Una habitación en Europa
Eolas ediciones. 2014
Fotografía: Jose Ramón Vega
A MAR
Este
hombre ha escrito un libro lleno de gestos y poesía. Ha tocado muy suavemente
la yema con los dedos y dado noticia al atardecer, por la noche, al amanecer,
desde la ventana de su trabajo, junto al viento, entre la niebla, en el otoño
de los estorninos cuando ya las hojas de los árboles han caído. Da fe. Se
convierte así en juez (como en su día fuera Pla) aunque juzga con una
naturaleza muy distinta a la de los jueces y fiscales, que por profesión
conoce, la que se sirve desde el lado discreto de las sombras, observador de poetas grandes, medianos y
acompañantes, de escritores, fotógrafos, leyendas, libros, amigos, desde miles
de lecturas bien digeridas (lo que le ha provocado síndrome de Crohn), de las
que llegado el momento tomar una cita apropiada para refrescar la lengua o el
paladar.
EL
TITULO
Ha
llenado este diario que transcurre en las ruinas de años de crisis, 2010 - 2012,
con retratos de la naturaleza humana y sus vanidades y todo lo bautiza como “Una
habitación en Europa”.
LA
CITA
“Ave,
acaba de mandar un correo Cecilia. Dice que no localiza a Konrad y que lo de
conseguir alojamiento para Javi en Múnich va a ser complicado.”
Nos
hace partícipes de esa conversación familiar, “conseguir alojamiento para Javi
en Múnich va a ser complicado”. Resuelve así el autor dos conexiones
importantes para con el lector: por un
lado resulta amigable que un tipo al que no conocemos del que no hemos leído
nada, se nos meta en tres líneas en nuestra vida, dejándonos con la duda de si
el pobre chaval habrá encontrado ya ese alojamiento en Múnich y por otro lado de
una sentada se quita el peso de con qué cita abrir el libro, algo que no deja
de ser un dilema y a la vez una conversación entre literatos, resumir con una frase toda una vida de lector.
De
esa forma y como que no quiere la cosa, nos va abriendo sus puertas y las
puertas de su biblioteca en donde nos gusta husmear, Yorcenar, Durrell, Harold
Bloom, Samuel Johnson, Camba, Nietzsche, autores re-citados por infinidad de
escritores y empezar así el homenaje de sus lecturas que le va a llevar desde la
primera hasta la última gota.
NOS
GUSTA HUSMEAR
y ese es el secreto de los dietarios, que de
alguna manera paramos nuestra vida. Durante esa hora diaria de gimnasia
lectora, alguien nos cuenta su opinión sobre la naturaleza de las cosas. Por
eso leemos las columnas de los periódicos para saber lo que piensa Félix de Azúa,
Manuel Vicent, Sánchez Ferlosio, cualquier cosa que despeje nuestros temores,
miedos, ilusiones, deseos, enfermedades, dolores, placeres. Avelino Fierro se
mete en ese terreno, se desnuda para enseñarnos su piel y no desaprovecha la ocasión
para admirar la belleza de las enfermeras que le atienden en su deambular
hospitalario, porque otra cosa no, pero este escritor es un amante de la
belleza, de la juventud, de las mujeres a las que se rinde desde su
laboratorio, la rubia con la que coincide caminando, la chica mod del avión que
lee a Sontag, chicas adolescentes para las que es invisible y un sinfín de
madres jóvenes con las que se encuentra a la salida de los colegios.
LA
FOTO
de
Fierro es la de un tipo vulgar, anodino, con una barba perezosa, uno de tantos.
Sin embargo debajo de esa piel hay un terciopelo suave que te gana, que te
invita a leer, que te anima, que conoce y disfruta, un viajero tranquilo aunque ¿falsamente
modesto?. Si: “mis viajes son tan modestísimos, tan gallináceos, que ruboriza
un poco contar las escapadas por las cercanías del corral” . Esas cercanías del
corral La mata de la Bérbula, Espinareda de Vega, Santa Marta de Tormes, están
llenos de literatura, escritores, fotógrafos, lo que no le impide haber viajado
a Bogotá, Madrid, Barcelona, Valencia, Verona, París de donde siempre trae ese
poso que alimenta otras imaginaciones provincianas.
Y pasan los días y se van colando los amigos, Antonio
Manilla, Cecila Orueta, Julio Llamazares, Getino, Navia, Gus Berrueta, conocidos como el pintor José de León,
Ildefonso Rodríguez, Andrés Trapiello y otros a los que nombra con iniciales o
a los que no nombra “poeta local sin cobertura”, pero describe.
LOS
LUGARES,
el
bar de Chisco, El Cuervo, el bar de ambiente de Yolanda, Black Dog, Mongogo, los puentes, las avenidas,
el frío y las gabardinas de León.
En todo caso en este libro, hay muchas frases, tantas como
bares, muchas citas para no querer empezar con ninguna, y si algo resume una
parte del todo, es la de Félix de Azúa: “hemos pintado grandes telas
abstractas, hemos escuchado música hemos leído poemas, hemos viajado a la
Jerusalén celeste, hemos visto el color de la orina de los condenados a
muerte…”
Algo así, mucho más y mucho más que se ha olvidado Avelino
en las chaquetas, los paseos y los bares, en las tertulias de la montaña, en
esas en las que se habla de maquis, de pueblos abandonados y que tendrá que
escribir en una segunda parte. Ese es el tiempo, “el régimen había echado sobre
el español medio un caparazón de ignorancia, de plomo y de incienso”, un tiempo
que parece que vuelve a ser aquel. Este libro que tan acertadamente edita Héctor
Eolas ha sido un descanso, un descubrimiento y un placer, de entre todos los
libros que tengo sobre la mesa. Espero poder conocer a su autor, cuando en los
próximos meses me acerque a León a presentaros mis viejos poemas en un libro con
prólogo del errático Luis Artigue. Hasta entonces, un abrazo para todos esos
poetas azacanados de León, no todos van a ser compadres, cabrones, cabuleros,
capes, casquilleros, cepilletas, chusmetas, cizañeros, cometas o cuerudos, ¿no?.