Avelino Fierro
Foto: José Ramón Vega
Corrección: Mar Astiárraga Panizo
Maquetación: Alberto R. Torices
Corrección: Mar Astiárraga Panizo
Maquetación: Alberto R. Torices
Eolas ediciones 2019 bajo la dirección de Héctor Escobar.
Ave es huérfano del mundo y de la vida, de esta vida
“<<Ven, dime, qué quieres, espera, sigue aquí conmigo, siéntate a mi
lado, déjame tocar tu pelo>>”. Huérfano de Picasso, de Jóhannsson y una
vez más lo es de la lectura que devora, y yo lo soy de este libro que te
acaricia el pelo como una madre, con el mismo amor que el entregado en los
anteriores diarios Una habitación en
Europa, Ciudad de sombra y La vida a medias. Dice Julio Llamazares en el
prólogo que es un paseante discreto. Ser paseante es caminar despacio por poner
frente a las prisas del siglo, ser
discreto es no ofender cuando hablas de otros,
de los amigos, de las compañeras de viaje y su loro, saber estar en este
tiempo de insultos, griterío y cruces de vena;
ser discreto es mantener el ritmo sin desfallecer, el tono sin viento,
el saludo como seña de identidad, pasear es ordenar las fotos huérfanas sin que
el álbum se desangre. En la solapa del libro, José Ramón Vega retrata a un
hombre que mira el horizonte, algo cansado, apoyado en el quicio de la poesía,
algo triste, junto a la ribera suave de Antonio Manilla, con la misma mirada
que Walter Benjamin, y una sonrisa enigmática “Me he levantado, he apoyado la
frente y he cerrado los ojos. Dejo pasar los minutos que vienen como olas de
sordo sonido hasta la sien.”
Contra tiempo, en
las formas de saborear sardinas a la brasa con Pla, paladear vino de Reguengos
en la noche lisboeta, grappa, pizza y ensalada con bolas enormes de mozzarella en su viaje por Sicilia. En los
modos y manera del viaje que comienzan con un paisaje cualquiera en el bar El
Cuervo o seleccionando en su biblioteca libros y guías que se van a consultar
en el avión, en la casa o el hotel donde se alojen, nunca solo, siempre con (M)
Mar o con (C) Cecilia, o con todos esos amigos de los que disfruta ya sea en la
sierra de los Ancares, en Madrid y Barcelona (donde algunos de León estamos) o
en París que ayudan a sostener esa pensión literaria de orfandad, de la misma
manera que le ayuda el inmenso legado que ha depositado el tiempo y las
lecturas en el cuarto oscuro de esa cabeza de fiscal con mano de dibujante y el
ojo ávido de belleza en los museos y en las calles, belleza humana “Nosotros estamos cenando ahora en el
restaurante de un hotel. Hay un portero negro impecable dentro de su traje,
tremendamente viril.”, belleza divina al poder captar la esencia de lo
inmaterial, las volutas de humo de sus cigarrillos, el aire, el mapa de colores
de las nubes a cada estación, el vuelo
cansado de los pájaros que regresan al nido, el sentido del humor, como cuando
recuerda de sus artículos gastronómicos la propuesta de Cunqueiro a sus amigos, como menú “sardinas asadas,
pichones rellenos de mayonesa, y fresas heladas al cointreau”, y acto seguido
firma la siguiente sentencia: “Hoy, si te descuidas, estas siguiendo en Twiter a un cantautor cualquiera que escribe
poemas para Youtube y te quiere estabular en la veganidad o en el universo
foodie”.
Contra tiempo
desde la vanidad del pintor, su memoria
de cuadros y museos, Giotto en Padua, la
conjetura de la piedra “El otro día leí en los diarios de Rilke algo sobre la
aristocracia de algunas esculturas de Rodín,”; la inmensa importancia de la
música para leer y escribir, para evaporar la nostalgia, en esa selección
incansable de días y de músicas, ya sea
en un bar de copas o en el Liceo con su hijo músico, cada momento junto con su
imagen vital, cada tiempo vivido con su lectura. Ese caminar cotidiano desde la
oficina a las calles, en el ambulatorio, bebiendo el vino y tapeo literario con
los amigos, en casa del padre allí donde dicen Chozas de Arriba, Chozas de
Abajo o Chozas del Medio, como jurista en conferencias del gremio, como
referencia de periodistas y amigos poetas, Avelino Fierro sigue ventilando la
casa con estos diarios de los que uno disfruta a solas como se disfruta de la
conversación “Mientras cenan con nosotros los amigos” en este caso Avelino
Hernández, (Valdegeña, Soria) otro de los nuestros, en este caso de la edición
de Candaya con igual o parecido prólogo de Julio Llamazares, cuyo testamento
sirve para los dos poetas: “Uno va comprendiendo el valor de la vida por el
número de amigos que ya no vendrán a cenar con nosotros”. En las guías de
viajes y de hoteles de León se debería incluir como atracción turística, un
paseo por los paseos de Avelino Fierro, al salir del trabajo.
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