Pre-Textos. Poesía
Septiembre de 2015
Presentación en Barcelona
Lunes 8 de Febrero de 2016
Librería Nollegiu
Me despierto
con una
pantalla
incrustada en
el estómago.
Más que saber
quiénes
me sajaron
para implantarla,
me aterra
ignorar cuál es
la
programación prevista.
Acuérdate de los viernes, te mentía toda la noche, te
contaba al oído, tu sonrisa, acuérdate, te gustaban esas mentiras, terminabas
riéndote y al final me besabas, ese era el final de los viernes por la noche, no
de los lunes.
Ayer era lunes y ya era de noche cuando volví a mentirte.
Las mentiras de los lunes se tienen que repetir muchas veces, no hay otra forma
de terminar bebiendo, no hay besos los lunes por la noche y los reflejos en la
sala de probadores son muchos y distantes, igual que los maniquíes, esos
muñecos de cartón, desnudos, con los lados planos, sin rasgos en la cara para
que nadie sepa cual es su expresión, para que no sepan distinguir la verdad del
pecado, para que nadie sepa que miran todo el día y toda la noche hacia la
calle, esa calle peatonal debajo de los ventanales de cristal sin esmerilar.
Acuérdate cuando nos probábamos aquellos vestidos detrás de las cortinas, allí
empezaba todo, allí se deshojaban los pétalos hasta dejar aquel bulbo que ya no
era flor, pero seguía vivo porque de él manaba una escarcha pegajosa.
No te gusta la muerte, tenías miedo cuando las palabras
agresivas se te pegaban al cuello y durante un instante no te dejaban respirar
y sin embargo atendías el resumen prodigioso del poeta Vicente Luis Mora, el
poeta andaluz que más escribe de la muerte.
–Compraste todos los libros.
Compré algunas miradas, algunas voces, odié otra noche más a
todos los poetas que manchaban con esos versos de escarcha, después de haber
desojado la totalidad del jardín.
Vicente Luis Mora presentó en Nollegiu su último poemario.
La ciudad cerraba las puertas, bajaba las persianas del lunes, sin apenas
ruido, para no dañar el paso del poeta y su séquito. No hay tráfico en las
calles de Poblenou, tan solo algo de viento en las copas muertas de los
árboles, los cajeros a pie de calle respirando asmáticos, la simbiosis entre
poesía y poetas utiliza motores antiguos. Nadie conoce tanto las obsesiones
humanas como un mecánico de Rolls Roice, nadie sabe tanto de la mentira como
los poetas, los tacones de aguja y las cortinas de los probadores.
–Solo los espejos saben más que nadie de la muerte –dice
Xavier Vidal.
Solo el cristal de los espejos guarda más memoria, más que
las escaleras y las estanterías. Nadie pregunta la calidad de ese cristal,
igual que nadie quiere saber mucho más de los sueños cuando son pesadillas.
–Ya sabes lo que pasa después.
Después viene un poeta del Sur y te rompía cada hueso, cada
uno de los huesos de la mano, del empeine, el esternón, de la lengua y a cambio
te deja mirar el universo por un agujerito, no todo el tiempo que quieras, tan
solo hasta que el ojo se acostumbra.
–¿Y después?
Después viene el silencio, nuestro silencio el de todos los
que asistimos a la presentación, de los que se sientan en las escaleras, ese
séquito que retuerce las sábanas. Cuando la voz que recita vuelve al silencio,
cuando el poeta ve la gravedad de nuestras sonrisas, sabe que el trabajo ha
finalizado, nadie quiere que nadie diga nada, ensimismados en paladear ese
jugo, esa maceración.
–Un cerdo chico no va hacia una jirafa, va hacia un cerdo
viejo.
Después lo disimulamos todo, incluso dejamos que un camarero
preparara una mesa, con sus sábanas, esas mortajas para dieciséis que nos
asustó y no usamos.
–Preferimos la barra –dijo Ginés en un perfecto alemán.
Alex Chico asintió mirando de reojo la mesa y sus manteles
blancos. Beber cerveza en la barra como los hombres de antes, aquellos que se
encontraban (como hoy nosotros) en el Casino del Poblenou, aquellos que amaban
a las mujeres como los locos aman las mentiras azules de los dioses.
Los anfitriones de Juanita acompañaron durante un tramo de
la noche hacia los taxis que devoran carne.
Barcelona a lunes ocho de febrero de dos mil dieciséis.
Xavier Vidal, Sergi de Diego nos creyeron.