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domingo, 1 de agosto de 2021

Berlín Vintage. Oscar M. Prieto

Eolas Ediciones & menoslobos ediciones (2021)

Colección Tula Varona 


En su prólogo a la edición de 2014, Julio Llamazares deja aviso: “Hay más ideas en una página de esta novela que en muchas de las novelas que se publican continuamente hoy.” 

“Berlín Vintage” es una novela que publicó Tropo Editores y que, afortunadamente, la reedita Eolas & menoslobos, siete años después, brindando así una nueva oportunidad y, a buen seguro, nuevos lectores. En ella te vas a encontrar, como en el caso de Irene Vallejo y su incontestable “El infinito en un junco”, amor por las palabras, amor por la historia, reflexiones continuas en torno a infinidad de sucesos mínimos, todo ello dentro de un viaje en torno a la obra de Caravaggio que nos lleva de Roma a Londres, de Madrid a Malta y Sicilia, a San Petersburgo y por supuesto a Berlín, un periplo que nos hace recordar en seis capítulos un tiempo pre pandemia en la que éramos felices volando, viajando y buscando la casualidad del amor y ahora que parece que de nuevo se puede volver a viajar y a volar, tenemos, en esta novela, un talismán de encuentros fortuitos, casualidad y presentimiento, armas y conjuras que se basan en juicios filosóficos (no obstante es la profesión del novelista) del estilo “La voz de una persona, miente al menos cinco veces menos que las palabras que usa” y de carácter humorístico al referirse a uno de su personajes como “Un pelirrojo puede ser de cualquier parte, y mi pintor lo era”; eso y una sucesión de impresiones, como la prevención que le suscita el cruzar una plaza o el nerviosismo de una habitación con moscas, nos acerca a un mundo en el que también nos enzarzamos en su propia aproximación a la Teoría de cuerdas, tan de moda entre algunos escritores de aquellos años. Actualmente Oscar M. Prieto, desde su primer capítulo: “Roma” se mide con el escritor de más éxito, no otro que Manuel Vilas y su poemario: “Roma”; y con el pintor José de León, en los tres casos el motor que les mueve no es otra cosa que su amor por el arte, las callejas y la historia de la ciudad, si bien es cierto que con distintos acentos, Oscar persiguiendo a Caravaggio, Vilas becado por la Academia de España en Roma, lo que le permite intimar con la ciudad,  y José de León –también becado, como Vilas– por domar las iras de su pintura con homenaje a las  uvas “tan perfectas que un pájaro bajó a comérselas” del propio Caravaggio; en los dos primeros casos llevándose al lector a sus respectivos huertos y el tercero “protegiendo” el dinero de los coleccionistas en su cuenta bancaria. 

Con Oscar M. Prieto, hace algún verano hubo un intento de un acercamiento infructuoso; le conozco por la foto de la solapa de la edición de 2014 y por sus amenos artículos de La Nueva Crónica. De la fotografía, su autor, Rafa R. Palacio,  nos muestra un retrato con jarra de barro y gladiolos y en primer plano el escritor; la barba recia, como lo es en los hombres nacidos en la parte baja del Órbigo. De mis paisanos, siempre he pensado que un hombre es una camisa blanca y en el retrato, veo a un hombre impecable con su impecable camisa banca al gusto de Manuel Vilas y de Bárbara, una camarera del Soho de su novela. Pero lo que me impresiona no es el atrezzo, no son sus cejas que eran más pobladas de lo que se ven; son sus ojos, es la mirada. En la novela, el protagonista, elige las terrazas y las plazas donde observar sin ser visto porque ese es el ejercicio constante, mirar, la conjetura permanente entre ser y percepción, mirar y conseguir espiar cada detalle sin ser visto, mirar para salvar la existencia de las cosas, los espíritus. En el retrato del escritor (sin gafas de sol) la mirada te taladra sin compasión alguna para buscar en ti el detalle de tu parte interior, de tu oscuridad. El lector después de pasar la página, intenta zafarse de esa mirada; lo que se encuentra no va a ser otra cosa que la pulsión narrativa de unos ojos que ven (el mundo) y la existencia por medio de la mirada (que viene de esos ojos que ya conoces) y finalmente sus conclusiones; las conclusiones de un filósofo, un espía, las de un vampiro falsamente arrogante, la del actor, (hipócrita) palabra con la que comienzas a leer desde la primera línea. 



Yo, modestamente, soy también hombre de detalle y memoria. Recuerdo la promoción primera de Berlín Vintage, en la que sus lectores se sacrificaban colgando fotos en facebook con los labios pintados de rojo. El carmesí rojo de los labios siempre funciona, Caravaggio fabricaba en su taller su rojo particular, las japonesas minimizan los rasgos rojos de sus labios, las europeas los exageran, la pintura pop y Andy Warhol los convierte en altares, Oscar M. Prieto después de buscar con ellos su sanación particular, los santifica, Manuel Vilas los bendice con besos. Nada pasa desapercibido para el escritor/observador y el pintor en el movimiento mínimo de los detalles, las manos que se juntan o se separan, la mirada triste de una madre que el escritor denomina “mirada de lago” o cuando en un determinado episodio se refiere a esa “luz lenta de comisaría” y siempre por medio, la iluminación, la penumbra de Caravaggio, inalcanzable, deseado. Y así, puliendo una trama de investigación plagada de bucles, obsesiones y miedos se llega a un doble desenlace bajo el filo de un enigmático poema de Celán: “puedes sin temor alimentarte de nieve”. En este viaje también nosotros hemos sobrevivido a todos los museos, hemos sobrevivido a frases como “hasta que el amanecer se retrasó un siglo y la noche estuvo clausurada. Cafés, artistas, mujeres, y un solo fin los finales felices.