: en “Gafes del oficio” escribe: <<Me propuse crear un gran poema. / Pero en vez de escribir llamé a mi hermano / y estuvimos hablando de la infancia.>> Esta forma de ser me recuerda a “La miel” de Tonino Guerra (Pepitas de calabaza), otro de mis autores favoritos. Para terminar de recomendar a este autor al que seguiré leyendo, sólo decir que con “Demonios” les ha llegado el Premio Nacional de la Crítica como mejor libro de poesía editado en el año 2023. Ben Clark en otro de sus poemas “Pastillas de freno” vuelve a montar, como en aquel verano imberbe, para <<sentir el placer de correr sobre hierros que no guardan secretos>>, algo que sólo ocurre en un momento exacto de nuestras vidas, la infancia, y dura para siempre.