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jueves, 14 de junio de 2012

NO PASARAN


Jordi Carrión (foto de Lisbeth Salas)


Previo (crónica Revista Alenarte, sobre el mismo autor, http://alenarterevista.net/los-paisajes-de-jorge-carrion-por-elias-gorostiaga/)

Pese a todo lo que decían las autoridades en el barrio  Gornal de L'Hospitalet, hubo una aparición, era JC tirando del carrito de un super, cargado con hierros, cables de cobre arrancados, piezas de ordenador, una estantería forroñosa. Lleva una gorra blanca, una camiseta desteñida con los restos del dibujo de una palmera. A su lado camina cansada una mujer, con falda larga hasta los tobillos y sandalias, viste una camiseta verde con letras amarillas que dicen Putos modernos. Se paran delante de los escaparates repletos de pantallas de plasma. Las televisiones emiten en directo a los dos tipos que miran fijamente, en una de ellas hay interferencias...

Los dieciséis capítulos de Los muertos de George Carrington y Mario Alvares, dejan mucho ruido de fondo y de ese ruido Jordi Carrión saca la música en la que basa su obra. No hay más complejos que ese, el de ver muchas series de televisión. Cuando yo escribía teatro, incluso cuando escribía poesía, me inspiraba en Heiner Müller, a veces en un solo poema, hoy los escritores se inspiran en series de la Fox que se comentan en blogs, que crean miles de entradas, debates, cuyos personajes toman los mandos de tu cerebro y te fríen vivo: el resultado es esta nueva ficción. Hoy tengo que tomar mucha cerveza, hacer enloquecer a mis pupilas y a veces el premio es dar con un buen libro, a veces solo me conformo con llevarme a la boca una buena frase; mientras, yo también sigo soñando que un día sea uno de mis personajes el que tome el control de mis actos, mi libertad.
Esta novela de ficción pura, presenta un personaje, una ciudad, una relación de amor entre cicatrices, niños, hombres, viejos que son ciudadanos Nuevos que se aparecen por ciertos puntos de Nueva York, sin identidad, ni memoria, para ser reeducados, reconducidos, reimplantados y pasar a formar parte del resto de viejos ciudadanos y por el camino ganar el suficiente dinero para pagarse sexo y  buscar a un adivino que te aclare como te llamas, quién eres. Toda la acción ocurre en un mundo concentrado lleno de realidades concentradas, pero sin aspecto físico, sin detalles, sabemos de ellos que son guapos, o son niños, o son viejos, o son cabezas rapadas, músicos y como rasgo diferencial apenas un nombre y un callejón;  no sabemos cual es el sonido que lo envuelve, la atmósfera, quizá el de algún ventilador que ya hemos oído en otras películas, quizá las aspas de los helicópteros, el de las turbinas del aire acondicionado, el silencio de la gente que va y viene y calla delante de las palizas. Nadie llora, la gente aparece o desaparece y nunca muere, sus heridas se restañan y solo quedan cicatrices, muchas cicatrices, a las que todo el mundo se ha acostumbrado. Esa es la dimensión, esa, la Teoría de Cuerdas... y eso también me recuerda a otra novela Fin de David Monteagudo (Acantilado) en la que toda la trama se desarrolla en un paisaje del que van desapareciendo los protagonistas, más o menos como aquí, solo que sin volver a aparecer en ningún otro sitio y con una emoción distinta a la de Los muertos, durante el recorrido, una emoción que se llama intriga.

Si saltas de dimensión y te metes en el libro azul de Shakespeare, ves todo lo que te has perdido; y yo hablo por mi: <casi me lo he perdido todo>. Tendría que hacer memoria para saber donde he estado mientras Jordi Carrión mamaba de toda esta alucinante cantidad de series que parece que empiezan con Blade Runner y termina con Sin City, dos películas que son dos comic, que son dos novelas, que forman el imaginario moderno y futuro de este territorio, fuera de control, de esta imagen pixelada.
Si saltas de dimensión las series te llevarán de la política a las guerras del futuro, de la resistencia pacífica de las ciudades, a las ciudades escombro, arrasadas por la crueldad de guerras en las que solo se muere, sin combate, sin soluciones. Abres el grifo de esa dimensión y sabes con certeza que no saldrá agua. Si eso lo ves en una serie, lo tendrás en la puerta de casa, la gente termina imitando la vida real que antes se les ha contado en su serie favorita, terminan siendo sus propios personajes. En nuestra sociedad teledirigida, tendremos abogados o blade runner según las necesidades que creemos en pantalla, esa es la realidad concentrada a la que se cita, la que te suministra cada hora, cada serie, cada día.
Y Jordi Carrión no se aparta de esa pantalla ni siquiera cuando lo que escribe son viajes, cuando la no ficción te llega en forma de recorrido por Australia, al barrio de La Boca en Buenos Aires, o cuando recorre el territorio Neruda, Bolivia, Brasilia o habla de los emigrados como Bolaño, Américo Castro, Bellow o Cozarisnky, que no dejan de ser ensayos para la puesta en escena de lo que serán los grandes emigrados de la familia Carrión, esa rama familiar que salió de España para irse a Australia, el gran libro de viajes de los que hasta ahora ha publicado.

Australia es la historia personal, un rastro genético de la emigración, una apuesta, es como cada uno de los partidos de Nadal, difíciles y geniales hasta la extenuación, un viaje largo que como todos los de Jordi, al principio, al medio o al final, terminan pasando por Buenos Aires, terminan pasando por penurias contadas por las distintas personas que conforman la literatura de viajes, que son como suspiros y es así como te vas haciendo a la idea, de que el que lo escribe también es así, contradictorio, con mil rostros de otras tantas batallas, con mil amigos de muchas noches, peripecias, amores, olvidos, un sinuoso mapa genético en el que estamos todos. Especialmente perturbador o desolador en ese territorio es lo siguiente:
Cuando se produjo ese accidente, en 1982, en el capítulo crucial de la historia de tu familia australiana, tu tío abuelo Jesús tenía sesenta y cinco años y perdió dos centímetros de masa encefálica. Despareció de su cerebro todo el inglés que había aprendido en su vida de inmigrante y seguramente la mayoría de los recuerdos de la segunda mitad de su biografía, su vida segunda tan lejos de casa, en la otra punta del mundo”.
Esto me lleva de nuevo aLos muertos”, donde los Nuevos vienen a un viejo mundo, sin memoria, sin nombre y lo primero que encuentran en ese estado embrionario, es una paliza, una cicatriz y un transfondo social y político bajo el nombre de un escándalo que en su día fue el Watergate y ahora es el Braingate.
Australia:
“-El tema es espinoso,¿sabes? –prosigue-. Cuando hablas con australianos blancos no te dicen la verdad, porque saben que el turista se llena la boca de derechos humanos y retórica barata…Pero lo cierto es que los blancos <…> no quieren a los negros.”

Jordi Carrión en todos esos libros de los que cuenta viajes, encuentra a una parte de la sociedad que lucha contra otra parte de la sociedad y siempre es la misma lucha, el mismo amor-odio,  bosones frente a fermiones, norte-sur, el mismo blanco-negro, la misma necesidad de soledad y compañía, la misma necesidad de recorrer mil kilómetros en autobús por sendas embarradas, para ver a una chica (La brújula), y la necesidad de olvidar y volver a poner otros mil kilómetros sobre ese tapete de juego en el que se va convirtiendo la vida.

Y así podemos seguir dando referencias, construyendo puentes, liquidando mundos y paisajes, unas veces en unas dimensiones conocidas y otras en esas dimensiones que intuyen de momento, las distintas Teorías físicas, dimensiones mentales en las que en las teleseries, tenemos un adelanto, tanto en lo político, como en lo social, como en lo económico y a Jordi Carrión un observador imprescindible, ambicioso y turbador del que uno no quiere desprenderse y del que exprime cada segundo como si fuera a ser el último, una última bocanada de aire fresco en este bochornoso verano que nos espera y con la seguridad más o menos ficticia, que en Israel, Nápoles, Taiwan o Cataluña, no hay desapariciones, por el momento. De lo que no estoy tan seguro es que pueda aparecer en cualquier momento Tony Soprano, paseando por la playa. Por otra parte confío en que Jorge Carrión tendrá que contar muchos más viajes,  (de hecho ya va desgranando alguna crónica  aqui  ) poner así el contador a cero y seguir interpretando de nuevo este mundo ridículo, que una y otra vez nos vuelve a tocar vivir.

...En un apartamento de Gracia, alguien que mira su pantalla de ordenador, alguien que sigue una teleserie, reconoce, debajo de esa gorra blanca a Jorge Carrión, se incorpora sobre su asiento, teclea algo y entra en un blog en el que ya han colgado una crónica que habla de los recogedores de chatarras. Pese a lo que dicen las autoridades en ese momento acaba de desaparecer una parte del barrio del Gornal.

miércoles, 6 de junio de 2012

MARTIN CAPARROS & JORDI CARRION



Biblioteca Jaume Fuster
Barcelona
Martes 5 de junio de 2012.


Pasan cinco minutos de las siete de la tarde y acabo de llegar a la sala en la que Jordi Carrión conversará con Martín Caparrós sobre literatura de viajes, sobre viajes, sobre literatura. La sala no la encuentra nadie, de hecho yo subo una planta de la biblioteca y sigo un letrero que pone libros de viajes, pero allí solo hay libros de viajes y chicos que leen y teclean en sus ordenadores. Bajo al mostrador y pregunto.
-Si, es ahí –señala el empleado hacia un pasillo-

Es ahí, al lado del lavabo, en un pasillo que desemboca en una sala. Entro venciendo esa timidez de toda la vida, cuando llegas a un lugar que no conoces y están allí.

En casa dejé al fontanero reparando los radiadores, precisamente hoy que no estaba previsto que viniera, llama al timbre a las cuatro y cuarto; llama al timbre y cualquiera le dice que lo deje para otro día. Un fontanero en época de crisis es un fontanero, es decir una persona ocupada a plena ocupación. No corría prisa, pensé, y en la primera hora de trabajo había conseguido montar y desmontar el primero de los cuatro radiadores, eran las cinco y me puse a descargar un antivirus en el portátil, mientras una mancha de agua oxidada empezó a crecer en el suelo de la habitación y otra mancha se fue abriendo en el ordenador.
-¿Tienes una fregona? –preguntó el tipo-

Jordi sonríe al verme entrar, le hago un gesto con la mano, es un saludo y me siento en una de las treinta o cuarenta sillas vacías que llenan la sala. En ese momento hay diez  o doce personas buscando esa conversación, pero solo hemos encontrado el lugar ocho. Han pasado diez segundos desde que me siento, es el tiempo que tardo en verla, no se quien es, solo se que pertenece a una de esas tribus antiguas que conocían el funcionamiento de las estrellas, del fuego, de los venenos, que sabían ya entonces sacar el corazón de los hombres para dejarlo palpitando sobre una piedra tallada, encima del altar al que se asoman los dioses sedientos de sangre, mucho antes de que Hernán Cortés, lo empezara a cambiar todo, para siempre. Ella, Ixchel estaba allí y la oí.
-Miau

No quise mirarla ni un segundo más, ni hice fotos. Después los dos escritores dijeron algo de empezar a hablar, dijeron algo de que nos juntáramos más y solo se movieron ellos y movieron la mesa que no se dejó, Jordi Carrión dijo que vendrían muchos más (que después de deambular y olvidar, ahora se habían quedado sentados en la terraza de una cafetería en la misma puerta de la biblioteca, cansados) y mientras y durante Caparrós no hacía otra cosa que apurar su café con hielo, comiéndose el hielo con auténtica vehemencia, comiéndose el vaso de cristal, mordisqueándolo, dejándolo en la mesa y volviéndolo a morder. Ella sonreía y Oscar, el organizador presentó a los dos contertulios de forma eficaz y sintética, igual que si consultas el diccionario de Julio Casares “de la idea a la palabra de la palabra a la idea”.
Entonces empecé a luchar profundamente contra los dioses, y los dioses empezaron a luchar contra mi, como solo ellos lo saben hacer, distorsionando los contenidos, desenfocando los objetivos, desorientando a los viajeros, encaminando los caminos hacia desiertos, hacia pueblos perdidos que apenas hablan, hacia ciudades gemelas, con casas y plazas gemelas dispuestas de forma que  no puedas encontrar la dirección de tu alojamiento, ni las pertenencias que dejaste allí, en la habitación, en aquel hotel que ahora se refleja en un espejo de casas iguales unas a otras. Estos dos tipos han viajado arriba y abajo por todo el puto planeta, no queda un solo hueco donde no hayan hozado, según parece, más Caparrós que Carrión y eso que Carrión acaba de llegar de California.
-Si, estoy hasta el viernes –dice Caparrós- el fin de semana me voy a Sudán.

Pienso en Sudán, los dioses se descojonan de mi, yo el fin de semana monto una cuna para mi hijo que nacerá en septiembre y del que todavía no se su nombre, eso está bastante lejos de ir a Sudán, a Sabadell o a la plaza de la catedral de Barcelona, aunque sea a ver bailar una sardana. Ella interviene, sonríe y dice
-Miau

Se que no es eso lo que dice, se que pregunta algo, que la piel no la tiene morena por nada, que ha estado tomando el sol y de hecho lleva gravada la marca del bikini y debajo un cuerpo que fue regalo de su tribu a los dioses, de esa tribu mixteca, tolteca, chibchas y esos dioses que la dejaron para los rituales de los hombres. Toma notas, disfruta, pregunta cuando no entiende alguna palabra. Y los escritores siguen hablando con precisión de libros como USA (trilogía) de Dos Passos, La guerra de Estambul, la literatura dinámica y literatura estática, de los turistas que a toda costa se intentan hacer un lugar en la postal, ser testigos de haber estado allí en París, en Londres, a los pies de aquel paisaje. Y llega un punto de este viaje en el que Jorge (por seguir un guión) pregunta a Martín y este contesta lo que le da la gana y deja que el Santo se le vaya al cielo y divaga como solo un escritor argentino sabe, nadie divaga tanto como los argentinos, y dentro de esta rama de la tribu de Abrahán, los escritores (que además son argentinos) vagabundean entre palabras como nadie otro en el planeta.
Encuentro a Jordi Carrión tremendamente moreno, y cada vez que sonríe se le ilumina la cara y miro a la Chica y veo que Jordi y ella tienen el mismo color de piel, como si también J,  no fuera el J de Barcelona, sino  hijo de uno de estos pueblos perdidos para siempre entre la confusión de las selvas o de las planicies, un pueblo en todo caso que le ha legado una sabiduría extraordinaria para conocer el funcionamiento de las cosas inestables, como son los viajes y la literatura. Ella sonríe y dice Miau y también se le ilumina la cara y los hombros y los tobillos descalzos. Caparrós divaga, se va por unos caminos que nadie ha recorrido, come guisado de una gente que apenas habla, que son como las Historias mínimas aquella película de Carlos Sorín,  entrañables, él que es indio a veces exiliado y a veces de esa raza a la que también pertenece Jorge Herralde, de esos indios argentinos que descubrieron que el país era el doble de grande y lo dejaron a medio abandonar, no está moreno, más bien parece que ha salido del despacho de un grupo editorial, de trabajar en las oficinas de la CNN, de la BBC, de la ABC, del taller de costura de García Márquez y ya ha pasado hora y media y a Caparrós le suena el teléfono, un sonido que no reconoce y lee de su ordenador un viejo relato que parece que también hayan escrito los dioses y ella, la Chica, sonríe y dice Miau. Y cuando esto termina todo se diluye, como el azúcar y deja mancha como de fruta de verano y esquivo a todos los que no vinieron para que J. me firme su libro, un libro que habla de una multitud de cosas y que literalmente me trastorna un poco cada página, un poco, un poco más cada vez.
Y eso fue una parte del todo. Y un aviso, la próxima vez que J. Carrión anuncie un acto, háganle caso, dejen un rato la puta mierda de vida que lleven porque este es un viaje que solo sirve para una vez.

domingo, 3 de junio de 2012

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