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domingo, 27 de mayo de 2012

CESC GELABERT




V.O.+
Teatre Lliure de Montjuic
Del 24 de mayo al 3 de junio 2012.
 Cesc Gelabert en «V.O. +»

El Teatre Lliure de Monjuic es una ciudad para la interpretación y lo es para su público, es un complejo formado por teatros, una gran plaza, cafeterías, el instituto de los nuevos actores, un lugar para encontrarse y alejarse de Barcelona, un lugar para respirar otro aire mientras tomas un té y casualmente la hija de una actriz declama para su madre (como si saliera de una película de Visconti) como quien juega a un juego nuevo y antiguo a la vez, y entre las dos esa complicidad de aprender a expresar sentimientos, algo que para un niño también es  jugar.

El Lliure es una caja oscura a la que te asomas para notar el aliento, las pulsaciones de un organismo vivo, que al principio asusta un poco. Entras en ese organismo por el escenario, un cubo sin luz y subes a una pared de escaleras donde te cuelgas, como cuando te asomas a uno de esos acantilados del oriente gallego, del occidente asturiano, a esa playa de las Catedrales o al Cap de Creus, finales de un recorrido, donde por tus medios no puedes continuar y tienes que detener los pasos un instante, y es desde allí desde donde avanza la sombra para convertirse en la tercera dimensión, una dimensión Gelabert.

V.O.+ es un espectáculo de danza, en la que intervienen músicos, luces, sentimientos, lenguajes, pensamientos, per-la-ments, un tiempo presente, y a la vez pasado y futuro, todo eso y un solo bailarín, un solo traje, un solo par de zapatos, suficiente para salirse del cuerpo y entrar en otra dimensión, la voz pausada, los gestos extremadamente amables que se forman de brisas, de una delicadeza dañina como el acto de secarse el sudor, que al estar a la vista y ser de esos movimientos es en si una parte más de la coreografía.

La escultura flexible ideada (como el vestuario) por Lydia Azzopardi y construida por Olaf Carlshon, es inquietante y por un instante me recuerda a las esculturas de Juan Muñoz, solo que esta mantiene la elasticidad, la torsión, la textura de un cuerpo vivo, late y de ese retorcimiento nace Cesc para presentar su repertorio, explicándolo palmo a palmo, igual que se explican los platos nuevos en un restaurante y los sabores te van explotando en el paladar, el maestro te enseña, te da luz e insiste en mezclar danza e interpretación, y sobre todo le da cualidad a piezas breves que se transforman en ejecuciones maestras y originales, una travesía de seducción de una intimidad extraordinaria y minimalista, con un recorrido por obras antiguas del año 1982, 2002, 2003, 2005 y tres piezas nuevas, con las que finaliza el recorrido. Y en ese recorrido recuerda al coreógrafo Gerhard Bohner, se acompaña de la música de Borja Ramos y Pau Casals, Frederic Mompou o Miguel Matamoros.

No llega a una hora, es suficiente para un espectáculo tan íntimo y tan exclusivo que abarca la vida entera. Dosis así para mirar dentro de ti, debajo de tu piel y volver a un paisaje del que no te puedes olvidar.
 

 

domingo, 20 de mayo de 2012

TANTA LUZ PARA TANTA OSCURIDAD


 Adelson

Todo el mundo recuerda esa imagen espacial que fotografía la tierra de noche, una silueta formada por miles de puntos de luz, entre la oscuridad. Entre esa oscuridad se dibuja la silueta de la península ibérica y entre la negrura estallan las ciudades, la costa. Parece ciencia ficción, antes solo se podían ver las estrellas bajo la oscuridad y distinguirlas en noches despejadas, ahora se fotografía la tierra y se ve de la misma manera y uno intuye que las constelaciones han cambiado.

Los feriantes saben muy bien que parte del negocio lo forman las bombillas de colores. El tren de la bruja entra en el túnel y se oyen los gritos de los niños, al lado los caballitos suben y bajan sobre un eje y avanzan en círculo sobre otro eje, como si recorrieran un camino sin fin, los coches de choque conectados a una red de alambre electrificada se mueven  conducidos por niños felices de saber que son de choque y que el juego consiste en esquivar y esquivar sin llegar a ningún lugar, sin viaje, sin principio ni fin,  pura diversión con la que nos iniciábamos de niños por una pista de acero, chocando y chocando sin responsabilidad civil alguna, sin daño, girando, acelerando y metiendo de nuevo otra ficha cuando se desconecta del sistema eléctrico, igual que en la vida real. Todo se adorna con miles de bombillas de feria, bombillas de colores que representan de forma pueril la alegría y la felicidad.
Avanzamos a golpe de luz y oscuridad, como hacen los vegetales desde el primer minuto en la historia de la vida, pero no es suficiente, la oscuridad ya no es necesaria, tenemos  luz artificial para iluminar las veinticuatro horas del día, todo gira sobre ese eje, tenemos suficiente luz, para que todo siga funcionando el tiempo que queramos, para que todo siga girando porque el camino no tiene final, cada vez queremos más, más alto, más, fuerte, más lejos, por eso mil gallinas estabuladas siguen poniendo huevos ininterrumpidamente, por eso alguien lee a las cuatro de la mañana, alguien cocina unos huevos con patatas a las dos después de volver de un concierto, alguien te prepara un café con solo pulsar una tecla, alguien entra y sale de  un turno en una fábrica que permanece iluminada tanto de día como de noche, alguien vigila todas esas señales para que el mundo continúe girando y uno se asombra de ser ya parte de esa luz, de formar un diagrama visible desde cualquier órbita y toda esa luz ha hecho desaparecer la del universo que te rodea.
Lo más asombroso del desierto son las noches, porque de repente te sobrecoges mirando el cielo como si cada uno de esos puntos iluminados que ves, fueran fantasías como lo es ahora el mapa de Europa.
Una fantasía, una ficción para seguir tecleando, produciendo, algo infernal que necesita seguir alimentándose, una programación de conciertos para un festival, interpretaciones diarias de miles de noticias que solo sirven para distraerte, publicaciones de libros que avanzan hacia una trituradora para volver a convertirse en pasta de papel y volver a empezar, con más botellas de vidrio, motores, espejos, muebles, lavadoras, tomates, toneladas de mantequilla, carne, pan…tenemos esa responsabilidad, ese cansancio de producir y producir, para tener juguetes, diversión, para no estar solos en un lugar oscuro.
Cualquiera que haya visto cualquier película sobre casinos, ha visto Las Vegas, una ciudad artificial dentro de un desierto de verdad. Es uno de estos ejemplos infernales en lo que todo es mentira, un perfecto decorado de agotamiento, derroche, mal gusto, apariencia, todo bajo la perfecta fórmula de la diversión, una cinta transportadora en la que entras por una puerta llena de sonrisas y giras y giras, como un niño en los caballitos de la feria, sin llegar a ningún lugar pero ahora sabiendo que es así, que aunque te muevas no avanzas. Es uno de esos ejemplos que se exporta y ahora, esa caravana llega a España, un lugar estratégico para intervenir, para hacer felices a millones de europeos, con los que se llenarán hoteles espectaculares con vistas a piscinas aéreas, salas para convecciones, restaurantes para miles de comensales, espectáculos muy sobados en los que volveremos a ver cantar a Elvis Presley, a Bob Dylan o a Sinatra y si hace falta se recrea Venecia con un par de canales y otro par más de gondoleros, Egipto con una perfecta pirámide de cristal, un absurdo detrás de otro, detrás de cientos de miles de puestos de trabajo, baratos muy baratos para la ocasión. Ese punto de luz será uno más de los que iluminen esas zonas cada vez más oscuras con las que hay que terminar al precio que sea. Si quiebra y sale mal, algún Banco pagará, con la seguridad  de que el Estado, se subrogará en el resto de responsabilidades; si sale bien nos daremos abrazos, nos hincharemos de comida dentro de una hamburguesa gigante, entre sonrisas magníficas. Pásalo bien tío y no te olvides la linterna, después hay que volver a casa.

domingo, 13 de mayo de 2012

“IKEA”



(dedicado a Rodrigo García)

 
Compro una pala en IKEA para cavar mi propia tumba.
Compro, compro, compro, tu no compras nada, compro tres cojines, una cuna y una lámpara rara. Lleno hasta la bandera en plena crisis y seguirá lleno, aunque se convoque una huelga general o la renovación anual del 15M, cualquier concentración ciudadana, no afecta al lleno seguro de los almacenes, de carros de muebles plegados en forma de tablones planos, con sus planos bien doblados por costuras cosidas por las instrucciones, al milímetro, todos los hogares llenos de muebles diseñados de forma vegetal y transparente, todo preciso y blanco, con una vida útil de un par de años, hasta que se desajusta el paso de rosca, en ese momento vuelves a pensar en comprar  una pala en IKEA para cavar tu puta tumba.

¿Crisis, what crisis?. Los niños juegan subiéndose a los sofás, sentándose en las sillas de plástico, abriendo y cerrando cajones, donde ya encierran pequeños animalillos con los que hablan, porque se han acostumbrado a vivir solos, aislados, a hablar con los monitores de imágenes, con las cosas, gritar a las cosas, pegar a las cosas sin distinguir ya las cosas de mamá, del hermanito, del amiguito, jóvenes bastardos diseñados para el fracaso global viviendo en pisos pequeños, montados en plazos cada vez más delgados sobre planos precisos diseñados en milímetros cuadrados a un palmo de tus narices y lejos de cualquier parte, pero cerca de un Gran Centro Comercial, con su sofá de dos plazas, mesitas, silloncitos, escritorios, mesas para televisiones de cuarenta, cincuenta, sesenta pulgadas, más grandes, más grandes, más planas, con un pack de gafas 3D para ver películas planas y documentales de tiburones (o cocodrilos).
 
Llegada la hora, en el hangar-comedor, se sirven miles de ensaladas y salmón, abundante salmón en pequeñas porciones, ensaladas de colores para toda la familia, cerveza sin alcohol, sin lúpulo, sin espuma, un café que no sabe a nada o dulce si es con azúcar, un hangar para preparar a los jóvenes bastardos que veo colgados en mochilas, para escuchar el leve asma que producen las instalaciones en el pecho de su madre o en el del papá, esta moderna fábrica de comprar en familia, de jugar en familia (padres de familia convertidos en niños juguetones) y por supuesto los últimos cien metros de la carrera, la catedral de los hangares super-almacén donde los jugadores compulsivos, preparados como exploradores egipcios, desentrañan en sus apuntes, guiando varios carros metálicos, con bandeja alta o sin bandeja, códigos que te llevarán a ese paquete donde han embalsamado a una joven momia que tomará forma de zapatero, escritorio, mesa tv, sofá, silla despacho, sección, nombre, referencia, precio, todo bien registrado con lapiceros eficaces para manos pequeñas de gente delgada con la cara a medio borrar, con los músculos tuneados que memorizan nombres que parecen acertijos o nuevos héroes  MICKE, HALLO, HEMMES, MELL TORP, nuevos héroes para niños que ahora juegan en la sección de iluminación, baño, entre cocinas diseñadas para casas de juguete, que no crecerán bien del todo, que no estudiarán bien del todo, que se formarán entre ciclos y módulos que fabrican títulos, grados, postgrados, que ya no sirven para ningún mercado laboral, que con suerte se formarán para ocupar puestos de trabajo con nóminas en 3D, todos usan gafas, todas de pasta, incluso sin cristales pero todos conectados a su correspondiente instrucción de un director espiritual inocuo, sin perfil, sin identidad, absolutamente millonario, un espíritu que ya les hizo cabalgar por otros paisajes que quedaron borrados de la memoria, esa memoria Bourne, Matt Damon que tanto daño hizo a la retina.
 
Y ese río purificador termina al traspasar la barrera de cajas y cajeras, un lugar donde una mini cinta transportadora te arrebata la tarjeta y el código pin y el código postal que informará a tu director espiritual que eres un buen hombre, un hombre temeroso de dios, que te hará subir en el ranking de modelo ciudadano; ese río de  utensilios ordenados bajillas, cojines, lámparas, tiestos, toallas, cortinas que redondean la compra y terminan con los huecos de los carros, de las carretas que conducen bueyes obedientes y obstinados hacia ese Delta que es la última de las fronteras. Sobreviven todos, no sólo los más fuertes porque nadie se detiene, nadie balbucea buscando el pasillo, el código, la sección, porque alguien con una camiseta amarilla y el logotipo de empresa te resuelve una duda que ni siquiera te habías planteado ¿dónde…? Perdidos todos, sólo hay que seguir la flecha dibujada en el suelo. Los niños a las puertas de haberlo conseguido, se tumban sobre los paquetes agotados, soñando con combinaciones armónicas en pentagramas de donde apenas sale música, camino de este extraño éxodo.

A lo lejos cruzando la puerta de cristal, esa frontera que te devuelve a este calor cargante que anuncia el verano, veo a un tipo que sòlo lleva envuelta una pala, me resulta bastante conocido, una pala que brilla algo azulada entre los plásticos del embalaje, a lo lejos. No digo nada, pienso en santiguarme pero no lo hago para no alarmar a nadie y provocar una estampida, pero pienso en un viaje largo a una tierra lejana denominada Ikea, donde poder cavar mi propia tumba.

 

viernes, 11 de mayo de 2012

HOBO




Juan Vico
10 de mayo de 2012
Barcelona. Presentación en La Central del Raval

Juan Vico tiene algo incorpóreo en el plasma de su cuerpo; esto es algo totalmente subjetivo porque es de carne, hueso y médula, como todos, pero a diferencia de los demás (que ya estamos más o menos terminados) también se construye cada día desde hace tiempo, sabe que es un personaje y necesita una medida, se sabe inacabado es decir, en construcción. Y este tipo ha escrito una novela deliciosa, apenas 140 pag en la edición de La isla de Siltolá, pero cualquier otro novelista, hubiera contado lo mismo en 700 que es lo que muchas veces pasa, que sobra bastante novela entre solapa y solapa; es una obra exquisita, y no solo porque en apenas un par de viajes a Sitges, la tienes metida en el pecho, sino porque una vez ahí sigue bullendo y crece  y se infla, hasta llenar por completo un hueco mucho mayor que esas ciento cuarenta páginas. Esto pasa con buenas novelas cortas  por dos razones, una porque es de agradable lectura, cuenta una historia ambientada en una plantación del delta del Mississippi, la historia la conocemos de mil películas, se deja mecer por una corriente fresca, lo mismo que las ovas de un río, lo mismo que una buena canción que sólo oyes una vez y es suficiente para recordarla para siempre; y segundo, porque cada personaje lo ves: sus manos, sus ojos, ves su alma, su olor, su sufrimiento, reconoces su placer, ninguno es libre, todos son temerosos de dios y eso nos conforma y sobre todo en esta Gran Depresión que ahora se repite aquí, en la que nuestros héroes más cercanos, son gente harta que busca que le dejen caminar, respirar un buen café y escuchar un blues así. Con esto sería suficiente, pero además entre las palabras y las frases y los silencios, también hay música, la vieja música de las guitarras de un Sur muy negro y a la vez muy americano.
 Sí, con esto sería suficiente para ir a buscar esta novela allá donde algún librero nos la quiera conseguir; sólo por esto el paso del Vico-poeta a este lado narrativo de la literatura, no es un paso más sino el de un tipo que sabe de lo que escribe (porque él mismo ha tocado esas cuerdas y esa guitarra), lo entiende y te lo pone así de suave sobre el tapete, delante de ti, cuatro ases de la baraja, suficiente.

Pero antes de todo esto, estábamos en el desván de La Central del Raval, a las siete de la tarde. Ya habíamos bajado a la cripta, ese sótano agobiante donde otras veces se celebran las presentaciones, pero allí solo había media luz y un tipo hurgando, con esa media luz, entre los libros que tienen allí olvidados.
-No, no es aquí, es arriba –nos contestó una dependienta algo bizarra-
 Cuando subimos al desván, desplegaban sillas entre las islas de libros, por los pasillos; “mejor aquí”, pensé.
 Cuando dieron las siete entraron todos, pude saludar a Juan y le ví contento. Siempre que un autor presenta su novela, ese día se convierte en un día especial, tan especial que allí estaban buena parte de sus amigos, su chica, sus padres, esa prolongación del Nostre Racó en el que se convirtió por un instante, aquella parte de la Central y con él, Fernando Clemot y Ginés Cutillas,  (Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop), es decir el Rat Pack, del que se sirvió el autor para iniciar la andadura de su novela … y fue efectivo como un buen trago de whiskey, en ese momento del día en el que un buen trago lo aclara todo.
 
Fernando Clemot, comenzó. Cada vez me gusta más este hombre. He escrito algunas cosas de él, las ha leído, algunas de ellas serían suficientes para no volverme a hablar, pero Clemot, además de novelista, encaja las cosas y espera, es un buen tipo y sabe mucho de literatura, buena parte de sus días consisten en saber y dar a conocer algunos secretos de la creación, disfruta. Ayer disfrutó porque acierta cuando habla, te envuelve y por fin te seduce. Hizo los honores y a mi me aclaró lo del título Hobo, que es como se denominaba en aquellos años treinta y cuarenta a estos tipos medio vagabundos, que se echaban a andar por las vías de los trenes, que se subían en los mercancías, para ir de una ciudad a otra, buscando trabajo, perreando unos con otros y aquí me vienen películas como “Tallo de hierro”, “El cartero siempre llama dos veces”, “El emperador del norte”, “Vías cruzadas”, novelistas como Steinbeck, canciones de Woody Guthrie y mucho blues de ese gran sur de Faulkner, Capote, Flannery O’Connor, donde salen historias como la Leyenda de Robert Johnson, el mejor bluesman del Mississippi, que podría ser este Bob Skinny Lunceford de Juan Vico. Fernando fue breve y dijo que la novela estaba muy bien escrita y es verdad: además de por lo que he dicho antes, porque crea imágenes de cómic, paisajes que reconoces, urde una historia que te crees de principio a fin con frases rotundas, vivas, tan vivas como los personajes que las sueltan. Y eso es todo lo que todos queremos, cuando nos sentamos a escribir.
Fernando le pasó el micrófono a Ginés Cutillas, que le fue buscando los pliegues a la novela y a su amigo, estuvo simpático comparando los dos personajes Vico/Skinny, nos sacó unas cuantas risas y entre broma y broma dejó a Juan algo más desnudo que media hora antes.
Alguien del público alabó la novela corta, frente a novelas de mayor tamaño y yo creo que no es una cuestión de volumen, es una cuestión de necesidad, cada uno tiene la distancia que tiene y Juan Vico acierta con Hobo, de forma contundente, le da principio y final; todo el mundo la va a leer entera y va a querer más y sobre todo, que todo el mundo la va a recordar y eso es suficiente. Hay canciones que con tres minutos te dejan el alma azul.
 Como dice Mr. Wald
-Vas muy bien así, chico, me gusta tu estilo.

Ya lo dijo Ginés, -es un tipo auténtico-