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lunes, 16 de febrero de 2015

LA MALA PUTA

                                   Agustín Fernandez Mallo, D. Prado y Román Piña

Réquiem por la literatura española
Miguel Dalmau 
Román Piña Valls
Sloper


El título nace de una anécdota que ha terminado siendo el quirófano de un veterinario al que los gansters han traído en una noche cerrada, un cuerpo con cien balazos
-Dice Ricky que lo arregles –comenta Barry con el sombrero ladeado- no puede morir. Ya sabes, como otras veces.

Y los balazos son cien, con agujero de entrada y salida. A un lado de la mesa anda con los pelos revueltos Miguel Dalmau. En pijama baja al sótano su amigo el taxidermista Román Piña.
-¡Qué, qué hacemos!
- Lo que otras veces, ya sabes.

El toma y daca del “ya sabes”, es la frase favorita de los alcaldes, hermanos, colegas, primos, yonquis, dealers, -ya sabes-.
Pues eso al tema. Autopsia a una dama en apuros


A.- FASE LOMBROSIANA

A las putas les gusta el marisco. Lo sé porque fui puta y fui una gamba roja, así que puedo hablar con conocimiento de causa, también he leído a Cortázar, esa fue mi perdición. Todo el mundo tiene dos libros en casa, uno es de Cortázar, (a partir del año dos mil) el otro es de Roberto Bolaño o David Foster Wallace, según los cuadros de la camisa que uses. Teniendo esto en cuenta el veterinario se encuentra con un bala de la Agencia Literaria de Carmen Balcells, para empezar.
-Esta herida es carne picada –dice el veterinario- carne picada.
La bala cae en la palangana de Circe con el ruido metálico de siempre.

La parte de este todo que le toca en suerte a Dalmau, es un toma daca de hostias libres que van en todas direcciones y empieza por el autor, el causante de todo lo bueno y lo malo, el que recibe los aplausos y en silencio (o no tanto) los abucheos del lector. La calidad de esos autores, generación tras generación, parece declinar camino de la extinción, las razones te meten de lleno en el quirófano del disecador y ese quirófano, aunque sea en un sótano, no es un lugar para hacer examen de conciencia ni para tomar el té. Los sótanos dan miedo y no hay nadie más miedoso en este país que un escritor que ha tocado la fama, quizá un mozo de almacén, un entrenador de gimnasio, un músico callejero tengan pocos ingresos pero no son cobardes, son lo que son y hacen lo que pueden, no viven de subvenciones, premios, prensa, ayuntamientos y menos de los pingües beneficios de un trabajo como es escribir con un brazo atado.
Censuras y autocensuras en busca del favor, del premio,  que no mermen los ingresos ni el ego, ni la envidia o las rencillas. Ese es un puré del que Dalmau parece haber tomado unas cuantas cucharadas. Lo dice y lo cuenta sin saltarse una coma o por el contrario podía haber contado más. A los editores no les salva y no salva a un Ginferrer descubridor de talentos, las agencias literarias, las librerías y la crítica con el caso Echevarría como momento paradigmático, tras el cual todo cambia.

 Solamente dos chalados saben que un cuerpo de mujer con cien balazos no puede salir adelante y menos en un sótano mugriento, iluminado con un portalámparas de montañero y bisturíes afilados como corta uñas.
-No tiene la menor importancia –dijo el taxidermista- rellenar y coser, relleno y grapas, como un libro.
-¿Quién puede hacer algo así?
-Era una traidora, una mujer fatal.
Se escapan algunas risas y siguen trabajando.

B.- FASE POSTLOMBROSIANA

Fuera de allí si ampliamos el plano del objetivo, veremos un cruce de caminos. Todos los que llegan se detienen, miran a un lado, miran a otro y se acojonan. Encuentran en el paisaje algo parecido a los decorados de la Matanza de Texas, pero es el ensanche de Barcelona, donde se toman las decisiones, donde se mueve la pasta, donde se amanceban poetas y editores, los gansters, los premios, nuestros amigos.
-Sal tu y pregunta –dándose valor a sabiendas de que va solo-

Por eso y sin salir del coche huye por la presión del miedo. Cuando un escritor llega en su coche con el tubo de escape podrido,  no lo duda,  no ve un cruce de caminos, ve un fin de semana en un loft diseñado por Teresa Sapey y los ingenieros de Camper, que le asegurará fama y dinero. Va a conocer a alguien que conoce a Zafón a Falcones y aunque el escritor pusilánime por vanidad, no recuerde bien su nombre, ¿Julia?, ¿Matilde?, ¿Nadal?, ¿Planeta? se arma de valor y lo celebra –oouh yeah-
-García Márquez, García Márquez –repite el tipo de vez en cuando sin saber qué significa ya ese nombre-

Volvemos al sótano. Allí siguen los remiendos y van a buen ritmo. La palangana ha sonado a bala una y otra vez.
-Se terminó el serrín –afirma Román- se terminó.
Miran los dos hacia un motón de revistas en las que no faltan Qué leer y Leer, Quimera, La bolsa de pipas, libros descatalogados. Después de unos segundos en los que solo se oye rasgar y arrugar papeles
-¿Tu crees que nosotros somos héroes? –pregunta Dalmau-
La pregunta no se contesta, permanece posada como un murciélago en la oscuridad.
Las balas caen y de cada agujero brotan pequeños silencios. Después del último de estos pequeños silencios Román Piña habló.

-Creo que los taxidermistas, los veterinarios, los taxistas de mi generación han fracasado. El mejor de todos es uno que llamaban Thomas Wolfe y el segundo mejor fracasado, un tal William Faulkner.

A parte de mucha sangre y algunas vísceras, el ejemplar de Sloper que tengo encima de la mesa es una tercera edición. Creo que vendrán más porque es ese libro incómodo para toda escuela de escritores que se precie y si los alumnos pueden pagar al peso tendrán que tragarse este libro. Los ejemplos son claros, están vivos con nombres y apellidos. Hablan claro. Nadie sale muy bien parado y los primeros Miguel Dalmau y Román Piña, marcados a fuego pero también felices. Entre ellos y entre Jorge Carrión, Fernández Mallo y Fernández Porta, Grasa, Maestre, Olmos, Ramis, Sanz, David Torres, una buena colección de escritores, chupa fotos, presentadores de televisión, políticos, princesas del pueblo, Granhermanos, cada uno con su éxito bien cocinado bajo el brazo. Este libro no evitará frustraciones, pero no olvidemos que esto es España, que en este país un tipo escribió El Quijote. Amigos, aquí no hay premios Nobel de medicina.

-¿No he muerto?
-No nena y para otra vez ponte un chaleco antibalas.
- Querida, hemos terminado.


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sábado, 14 de febrero de 2015

MIRAR EL AGUA



Novela coral, repiten. Escritor rural, repiten. Todo termina siendo una repetición de lo que dijo la primera voz, pero a peor. Cuando se repite mucho empieza el ruido. No hay peor ruido que palabras tan brillantes como brillante, maravilloso, conmovedor, gestación lenta, gestación lenta, gestación lenta.

Julio Llamazares ha vuelto a escribir y en el corro de baturros el gitano de los churros beatifica al criminal. Tan, tan, tan, canta el martillo, alzando el garrote están, canta en el campo un cuclillo… y en el corro de baturros el gitano de los churros beatifica al criminal, tan, tan, tan. Siempre que aparece una novela nueva de este autor, alguien comenta algo de La lluvia amarilla, y alguien dice imprescindible . Esos versos machacones son del Marqués de Bradomín, un hombre con agujeros en las suelas de los zapatos y sin rencor. La mitad de los escritores que vinieron después envidian a Julio Llamazares. La envidia es un mal endémico de este país, pecado capital, una maldición estéril que si puede te mata. Parece que ese pecado –de españoles comunes- se ha instalado en la entraña de un buen porcentaje de –escritores- como el gas de pizarra en la roca y, aunque todo son alabanzas no todas nadan en la misma buena intención, algunas solamente tienen la pueril falsedad del vasallaje cobarde ante el paso del señor y que una vez que este se aleja, se vuelve contra sus espaldas. Julio Llamazares lo sabe y se protege de la única manera que se puede, rodeándose de amigos y aun así los amigos a veces flaquean. De la única manera que uno puede defenderse es continuando el camino, sin todas esas metas que tanta ansiedad producen, forjarse una independencia que también se critica, alejarse del foco y volviendo a la tierra, a León, al paisaje donde la gente todavía dice lo que piensa y da la mano con la seguridad de que no hay intención de levantarte la cartera. Uno sale del pueblo pensando con esa salud y con el vivir del tiempo, aprendes que no todo era trabajo, que no todo el amor es dulce, que los regalos a veces van envueltos en tantas capas que la sorpresa inicial se pudre al tercer día. Esos son los días y esas las fatigas. Pero aprendes, sabes que todo eso es polvo, que al final es el tiempo, siempre ese tiempo el que deja al descubierto las paredes, los tejados, las calles y se lleva todo lo demás.
Julio conoce bien la memoria del agua, sabe que la  piedra vive bien, sumergida, que algunas maderas se pudren, pero que algunas otras aguantan durante años antes de convertirse también en roca. Sabe que por mucho que digan cuando visitamos los recuerdos, cuando volvemos a los cementerios de la clase que sean, estamos recordando quienes somos y de donde venimos y sabremos que tarde o temprano ( y cada vez ese momento se acerca mas) vamos a volver y nos vamos a encontrar con nosotros mismos. Por eso lo importante no es si nuestros zapatos tienen agujeros, lo importante es regresar sin odio de clase alguna, sin rencor, limpios, uno no puede vivir con esas manchas, pero desde luego no puedes morir sin haberlo resuelto. Escribo de la novela Distintas maneras de mirar el agua, sin haberla empezado a leer porque de alguna manera sé lo que me voy a encontrar. No será una gran sorpresa ni una gran decepción; sé lo que si será, una parte más de mi, un paso más de este aprendizaje. Tengo encima de la mesa la fotografía a toda plana de Alejandro Ruesga para Babelia. Aparece la mirada de un hombre cuya seriedad nos resulta amable, tranquila, fiable. Lo que escribe tiene las mismas maneras. No es tristeza.





                                           Foto: Alejandro Ruesga.