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martes, 21 de diciembre de 2021

DERBI Poema 15



15


Duchas baratas,

camas calientes,

esa era la pensión.


Persianas caídas por el viento,

argelinos al final de la calle,

negros junto a los contenedores,

morralla pegada a los portales

esperando una oportunidad.


Y en el medio de ese camino estoy yo,

seguro de pasar al lado de todos ellos,

seguro de perder,

seguro de mis cuatro nudos,

de los cables,

las correas,

el engranaje,

seguro de pisar a fondo aunque vengan curvas,

con las gomas gastadas, si ¡y qué!.


Esperando estoy yo también, como todos los del barrio

y no terminas de llegar, nena.

Nunca estas cuando te espero.

Siempre apareces cuando ya no lo cuento.

Siempre,

como si fuera la primera vez.


 

domingo, 19 de diciembre de 2021

Sonido ambiente (4). Gato Urbina




                                                             Gato Urbina


Floren Urbina es un dandi, sus maneras son muy suaves, es amigo de Alberto García-Alix, del Dogo, Ángel Lirio, Lola Puñales, y conocedor de otros muchos muertos de la etapa dura de Madrid, cuando en los ochenta se soñaba con formar parte del cielo, en La Vía Láctea. Un día leyó Cuerdas de plata y desde entonces, sin conocernos, somos amigos. Hemos quedado en que yo le escriba poemas para que él los convierta en canciones de tres minutos, con cierto aire a Lou Reed, un músico y una música del siglo pasado que muchos milenials no han oído en su vida, en eso ninguna esperanza de triunfar. 

El nombre de guerra que tiene mi amigo es Gato Urbina. El otro día me envió un video con tres canciones, en una de ellas aparecen algunos versos de uno de los dieciséis poemas que le he mandado. Le escribo felicitándole por el trabajo, le recomiendo que busque un par más de músicos para que le acompañen, pero al parecer lo de reunirse a ensayar, a estas edades, después de haber sobrevivido a lo de Madrid en los ochenta, parece que no se articula demasiado bien. Le he vuelto a mandar más poemas y le animo a que los convierta en música. Y así estamos enredados: Urbina el Gato con su madeja, y yo con la mía, los dos rodeados de cadáveres que esperan sepultura y de chicos que no conocen una época en la que todas las canciones tenían nombre de droga, ni al viejo Lou y esta balada: “Just a perfect day / Drink Sangria in the park / And then later / When it gets dark,/ we go home Just a perfect day.”


domingo, 28 de noviembre de 2021

Bajo los párpados de quien se aleja. Presentación en Barcelona.

 


 Rafael-José Díaz

27 de noviembre de 2021. Librería Animal Sospechoso.

Editorial PRE-TEXTOS



A la una de la tarde del sábado, Antonio Puente escribe en La razón, sobre los libros de poemas que se engarzan con el título “Bajo los párpados de quien se aleja”, dice que Rafael resuelve con madurez una encrucijada entre anécdota y reflexión metapoética, lo coloquial frente al conocimiento. A la vez y a la misma hora, en las estribaciones del barrio de Gracia de Barcelona, en una librería denominada Animal Sospechoso, Alex Chico descubre entre analogías y metonimias, el paisaje de un lugar entre olas y muñones, lo desmenuza hasta dejar a nuestros pies, arena, convierte la librería en una playa y a la vez en la miniatura del universo. Rafael-José Díaz, el poeta invitado por la luz del sábado, en breves y justos diálogos  ha filtrado parte de ese cielo que todos vemos cambiar en las distintas horas del día, ha filtrado parte de nuestra naturaleza, esa con la que nos despertamos despeinados, con la que regresamos a la vida cada mañana y ha seguido filtrando, bajo los párpados, imágenes que guardamos y también todas esas pérdidas que abandonamos y nos abandonan, sin aviso alguno. Era la una de la tarde y toda Barcelona se empeñaba en demostrar que el hombre está muy cerca de su hocico, cuando habla, cuando come y cuando compra, en pleno segundo viernes negro con descuentos de resaca y, entre esa carne, un reducido grupo de poetas, no más de catorce o quince, conversa en tono confidencial sobre la muerte del padre, del amigo de infancia, de mi tío, de mi abuelo, de la playa que me gusta y a la que bajo, de esa playa en la que momentáneamente ha sido deshojado el libro de Rafael, como si la verdad fuera un  animal sospechoso.  Fuera, con las aceras repletas de hojarasca, a la una de la tarde y hasta las cuatro, al invierno empujado por el viento le esperan las retamas que deciden quedarse quietas ante el frío. De todos los poetas congregados, solo uno había viajado recientemente a Venecia y pensé que ese sería el lugar al que yo viajaría, el único lugar al que yo viajaría para buscar la muerte, bajo los párpados de quien se aleja.



                                                                 (fragmento de CREPUSCULO)

, y mientras tanto
la noche despedaza
la lengua que, sin saber,
se acomoda debajo de la lengua.

 

                  (fragmento de FIEBRE)

 

 la incestuosa conformidad con que nos acostamos

del lado de la cama que no pertenece a nuestra madre

y ocupamos por primera vez el lugar del padre convertido en fantasma,



(fragmento de EL PARDO)


la imagen sin edad de quien cruza una extraña

pregunta sin respuesta

y aprende nuevas lenguas inservibles

en la lengua del bosque. 


 

sábado, 6 de noviembre de 2021

LOS NOMBRES IMPARES. ALEX CHICO (presentación en Barcelona)

 Cita:

 

"–Busco a un hombre que huye de mi.

– ¿Y el hombre al que persigue viaja también del mismo modo?

– Si."

                                            Mary Shelley 





Librería Byron. Barcelona 5 de noviembre de 2021



Alex Chico ha llegado a casa después de dar todas las explicaciones a un público conocido que se acercó a la Librería Byron, una librería hermosa, cálida y llena de maderas. Se ha quitado los zapatos, de los que han caído algunas chinas, y sacado dos libros de los bolsillos de la americana, dados de sí por esa costumbre de ir con libros, uno es Frankenstein de Mary Shelley, el otro es una historia cinematográfica que habla sobre la ciencia de la tristeza y la silla eléctrica; los deja sobre la mesilla de cristal. Junto a los libros se descuelgan dos entradas de las dos exposiciones que se celebran en Barcelona, ambas sobre Banksy, una de ellas ficticia, la otra real. Ha bebido con los amigos de siempre y en casa, sentado entre la penumbra y el silencio, recompone al gato de los hechos y al de los halagos. Por las dudas y por las deudas, los editores le han agradecido que pudiendo publicar con otras editoriales, puedan seguir en Candaya cuidando y administrando sus obsesiones. Lo agradece.

 

Para ser las seis y media de la tarde de un viernes, muchos de los asistentes se quedan de pie. En la presentación participa Xavi Ayén, el periodista de La Vanguardia más envidiado de la ciudad de Barcelona porque jamás lleva mochila con libros, ni libros en los bolsillos y Bruno Montané, un atractivo y singular desconocido a pesar de tener una edad y ser el Forense Instructor del Conocimiento Necesario para la Colaboración en la Investigación Efectuada por Alex Chico, –todos esos títulos– se encuentra incapaz de disculparse por la arrogancia de su naturaleza; en el atrezzo de la primera fila una serie de personajes que aparecen en las paredes de Los nombres impares, uno de ellos tocado con un sombrero shtreimel, fabricado en Salteras, que solo se quitó cuando ya no pudo aguantar más la presión del calor sobre el casquete del cráneo y Toni Hill, que cerraba la fila junto a su mochila, que a diferencia de los otros no es un personaje de los detectives salvajes de Bolaño ni del ensayo ficción de Alex Chico.

¿De qué trata la novela?. La mitad de los que estábamos allí no teníamos ni idea de que era aquello de los “infras”, ni quién el poeta mexicano Darío Galicia,  oculto en la novela bajo el nombre de Damián Gallego, y yo en particular nunca he estado en el barrio barcelonés de Vallcarca, al margen de la montaña que es el barrio que ata el destino de Juan Trejo, también presente, y que Vila-Matas define cómo <<el norte de Barcelona y el sur de la nada>>, tampoco he estado en Portbou, ni en el desierto de Sonora, lo que no me impide seguir la disección de la novela.



 

Poco a poco te vas enterando que todo este enredo viene bien para hacerse una idea de lo doloroso que supone para muchos, esa elección que consiste en escribir aunque te cueste la vida, o entender la autenticidad de la escritura como un sacrificio, caminar con piedrecitas en los zapatos o masturbarte con la zurda si eres diestro, guardar silencio mientras narras, que son cosas de Gurdjieff y de las que hablaron, Xavi Ayén de forma muy higiénica, Bruno de forma hermenéutica y Alex con suficiente dolor por toda esa constante tensión detectivesca a la que somete a sus novelas, en la que él mismo se castiga pensando que detrás de todo ese trabajo solo queda un vacío de orfandad, bloqueo y desamparo. Y así los sedales volaban por la sala e íbamos picando en esos anzuelos, sin escapatoria. Todo fue evolucionando suavemente hasta que al final Diego Prado que anda de promoción con su Summertime Blues, y yo que no ando a nada, pudimos saber de qué iba la historia y esa fraternidad de escritores, incluso la lectura de un poema infrarrealista del auténtico Darío Galicia. Y hablando de "Barcelona me mata", allí estaba también Diego Gándara, impecable en su sufrimiento, a cuyo calor, por las dudas y por las deudas, cada vez me siento más unido.  En este final de año son muchas las novelas que se van paseando por la ciudad y Alex Chico se posiciona para que “Los nombres impares” sea uno de esos espejos en los que se reconocen reductos de la vieja Barcelona de hoy, la literatura y una buena semblanza de sus escritores más desnudos, de sus ausencias y sus presencias.  Dicho por Bobin: "El poeta Henri Pichette dice que nunca se debería escribir ni una sola frase que no se pudiera susurrar al oído de un agonizante. Pues bien, eso es exactamente. La manera de escribir que a mí me gusta, es exactamente eso."



 

jueves, 7 de octubre de 2021

Diego Prado. Summertime blues

 Algaida Editores 2021. 266 páginas

Dedicatoria: "A mi hijo Víctor, que empezó a crecer en la barriga de su madre casi al mismo instante en que nacía este libro."

                                                                        Diego Prado (2021)


En mi pueblo conocí hace más de treinta años a un viejo que vivía solo y algunas veces se le veía caminando seguido de una oveja o si estaba de buen humor con la oveja a su lado. Nunca vi caminar a nadie, ni siquiera en mi pueblo, a ningún viejo solitario junto a un toro blanco de quinientos quilos, quizá porque mi pueblo no es zona de dehesas, y ahora tampoco de ovejas, aunque sigue habiendo viejos solitarios, algunos –cada vez mas– y para siempre se han afincado en esa soledad legendaria, muchos de ellos ya empiezan a ser de mi edad y no recuerdan ya como una vez empezó todo esto del rock and roll. 

    El caso es que Diego Prado, un día, cuando era joven, se acercó al muelle de su pueblo con un petate de loneta en el que guardaba un par de fotos dentro de un par de libros, algunas hierbas aromáticas, un par de buenos zapatos y se embarcó para la península con algunos sueños estrafalarios, entre otros, el de apuntalar su carrera de escritor. Después, cuando la vida se complica, conoció a una chica de su pueblo que en su pueblo nunca la hubiera conocido, se casó y cuando ya estaban a punto de tener un gato, nació su hijo al que le puso nombre de escritor. A partir de ahí, sacó las hierbas aromáticas de la caja de lata, que todavía conservaba y dejó allí una bola de cristal que contiene toda la literatura que se ha escrito en color y en blanco y negro, para consultar cuando las fuerzas bajan. Se ha pasado, según cuenta en la dedicatoria, siete años con la novela que ahora publica y en todo ese tiempo, puro y cenceño, ha tenido que pedir consejo a la bola de cristal, preguntar sobre la literatura demente, la demencia de escribir, la resistencia de los cuerpos, hasta que la bolita de cristal le puso una canción de  los años cincuenta de un músico sin suerte, un tal Eddie Cochran y con esa canción Diego recordó como le gustaba bailar aquel rock de los primeros tiempos, cuando eran joven y vivía en la isla, casi tanto como a Don McLean al que cita así: “Hace mucho, mucho tiempo…No recuerdo cómo, aquella música solía hacerme sonreír” (American Pie).

     El caso es que tirando del hilo se llega al ovillo y sea como fuere, después de tanto tiempo, la novela está aquí bajo el sello de Algaida y se titula Summertime blues. Summertime blues no es otra cosa que una balada de un chico que no está a gusto en su casa, ni en Spritsail, su pueblo de Alabama, que no le dejan bailar con su chica Jane Baker, que se mete en peleas en el aserradero o en las vías del tren y esas cosas que hacen los chicos con una tristeza, a los que les ha tocado en suerte vivir en tiempos de crisis económicas, cuando también hay guerras que van de Corea a Vietnam, perdido en una edad en la que uno siempre está perdido y equivocado, es decir la que va entre el estado espiritual de “El guardián entre el centeno” (publicada en 1951) y la juerga de “En el camino” (publicada en 1957); y Johnny Tyler, que es como se llama el muchacho, solamente tiene un deseo, que ya es algo y una obsesión, algunos buenos amigos como Tobías el Largo y entre los deseos y los amigos, la peripecia girando alrededor de una promesa; ya se sabe que alrededor de las promesas que se les hace a las novias siempre hay sueños generacionales que nunca se cumplen. A esta novela, la banda sonora la contiene el título; es la época de canciones como Long Tall Sally o Tutti frutti  del arquitecto del rock Little Richard, canciones como Maybellene de Chuck Berry, es decir todo ese sonido de los cincuenta que llega hasta los Beatles. Lo que este escritor se ha sacado de la manga con esta novela, te deja en el paladar lector ese retrogusto racial del whiskey del viejo sur, sus negras canciones, distintas fidelidades entre amigos, una historia triste de amor, el desencanto de una generación llena de ídolos y una entretenida lectura que se termina rápido. Por eso ahora que Diego ya tiene una editorial, no será cuestión de sentarse en la tertulia de cualquier barbero a esperar que pasen otros siete años para que llegue la siguiente novela. 

    De momento parece que no hay fecha de presentación de Summertime en Barcelona y a lo mejor tampoco hace falta; pero eso ya nos lo dirá Diego cuando encuentre un jukebox o llegue el momento oportuno.



domingo, 1 de agosto de 2021

Berlín Vintage. Oscar M. Prieto

Eolas Ediciones & menoslobos ediciones (2021)

Colección Tula Varona 


En su prólogo a la edición de 2014, Julio Llamazares deja aviso: “Hay más ideas en una página de esta novela que en muchas de las novelas que se publican continuamente hoy.” 

“Berlín Vintage” es una novela que publicó Tropo Editores y que, afortunadamente, la reedita Eolas & menoslobos, siete años después, brindando así una nueva oportunidad y, a buen seguro, nuevos lectores. En ella te vas a encontrar, como en el caso de Irene Vallejo y su incontestable “El infinito en un junco”, amor por las palabras, amor por la historia, reflexiones continuas en torno a infinidad de sucesos mínimos, todo ello dentro de un viaje en torno a la obra de Caravaggio que nos lleva de Roma a Londres, de Madrid a Malta y Sicilia, a San Petersburgo y por supuesto a Berlín, un periplo que nos hace recordar en seis capítulos un tiempo pre pandemia en la que éramos felices volando, viajando y buscando la casualidad del amor y ahora que parece que de nuevo se puede volver a viajar y a volar, tenemos, en esta novela, un talismán de encuentros fortuitos, casualidad y presentimiento, armas y conjuras que se basan en juicios filosóficos (no obstante es la profesión del novelista) del estilo “La voz de una persona, miente al menos cinco veces menos que las palabras que usa” y de carácter humorístico al referirse a uno de su personajes como “Un pelirrojo puede ser de cualquier parte, y mi pintor lo era”; eso y una sucesión de impresiones, como la prevención que le suscita el cruzar una plaza o el nerviosismo de una habitación con moscas, nos acerca a un mundo en el que también nos enzarzamos en su propia aproximación a la Teoría de cuerdas, tan de moda entre algunos escritores de aquellos años. Actualmente Oscar M. Prieto, desde su primer capítulo: “Roma” se mide con el escritor de más éxito, no otro que Manuel Vilas y su poemario: “Roma”; y con el pintor José de León, en los tres casos el motor que les mueve no es otra cosa que su amor por el arte, las callejas y la historia de la ciudad, si bien es cierto que con distintos acentos, Oscar persiguiendo a Caravaggio, Vilas becado por la Academia de España en Roma, lo que le permite intimar con la ciudad,  y José de León –también becado, como Vilas– por domar las iras de su pintura con homenaje a las  uvas “tan perfectas que un pájaro bajó a comérselas” del propio Caravaggio; en los dos primeros casos llevándose al lector a sus respectivos huertos y el tercero “protegiendo” el dinero de los coleccionistas en su cuenta bancaria. 

Con Oscar M. Prieto, hace algún verano hubo un intento de un acercamiento infructuoso; le conozco por la foto de la solapa de la edición de 2014 y por sus amenos artículos de La Nueva Crónica. De la fotografía, su autor, Rafa R. Palacio,  nos muestra un retrato con jarra de barro y gladiolos y en primer plano el escritor; la barba recia, como lo es en los hombres nacidos en la parte baja del Órbigo. De mis paisanos, siempre he pensado que un hombre es una camisa blanca y en el retrato, veo a un hombre impecable con su impecable camisa banca al gusto de Manuel Vilas y de Bárbara, una camarera del Soho de su novela. Pero lo que me impresiona no es el atrezzo, no son sus cejas que eran más pobladas de lo que se ven; son sus ojos, es la mirada. En la novela, el protagonista, elige las terrazas y las plazas donde observar sin ser visto porque ese es el ejercicio constante, mirar, la conjetura permanente entre ser y percepción, mirar y conseguir espiar cada detalle sin ser visto, mirar para salvar la existencia de las cosas, los espíritus. En el retrato del escritor (sin gafas de sol) la mirada te taladra sin compasión alguna para buscar en ti el detalle de tu parte interior, de tu oscuridad. El lector después de pasar la página, intenta zafarse de esa mirada; lo que se encuentra no va a ser otra cosa que la pulsión narrativa de unos ojos que ven (el mundo) y la existencia por medio de la mirada (que viene de esos ojos que ya conoces) y finalmente sus conclusiones; las conclusiones de un filósofo, un espía, las de un vampiro falsamente arrogante, la del actor, (hipócrita) palabra con la que comienzas a leer desde la primera línea. 



Yo, modestamente, soy también hombre de detalle y memoria. Recuerdo la promoción primera de Berlín Vintage, en la que sus lectores se sacrificaban colgando fotos en facebook con los labios pintados de rojo. El carmesí rojo de los labios siempre funciona, Caravaggio fabricaba en su taller su rojo particular, las japonesas minimizan los rasgos rojos de sus labios, las europeas los exageran, la pintura pop y Andy Warhol los convierte en altares, Oscar M. Prieto después de buscar con ellos su sanación particular, los santifica, Manuel Vilas los bendice con besos. Nada pasa desapercibido para el escritor/observador y el pintor en el movimiento mínimo de los detalles, las manos que se juntan o se separan, la mirada triste de una madre que el escritor denomina “mirada de lago” o cuando en un determinado episodio se refiere a esa “luz lenta de comisaría” y siempre por medio, la iluminación, la penumbra de Caravaggio, inalcanzable, deseado. Y así, puliendo una trama de investigación plagada de bucles, obsesiones y miedos se llega a un doble desenlace bajo el filo de un enigmático poema de Celán: “puedes sin temor alimentarte de nieve”. En este viaje también nosotros hemos sobrevivido a todos los museos, hemos sobrevivido a frases como “hasta que el amanecer se retrasó un siglo y la noche estuvo clausurada. Cafés, artistas, mujeres, y un solo fin los finales felices.



sábado, 3 de julio de 2021

ÍTACA es nunca. Cristina Falcón. Prólogo de Miriam Reyes.

Presentación en L'Hospitalet (3 de julio de 2021)

Editorial Candaya 



Hoy es sábado. Eran las nueve de la mañana cuando salgo a comprar el pan y el periódico, tres placeres que me reservo para los días como hoy, es decir que sean las nueve, el pan y el periódico calientes. En el trayecto me he encontrado a Jorge Larrosa (ensayista y profesor de filosofía) de la tribu Candaya, tomando café en una de las terrazas de la plaza Mossèn Omar, con la cabeza bien construida, ligeramente ladeada, fumando con cierto placer en un aire que he respirado durante unos segundos, tal y como he respirado con placer de esa calada. Así y en ese estado es como se toman notas, se prepara el inicio de una conversación y se le pide la cuenta a la camarera. Sobre la mesa un periódico y el libro que esta tarde presentará en la discoteca Salamandra que es donde Candaya presenta, porque en L’Hospitalet no hay un lugar adecuado para los libros, ni siquiera donde comprarlos a pesar de sus doscientos cincuenta mil habitantes, sin embargo sí que puedes hacerte unas uñas, tomar unas tapas, comprar en el mercado, elegir menú en distintos restaurantes y celebrar la salida del toque de queda y el miedo de ser libre, ese miedo al que alude Frédéric Beigbeder en el artículo de hoy “La desintoxicación de mi alma”. Candaya ha salido del confinamiento con una batería de presentaciones por Vilafranca del Penedés, Canet de Mar, Barcelona y ahora aquí, L’Hospitalet de Llobregat, todas en compañía de músicos, poetas y amigos de la casa, acompañando a Cristina Falcón, igual que antes hiciera con la muy celebrada Patricia Almárcegui y sus “Cuadernos perdidos de Japón”, por media España. 

En la entrada del blog “L’anna al país de les meravelles”, Anna Tomàs Mayolas reseña el libro de Cristina Falcón en los siguientes términos: “Con la lectura de Ítaca es nunca acompañamos a la poeta en el vaivén del adiós, el intento de cerrar una puerta, de completar un círculo, como si todos los duelos pudiesen cerrarse de manera definitiva. Sin embargo, el escribir sobre la congoja de la pérdida, el dolor, el hacerse consciente del peso de la soledad, permite que todas sus partículas vayan depositándose en el fondo de este mar llamado corazón, haciendo más leve convivir en el espacio que ocupa tanta ausencia.”

A mí me invita a picar en ese anzuelo Carlos Gámez y yo abro la boca y muerdo. Yo a mi vez le tiro la caña a Sergi de Diego que no abre la boca ni pica; así entre todos vamos sumando bocas y anzuelos, nos armamos de inspiración, cigarrillos, almas descarriadas y un fanal de poesía que nos alumbre este camino sin final.

Beigheder dice: “He odiado el confinamiento, pero me gusta la ralentización”. Cuando la presentación de esta tarde termine y dejemos de dar vueltas al círculo poético, soltaremos nuestras manos para corretear desnudos hasta que nos echen del Bataclán al contaminado mundo exterior.

 

 

viernes, 11 de junio de 2021

FIUME. Editorial Pre-Textos (2021)


                                                     Fernando Clemot. Librería Alibri (Barcelona)


En la página 201 de Fiume, Fernando Clemot o Vedder, su sosias, se pregunta “¿Podemos entonces intuir nuestro futuro a través de los sueños?”. FC sueña con novelas eléctricas y mientras tanto muere, la muerte del padre, la lenta muerte del hombre que sueña, la del escritor que va muriendo mientras entrega a sus editores, trapos, trozos de su propia bandera, “La lengua de los ahogados”, “Safaris inolvidables”, “Estancos del Chiado”. Cada dos años muere mientras intuye, en sueños, su propio deseo de escribir y encajar cada libro en su vida. Hoy le ha tocado encajar en esa vida, Fiume y de nuevo, en esa intuición, se desencadenan los miedos pasados y los futuros, sueños siempre de un escritor excesivo, de un semental que pasta entre el prado y la casa que le alberga, ya sea en Barcelona, en Madrid, o en esa tierra de nadie en la que se instalan los escritores, siempre rodeado de alumnos, de mujeres, espectadores como Alex Chico, Diego Prado o Toni Hill, amigos incondicionales como Jordi Gol o Ginés S. Cutillas, mientras llega la noche. Dice Jordi Gol, presentando Fiume en la librería Alibri de Barcelona, que esta es su mejor novela y no se corta en añadir adjetivos, exactamente iguales a los que años antes dijera sobre su último libro. Y sí, FC ambienta su narración en Fiume hoy Rijeka, en los años convulsos en los que Europa se desintegra, se desangra, se revela contra sus políticos, se reinventa a cuchillo, trincheras, ideas, ideologías, narrado desde el prisma de un periodista americano que intenta sacudirse de la piel, el polvo de la ideología, de la barbarie de la que es testigo en primera línea de fuego, en el episodio de la fundación de la ciudad libre de Fiume por Gabriele D'Annuzio. El periodista americano,Vedder, encadena la memoria de un viaje, en el que el era joven dentro de un mundo agonizante y en el que no falta un amor pasional, intercalando entre uno y otro paisaje, la memoria actualizada de un cuerpo viejo y decadente en lo físico, lo familiar, lo sentimental que vuelve a visitar la zona de impacto, de la misma manera que el asesino y su víctima regresan al lugar del crimen, y de la misma manera que lo hace el escritor frente al desamparo que produce una nueva entrega literaria, para que los amigos, las amantes, se hagan cargo y de paso los nuevos lectores que lleguen por ese misterio de la literatura, y más ahora que Fiume se publica en la editorial Pre-Textos, más visible que nunca gracias a la polvareda levantada por el polémico Andrew Wylie vestido de color Glück. Pienso que en ese desamparo, todo ayuda. También le ayuda a Fiume, el clima político en el que se encuentran las sociedades catalanas y madrileñas,  sus tensiones, sus intrigas, en este tiempo en el que se repite cada día la palabra “fascista”, y entre cuyas aguas vive y escribe FC. El momento estético de Fiume es oportuno, en cuanto que no cuesta mucho imaginar a los protagonistas, desfilando, bailando en un continuo botellón de fiestas, cocaína y música sin fin, peleando, discutiendo de forma convulsa tal y como se retransmite a diario desde el Congreso de los Diputados o desde los salones de la Generalitat, las plazas y las playas, en las que una parte de la sociedad, la más grotesca, rellena de propaganda los sueños de poder que desean para la casa, el pueblo vaciado, el reino o la república, mientras flota una camisa gris y amores que siempre dejan recuerdos y heridas. Los libros de Fernando, ya sean relatos o novelas, buscan siempre la salvación, buscan la literatura, de la misma manera que un semental busca una hembra caprichosa que juega y se esconde, odia, intriga, ama, enciende deseos primitivos, y en ese juego siempre la muerte. Fiume, aparte del provecho o escusa histórica, es un libro en el que se habla de amor carnal y de ese otro amor, el de los hijos, el de los vacíos insondables que terminan por inundarse, en el que las emociones saltan por los aires dejando, tanto a los hombres como a las mujeres, las madres y los hijos, rodeados de escombros, los suyos y otros muchos. Los escombros, ese es el paisaje que recorremos en la Italia que precede a Mussolini, donde los hombres se amaban y se destruían sin llegar a ninguna parte, sin saber que antes o después “acabamos siendo un animal muy frágil cuando nos damos caza”.


 Alex Chico



viernes, 16 de abril de 2021

GRANTA en español (Barcelona 2021)


 
El miércoles catorce de abril, se presentó en el palacete de Casa América de Barcelona, la última cantera de autores menores de treinta  y cinco años de la que se va a nutrir en los próximos años la literatura escrita en español, tanto a este como al otro lado del mundo. Ya se preveía y el acto comenzó encabezado por Paco Candaya, al que le sobró la mascarilla, porque ese apósito delante de la boca le impide sacar bien las ces y las eses, bendijo el acto, agradeció los panes y los peces a la editora de Granta por ese trabajo extraordinario, abrió la cierva por el vientre y el vientre estaba lleno de escritores hermosos, recién nacidos en ese parto forzado en el que tuvo que morir la madre de todos.
En paralelo, de repente, me encontré rodeado de amigos de los que solo tenía noticia por Facebook, hombres hechos y derechos, con todos los oficios y las artes que te da esa naturaleza, hablo de Ginés Cutillas (El diablo tras el jardín, Editorial Pre-Textos), Alex Chico,(Un final para Benjamín Walter, Editorial Candaya) o Juan Vico (Condición de los amantes, Ediciones de la Isla de Siltolá). Y había más, por ejemplo, como escritores vip, estaba Santiago Rafael Rocangliolo Lohmann, conocido como Santiago Rocangliolo, al que yo no he leído, ni conocía físicamente, pero que analicé con detalle y el detalle de mi ojo bueno (el otro anda con conjuntivitis), me lo ha recomendado y lo leeré, pero así a groso modo diré que Santiago tiene una cabeza, eso para mi quiere decir una presencia, un buen corte de pelo que le hace parecer un alto directivo, un CEO de una empresa energética o de la Banca Lohmann and Lohmann de Ginebra, algo así. Esa presencia en Casa América, engrandecía el acto, y fue agradecida, pero había más cabezas, por ejemplo la del Cónsul de Méjico, la del escritor y miembro del jurado Granta, Rodrigo Fresán, la editora y Directora de Granta en español, Valerie Miles o la de la madre de Irene Reyes, discreta acompañante de su joven hija.
En ese acto de Barcelona, como muestra de la selección, nos enseñaron físicamente a David Aliaga, Paulina Flores e Irene Reyes Noguerol, tres cervatillos que miran el mundo como solamente miran los recién nacidos cuando todavía corren libres por las praderas sin temor ni peligro de caer, perderse o ser devorados. Tuvieron sus minutos de gloria dentro del puntual reloj, de ese tiempo tan preciado en el mundo editorial y en particular el de las presentaciones de libros. La primera en recibir la palabra fue Paulina (Chile 1988), Master en Creación Literaria de la Pompeu, intensa, un arco iris como Manu Chao, chándal y bufanda de lana, el oído fino para captar todos los matices de la naturaleza del lenguaje y esa misma naturaleza le otorga el privilegio de reflejar las secuelas de la existencia, nacida en un país como Chile con una permanente lucha social y económica, que te obliga con todos los de su generación a permanecer en una sola calle, igual que en Méjico, igual que en Perú, en Argentina, y en Barcelona, todos en una misma calle y ahora por la singularidad de su literatura, un altavoz desde donde la escuchamos; y cumplió. Irene Reyes cruzó la alfombra del auditorio como una Tamara de Lempicka, una diosa chagaliana, joven y vestida, que para eso son las ocasiones. Todo el mundo vio a Sasha Luss, la actriz que da vida a Anna (2019) la película de Luc Besson, sus zapatos, (versión morena) su cabeza francesa de los años veinte, una sonrisa perfumada y no dejé que mi ojo bueno tomara notas, mientras que el otro, lloraba. Escuché su silencio mientras Fresán (agente doble del KGB) hablaba, escuché su respiración mientras su madre suspiraba, y Fresán, Fresán revisando su agenda, el paso del tiempo, a punto siempre de coger su mochila (¿llena de qué?) y salir, relamiéndose como solo lo hace un vegetariano ante un plato de lechuga, por todo el tiempo empleado en la selección y el dolor de los desechados, esperando que Granta en español seleccione algún día a los mejores Granta de más de setenta años, la espera larga y extraña que uno siente cuando ve esperar a Fresán. Y escuché a Irene, nacida hace dos década, que juega con las voces y las palabras como juega una niña al ajedrez de las palabras con su amiga invisible, una niña con un discurso tajante que a veces da miedo. Al jurado le gustó ese miedo, a Valerie, a Fresan le gustó, a Aurelio Major, Gaby Wood, Horacio Castellanos Moya, a Chloe Aridjis, les da miedo que cualquier día comience a comer chicle, un chicle rosa. Yo esperaré esa forma de caminar por la alfombra, de sentarse manteniendo la espalda derecha, de crear un mundo y de saltar a ese mundo que controla la CIA y el KGB. Y después llegó David, pero antes había llegado su mujer y le dijo a Ginés que David estaba muy nervioso. Sí, David se tumbó en la silla mientras su americana gris le mantenía derecho, le mantenía con aire en los pulmones, le indicó donde debía mirar para tranquilizarse, <<a Andrea, tu mujer>>, y la miró, y la vio vestida de rojo, pintada de rojo, teñida de rojo, para que David la viera arder como un fuego más de Safed que señala la luna nueva. David vio y su americana le ayudó a respirar, eso sí muy suave como un pájaro anidando entre las manos o como una estatua con insomnio. David le dio la razón a todos y se disculpó por estar allí, sentando frente a Fresán y su tiempo, sintiendo el poder de Granta, el poder de la bestia y habló con sinceridad, sin afectación, desmallándose humildemente como una red de pesca; de su obra dijo: "Se me ocurrió mientras caminaba distraído". David es amor, y por ese amor ahora descubierto, pelean un buen puñado de editoriales en celo.    
Para terminar, me uno al reconocimiento de Valerie Miles hacia la Editorial Candaya, al ser también la elegida por el jurado para la edición del libro que aloja el acontecimiento Granta en español en este año 2021 y con él este catálogo generacional de escritores jóvenes, en cuya nómina se encuentran tres de sus autores; reconocimiento a Olga y Paco Candaya, y toda esa tribu que acoge, acompaña, promueve y de la que me siento en deuda y más, al haber abusado de su amistad y haberles hecho perder el tiempo, ese tiempo de los editores. 
Salí contento del entresuelo de Casa Amèrica Catalunya y que fue un palacete  mientras duró el acto y en sus primeros tiempos; contento por lo que vi, por los amigos con los que estuve y a los que la pandemia nos negó una cerveza y un rato de charla. Regresé antes del toque de queda para no convertirme en calabaza, atravesando una ciudad solitaria, no solamente sometida y sitiada por la peste, también por sus gobernantes, para quien todos nosotros, simplemente no existimos. Hoy, antes de escribir esta crónica, me he encontrado en el bolsillo del pantalón el pin que me regaló Ginés y en él la portada de su último libro; un adolescente masticando un chicle.







domingo, 14 de febrero de 2021

LA FORASTERA. Olga Merino

 

LA FORASTERA
Olga Merino
Alfaguara 2020 (4ª edición)


Foto:©Marta Calvo


La herencia es la genética de aquellos descendientes de asentistas de la repoblación humana efectuada por Carlos III. Tierra dura y hombres blandos. Hombres duros que abandonan la tierra que se vuelve a despoblar, que emigra hacia trabajos más gratos, menos mortíferos, igual de mortíferos. Uno de los cuadros que se pintan en La forastera es la acuarela del domingo en el bar, se podría titular “Las fuerzas vivas de la demolición”, ese encuentro semanal de vecinos en el bar del pueblo, donde se tejen conversaciones y repasan los recuerdos de los que todos vienen y a los que todos salpican. La novela comienza de forma trepidante y recuerda al primer Camilo José Cela: “Ellos no lo saben pero aquí estoy bien, con el huerto y los perros, las trochas y mis piernas.”. A partir de ahí, cada personaje animado o inanimado que interviene en el libro nos acompaña y descubre poco a poco la trama de la que se teje esa memoria, el cura, la sacristana, Tomás el del bar, la Capitana, Ibra el moreno, el tábano, el arcón de nogal, el pozo, los olivos, el molino, todos van tejiendo una sábana de vida abandonada, incluso los fantasmas que no dejan de intervenir, de hablar, de mandar mensajes. Conocí a Olga en Sitges, cuando presentó su novela en un acto compartido con Gabi Martínez que hablaba de la suya y ambos, de esas Españas abandonadas que retratan. Entonces no la conocía ni la había leído,  en aquella presentación Olga venía mareada del viaje por las cuestas del Garraf y comenzó el acto sin reponerse del todo; desde entonces y eso fue en el mes de junio, tengo el libro pendiente, hasta hoy. La forastera, es una novela con una historia bien contada, que no es otra que la del  abandono al que se entregan los últimos pobladores de los últimos pueblos de un país menguante del que yo también formo parte y en la parte que a mi me toca, regreso a esas tierras cada verano con los hijos (todos nosotros ya forasteros) para que sepan donde están sus raíces. Mi tierra no es una tierra de olivos, pero algunas mujeres de las que resisten en Gigosos, Gusendos, Fáfilas, Palanquinos, Valdesad, Quintanilla o en la Comala de Pedro Páramo, tienen el mismo tic de secarse las manos en el mandil y cruzarlas sobre el vientre, los hombres visten todo el año con un mono azul de trabajo, van los domingos al bar del pueblo, conocen sus cobardías y las de los demás, las debilidades propias y las ajenas, y los que se han ido pasan a ser fantasmas cuando regresan de esas grandes ciudades refugios y pisos de sesenta metros y en cuya maleta siempre hay un hueco para un mandil, un tranzón de tierra y un carretillo. Cuando la forastera regresa, vuelve con su sangre, huesos, obsesiones y sus apellidos o el mote por el que conocen a la familia; vuelve y se encuentra con el pecado y el odio de todos. Nadie en los pueblos pierde la memoria para recordar y en eso se va la vida, en eso y en que un nudo de ahorcado clásico tiene siete vueltas. Cuando la forastera regresa, no solo trae la memoria de sus antepasados, también con ella vienen sus propios miedos y en esa literatura de sentimientos viejos y nuevos, la novela retrata y se surte de un abanico de colores, carne, olores y música que nos traslada de un lugar a otro por la vida de Angie, la protagonista, para terminar solos ante un paisaje final en el que se mezcla el color de las debilidades con lo que queda de la ruina deshabitada.


Juan Vico. Condición de los amantes

 


Fotografia del autor: Susana Pozo©


Siltolá poesía 2021
Condición de los amantes

Tiene Juan Vico afición a dedicarle los libros a Susana, ya me gustó con “El teatro de la luz”, y ahora de nuevo, la misma página, la misma letra, como si se tratara del mismo libro. Como buen seguidor de Pascal Quignard sabe que “Entretenemos la indigencia buscando palabras”. Es la cita con la que se presentó “La balada de Molly Sinclair” hace siete años. El libro que arde ante nosotros en este año 2021 se titula “Condición de los amantes”, y no deja de ser una continuación obsesiva sobre la búsqueda de las palabras, una mitología personal de vibraciones, sillas que reclaman un cuerpo “si escribo aquí, olvido allí”, dice en el poema “Mitología personal”, dice también “Hazme/callar ahora”. En este poemario, Vico va construyendo ese cuerpo para la silla que a la vez va destruyendo. Obliga a la persona a la que se dirige el esfuerzo de comprensión, suplica ser leído, mantener incólume al paso del tiempo, la sensación, no solo de ser querido, la de ser amado y admirado, pide ayuda, pide perdón por ese sentimiento, mientras baja al inframundo en busca de la Eurídice espiritual y enamorada, mientras vacía la mano, una mano que sacia la sed. Nos regala versos hermosos en los poemas Tema libre, Víspera, donde consigue que el gozne de las palabras se abra a gestos, a otra frase que abre otro gozne, la naturaleza de las cosas. 
Fiel a las palabras como los poetas antiguos, fiel a la ensoñación,  el dibujo constante del mundo y la parte oscura o turbia que subyace bajo la línea de flotación, Vico invita a los lectores a degustar su ars poética y su ars amatoria. 
Descansando de la intensidad de sus dos últimas novelas en Seix Barral, de una mudanza, de todos los trabajos a los que un escritor debe concurrir para seguir adelante; después de siete años sin poesía publicada, hoy de nuevo, volvemos a tener un libro breve e intenso. Editado por la Isla de Siltolá, se bebe cálido como un coñac viejo y resbala salobre y fresco por el paladar como una ostra, adornada la mesa con “helechos de plástico” en una tierra de nadie que en todo caso es la pegajosa arcilla que se forma con palabras y, que si es algo, es la tierra de Vico, un peligroso lugar de insomnio.


TEMA LIBRE

La mano saciando la sed.
La sed vaciando la mano.

Cortinas ondeando en la habitación
sin la habitación.

Y entonces tú, gacela insomne,
dime donde temblarás

cuando toda esta noche
haya ardido.