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viernes, 11 de mayo de 2012

HOBO




Juan Vico
10 de mayo de 2012
Barcelona. Presentación en La Central del Raval

Juan Vico tiene algo incorpóreo en el plasma de su cuerpo; esto es algo totalmente subjetivo porque es de carne, hueso y médula, como todos, pero a diferencia de los demás (que ya estamos más o menos terminados) también se construye cada día desde hace tiempo, sabe que es un personaje y necesita una medida, se sabe inacabado es decir, en construcción. Y este tipo ha escrito una novela deliciosa, apenas 140 pag en la edición de La isla de Siltolá, pero cualquier otro novelista, hubiera contado lo mismo en 700 que es lo que muchas veces pasa, que sobra bastante novela entre solapa y solapa; es una obra exquisita, y no solo porque en apenas un par de viajes a Sitges, la tienes metida en el pecho, sino porque una vez ahí sigue bullendo y crece  y se infla, hasta llenar por completo un hueco mucho mayor que esas ciento cuarenta páginas. Esto pasa con buenas novelas cortas  por dos razones, una porque es de agradable lectura, cuenta una historia ambientada en una plantación del delta del Mississippi, la historia la conocemos de mil películas, se deja mecer por una corriente fresca, lo mismo que las ovas de un río, lo mismo que una buena canción que sólo oyes una vez y es suficiente para recordarla para siempre; y segundo, porque cada personaje lo ves: sus manos, sus ojos, ves su alma, su olor, su sufrimiento, reconoces su placer, ninguno es libre, todos son temerosos de dios y eso nos conforma y sobre todo en esta Gran Depresión que ahora se repite aquí, en la que nuestros héroes más cercanos, son gente harta que busca que le dejen caminar, respirar un buen café y escuchar un blues así. Con esto sería suficiente, pero además entre las palabras y las frases y los silencios, también hay música, la vieja música de las guitarras de un Sur muy negro y a la vez muy americano.
 Sí, con esto sería suficiente para ir a buscar esta novela allá donde algún librero nos la quiera conseguir; sólo por esto el paso del Vico-poeta a este lado narrativo de la literatura, no es un paso más sino el de un tipo que sabe de lo que escribe (porque él mismo ha tocado esas cuerdas y esa guitarra), lo entiende y te lo pone así de suave sobre el tapete, delante de ti, cuatro ases de la baraja, suficiente.

Pero antes de todo esto, estábamos en el desván de La Central del Raval, a las siete de la tarde. Ya habíamos bajado a la cripta, ese sótano agobiante donde otras veces se celebran las presentaciones, pero allí solo había media luz y un tipo hurgando, con esa media luz, entre los libros que tienen allí olvidados.
-No, no es aquí, es arriba –nos contestó una dependienta algo bizarra-
 Cuando subimos al desván, desplegaban sillas entre las islas de libros, por los pasillos; “mejor aquí”, pensé.
 Cuando dieron las siete entraron todos, pude saludar a Juan y le ví contento. Siempre que un autor presenta su novela, ese día se convierte en un día especial, tan especial que allí estaban buena parte de sus amigos, su chica, sus padres, esa prolongación del Nostre Racó en el que se convirtió por un instante, aquella parte de la Central y con él, Fernando Clemot y Ginés Cutillas,  (Dean Martin, Sammy Davis Jr., Peter Lawford y Joey Bishop), es decir el Rat Pack, del que se sirvió el autor para iniciar la andadura de su novela … y fue efectivo como un buen trago de whiskey, en ese momento del día en el que un buen trago lo aclara todo.
 
Fernando Clemot, comenzó. Cada vez me gusta más este hombre. He escrito algunas cosas de él, las ha leído, algunas de ellas serían suficientes para no volverme a hablar, pero Clemot, además de novelista, encaja las cosas y espera, es un buen tipo y sabe mucho de literatura, buena parte de sus días consisten en saber y dar a conocer algunos secretos de la creación, disfruta. Ayer disfrutó porque acierta cuando habla, te envuelve y por fin te seduce. Hizo los honores y a mi me aclaró lo del título Hobo, que es como se denominaba en aquellos años treinta y cuarenta a estos tipos medio vagabundos, que se echaban a andar por las vías de los trenes, que se subían en los mercancías, para ir de una ciudad a otra, buscando trabajo, perreando unos con otros y aquí me vienen películas como “Tallo de hierro”, “El cartero siempre llama dos veces”, “El emperador del norte”, “Vías cruzadas”, novelistas como Steinbeck, canciones de Woody Guthrie y mucho blues de ese gran sur de Faulkner, Capote, Flannery O’Connor, donde salen historias como la Leyenda de Robert Johnson, el mejor bluesman del Mississippi, que podría ser este Bob Skinny Lunceford de Juan Vico. Fernando fue breve y dijo que la novela estaba muy bien escrita y es verdad: además de por lo que he dicho antes, porque crea imágenes de cómic, paisajes que reconoces, urde una historia que te crees de principio a fin con frases rotundas, vivas, tan vivas como los personajes que las sueltan. Y eso es todo lo que todos queremos, cuando nos sentamos a escribir.
Fernando le pasó el micrófono a Ginés Cutillas, que le fue buscando los pliegues a la novela y a su amigo, estuvo simpático comparando los dos personajes Vico/Skinny, nos sacó unas cuantas risas y entre broma y broma dejó a Juan algo más desnudo que media hora antes.
Alguien del público alabó la novela corta, frente a novelas de mayor tamaño y yo creo que no es una cuestión de volumen, es una cuestión de necesidad, cada uno tiene la distancia que tiene y Juan Vico acierta con Hobo, de forma contundente, le da principio y final; todo el mundo la va a leer entera y va a querer más y sobre todo, que todo el mundo la va a recordar y eso es suficiente. Hay canciones que con tres minutos te dejan el alma azul.
 Como dice Mr. Wald
-Vas muy bien así, chico, me gusta tu estilo.

Ya lo dijo Ginés, -es un tipo auténtico-







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