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sábado, 28 de julio de 2012
Mascotas
Esta, es la foto del año. Son cuatro amigos, de izquierda a derecha Laureano Debat, Sergi de Diego, Javier López Menacho y Juan Trejo. Todos escriben y dentro de unos años nos darán a leer algunos de los libros más nuevos o más conmovedores de la literatura de este siglo. En ese momento disfrutan de un relajante descanso, compadrean, comentan el partido de fútbol del Barça del que son seguidores, hablan de cine, son fans de Batman, del caballero oscuro, leen comics y viven en Barcelona y en esta foto parece que estén dentro de un escaparate a pie de calle, un escaparate en el que comparten espacio con cachorros de terrier, golden o carliño, en el que se paran los típicos curiosos que dicen: -¡ay qué monos!, y ellos ponen carita de decir: "adóptame, soy tu mejor mascota, llévame contigo", con las siguientes garantías firmadas por el dueño de la tienda: te pueden leer cuando estés aburrido, pueden acompañarte cuando estés solo, podran escribir para ti, viajar, incluso ser tus amigos aunque ellos conocen el oficio y saben que ante todo, son tu mascota.
Pero no es un escaparate, están en un bar y le dan la espalda a la televisión; no te fíes de eso, estos tipos con cara de mascota, se pasan muchas horas viendo partidos, películas, conciertos, se conocen todos los entresijos de todas las series, no obstante un profesor común, que no sale en la foto, les ha instruido en el secreto conocimiento de la creación (teleshakespeare) y eso les une entre si, pero como puedes ver en la foto posan muy derechos y eso es porque cada uno de ellos cuelga de un hilo invisible y ese hilo es el que les conduce a su propio estilo, su propio lenguaje, su conocimiento del mundo a través de lo literario, esos mundos en otras visiones, esas calles en estos paisajes, todos viven en facebook, mantienen abiertos sus blogs en los que les puedes seguir día a día. Si no quieres hacerte cargo de sus cuidados como mascotas mejor no te quedes mirando, cierra esta pantalla y pasa a la siguiente o refúgiate en una tienda de relojes, a estos tipos no les puedes dejar abandonados en una gasolinera, como a cualquier perrillo en vacaciones o como a cualquier abuelo, porque a los seis minutos ibas a salir convertido en literatura, en todos los medios, o algo peor, podrías salir reflejado en una nueva ficción televisiva.
En esa aparente ensoñación de objetos de escaparate, tienes a unos tipos que esconden, cada uno de ellos, un as en la manga y ese as, es la novela que tienen guardada en algún lugar secreto, de la que ninguno habla, de la que se sospecha que existe y que van convirtiendo con el paso del tiempo en un ser mítico, del que se empieza a comentar, pero no ninguno de ellos dice nada, se apiñan y sonríen y empiezan a dar un poco de miedo. Si sospechas que a lo mejor no son tan buenas mascotas como dice el dueño de la tienda, lo mismo terminas huyendo por cualquiera de las calles del Raval, ten suerte y no intentes refugiarte en la Oficina de Cristina Fallarás, te acogerá con una gran sonrisa, te dirá que te sientes y cuando se abra la cortina aparecerán ellos y te invitarán a seguirlos, entonces estarás perdido, tu vida, las lesiones que presentes, serán irreversibles, poco a poco la resaca se apoderará de ti y poco después lo habrás olvidado todo y por lo tanto tendrás que volverlo a aprender y eso es lo que vas a hacer ahora mismo, pinchando aquí:
http://www.barcelonainconclusa.com
http://interferenciasonica.blogspot.com.es/
http://elespaciorelatado.blogspot.com.es/
http://www.agapea.com/libros/EL-FIN-DE-LA-GUERRA-FRIA-9788492451074-i.htm
http://jorgecarrion.com/2008/05/30/el-fulgurante-debut-de-juan-trejo/
sábado, 21 de julio de 2012
LUIS MIGUEL RABANAL (De amores que van y vienen)
De amores que van y vienen tú encima yo debajo tú arriba yo payaso
De amores que siempre vienen (M. NICIEZA)
De amores que siempre vienen (M. NICIEZA)
LMR se ha liberado del cuerpo pero nota como le pesa el alma
y en esa pérdida ha ganado luz. Hace un tiempo me envió generosamente su
poemario Lugares que imprimí y
encuaderné con dos grapas. Se editó el 6 de julio de 2011 y ese es el final, porque el
principio del tiempo para el que escribe poesía es siempre impreciso y siempre
es doloroso. Lugares, es un
testamento con veintidós poemas en el que hay un cuerpo que se va deshaciendo y
un espíritu que va tomando forma, solo se ve si centras mucho tu atención, si
te concentras, si eres capaz de perder el dolor, el peso, el calor, la humedad,
la adicción, la sed y entras en ese estado en el que reposan los africanos
mientras esperan el tren, mientras esperan que se llene el autobús para un viaje
largo, o cuando esperan en el mercado que alguien compre su producto.
Y el viaje empieza en Montecorral, sin moverte, como una
columna de piedra dentro de un jardín, y con la espalda cubierta de líquenes,
pero entre esa maleza puedes recordar, puedes ver y sabes que ese, ya es un
territorio onírico, el terreno que une la memoria de LMR, una memoria que
también tiene mucha niebla.
Y el viaje es Olleir, un lugar que ya no existe y es tan
real en la imaginación del poeta como lo es la memoria de un álbum, un lugar en
el que los cuentos antiguos caen a tu paso como losas de pizarra
“No mirabas atrás no
fuera a ser
que el tiempo
incumpliese contigo
su acomodo o que la
noche te tizne
la palma de las manos
con un hollín sucinto
semejante a la
desolación.”
Escritura precisa, a veces te arranca dentelladas de carne y
otras falsamente suave, todo lo suave que puede ser una cuchilla de afeitar
sobre el cuello, mientras suplica y te
culpa de un dolor “Dime que no fue
en balde,/ una estación tras otra sin el cielo/ auzl y sin el olor de las
lilas, dime/ que fuiste tu quien suplía el afecto/ con manos destrozadas por el
desdén y la cal.” Y otras muchas veces quieres y no sabes por qué esos
paisajes, esos recuerdos encierran forcas, peligros, palabras espeluznantes,
trapos viejos para abandonar, lástima y arañazos constantes, manteniendo en
todo una cordura inexplicable, la cordura que solo puede producir el amor.
Con esta poesía no puedes tener prisa y no puedes fallar,
hay que resignarse y esperar a que te abra esa puerta (en la que muchas veces
esperas sin resultado, como un huérfano helado de frío), por la que hay que
entrar a un mundo que unas veces es accesible y otras muchas imposible, un
mundo vedado, como los cotos de caza muy vigilados, de donde es difícil entrar
y difícil salir, sin arañarse.
“Resulta enojoso
acordarse de ti/ por la noche, cuando no/ puedes respirar.”
Hoy estoy de nuevo con el último libro de este poeta leonés,
que vive dentro de una piedra blanda, inerte, que respira y duele, que ha ido
esculpiéndose en versos, de dentro a fuera, como se esculpieron las montañas,
desde tan adentro que no sabes calibrar la profundidad de esa sima, pero notas
la llamada. El último libro se titula Música
para torpes, lo forman veintiún poemas y a ellos se asoma de nuevo un
paisaje y una nostalgia parecidos y parecido es este otro Montecorral que aquí
aparece.
Este es un libro más complejo, encierra otros pesares y esa
sima que antes parecía tan profunda ahora es insondable, siempre y cuando, tu
mismo lo seas porque de repente el hermetismo se hace líquido, como un
manantial en medio de un bosque, como una confesión. Pero el tono cambia, como se cambia de humor y
de repente ajusta el paso de rosca y a alguien le ajusta cuentas, unas cuentas
muy personales,
“Los dos coincidimos
en que era
un estupendo susto la
vida”
o quizá me equivoco y es esa voz femenina la que le está
ajustando al poeta las cuentas, unas cuentas de las que nadie sale bien parado,
o son todos contra todos, como un sin dios, como un puto torbellino que te
atropella y te hace volar lejos de todos y de todo.
“Es verdad que hay
caminos que no conducen
a ningún territorio
transitable y posible”
Ninguno y todos, todos estos terrenos terminan manchándome
los zapatos, tengo que dejar pasar el tiempo y volver a leer este ramo de lirios del valle, antes de que
sea demasiado viejo para aprender.
Me gustan palabras como almagre, gatiñas, desnevios, un
salguero caído, ferrerina, collar de agavanzas, ñubero, y también Olleir versus
Riello.
Una cosa más: de la memoria que dejan estas frases, bebemos
durante años los escritores estériles de novelas, los que creemos saber algo y
nos ponemos en el lugar de nuestros personajes y perdonamos, culpables y
vanidosos, como el más culpable de los hijos de puta. Perdonadme, pero el camarada no sale ya de casa, ahora tiene
que seguir leyendo dieciocho libros más de este poeta que se llama Luis Miguel Rabanal
Ediciones de Baile del Sol (2012)
colección poesía
cubierta: Ramón Buzón
colección poesía
cubierta: Ramón Buzón
martes, 17 de julio de 2012
SITGES (4.- GAY)
Nada en la tierra resulta más divertido que ver una ciudad
gay divertirse. Esto pasa en Madrid un día de cada año, el Día del Orgullo y
eso pasa cada noche (de verano) en Sitges. No hay nada más chocante que ver a
tipos bien musculados, jaezados como caballos, con apenas un pantaloncillo y un
correaje, o vestidos de marineritos rasos, vestidos con esas maneras que solo
consiente el mundo gay y que a las mujeres, dejadas en años y llorzas (o por
sus maridos), les da mucha risa, una risa aparente, ya que saben que cualquiera
de estos tipos atrae más miradas que ella (no ya a su edad) a los diecisiete
años. Es así y Sitges, o una muy buena parte de la ciudad, se ha especializado
en este sector social y en su turismo.
Lo gay (en términos veraniegos) consiste en verse y dejarse
ver sin complejos, en gastar buena parte de todo lo que gana en cremas, eslíps,
bronceados, camisas, depilaciones, zapatos, restaurantes, cócteles, saunas,
viajes y disfraces, así como en cultivar cuerpos bonitos pensados para
disfrutar de la vida, una vida de salón al otro lado de la línea de la vida, en
la que no hay responsabilidades familiares, aparentes cargas -de hijos-, ni
impuestos, vejez, rutina, hipotecas, enfermedades, política, grasa, paro o
soledad, ni aburrimiento. La fiesta vista así da envidia, pero también hay
viejos, gordos, enfermos, arruinados, solitarios, que no pueden hacer visible
su estado, porque cualquiera de esas situaciones no se aceptan dentro de esa
sociedad, de esa eterna y amigable felicidad juvenil, Sitges si que puede y
cada año se renueva, pone a punto sus playas, sus calles, los jardines, los
paseos y cada empresario limpia y encala el negocio y busca esa oportunidad de
vender a chicos felices que llegan emparejados a la estación directamente del
aeropuerto, con sus maletas repletas de ropa bien doblada, alemanes, franceses,
canadienses, ingleses viejos o ingleses de las fábricas, así cada año, cada
temporada y muchos de ellos se instalan de forma permanente en las muchas urbanizaciones
que han crecido en un perímetro de diez kilómetros, desde Rocamar hasta
Olivella. También la Barcelona gay mira hacia la Villa y aquí se visitan en el
Parrot, (puerta de la Calle del Pecado) todo ese circuito de saunas,
sombrillas, banderas de seis colores y Pachitos pubs, Locacola, lugares donde se mezclan las
camisetas más ceñidas con las pieles más morenas.
Del otro lado del espejo, diez minutos sentado en la terraza
de los Vikingos, es suficiente para ver ese paseo de las estrellas, donde al
lado del disfraz de marinero caminan los tipos más feos de la galería, rebaños
de gárrulos, chulos de cómics, busca vidas arrabaleros que dejan el Chino de
BCN, para hacer su agosto entre calas seduciendo a locas solitarias, lechuguinos con los cristales de las gafas rotos
por la impresión, padres de familia incapaces ya de seguir con ese adulterio,
novias flácidas que se despiden de solteras y novios rodeados de jugadores de
futbito, camaradas borrachos como cubas. Y la ciudad no explota, cada noche se
sacude la arena de la playa y cada día empieza con la misma vitalidad que el
anterior, prensa internacional, café, cruasanes del Enrich y la tranquilidad de
las primeras horas del día, para ese paseo tranquilo junto al mar, desde la
playa de la Fragata hasta el hotel Sunway Playa Golf, sin dejar de cruzarse con
restos del naufragio de la noche, que caminan descalzos hacia la Estación, la
voz gansa, la nariz taponada y los ojos muertos detrás de gafas opacas, cerradas,
impermeables. Son toda la sala de máquinas de esas fiestas ibicencas que no lo son
(o ya si), anunciadas con mucha espuma y camisetas mojadas en los corrales de
Gavá, Castelldefels, Vilanova, L’Hospitalet y cuyos promotores siguen viviendo
el control remoto de aquellos años dorados de la farándula más auténtica y en
las que nada se anunciaba (porque no hacía falta) por esas megafonías de hoy.
Lo lesbiano (en términos estéticos) ya es otra cosa en esta
Vila tan dada a la estética y en esa balanza ellas aparecen sobrealimentadas,
de ese ir al súper a pasar la tarde, de ese querer y de ese no poder, de ese
antimachismo que termina convirtiéndose en Lo macho y eso lo podía ver el
paseante en aquel local lateral Mar i
Pili, que terminó despareciendo por el expansionismo mercantil del Parrot,
que como en otras historias sociales, oculta entre bambalinas la fragilidad de
lo lesbiano (y su estética), dejándoles a ellos
todo el escenario, pluma y luces incluidas. En la Vila es así, lo que no quita
para que ellas tengan su rincón político y su lugar, como cualquier pareja,
pero no la ciudad.
Al atardecer y entre los últimos bañista, el paseante ve al
buscador de tesoros rastrear con su detector a ras de playa, escarbar allí
donde la señal metálica se vuelve audible, como una composición más de un Sónar
de tómbola, al encontrar la chapa de una botella o un pequeño colgante de oro,
suficiente pago para una jornada que languidece. A media noche un tractor barre
las playas, filtra la arena de cigarrillos apagados, plásticos, botellas,
máscaras, cremas, devora todo lo que se olvida, esas gafas de sol con montura
blanca, el plano de la ciudad, las llaves del coche, moscas viejas que murieron
al sol, todo lo que el buscador de tesoros no ha encontrado y que ya nadie va a
encontrar y todo eso y muchas otras cosas que se pierden cada día, lo digiere
la pala del tractor, para dejar de nuevo la playa virgen, inventada de nuevo,
como recién planchada. Y aunque la noche no engaña, no hay descanso, detrás del
tractor ya se colocan los pescadores con sus mesas plegables, las luces, los
aperos, los paseantes insomnes y los que piensan en un amor profundo, vuelven a
dejar sus huellas, sus emociones, sus nostalgias. El mar carga con todo y sigue
ahí, es esa mancha oscura que se arruga en olas de espuma blanca al chocar con
los bajos de arena. Y el paseante deja sus pasos también y mira ese horizonte
de Chillida, ese que no pudo doblar porque ya es una curva perfecta, allí donde
él mismo, hace ya tiempo (en otro mar y otro momento), buscara su hogar.
viernes, 13 de julio de 2012
Xen x Xen = Rabanal
Compré El tiempo del
hombre muerto, pensando que era un buen título para una novela y lo empecé
a leer como si fuera una novela, hasta que me di cuenta que no lo era, que este
libro es un artefacto lleno de títulos, un artefacto que mal manipulado te explota
en la cara y te la deja como la portada del libro. Lo forman setenta y un
documentos, dedicados a otros tantos elementos incontrolados, que forman,
muchos de ellos forman parte de la literatura bastarda de este país, que en
buena medida se articula a través de la web por medio de blogs y editoriales
innombrables.
-Todos a la cárcel –dijo aquel tipo por teléfono- ¡ya!.
Y la orden no se cumplió porque el que la recibió andaba ya
muerto y a la vez andaba de parranda y eso es lo que pasa aquí, que te encuentras
con un libro visceral en el extremo de la fórmula, un libro de reflexiones que
no te deja respirar, que te sacude hasta que se te cae la última mota de polvo,
y cuando termine contigo, este hijo de puta te va a dejar solo con el relleno
de serrín y con lo justo para que puedas seguir caminando, porque te va a sacar
todas y cada una de las entrañas que te quedan, como se trabaja a una momia
para que viva el resto de la eternidad.
"Las putas moscas
llevan follando sobre mi calva toda la mañana…
pero yo aguanto,
sentado, a que pasen las horas. (el discurso de las botellas)"
Pués eso es lo que pasa cuando abres la cajita que no debes,
cuando abres el regalo que no puedes, cuando abres la puerta del desván que te
dijeron que no podías abrir, ni la del baúl, ni todas esas puertas que siempre
te dijeron y nunca obedeciste, esas son este libro y el cabrón que te dice que
no sigas leyendo es el autor, el propio Alfonso Xen y el pecado es haberlo
abierto, empezar a sacar todo eso prohibido que hay dentro, algo que a veces
huele mal, y que a veces huele a podrido, algo que no tiene buen sabor pero que
vuelves a comer, ese traje que no te gusta y te vuelves a poner porque te queda
como un guante y así todas y cada una de esas canciones que quieres oir y que
son una disculpa para volver a los bares y otra cerveza más, para volver a ver
a esa chica de los Levis que lleva un blues negro que a ti te gusta.
Y lo has abierto, digo que has abierto el libro y se
empiezan a caer todos esos nombres como David Refoyo, todas esas crónicas para
decorar un vacío, Toño Gallo, Agustín Calvo Galán, Odklas, Carlos Moreno, Das y
Barrueco, y brindas y dices:
-Va por mis cojones
Y esa es la tónica del libro, pero no es tónica es solo
cerveza y Mario Crespo, Vicente Muñoz Alvarez, Julio César Alvarez a todos esos
perroplumillas que se me quedan por la mesa y me miran y no paran de fisgar
entre el teclado del ordenador y de meterse entre los libros, entre las resmas
de papel y cojo un matamoscas y me lío contra todos ellos, pero escapan y el
único que no lo hace es Luis Miguel Rabanal y me acerco a el y me sonríe y a la
vez me dice telepáticamente: Elías, tu
puedes ayudarme.
-No tío yo soy bueno, yo solo quiero ser bueno, tengo dolor
de corazón, propósito de enmienda, soy temeroso de dios y la herida llena de
moscas.
-¿Tienes miedo?.
Y yo te paso la pregunta Xen, ¿tienes miedo?, porque yo no
la puedo contestar. Y alguno de mis vecinos o su perro, pone un blues y luego
otro, y luego una canción que ya he olvidado y luego otra que no quería volver
a escuchar. Y me quedo triste y veo que cada vez me parezco mas a la portada
del libro, esa portada de Julia D. Velázquez, que no deja de ser otra cosa que
un aullido y un flequillo, y ese color que se come todos los demás colores y un
dolor que se come todos los demás dolores.
Y sé una cosa, sé que para escribir todo eso que publica
Antonio Huertas, tienes que haber vivido mucho en los bares, tienes que haber
liado muchos cigarrillos, que haber mirado mucho la luna, esa luna llena y
amarilla y sobre todo te has metido en la niebla, una niebla que yo también
conozco, entre el Torío y el Bernesga, que confunde todas las formas y el
brillo de las luces, hasta el delirio.
Y por último, solo quiero deciros una cosa, este libro es
imprescindible en cualquier biblioteca, es para tener siempre a mano porque lo
puedes leer de izquierda a derecha, por el medio, por el final, por donde
quieras, y volver a él cuando lo necesites, como un viejo amigo.
Hacía tiempo que no me echaba a la cara a un tipo con tanta rabia,
con tanta fiereza, con el brazo gordo de tirar piedras y no de jugar al tenis y
con una cabeza tan remota que en ella puedes encontrar conversaciones acabadas
desde el principio, todo ese vacío decorado a puta hostia desde la primera línea, sin dar respiro ni tregua. Así
es este libro resacoso, escritura hecha en directo, sin límites, con miedos y
sombras. Lo dicho, que en un tu a tu, fijo que nos quedamos callados y solo
empezaremos a hablar a partir de la segunda caja y que esté JAB de testigo,
sujetando las armas.
“:por eso escribo esto, al menos tengo algo claro, pues
vivir a través de los demás es atravesar un desierto”
(Un abrazo y cuídate tío, de tí y de los demás, más que nada para poder seguir escribiendo.)
El tiempo del hombre muerto.Editorial Origami.2011
Alfonso Xen Rabanal
miércoles, 11 de julio de 2012
SITGES (3.- Smitten with Sitges)
La playa de San Sebastián, según considera el New York Times
en el artículo que le da título a este tercer recorrido, (que se puede leer aquí), es de las mejores playas urbanas y eso le
vale a la Villa unas cuantas visitas. Lo único que puedo añadir a esto es que
es una playa natural y que se encuentra aislada por el enclave del Cementerio y el del Cau Ferrat y Palacio
Maricel y a su lado una cala nudista, un pequeño recodo entre rocas, a la
que se puede llegar desde esta, caminando con el agua por las rodillas, o
rodeando y bajando por el acantilado; el resto son las típicas de
guijarros recubiertas de arena por el Ayuntamiento temporada a temporada, ya
que temporal tras temporal el oleaje se encarga de arrastrar esa arena y
precipitarla mar adentro. Este de las playas es uno de los decorados de la
ciudad. Hace unos años, todo el frente marítimo era un solo recorrido en el que
apenas había arena. Las inversiones y el mejor aprovechamiento turístico
convirtieron todo aquello en media docena de islas, rodeadas de espigones
suficientemente largos y grandes como para proteger esa arena de los temporales;
he visto todas esas operaciones, repetirse en las playas artificiales del
mediterráneo, para terminar siendo todas la misma postal, Sitges por lo tanto
tiene la suya, así como concesiones de tumbonas, colchonetas, chiringuitos y
duchas; luego quedamos en esto, que es la playa de San Sebastián la mejor
playa familiar y urbana de la Villa.
.
.
Pero no solo este tipo que visita la ciudad puede elegir la zona urbana para refrescarse; si deja el paseo marítimo, continua la línea de costa y camina por los guijarros, a medio kilómetro y en paralelo al campo de golf, llega a la explanada de la Atlántida, una de las discotecas más genuinas por el enclave (metida en el mar y en la Ley de Costas) y por ser la más antigua de la Villa (junto con Pachá) y si continua y sube por los acantilados llegará a otra de las playas nudistas que se esconde entre la línea ferrea y el propio mar, uno de los lugares elegidos por el turismo gay para tomar baños de mar, de sol y de luz, para relacionarse. La playa se comunica por el puente de la vía con una sierra de pinos y sardones, en el que también puedes ver a todos los faunos locales e internacionales, reconocerse, lamerse, encontronarse y dislocarse felizmente como cervatos jóvenes o viejos berracos montaraces; el espectáculo es de National Geografic y la reserva un lugar de caza seguro, no sale en la crónica de NYT, ni en el informe de Bombers de la Generalitat, a pesar de que cada verano arde. También es un lugar de ravers y botellón, de peleas, de pasiones, de hurtos más o menos sofisticados, sin apenas violencia. El caminante reconoce el lugar con solo seguir el rastro de toallitas de papel, pañuelos, botellas de agua, chanclas perdidas, tangas y demás restos genuinamente orgánicos que nadie recoge, con lo que el final de temporada, es duro en este paisaje.
Mientras tanto en el resto de las playas, las familias
juegan con sus retoños, los adolescentes con palas, se bañan, se broncean hasta
consumir la memoria de la piel, las piraguas llegan hasta las bollas, las motos
de agua, las embarcaciones, incluso surfistas sin olas, todo dentro y fuera de
los espigones y bajo la mirada de los vigilantes
de la playa, cuyo horario se anuncia por una megafonía de cacharrero, de
diez de la mañana a ocho de la tarde, como en las piscinas; antes o después de
esas horas cada uno es libre de seguir haciendo lo que quiera, pero en los
mástiles ya no vigilarán esas banderas, verde o amarilla, el mar podrá seguir
su ritmo de respiración y de resaca, sin vigilancia.
De todos los chiringuitos, entre espigones, el Sausalito es el mejor equipado, siempre con música chill out, siempre con cuerpos jóvenes, cerveza fría, coca-cola con hielo y la sensación de un verano perpetuo, inocente, amable, algo que el turista va a recordar igual que esas noches tórridas que tienen todos los veranos, donde encienden antorchas bajo una luna casi azul, dejando un rastro ondulante sobre el mar, igual que la luz del horizonte que no parece apagarse nunca, ya que los últimos rayos quedan ahí hasta el día siguiente.
Todo eso lo consigue Sitges en una sola noche, con lo que el
turismo de fin de semana queda satisfecho en cuanto a las postales; el turista
de una semana sueña con volver antes incluso de subir de nuevo al avión y
regresar a un suburbio de París, dejarse ver reflejado en los espejos de su gimnasio
o de su cuarto de baño, del ipad, de su blog o de donde esconda la gente de
ahora su memoria, su vanidad y sus postales.
Aparte de esto, pasear y seguir paseando hasta que
reconozcas los cedros que aun quedan entre las palmeras de un lado del paseo y
las del otro, unos ejemplares extraordinarios que no dejan de sorprenderme cada
vez que paso por allí, los tienes en la desembocadura de otra de la calle
escaparate de la Villa, la calle Princesa. Creo que solo son media docena, antes había
más, pero ya ves son así las cosas y esos ejemplares que se esparcían por todo
el mediterráneo desde aquí hasta Siria, ahora son prácticamente especies en
extinción, por lo menos en este tipo de paseo y que nadie se preocupa de
replantar, tardan demasiado en hacerse adultos para que eso les compense, no obstante aunque en el
paseo solo quedan esos ejemplares, hay alguno más que sobresalen por los muros
privados de casas sin prisa, que se diferencian así de las demás.
jueves, 5 de julio de 2012
SITGES.- (2. Callejeando)
Racó de la calma
Perpendiculares a la explanada de la Estación, entran las
calles Gumá, Isla de Cuba, Bartomeu y Sant Francesc y todas te dejan en el
Sitges viejo de la calle Jesús y el Cap de la Vila y en las playas, la de la
Fragata junto al espigón, las escalinatas del Baluarte y la Iglesia de Sant
Bartomeu y Sta. Tecla. Es ahí donde vas. Siempre ves el cielo cuando caminas
por estas calles y ese es el síntoma de que la ciudad es amable, pero después
descubres que entre los paisajes de esas calles balcón (San Pere o San Pau), se
asoma el mar. También es allí donde vas.
La ansiedad de llegar a un lugar hace que el viajero avance,
que no se quede sentado a la primera de cambio en la terraza a pie de acera,
del Varón, o en cualquiera de las que se va a encontrar en la calle Parelladas
y el café Roy. Es importante hacerse un mapa mental, abarcarlo con las fuerzas
físicas de que dispones, igual que sabes el dinero de bolsillo que tienes en
cada momento, debes saber la de vueltas que puedes dar calle abajo y calle
arriba para poder llegar al baluarte y continuar hacia la playa de San
Sebastián y de allí a la Ermita del mismo nombre (siglo XIII) que forma parte
del cementerio viejo, entrar en los muros de ese cementerio y encontrar las
esculturas que guardan familias ilustres como la de Vidal-Quadras, Antoni
Robert Camps, Planas, obras de Josep Llimona o Frederic Marés, que ha llevado a
este cementerio, típico mediterráneo, a la eternidad, un legado más de la
burguesía que hizo fortuna en las Américas, de los muchos que allí emigraron.
En muchas de las calles de la ciudad, se ven algunas de las casas de esta
burguesía que hoy se han convertido en hoteles, conservando su encanto y resistiendo
así a la especulación inmobiliaria; eso convierte a Sitges en un lugar que
todavía puedes visitar, para conocer algo más sobre el modernismo catalán,
sobre el gusto de estas gentes emprendedoras, por la vida y la belleza, las
artes, la calma. Y en ese Rincón de la
calma, que es un regalo para todo el que visita la ciudad, el viajero debe
descansar y dejarse sumergir en la sombra y el sonido del mar rompiendo contra
las rocas de Cau Ferrat (ahora en obras). Ese es el lugar para que se oxigene
la piel antes de volver al Paseo de la Ribera, a subir por las callejas arriba
y abajo, volver a asomarse al mar y recorrer de espigón en espigón toda la
costa hasta el final. Y desde allí, busca la otra ermita la del Vinyet, una
pequeña joya que veneran los sitjetanos viejos y que da nombre a todo ese
terreno que antes eran viñas y huertas y ahora son chalets y que puedes
encontrar también en las postales. Este litoral, se cierra por las puntas con
dos complejos hoteleros que pisan la línea roja de Ley de Costas; con sus
playas, sus horizontes, sus vientos y para que no falte de nada en este dibujo,
tres puertos deportivos desde donde llenar con regatas, el paisaje cada fin de
semana, uno de los deportes favoritos de
esta ciudad, junto con la hípica o el rugby.
Y así es como el tipo que visita Sitges, recorre cada
esquina, se asoma a las calles y a los escaparates de tiendas donde el algodón
es el tejido de esta tela de araña que es el verano, y el azul el color que
abre todas las ventanas y puertas.
Pero aparte del callejeo turístico, hay una ciudad que ha
saltado las vías del tren, que nadie ve nunca y ocupa una segunda piel, en la
que únicamente hay pisos, bloques, torres, que llena de habitantes la villa y
con sus impuestos las arcas del Ayuntamiento siempre exhaustas, ese lugar
podría ser cualquier lugar, esas calles, cualquier calle de cualquier pueblo,
ese desequilibrio es el paisaje que contamina todo el prelitoral desde los
túneles hasta Vilanova y toda la línea de costa que puedas imaginar, es donde
vive la mano de obra que te sirve, que se indigna, que sufre los retrasos, que
acude cada día a trabajar a Barcelona, que espera los diluvios con resignación,
siempre hacia el mar, que asiste a los fuegos artificiales, a los carnavales, a
las fiestas de Santa Tecla, los que todavía trabajan algún trozo de huerta,
algún limonero, esa gente anónima que no encuentras en los hoteles, que no
asiste al Club Bilderberg, que educa a sus hijos en los colegios públicos, que
no habla idiomas, que hace lo que puede y cuyos mayores todavía rezan. Esa otra
ciudad de Sitges, cada día cruza por debajo de las vías y camina el paseo
marítimo hasta la desembocadura de los campos de golf y se vuelven, sabiendo
que eso es todo lo que da de si el día y ese paseo se cruza con el destino del
viajero que no deja de mirar cada una de las casas que jalonan el frente
marítimo y de imaginar esas familias que allí viven o que allí se esconden y
trata de mirar a través de los ventanales y de entrar en sus bibliotecas, sus colecciones
de arte, trata de adivinar así sus vidas, ese frente marítimo que desde el mar,
solo es una línea recta llena de nubes y pequeñas luces, así de opacos son a
veces los espejos.
Pero el viajero si que puede entrar en el palacete donde se
instala el Museo Romántico, uno de esos lugares que se tienen que ver, que da
una idea de cómo eran aquellas casas de los
antiguos sitgetanos, su estilo de vida en cuyo portal todavía se conserva un
carruaje de los de caballos, con el que se transportaban a Barcelona, cruzando
los pinares de Castelldefels y L’Hospitalet, donde al parecer se guarecían
bandoleros y asaltantes de camino, al acecho de viajeros, más o menos como hoy.
Panorámica desde la Iglesia de San Bartomeu
El viajero, también verá al anochecer como se van instalando
entre la rocalla, viejos pescadores con una licencia y dos cañas cada uno, que
pasarán allí la noche entera bajo la luna, con un termo y sus sillas
reclinables de loneta y a veces hablan con el compañero y otras veces callan y
escuchan ese mar que desde las rocas es tan oscuro como los surcos de sus
manos. A lo lejos también oirán el rumor de la ciudad, esa ciudad que se
divierte de una forma muy especial y en la que ya se han acolchado los
vendedores subsaharianos, que también cruzan las vías del tren o vienen cargados
de Vilanova con sus sacos, su negocio, business nocturno de gafas, discos,
películas, bolsos, pañuelos y el miedo, todo made in china. En esta ciudad,
como en todas las del mundo ya apenas queda comercio original, autóctono, artesano,
apenas queda un chiringuito en la playa (el primero de todos según dicen, está
aquí) y un par de cines, el del Casino Prado y el del Retiro, dos sociedades
privadas, donde los socios organizan
partidas de cartas, bailes coincidiendo con los carnavales, paellas,
actividades teatrales y conservan como un bien esos cines, que a la vez son
teatros, en cuya programación (de viernes a domingo) solo encontramos pelis
para niños y poco más y eso a pesar de que la Villa acoge desde hace medio
siglo, uno de los festivales internacionales de cine más interesantes; también
hay un par de tabernas que ahora este viajero, todavía no ha visto. Todo lo
demás es ocio, bares, locales, restaurantes, chiringuitos, discotecas, playas y
calas, todo a la vista y al rumor de ese mar que a veces es azul, de un azul
muy profundo.
domingo, 1 de julio de 2012
SITGES (1.- Paisaje, la R2 Sur y la vieja estación)
Desde hoy, cada semana publicaré en este cuaderno las impresiones y los distintos paisajes de la villa de Sitges. Este primer capítulo recoge la llegada a la ciudad.
La mejor manera de llegar a S. es en tren, cruzas
L’Hospitalet, Viladecans, Gavá, Castelldefels y te metes en los túneles del
Garraf, el macizo montañoso que aísla la ciudad de la gran mancha de Barcelona
y que la mantuvo así, hasta que el corte de la autopista la acercó a la
ambición de los constructores y a la inmediatez de la segunda residencia y
luego de la primera y con ellos la masificación definitiva tanto de su litoral,
como de la sierra que rodea el Garraf y su parque natural, San Pere de Ribas,
San Miquel de Olérdola, Olivella hasta Vilafranca y sus innumerables
urbanizaciones, muchas de ellas piratas, sin apenas calles, ni servicios y
abarrotadas de concejales y alcaldes, especuladores y ladrones que se
instalaron a teta hasta secar la vaca, el paisaje y el territorio.
A la que dejas las últimas naves del Prat, entras en las
huertas y masias de Viladecans cuidadas al milímetro, de donde salen las
mejores alcachofas que nadie nunca pueda comer por aquí y que todavía siguen
compitiendo por un terreno que cada vez vale más, rodeado por autopistas, el
aeropuerto, las playas, el delta del Llobregat, las naves chinas de los
polígonos industriales, los contenedores chinos del puerto de Barcelona, y la Codicia.
En ese territorio, pulmón, escuela, reserva agrícola cada vez más encajonada,
es donde Madrid ve peligrar su ciudad de Juego, Convenciones y Vegas y es donde
Barcelona ve peligrar quince mil puestos de trabajo, según dicen esos políticos
del territorio nacional, que no les ha importado perder treinta mil y sesenta
mil puestos de trabajo en estos años de Eres y crisis, por la demente y
perniciosa contabilidad bancaria-político-financiera de banqueros, políticos y
empresarios, asquerosos ladrones, que se han cedido el testigo de sus
atrocidades unos a otros, contagiados por ese Alzhéimer viejuno que es tan del
gusto de estos tipejos, muchos de ellos en las filas del Senado, donde envejecen
de forma vitalicia, o en las Cámaras de Comercio o en las instalaciones de
Clubs de Golf, así, de forma vitalicia y sin responsabilidad.
Y así con esos pensamientos, ves bajar en los apeaderos más
cercanos a las playas a hordas de chicos y estéticas chonis, que van a pasar el
día con una toalla y un balón junto al mar, ese mar-piscina de por aquí, tan
ruidoso, tan maquillado, tan veraniego, esa marca de vacaciones-todo-el-año,
mediterráneamente.
A la media hora de viaje, tres cuartas partes de los que
quedamos en el tren bajamos en S y salimos por el hall de la Estación, una
sólida casa formada por un pabellón central de tres alturas (residencia de
ferroviarios) y dos laterales más pequeños, construido en paralelo a las vías
por la Compañía del Ferrocarril de Valls a Vilanova y Barcelona, inaugurada a 24 metros sobre el nivel
del mar, el 29 de
diciembre de 18 81, año en el que se empieza a construir el canal de
Panamá y España quiere consolidar (igual que ahora) el territorio por vía férrea. En esta doble vía principal, otras tantas laterales con
doble andén y cuya última remodelación (hace ya un par de años) ha adaptado la altura de los andenes al
peldaño del tren (de diseño y patente alemán), instalados ascensores y escaleras mecánicas para facilitar la
entrada y salida, en esa estación hay mucha vida. Aquí a lo largo del día, gatos,
viejos, locos, turistas, bañistas, desorientados, suicidas, revisores,
interventores, chulos, emigrantes, vendedores, borrachos, gays, vigilantes con
y sin perro, solteros y sus despedidas, solteras y sus amigas, parejas,
adolescentes muy sexuales, asexuados, ciclistas, caminantes de rutas, y gente
que va y viene, cruzan sus pasos hacia la explanada de la estación, uno de los
pocos lugares donde todavía se conservan esos pinos del mediterráneo que
crecían por todo el litoral y no palmeras, (choni-palmeras de los alcaldes),
esas que llenan cada metro de costa-construida y que ahora se pudren por un
escarabajo muy caliente que se reproduce con un vigor extraordinario.
Mucha vida, si, mucha vida porque de repente, una ráfaga de
calor galopante, un mistral, un siroco o el tipo de viento y trastorno,
convierte la espera en la estación en un lugar de gatos viejos, viejos locos,
turistas-bañistas desorientados, desorientados suicidas que han estado
tramitando dejar la vida y saltar al vacío, revisores-interventores chulos,
emigrantes-vendedores, borrachos gays, gays vigilantes con y sin perro, parejas
de solteros, amigas adolescentes, ciclistas asexuados, gente depilada que
espera al sol, un sol que en Sitges, enloquece.
La Loca de la estación, camina con los pies muy abiertos y
busca lio, busca novio, habla con todos los hombres sin compasión, para todos
tiene alguna palabra y una expresión que da miedo.
-Es que soy muy mujer –dice como si lanzara un cuchillo-
Y camina arriba y abajo mientras espera el tren, sonríe y
ves como se le transforma la cara de Bette Davis joven a una BD vieja y apagada, en unos
segundos una secuencia de cine mudo y otra del sonoro y decadente fin de fiesta,
sin moverte un palmo de la estación.
-Mi novio es capitán de barco –cuenta- ahora no está
–sonríe- viaja mucho.
El Loco de la estación, ha envejecido, ahora debe tener
veintipocos años, igual que ayer, pero la piel se le ha oscurecido, los ojos se
le han manchado, el pelo rugoso de dormir al raso, camina arriba y abajo por
las salas vacías como si buscara a alguien, como si buscara la puerta para
salir de esa caja, se asoma al acantilado del andén y grita
-Mira, mira Willy mira, que me quieren pegar.
Tiene los talones ya en el precipicio y todos los otros le miramos y buscamos a Willy pero Willy no está,
no ha llegado todavía.
Cuando entras en Sitges y sales por la estación, lo primero
que ves es el Edificio-aparcamiento, en cuyos bajos comerciales vive el mercado
municipal de la ciudad, en el sótano un supermercado y rodeándolo la parada
de autobuses locales, una de las estaciones de Taxis blancos y en los bancos
de la plaza, a la sombra de los pinos, se reúnen en tertulia borrachos viejos,
dos, tres, a veces cinco o seis y montan allí su tertulia, su despacho, su voz
ronca, sus peleas, es su lugar de encuentro, el lugar por el que pasan todos
los que llegan a la ciudad y sobre todo el lugar donde beben sin sed, hace años
que les veo allí, aguantan a pulmón, a cigarrillo, a litrona, beben con
delicadeza y los tragos son largos, son almas oscuras que han ido perdiendo
hasta llegar aquí, a esta zona terminal por donde entras, donde empieza el
viajero a contemplar la ciudad.
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