Juan Vico
Barcelona. Presentación en La Central del Raval
Juan Vico tiene algo incorpóreo en el plasma de su cuerpo; esto
es algo totalmente subjetivo porque es de carne, hueso y médula, como todos,
pero a diferencia de los demás (que ya estamos más o menos terminados) también
se construye cada día desde hace tiempo, sabe que es un personaje y necesita
una medida, se sabe inacabado es decir, en construcción. Y este tipo ha escrito
una novela deliciosa, apenas 140 pag en la edición de La isla de Siltolá, pero cualquier otro novelista, hubiera contado
lo mismo en 700 que es lo que muchas veces pasa, que sobra bastante novela
entre solapa y solapa; es una obra exquisita, y no solo porque en apenas un par
de viajes a Sitges, la tienes metida en el pecho, sino porque una vez ahí sigue
bullendo y crece y se infla, hasta
llenar por completo un hueco mucho mayor que esas ciento cuarenta páginas. Esto
pasa con buenas novelas cortas por dos
razones, una porque es de agradable lectura, cuenta una historia ambientada en
una plantación del delta del Mississippi, la historia la conocemos de mil
películas, se deja mecer por una corriente fresca, lo mismo que las ovas de un
río, lo mismo que una buena canción que sólo oyes una vez y es suficiente para
recordarla para siempre; y segundo, porque cada personaje lo ves: sus manos,
sus ojos, ves su alma, su olor, su sufrimiento, reconoces su placer, ninguno es
libre, todos son temerosos de dios y eso nos conforma y sobre todo en esta Gran
Depresión que ahora se repite aquí, en la que nuestros héroes más cercanos, son
gente harta que busca que le dejen caminar, respirar un buen café y escuchar un
blues así. Con esto sería suficiente, pero además entre las palabras y las
frases y los silencios, también hay música, la vieja música de las guitarras de
un Sur muy negro y a la vez muy americano.
Sí, con esto sería
suficiente para ir a buscar esta novela allá donde algún librero nos la quiera
conseguir; sólo por esto el paso del Vico-poeta a este lado narrativo de la literatura,
no es un paso más sino el de un tipo que sabe de lo que escribe (porque él
mismo ha tocado esas cuerdas y esa guitarra), lo entiende y te lo pone así de
suave sobre el tapete, delante de ti, cuatro ases de la baraja, suficiente.
Pero antes de todo esto, estábamos en el desván de La
Central del Raval, a las siete de la tarde. Ya habíamos bajado a la cripta, ese
sótano agobiante donde otras veces se celebran las presentaciones, pero allí
solo había media luz y un tipo hurgando, con esa media luz, entre los libros
que tienen allí olvidados.
-No, no es aquí, es arriba –nos contestó una dependienta
algo bizarra-
Cuando subimos al desván,
desplegaban sillas entre las islas de libros, por los pasillos; “mejor aquí”,
pensé.
Cuando dieron las
siete entraron todos, pude saludar a Juan y le ví contento. Siempre que un
autor presenta su novela, ese día se convierte en un día especial, tan especial
que allí estaban buena parte de sus amigos, su chica, sus padres, esa
prolongación del Nostre Racó en el que se convirtió por un instante, aquella parte
de la Central y con él, Fernando Clemot y Ginés Cutillas, (Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop), es decir el Rat Pack, del que se sirvió el
autor para iniciar la andadura de su novela … y fue efectivo como un buen trago
de whiskey, en ese momento del día en el que un buen trago lo aclara todo.
Fernando Clemot, comenzó. Cada vez me gusta más este hombre.
He escrito algunas cosas de él, las ha leído, algunas de ellas serían
suficientes para no volverme a hablar, pero Clemot, además de novelista, encaja
las cosas y espera, es un buen tipo y sabe mucho de literatura, buena parte de
sus días consisten en saber y dar a conocer algunos secretos de la creación, disfruta.
Ayer disfrutó porque acierta cuando habla, te envuelve y por fin te seduce.
Hizo los honores y a mi me aclaró lo del título Hobo, que es como se denominaba en aquellos años treinta y cuarenta
a estos tipos medio vagabundos, que se echaban a andar por las vías de los
trenes, que se subían en los mercancías, para ir de una ciudad a otra, buscando
trabajo, perreando unos con otros y aquí me vienen películas como “Tallo de
hierro”, “El cartero siempre llama dos veces”, “El emperador del norte”, “Vías
cruzadas”, novelistas como Steinbeck, canciones de Woody Guthrie y mucho blues
de ese gran sur de Faulkner, Capote, Flannery O’Connor, donde salen historias
como la Leyenda de Robert Johnson, el mejor bluesman del Mississippi, que
podría ser este Bob Skinny Lunceford de Juan Vico. Fernando fue breve y dijo
que la novela estaba muy bien escrita y es verdad: además de por lo que he
dicho antes, porque crea imágenes de cómic, paisajes que reconoces, urde una
historia que te crees de principio a fin con frases rotundas, vivas, tan vivas
como los personajes que las sueltan. Y eso es todo lo que todos queremos,
cuando nos sentamos a escribir.
Fernando le pasó el micrófono a Ginés Cutillas, que le fue
buscando los pliegues a la novela y a su amigo, estuvo simpático comparando los
dos personajes Vico/Skinny, nos sacó unas cuantas risas y entre broma y broma dejó
a Juan algo más desnudo que media hora antes.
Alguien del público alabó la novela corta, frente a novelas
de mayor tamaño y yo creo que no es una cuestión de volumen, es una cuestión de
necesidad, cada uno tiene la distancia que tiene y Juan Vico acierta con Hobo,
de forma contundente, le da principio y final; todo el mundo la va a leer
entera y va a querer más y sobre todo, que todo el mundo la va a recordar y eso
es suficiente. Hay canciones que con tres minutos te dejan el alma azul.
Como dice Mr. Wald
-Vas muy bien así,
chico, me gusta tu estilo.
Ya lo dijo Ginés, -es un tipo auténtico-
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