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domingo, 19 de diciembre de 2021

Sonido ambiente (4). Gato Urbina




                                                             Gato Urbina


Floren Urbina es un dandi, sus maneras son muy suaves, es amigo de Alberto García-Alix, del Dogo, Ángel Lirio, Lola Puñales, y conocedor de otros muchos muertos de la etapa dura de Madrid, cuando en los ochenta se soñaba con formar parte del cielo, en La Vía Láctea. Un día leyó Cuerdas de plata y desde entonces, sin conocernos, somos amigos. Hemos quedado en que yo le escriba poemas para que él los convierta en canciones de tres minutos, con cierto aire a Lou Reed, un músico y una música del siglo pasado que muchos milenials no han oído en su vida, en eso ninguna esperanza de triunfar. 

El nombre de guerra que tiene mi amigo es Gato Urbina. El otro día me envió un video con tres canciones, en una de ellas aparecen algunos versos de uno de los dieciséis poemas que le he mandado. Le escribo felicitándole por el trabajo, le recomiendo que busque un par más de músicos para que le acompañen, pero al parecer lo de reunirse a ensayar, a estas edades, después de haber sobrevivido a lo de Madrid en los ochenta, parece que no se articula demasiado bien. Le he vuelto a mandar más poemas y le animo a que los convierta en música. Y así estamos enredados: Urbina el Gato con su madeja, y yo con la mía, los dos rodeados de cadáveres que esperan sepultura y de chicos que no conocen una época en la que todas las canciones tenían nombre de droga, ni al viejo Lou y esta balada: “Just a perfect day / Drink Sangria in the park / And then later / When it gets dark,/ we go home Just a perfect day.”


domingo, 28 de noviembre de 2021

Bajo los párpados de quien se aleja. Presentación en Barcelona.

 


 Rafael-José Díaz

27 de noviembre de 2021. Librería Animal Sospechoso.

Editorial PRE-TEXTOS



A la una de la tarde del sábado, Antonio Puente escribe en La razón, sobre los libros de poemas que se engarzan con el título “Bajo los párpados de quien se aleja”, dice que Rafael resuelve con madurez una encrucijada entre anécdota y reflexión metapoética, lo coloquial frente al conocimiento. A la vez y a la misma hora, en las estribaciones del barrio de Gracia de Barcelona, en una librería denominada Animal Sospechoso, Alex Chico descubre entre analogías y metonimias, el paisaje de un lugar entre olas y muñones, lo desmenuza hasta dejar a nuestros pies, arena, convierte la librería en una playa y a la vez en la miniatura del universo. Rafael-José Díaz, el poeta invitado por la luz del sábado, en breves y justos diálogos  ha filtrado parte de ese cielo que todos vemos cambiar en las distintas horas del día, ha filtrado parte de nuestra naturaleza, esa con la que nos despertamos despeinados, con la que regresamos a la vida cada mañana y ha seguido filtrando, bajo los párpados, imágenes que guardamos y también todas esas pérdidas que abandonamos y nos abandonan, sin aviso alguno. Era la una de la tarde y toda Barcelona se empeñaba en demostrar que el hombre está muy cerca de su hocico, cuando habla, cuando come y cuando compra, en pleno segundo viernes negro con descuentos de resaca y, entre esa carne, un reducido grupo de poetas, no más de catorce o quince, conversa en tono confidencial sobre la muerte del padre, del amigo de infancia, de mi tío, de mi abuelo, de la playa que me gusta y a la que bajo, de esa playa en la que momentáneamente ha sido deshojado el libro de Rafael, como si la verdad fuera un  animal sospechoso.  Fuera, con las aceras repletas de hojarasca, a la una de la tarde y hasta las cuatro, al invierno empujado por el viento le esperan las retamas que deciden quedarse quietas ante el frío. De todos los poetas congregados, solo uno había viajado recientemente a Venecia y pensé que ese sería el lugar al que yo viajaría, el único lugar al que yo viajaría para buscar la muerte, bajo los párpados de quien se aleja.



                                                                 (fragmento de CREPUSCULO)

, y mientras tanto
la noche despedaza
la lengua que, sin saber,
se acomoda debajo de la lengua.

 

                  (fragmento de FIEBRE)

 

 la incestuosa conformidad con que nos acostamos

del lado de la cama que no pertenece a nuestra madre

y ocupamos por primera vez el lugar del padre convertido en fantasma,



(fragmento de EL PARDO)


la imagen sin edad de quien cruza una extraña

pregunta sin respuesta

y aprende nuevas lenguas inservibles

en la lengua del bosque. 


 

sábado, 6 de noviembre de 2021

LOS NOMBRES IMPARES. ALEX CHICO (presentación en Barcelona)

 Cita:

 

"–Busco a un hombre que huye de mi.

– ¿Y el hombre al que persigue viaja también del mismo modo?

– Si."

                                            Mary Shelley 





Librería Byron. Barcelona 5 de noviembre de 2021



Alex Chico ha llegado a casa después de dar todas las explicaciones a un público conocido que se acercó a la Librería Byron, una librería hermosa, cálida y llena de maderas. Se ha quitado los zapatos, de los que han caído algunas chinas, y sacado dos libros de los bolsillos de la americana, dados de sí por esa costumbre de ir con libros, uno es Frankenstein de Mary Shelley, el otro es una historia cinematográfica que habla sobre la ciencia de la tristeza y la silla eléctrica; los deja sobre la mesilla de cristal. Junto a los libros se descuelgan dos entradas de las dos exposiciones que se celebran en Barcelona, ambas sobre Banksy, una de ellas ficticia, la otra real. Ha bebido con los amigos de siempre y en casa, sentado entre la penumbra y el silencio, recompone al gato de los hechos y al de los halagos. Por las dudas y por las deudas, los editores le han agradecido que pudiendo publicar con otras editoriales, puedan seguir en Candaya cuidando y administrando sus obsesiones. Lo agradece.

 

Para ser las seis y media de la tarde de un viernes, muchos de los asistentes se quedan de pie. En la presentación participa Xavi Ayén, el periodista de La Vanguardia más envidiado de la ciudad de Barcelona porque jamás lleva mochila con libros, ni libros en los bolsillos y Bruno Montané, un atractivo y singular desconocido a pesar de tener una edad y ser el Forense Instructor del Conocimiento Necesario para la Colaboración en la Investigación Efectuada por Alex Chico, –todos esos títulos– se encuentra incapaz de disculparse por la arrogancia de su naturaleza; en el atrezzo de la primera fila una serie de personajes que aparecen en las paredes de Los nombres impares, uno de ellos tocado con un sombrero shtreimel, fabricado en Salteras, que solo se quitó cuando ya no pudo aguantar más la presión del calor sobre el casquete del cráneo y Toni Hill, que cerraba la fila junto a su mochila, que a diferencia de los otros no es un personaje de los detectives salvajes de Bolaño ni del ensayo ficción de Alex Chico.

¿De qué trata la novela?. La mitad de los que estábamos allí no teníamos ni idea de que era aquello de los “infras”, ni quién el poeta mexicano Darío Galicia,  oculto en la novela bajo el nombre de Damián Gallego, y yo en particular nunca he estado en el barrio barcelonés de Vallcarca, al margen de la montaña que es el barrio que ata el destino de Juan Trejo, también presente, y que Vila-Matas define cómo <<el norte de Barcelona y el sur de la nada>>, tampoco he estado en Portbou, ni en el desierto de Sonora, lo que no me impide seguir la disección de la novela.



 

Poco a poco te vas enterando que todo este enredo viene bien para hacerse una idea de lo doloroso que supone para muchos, esa elección que consiste en escribir aunque te cueste la vida, o entender la autenticidad de la escritura como un sacrificio, caminar con piedrecitas en los zapatos o masturbarte con la zurda si eres diestro, guardar silencio mientras narras, que son cosas de Gurdjieff y de las que hablaron, Xavi Ayén de forma muy higiénica, Bruno de forma hermenéutica y Alex con suficiente dolor por toda esa constante tensión detectivesca a la que somete a sus novelas, en la que él mismo se castiga pensando que detrás de todo ese trabajo solo queda un vacío de orfandad, bloqueo y desamparo. Y así los sedales volaban por la sala e íbamos picando en esos anzuelos, sin escapatoria. Todo fue evolucionando suavemente hasta que al final Diego Prado que anda de promoción con su Summertime Blues, y yo que no ando a nada, pudimos saber de qué iba la historia y esa fraternidad de escritores, incluso la lectura de un poema infrarrealista del auténtico Darío Galicia. Y hablando de "Barcelona me mata", allí estaba también Diego Gándara, impecable en su sufrimiento, a cuyo calor, por las dudas y por las deudas, cada vez me siento más unido.  En este final de año son muchas las novelas que se van paseando por la ciudad y Alex Chico se posiciona para que “Los nombres impares” sea uno de esos espejos en los que se reconocen reductos de la vieja Barcelona de hoy, la literatura y una buena semblanza de sus escritores más desnudos, de sus ausencias y sus presencias.  Dicho por Bobin: "El poeta Henri Pichette dice que nunca se debería escribir ni una sola frase que no se pudiera susurrar al oído de un agonizante. Pues bien, eso es exactamente. La manera de escribir que a mí me gusta, es exactamente eso."



 

jueves, 7 de octubre de 2021

Diego Prado. Summertime blues

 Algaida Editores 2021. 266 páginas

Dedicatoria: "A mi hijo Víctor, que empezó a crecer en la barriga de su madre casi al mismo instante en que nacía este libro."

                                                                        Diego Prado (2021)


En mi pueblo conocí hace más de treinta años a un viejo que vivía solo y algunas veces se le veía caminando seguido de una oveja o si estaba de buen humor con la oveja a su lado. Nunca vi caminar a nadie, ni siquiera en mi pueblo, a ningún viejo solitario junto a un toro blanco de quinientos quilos, quizá porque mi pueblo no es zona de dehesas, y ahora tampoco de ovejas, aunque sigue habiendo viejos solitarios, algunos –cada vez mas– y para siempre se han afincado en esa soledad legendaria, muchos de ellos ya empiezan a ser de mi edad y no recuerdan ya como una vez empezó todo esto del rock and roll. 

    El caso es que Diego Prado, un día, cuando era joven, se acercó al muelle de su pueblo con un petate de loneta en el que guardaba un par de fotos dentro de un par de libros, algunas hierbas aromáticas, un par de buenos zapatos y se embarcó para la península con algunos sueños estrafalarios, entre otros, el de apuntalar su carrera de escritor. Después, cuando la vida se complica, conoció a una chica de su pueblo que en su pueblo nunca la hubiera conocido, se casó y cuando ya estaban a punto de tener un gato, nació su hijo al que le puso nombre de escritor. A partir de ahí, sacó las hierbas aromáticas de la caja de lata, que todavía conservaba y dejó allí una bola de cristal que contiene toda la literatura que se ha escrito en color y en blanco y negro, para consultar cuando las fuerzas bajan. Se ha pasado, según cuenta en la dedicatoria, siete años con la novela que ahora publica y en todo ese tiempo, puro y cenceño, ha tenido que pedir consejo a la bola de cristal, preguntar sobre la literatura demente, la demencia de escribir, la resistencia de los cuerpos, hasta que la bolita de cristal le puso una canción de  los años cincuenta de un músico sin suerte, un tal Eddie Cochran y con esa canción Diego recordó como le gustaba bailar aquel rock de los primeros tiempos, cuando eran joven y vivía en la isla, casi tanto como a Don McLean al que cita así: “Hace mucho, mucho tiempo…No recuerdo cómo, aquella música solía hacerme sonreír” (American Pie).

     El caso es que tirando del hilo se llega al ovillo y sea como fuere, después de tanto tiempo, la novela está aquí bajo el sello de Algaida y se titula Summertime blues. Summertime blues no es otra cosa que una balada de un chico que no está a gusto en su casa, ni en Spritsail, su pueblo de Alabama, que no le dejan bailar con su chica Jane Baker, que se mete en peleas en el aserradero o en las vías del tren y esas cosas que hacen los chicos con una tristeza, a los que les ha tocado en suerte vivir en tiempos de crisis económicas, cuando también hay guerras que van de Corea a Vietnam, perdido en una edad en la que uno siempre está perdido y equivocado, es decir la que va entre el estado espiritual de “El guardián entre el centeno” (publicada en 1951) y la juerga de “En el camino” (publicada en 1957); y Johnny Tyler, que es como se llama el muchacho, solamente tiene un deseo, que ya es algo y una obsesión, algunos buenos amigos como Tobías el Largo y entre los deseos y los amigos, la peripecia girando alrededor de una promesa; ya se sabe que alrededor de las promesas que se les hace a las novias siempre hay sueños generacionales que nunca se cumplen. A esta novela, la banda sonora la contiene el título; es la época de canciones como Long Tall Sally o Tutti frutti  del arquitecto del rock Little Richard, canciones como Maybellene de Chuck Berry, es decir todo ese sonido de los cincuenta que llega hasta los Beatles. Lo que este escritor se ha sacado de la manga con esta novela, te deja en el paladar lector ese retrogusto racial del whiskey del viejo sur, sus negras canciones, distintas fidelidades entre amigos, una historia triste de amor, el desencanto de una generación llena de ídolos y una entretenida lectura que se termina rápido. Por eso ahora que Diego ya tiene una editorial, no será cuestión de sentarse en la tertulia de cualquier barbero a esperar que pasen otros siete años para que llegue la siguiente novela. 

    De momento parece que no hay fecha de presentación de Summertime en Barcelona y a lo mejor tampoco hace falta; pero eso ya nos lo dirá Diego cuando encuentre un jukebox o llegue el momento oportuno.



domingo, 1 de agosto de 2021

Berlín Vintage. Oscar M. Prieto

Eolas Ediciones & menoslobos ediciones (2021)

Colección Tula Varona 


En su prólogo a la edición de 2014, Julio Llamazares deja aviso: “Hay más ideas en una página de esta novela que en muchas de las novelas que se publican continuamente hoy.” 

“Berlín Vintage” es una novela que publicó Tropo Editores y que, afortunadamente, la reedita Eolas & menoslobos, siete años después, brindando así una nueva oportunidad y, a buen seguro, nuevos lectores. En ella te vas a encontrar, como en el caso de Irene Vallejo y su incontestable “El infinito en un junco”, amor por las palabras, amor por la historia, reflexiones continuas en torno a infinidad de sucesos mínimos, todo ello dentro de un viaje en torno a la obra de Caravaggio que nos lleva de Roma a Londres, de Madrid a Malta y Sicilia, a San Petersburgo y por supuesto a Berlín, un periplo que nos hace recordar en seis capítulos un tiempo pre pandemia en la que éramos felices volando, viajando y buscando la casualidad del amor y ahora que parece que de nuevo se puede volver a viajar y a volar, tenemos, en esta novela, un talismán de encuentros fortuitos, casualidad y presentimiento, armas y conjuras que se basan en juicios filosóficos (no obstante es la profesión del novelista) del estilo “La voz de una persona, miente al menos cinco veces menos que las palabras que usa” y de carácter humorístico al referirse a uno de su personajes como “Un pelirrojo puede ser de cualquier parte, y mi pintor lo era”; eso y una sucesión de impresiones, como la prevención que le suscita el cruzar una plaza o el nerviosismo de una habitación con moscas, nos acerca a un mundo en el que también nos enzarzamos en su propia aproximación a la Teoría de cuerdas, tan de moda entre algunos escritores de aquellos años. Actualmente Oscar M. Prieto, desde su primer capítulo: “Roma” se mide con el escritor de más éxito, no otro que Manuel Vilas y su poemario: “Roma”; y con el pintor José de León, en los tres casos el motor que les mueve no es otra cosa que su amor por el arte, las callejas y la historia de la ciudad, si bien es cierto que con distintos acentos, Oscar persiguiendo a Caravaggio, Vilas becado por la Academia de España en Roma, lo que le permite intimar con la ciudad,  y José de León –también becado, como Vilas– por domar las iras de su pintura con homenaje a las  uvas “tan perfectas que un pájaro bajó a comérselas” del propio Caravaggio; en los dos primeros casos llevándose al lector a sus respectivos huertos y el tercero “protegiendo” el dinero de los coleccionistas en su cuenta bancaria. 

Con Oscar M. Prieto, hace algún verano hubo un intento de un acercamiento infructuoso; le conozco por la foto de la solapa de la edición de 2014 y por sus amenos artículos de La Nueva Crónica. De la fotografía, su autor, Rafa R. Palacio,  nos muestra un retrato con jarra de barro y gladiolos y en primer plano el escritor; la barba recia, como lo es en los hombres nacidos en la parte baja del Órbigo. De mis paisanos, siempre he pensado que un hombre es una camisa blanca y en el retrato, veo a un hombre impecable con su impecable camisa banca al gusto de Manuel Vilas y de Bárbara, una camarera del Soho de su novela. Pero lo que me impresiona no es el atrezzo, no son sus cejas que eran más pobladas de lo que se ven; son sus ojos, es la mirada. En la novela, el protagonista, elige las terrazas y las plazas donde observar sin ser visto porque ese es el ejercicio constante, mirar, la conjetura permanente entre ser y percepción, mirar y conseguir espiar cada detalle sin ser visto, mirar para salvar la existencia de las cosas, los espíritus. En el retrato del escritor (sin gafas de sol) la mirada te taladra sin compasión alguna para buscar en ti el detalle de tu parte interior, de tu oscuridad. El lector después de pasar la página, intenta zafarse de esa mirada; lo que se encuentra no va a ser otra cosa que la pulsión narrativa de unos ojos que ven (el mundo) y la existencia por medio de la mirada (que viene de esos ojos que ya conoces) y finalmente sus conclusiones; las conclusiones de un filósofo, un espía, las de un vampiro falsamente arrogante, la del actor, (hipócrita) palabra con la que comienzas a leer desde la primera línea. 



Yo, modestamente, soy también hombre de detalle y memoria. Recuerdo la promoción primera de Berlín Vintage, en la que sus lectores se sacrificaban colgando fotos en facebook con los labios pintados de rojo. El carmesí rojo de los labios siempre funciona, Caravaggio fabricaba en su taller su rojo particular, las japonesas minimizan los rasgos rojos de sus labios, las europeas los exageran, la pintura pop y Andy Warhol los convierte en altares, Oscar M. Prieto después de buscar con ellos su sanación particular, los santifica, Manuel Vilas los bendice con besos. Nada pasa desapercibido para el escritor/observador y el pintor en el movimiento mínimo de los detalles, las manos que se juntan o se separan, la mirada triste de una madre que el escritor denomina “mirada de lago” o cuando en un determinado episodio se refiere a esa “luz lenta de comisaría” y siempre por medio, la iluminación, la penumbra de Caravaggio, inalcanzable, deseado. Y así, puliendo una trama de investigación plagada de bucles, obsesiones y miedos se llega a un doble desenlace bajo el filo de un enigmático poema de Celán: “puedes sin temor alimentarte de nieve”. En este viaje también nosotros hemos sobrevivido a todos los museos, hemos sobrevivido a frases como “hasta que el amanecer se retrasó un siglo y la noche estuvo clausurada. Cafés, artistas, mujeres, y un solo fin los finales felices.