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miércoles, 6 de junio de 2012

MARTIN CAPARROS & JORDI CARRION



Biblioteca Jaume Fuster
Barcelona
Martes 5 de junio de 2012.


Pasan cinco minutos de las siete de la tarde y acabo de llegar a la sala en la que Jordi Carrión conversará con Martín Caparrós sobre literatura de viajes, sobre viajes, sobre literatura. La sala no la encuentra nadie, de hecho yo subo una planta de la biblioteca y sigo un letrero que pone libros de viajes, pero allí solo hay libros de viajes y chicos que leen y teclean en sus ordenadores. Bajo al mostrador y pregunto.
-Si, es ahí –señala el empleado hacia un pasillo-

Es ahí, al lado del lavabo, en un pasillo que desemboca en una sala. Entro venciendo esa timidez de toda la vida, cuando llegas a un lugar que no conoces y están allí.

En casa dejé al fontanero reparando los radiadores, precisamente hoy que no estaba previsto que viniera, llama al timbre a las cuatro y cuarto; llama al timbre y cualquiera le dice que lo deje para otro día. Un fontanero en época de crisis es un fontanero, es decir una persona ocupada a plena ocupación. No corría prisa, pensé, y en la primera hora de trabajo había conseguido montar y desmontar el primero de los cuatro radiadores, eran las cinco y me puse a descargar un antivirus en el portátil, mientras una mancha de agua oxidada empezó a crecer en el suelo de la habitación y otra mancha se fue abriendo en el ordenador.
-¿Tienes una fregona? –preguntó el tipo-

Jordi sonríe al verme entrar, le hago un gesto con la mano, es un saludo y me siento en una de las treinta o cuarenta sillas vacías que llenan la sala. En ese momento hay diez  o doce personas buscando esa conversación, pero solo hemos encontrado el lugar ocho. Han pasado diez segundos desde que me siento, es el tiempo que tardo en verla, no se quien es, solo se que pertenece a una de esas tribus antiguas que conocían el funcionamiento de las estrellas, del fuego, de los venenos, que sabían ya entonces sacar el corazón de los hombres para dejarlo palpitando sobre una piedra tallada, encima del altar al que se asoman los dioses sedientos de sangre, mucho antes de que Hernán Cortés, lo empezara a cambiar todo, para siempre. Ella, Ixchel estaba allí y la oí.
-Miau

No quise mirarla ni un segundo más, ni hice fotos. Después los dos escritores dijeron algo de empezar a hablar, dijeron algo de que nos juntáramos más y solo se movieron ellos y movieron la mesa que no se dejó, Jordi Carrión dijo que vendrían muchos más (que después de deambular y olvidar, ahora se habían quedado sentados en la terraza de una cafetería en la misma puerta de la biblioteca, cansados) y mientras y durante Caparrós no hacía otra cosa que apurar su café con hielo, comiéndose el hielo con auténtica vehemencia, comiéndose el vaso de cristal, mordisqueándolo, dejándolo en la mesa y volviéndolo a morder. Ella sonreía y Oscar, el organizador presentó a los dos contertulios de forma eficaz y sintética, igual que si consultas el diccionario de Julio Casares “de la idea a la palabra de la palabra a la idea”.
Entonces empecé a luchar profundamente contra los dioses, y los dioses empezaron a luchar contra mi, como solo ellos lo saben hacer, distorsionando los contenidos, desenfocando los objetivos, desorientando a los viajeros, encaminando los caminos hacia desiertos, hacia pueblos perdidos que apenas hablan, hacia ciudades gemelas, con casas y plazas gemelas dispuestas de forma que  no puedas encontrar la dirección de tu alojamiento, ni las pertenencias que dejaste allí, en la habitación, en aquel hotel que ahora se refleja en un espejo de casas iguales unas a otras. Estos dos tipos han viajado arriba y abajo por todo el puto planeta, no queda un solo hueco donde no hayan hozado, según parece, más Caparrós que Carrión y eso que Carrión acaba de llegar de California.
-Si, estoy hasta el viernes –dice Caparrós- el fin de semana me voy a Sudán.

Pienso en Sudán, los dioses se descojonan de mi, yo el fin de semana monto una cuna para mi hijo que nacerá en septiembre y del que todavía no se su nombre, eso está bastante lejos de ir a Sudán, a Sabadell o a la plaza de la catedral de Barcelona, aunque sea a ver bailar una sardana. Ella interviene, sonríe y dice
-Miau

Se que no es eso lo que dice, se que pregunta algo, que la piel no la tiene morena por nada, que ha estado tomando el sol y de hecho lleva gravada la marca del bikini y debajo un cuerpo que fue regalo de su tribu a los dioses, de esa tribu mixteca, tolteca, chibchas y esos dioses que la dejaron para los rituales de los hombres. Toma notas, disfruta, pregunta cuando no entiende alguna palabra. Y los escritores siguen hablando con precisión de libros como USA (trilogía) de Dos Passos, La guerra de Estambul, la literatura dinámica y literatura estática, de los turistas que a toda costa se intentan hacer un lugar en la postal, ser testigos de haber estado allí en París, en Londres, a los pies de aquel paisaje. Y llega un punto de este viaje en el que Jorge (por seguir un guión) pregunta a Martín y este contesta lo que le da la gana y deja que el Santo se le vaya al cielo y divaga como solo un escritor argentino sabe, nadie divaga tanto como los argentinos, y dentro de esta rama de la tribu de Abrahán, los escritores (que además son argentinos) vagabundean entre palabras como nadie otro en el planeta.
Encuentro a Jordi Carrión tremendamente moreno, y cada vez que sonríe se le ilumina la cara y miro a la Chica y veo que Jordi y ella tienen el mismo color de piel, como si también J,  no fuera el J de Barcelona, sino  hijo de uno de estos pueblos perdidos para siempre entre la confusión de las selvas o de las planicies, un pueblo en todo caso que le ha legado una sabiduría extraordinaria para conocer el funcionamiento de las cosas inestables, como son los viajes y la literatura. Ella sonríe y dice Miau y también se le ilumina la cara y los hombros y los tobillos descalzos. Caparrós divaga, se va por unos caminos que nadie ha recorrido, come guisado de una gente que apenas habla, que son como las Historias mínimas aquella película de Carlos Sorín,  entrañables, él que es indio a veces exiliado y a veces de esa raza a la que también pertenece Jorge Herralde, de esos indios argentinos que descubrieron que el país era el doble de grande y lo dejaron a medio abandonar, no está moreno, más bien parece que ha salido del despacho de un grupo editorial, de trabajar en las oficinas de la CNN, de la BBC, de la ABC, del taller de costura de García Márquez y ya ha pasado hora y media y a Caparrós le suena el teléfono, un sonido que no reconoce y lee de su ordenador un viejo relato que parece que también hayan escrito los dioses y ella, la Chica, sonríe y dice Miau. Y cuando esto termina todo se diluye, como el azúcar y deja mancha como de fruta de verano y esquivo a todos los que no vinieron para que J. me firme su libro, un libro que habla de una multitud de cosas y que literalmente me trastorna un poco cada página, un poco, un poco más cada vez.
Y eso fue una parte del todo. Y un aviso, la próxima vez que J. Carrión anuncie un acto, háganle caso, dejen un rato la puta mierda de vida que lleven porque este es un viaje que solo sirve para una vez.

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