Editorial Salto de página 2016
Viernes 5 de Febrero. Presentación en Barcelona-La Central
del Raval
Beatriz García Guirado sabe perder. Nadie lo sabe hasta que
fracasas y aprendes y en ese momento dejas de temer al futuro. Solo alguien que
tiene miedo a partir de que el agua le moje las rodillas, puede mantener un
aceptable nivel de cordura. A partir de las rodillas, todo es futuro, fracaso o
muerte y si nos salvamos y regresamos al calor de la arena, sin habernos ahogado,
es solo por pura suerte. Los que nacimos
en los sesenta, incluso los de los setenta, y seguimos con vida, sabemos lo que
es pura suerte, porque hemos entrado y salido muchas veces del mar, no de un
solo mar, a veces también de la mar, hemos recorrido muchos caminos absurdos,
con amigos que eran ya cadáveres a nuestro lado, que nos querían matar, que nos
engañaron porque no nos amaban y tampoco eran dioses. Por eso Beatriz ha
escrito El silencio de las sirenas, por eso Fernando Clemot ha escrito El golfo
de los Poetas, por eso Francisco J. Pérez ha escrito Pasaje a las Dehesas de
invierno, Javier Calvo, Colectivo Juan
de Madre, Levrero, Palahniuk, por eso la literatura sigue viva. En ese mundo de
literarios, tabernarios, artistas, todo parte del enfoque, las maneras, el
gusto y recto uso de los sentidos y además cada uno de nosotros, putos monos
locos, vamos aprendiendo y (pese a todo) seguimos soñando.
Dice Beatriz que pasó una mala racha, que el sofá de su
casa, que un cajón y una novela, que la escribió y la volvió a escribir de
forma automática, que eso y aquello y que aprendió. Hoy parece segura de lo que
dice, está cumpliendo condena con el protocolo de presentaciones y en Barcelona
nos regala, en La Central, el sonido de su novela, la edita en la Colección
púrpura Salto de página, al que todos conocen como Pablo Mazo, la imagen de la
cubierta es de Walmor Corrêa, el entomólogo de la fotografía, cuyos dioramas
nos hacen meditar sobre la fragilidad de las cosas de este mundo y a mi me
ponen siempre triste y frío; quiero decir con esto que la portada es apropiada.
Beatriz García Guirado, que tiene la edad de cristo, la edad
de Samoa Guerrero, no ha puesto foto en la solapa, quiere decir eso que no
tiene vanidad, que no quiere existir en este mundo en el que todo es imagen.
¿Quiere decir eso?
–No, solo quiere decir que no se
gusta –sostiene el entomólogo que la disecciona–, pero sí se lee, soporta
leerse después de un tiempo de haber dejado de escribir y de haber vuelto para
lamerse el coño.
Después de escuchar la opinión del experto, sin tratar de
animar, sé, todos sabemos ya (incluso sus presentadores, esas presencias
humanas que la acompañan), que de ahora
en adelante, las cosas le van a ir como tiros, todas las cosas. Su futuro, igual que el mío, sólo podía ser
profetizado en pasado. Y buena prueba de ese futuro es que ayer petó la
Central, Pablo andaba loco por no haber traído más novelas, porque se vendieron
todas, Beatriz siguió firmando libros cuando ya apagaban las luces de la
librería, lo petó y eso es importante.
Volviendo a lo de la solapa, busco foto y la encuentro fuera
del libro. La foto que le tomó Stefanía Vara ( El confidencial entrevista de
Daniel Arjona), por la que conocemos el estado mental actual de la novelista,
muestra unas pupilas dilatadas en una cara llena de rinconcitos, de capas, que
estoy seguro que hace años alguien besaba con mucho deseo, casi con
hambre, pero pasado ese furor, nuestra escritora te mira con algo de dureza,
con esa dureza de las mujeres que se levantaron del sofá, por la que sabes que
alguien va a sufrir. La fotografía de la que hablo es algo tenebrista, sale de
la oscuridad, mientras la cara de la modelo permanece parcialmente iluminada.
Estoy seguro que esa foto le gusta a Beatriz. Los fotógrafos a veces mienten
con los retratos, se inventan, se justifican, Stefanía no, es una mujer pájaro
y ellas no pueden mentir.
Ayer en La Central, mientras en los colegios de la ciudad
los niños celebran su fiesta de disfraces y sus papis queman los teléfonos con
miles de fotos movidas, Beatriz García Guirado posturea con otra corrosión,
late, late tanto que la noto en el pulso de mis muñecas, en el de la librería en la que no solo hay amigos, buena parte del mundillo literario
de Barcelona andaba por allí, que si bajo a fumar a la puerta, que si eso, que si aquello, que si cuanta gente, mientras
fuera de foco Roser Amils se fotografía el culete en el probador de una tienda, en un ascensor, en un retrete y lo cuelga en la red, mientras fuera, el mundo real de Carcelona empieza a preparar una fiesta de dobles y triples saltos
mortales con máscara.
–Si tienes
que dejarte llevar por la corriente –dice el entomólogo que a estas alturas de
la crónica ya me tiene hasta los cojones– déjate llevar plácidamente, no
luches, es más fuerte que tú.
Me dejé llevar plácidamente. Disfruté con García Guirado y
me sumergí en las corrientes que formó Fernando, Francisco, Pablo y todos los
demás que hacían fotos, ahogándome a veces en ese mar sonrosado, y saliendo a
respirar como un viejo animal, como un lector tranquilo en un mundo sin héroes
ni dioses, y sigo sin saber cual es la respuesta ¿cuál es la edad apropiada
para morir?. Patricia Sarabia estaba allí en el mismo sector que Santiago García
Tirado, con botas nuevas. Patricia está en todos los saraos, en los propios y los ajenos que es
lo que debe ser, cualquier día hablaremos bajo esa piel del mar. Faltaban Belén
Feduchi e Isabel Giménez Caro, dos mujeres gemelares, con la belleza, a las que
amo y respeto por caminar con las mismas botas polvorientas que yo.
Por último comentaros que la novela está muy bien, tiene un
punto de enganche que yo lo he encontrado a mitad del libro, pero es que yo soy
yo y mis resonancias magnéticas. Muy bien.
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