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domingo, 5 de febrero de 2017

Editorial Candaya. Sede en Barcelona



Inauguración Sábado 4 de Febrero de 2017.
Calle Bóbila 4

La novedad editorial de este año no es un libro, una revista o un cómic, no es poesía ni cuento, no es novela ni ensayo,  de nuevo  es Candaya, la editorial de Olga y Paco, con una carrera de más de diez años, con algunos de los mejores autores vivos tanto españoles como latinoaméricanos, nombres que despliegan el universo como un mapa y un semillero, Agustín Fernández Mayo, Sergio Chejfec, Miguel Serrano, Carlos Vitale, Jorge Carrión o Juan Villoro, todos ellos en el cesto de la fruta. 

Plantaron una semilla bajo la lengua y allí la mantuvieron húmeda, pero no era lugar, por eso cuando germinó la trasplantaron al oído, pero allí tampoco una idea prospera, puede enraizar y dañar todos esos pequeños huesos que vuelven locos a los sordos y sordos a los boxeadores y los que fuman, tosen y cogen gripes en mayo, pero la idea se mantuvo tiesa y arrugada a la vez, hasta que la trasplantaron a una viña del Penedés donde alentada por los vientos gregales y caliente por el vientre materno de esa tierra, prosperó hasta que se hizo visible, pavoneaba.

–Hay que buscar salidas.

Lo pensaron en silencio porque la de Olga y Paco también es una vida de silencios; libros-metas y silencios.

Hay que darle salida a todo lo que entra sea de la materia que sea, fecal o un sueño. Y con los ahorros del gremio de maestros y sus trienios, de los bienes inmateriales, de las ediciones siempre justas y a resulta de los dividendos de una nave industrial, montaron el local y en el altillo una habitación con baño y viejos discos de vinilo donde suena Édith Piaf, para mayor gloria de dios, para alojamiento de escritores en ruta donde poder preparar y descansar del grilleo de las presentaciones, donde poder resucitar al día siguiente y notar el calor de la madera, del café reciente, de un cigarrillo a la puerta de La Bóbila, volver a masticar la dentadura que se extirpó la noche anterior y obligar a las mandíbulas a aceptar de nuevo dientes con los que poder hablar sin apenas presión de las encías; un altillo que ya cotiza en la imaginación y que Diego Prado bautizara como Hotel Candaya antes de que tuviera edredones japoneses y sábanas de algodón egipcio o una sola luz.  Todo esto ocurre en Barcelona en el segundo mes, bajo Montjuic, junto al Paralelo, donde Paco y Olga han pasado meses velando armas y con ellos La Tribu, todos esos amigos que nada piden, actores, vilafranquinas, penedencas, todos amigos viejos que nunca se han bajado y con ellos, los nuevos, los aspirantes, los estudiantes exiliados de La Pompeu, profesores de filosofía, maestros, bloggers, todo envuelto en vino suficiente para la sed de los malditos, tortillas, gazpacho, orujo, fuet, todo lo que caiga o bote. 

Todos los invitados eran muchos, tanto como los deseos que se terminan consiguiendo, los labios de las jóvenes poetas que se pintan con el color del coñac. Vinieron todas las reses de todas las ganaderías,  incluidos los quinientos números de Quimera ya en el fuego del horizonte de primavera, todos los que no salen en las listas de novedades de las grandes corporaciones, del Hay Festival, la parte oculta de la luna literaria, la mejor, la menos rentable y que también es mercado, difícil, ambicioso, desde el Atlántico mexicano hasta el Pacifico chileno y eso es todo y todo es mucho. 


Por lo demás junto a Helena y David Yeste que publica de dos en dos, hasta que el desencanto llegue quedan diez años más de vida y títulos antes de que Malpaso se deje la caja en una nueva y relumbrante adquisición, al fin y al cabo ellos también han abierto sede-librería con-altillo para poetas con el traje ajado y futbolistas de moda.


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