Los pasajes son casas
o corredores que no tienen ningún lado exterior, igual que los sueños.
Walter Benjamin.
Arropado por el escritor Martín
Caparrós y por su editor Joan Tarrida, se presentó en la librería Calders el
libro de los pasajes de Barcelona, un trabajo que le ha llevado a Jorge Carrión
ocho años de caminatas por callejones, jardines, plazas, y así recorrer
obsesivamente los cerca de cuatrocientos pasajes que todavía conserva la
ciudad. Obsesivamente, científicamente,
lo mismo cuando escribe novelas que ensayos, lo mismo cuando se enfrenta
a una clase que en una conferencia, a un curso en Tánger o un paseo con amigos,
sin margen para el error, trabajar durante periodos largos, compaginando el
resto del tiempo con distintos proyectos, como una partida de ajedrez, frente a
un pelotón de locos rodeados de tapias vencidas.
–¿Por qué, Jordi?
Los escritores de hoy y ahora, escriben de la guerra civil,
de asesinatos, de la memoria de los padres, de su propia memoria, de América,
escriben sobre la razón de encontrarse una tarjeta de crédito en medio de un
bosque por el que no ha pasado persona alguna durante años, del olvido, de la
España vacía. Y de repente en la mesa donde se juegan todas las partidas
literarias estas trescientas quince páginas, planos de la ciudad, fotos,
bibliografía, google map, google books, entrevistas, un esfuerzo ingente con el
que se regala este libro a la ciudad, que ni siquiera es su ciudad. Jordi Carrión
es un escritor de obsesiones, un rastreador que cuando hace presa no la suelta,
buscó a todos los Carriones, siguió su rastro hasta Australia y escribió un
libro, se buscó así mismo rastreándose y escribió otro, fue detrás de Sebald y
comisionó una exposición en el Macba, se obsesionó con los chatarreros y
espoleó a Sagar como a un caballo en el llano hasta conseguir Los vagabundos de
la chatarra, homenajeó a los libros, las librerías y los libreros formando
entre ellos acólitos que mantienen su nombre a lo largo y ancho de sus
estanterías, que acogen sus propuestas manteniéndole una fiel adicción y por lo tanto como
cualquier adicción, una necesidad; escribió Librerías.
Arropado por sus amigos, Juan Trejo, Robert Juan-Cantavella, por los editores Malcolm Otero Barral y Pablo Mazo, por Sergi de Diego, Pere Ortín, por su
mujer Marilena de Chiara, por el crítico Santiago García Tirado, por una Harley
Davidson Softail, Toni Campos, por Sergi Bellver, escritores, pintores, poetas,
profesores, era el día y jugaba el Barça y yo llegué tarde porque no encontraba
la calle Parlament, dejé la moto y me puse andar, pero me di cuenta que estaba
demasiado lejos de Calders, después no encontraba la moto, me cargué de
ansiedad y de sudor y cuando llegué, cuando por fin todo entró dentro de un
cuadrante fiable y aparqué en el puto pasaje Calders y me metí en la librería, hablaba Caparrós y Caparrós le preguntaba que por qué, todos sus amigos eran
imberbes, por qué Barcelona, por qué el nacionalismo, pero no preguntó por qué
este puto libro. Y Jordi Contestó que él era de Tarragona, que había vivido en
Boston y en la Patagonia, que jugaba al ajedrez y de pequeño era árbitro, que este libro era un legado para sus hijos. No es
bueno preguntarle a Carrión; entra en un tiempo y va colocando a cada uno un mundo y un espacio, te mira, te habla, sonríe y narra lentamente, sin dejar huecos que
puedan ser ocupados por la segunda teoría de la termodinámica, no deja que el
jabón resbale de las manos, sabe que cada palabra cocinada con una expresión,
un gesto o una sonrisa, crean una estructura tan solida como una Ley y eso es
lo que hizo. La mitad del público de pie, la otra mitad, sentados, todos
pendientes, entregados, felices de estar allí, en un momento histórico de la
ciudad, de la librería; y en esa comunión en la que apareció gente que no
existía, fue acusado de plagio; era el primer día en el que se ponía a andar la
maquinaria del libro, daban las ocho cuarenta y tres por mi Casio, era la
primera intervención del público y sonaron todas las alarmas.
“He contemplado
euforias y llagas, ropa tendida al sol, esa lluvia que a veces irrumpe y nos
difumina o nos pixela, ciudadanos y turistas, quién sabe si el turismo como
nueva ciudadanía, la persistencia de los barrios”
Martín Caparrós se
rompió la camisa y se escupió los bigotes, Joan Tarrida se erizó bajo su
chaqueta ajada, Jordi Carrión sonrió con una espada de fuego quemándole sin
arder, todo el público miró aquella acusación y yo sonreía asombrado sin que
ese gesto se dibujase en ninguna parte. Solo después de que la ola volviera
suave a la orilla, Tarrida cortó aquella deriva surrealista y el murmullo de
los corros dio paso al murmullo de la cerveza, de la dedicatoria de libros, de
la dulzura de Marilena de Chiara, de las terrazas, de la calma nocturna de
Barcelona.
Jordi Carrión no lo necesita. Nadie debe jugar gratuitamente
con ese juguete. Todo está documentado en este libro, incluso la autora de la guía
sujeto y objeto de dicha acusación.
Solo puedo felicitar al autor por este trabajo ingente y ambicioso, este regalo a la ciudad de Barcelona y a nuestros hijos sobre un mundo que desaparece.