Todo el mundo recuerda esa imagen espacial que fotografía la
tierra de noche, una silueta formada por miles de puntos de luz, entre la
oscuridad. Entre esa oscuridad se dibuja la silueta de la península ibérica y
entre la negrura estallan las ciudades, la costa. Parece ciencia ficción, antes
solo se podían ver las estrellas bajo la oscuridad y distinguirlas en noches
despejadas, ahora se fotografía la tierra y se ve de la misma manera y uno
intuye que las constelaciones han cambiado.
Los feriantes saben muy bien que parte del negocio lo forman
las bombillas de colores. El tren de la bruja entra en el túnel y se oyen los
gritos de los niños, al lado los caballitos suben y bajan sobre un eje y
avanzan en círculo sobre otro eje, como si recorrieran un camino sin fin, los
coches de choque conectados a una red de alambre electrificada se mueven conducidos por niños felices de saber que son
de choque y que el juego consiste en esquivar y esquivar sin llegar a ningún
lugar, sin viaje, sin principio ni fin, pura
diversión con la que nos iniciábamos de niños por una pista de acero, chocando
y chocando sin responsabilidad civil alguna, sin daño, girando, acelerando y
metiendo de nuevo otra ficha cuando se desconecta del sistema eléctrico, igual
que en la vida real. Todo se adorna con miles de bombillas de feria, bombillas
de colores que representan de forma pueril la alegría y la felicidad.
Avanzamos a golpe de luz y oscuridad, como hacen los
vegetales desde el primer minuto en la historia de la vida, pero no es
suficiente, la oscuridad ya no es necesaria, tenemos luz artificial para iluminar las veinticuatro
horas del día, todo gira sobre ese eje, tenemos suficiente luz, para que todo
siga funcionando el tiempo que queramos, para que todo siga girando porque el
camino no tiene final, cada vez queremos más, más alto, más, fuerte, más lejos,
por eso mil gallinas estabuladas siguen poniendo huevos ininterrumpidamente,
por eso alguien lee a las cuatro de la mañana, alguien cocina unos huevos con
patatas a las dos después de volver de un concierto, alguien te prepara un café
con solo pulsar una tecla, alguien entra y sale de un turno en una fábrica que permanece
iluminada tanto de día como de noche, alguien vigila todas esas señales para
que el mundo continúe girando y uno se asombra de ser ya parte de esa luz, de
formar un diagrama visible desde cualquier órbita y toda esa luz ha hecho
desaparecer la del universo que te rodea.
Lo más asombroso del desierto son las noches, porque de
repente te sobrecoges mirando el cielo como si cada uno de esos puntos
iluminados que ves, fueran fantasías como lo es ahora el mapa de Europa.
Una fantasía, una ficción para seguir tecleando,
produciendo, algo infernal que necesita seguir alimentándose, una programación
de conciertos para un festival, interpretaciones diarias de miles de noticias
que solo sirven para distraerte, publicaciones de libros que avanzan hacia una
trituradora para volver a convertirse en pasta de papel y volver a empezar, con
más botellas de vidrio, motores, espejos, muebles, lavadoras, tomates, toneladas
de mantequilla, carne, pan…tenemos esa responsabilidad, ese cansancio de
producir y producir, para tener juguetes, diversión, para no estar solos en un
lugar oscuro.
Cualquiera que haya visto cualquier película sobre casinos,
ha visto Las Vegas, una ciudad artificial dentro de un desierto de verdad. Es
uno de estos ejemplos infernales en lo que todo es mentira, un perfecto
decorado de agotamiento, derroche, mal gusto, apariencia, todo bajo la perfecta
fórmula de la diversión, una cinta transportadora en la que entras por una
puerta llena de sonrisas y giras y giras, como un niño en los caballitos de la
feria, sin llegar a ningún lugar pero ahora sabiendo que es así, que aunque te
muevas no avanzas. Es uno de esos ejemplos que se exporta y ahora, esa caravana
llega a España, un lugar estratégico para intervenir, para hacer felices a
millones de europeos, con los que se llenarán hoteles espectaculares con vistas
a piscinas aéreas, salas para convecciones, restaurantes para miles de
comensales, espectáculos muy sobados en los que volveremos a ver cantar a Elvis
Presley, a Bob Dylan o a Sinatra y si hace falta se recrea Venecia con un
par de canales y otro par más de gondoleros, Egipto con una perfecta pirámide
de cristal, un absurdo detrás de otro, detrás de cientos de miles de puestos de
trabajo, baratos muy baratos para la ocasión. Ese punto de luz será uno más de
los que iluminen esas zonas cada vez más oscuras con las que hay que terminar
al precio que sea. Si quiebra y sale mal, algún Banco pagará, con la seguridad de que el Estado, se subrogará en el resto de
responsabilidades; si sale bien nos daremos abrazos, nos hincharemos de comida
dentro de una hamburguesa gigante, entre sonrisas magníficas. Pásalo bien tío y
no te olvides la linterna, después hay que volver a casa.
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