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jueves, 28 de septiembre de 2017

STONES.Sector 116. Puerta 4. Fila 16. Asiento 23. Año 2017.



La niñez, el barrio, Vietnam, las Panteras Negras, el jaco y los fatídicos veintisiete años de edad, Brian Jones, el concierto de Altamont, los Hell Angels, los teléfonos rojos, algunas chicas, los Beatles, los derechos humanos, los derechos de autor, la policía, la URSS, el Sida, la caída del muro, el cáncer; muchos años después de todo eso siguen vivos y, ayer miércoles 27 de septiembre de 2017, dieron la batalla en el Estadi de Monjuic, juntos, bien, con un público lleno de supervivientes, de hijos de supervivientes, nietos, gordos, algunas chicas guapas, parejas de jubilados que se mantienen en forma y siguen fumando maría, un suave olor a rock and roll en una noche con un cuarto de luna que flota de Este a Oeste. El primer día vendieron en Barcelona cuarenta mil entradas, la taquilla virtual petó, seis meses más tarde cincuenta mil tipos rescataron sus entradas de la mesilla de noche y se tiraron a la calle habiendo actualizado las camisetas que les señalaba como hijos de una lengua, del diablo, del rock, de Harley Davidson, de la mostaza y el perrito caliente, de los Levis, las botas de cuero, las cadenas; una buena parte de todo eso estábamos allí, por ciento sesenta euros tenías derecho a la herencia, por cinco pavos más podías beber Coca-Cola, otra marca con más de cien años que no pierde estilo, podías fumar y si te concentrabas, si te concentrabas podías flotar algo.
El masajista de Mick Jagger le estiró todas las membranas, los tendones, los huesos; su médico le hizo enjuagarse la boca
            –Haz gárgaras ­–­dijo.
Cósmo, su asistente, le ayudó a vestirse, sin espejos para no ver sus caderas de adolescente, los costurones de la cara, el enorme parecido a su caricatura del episodio que le dedican los Simpsons. Ron Wood hizo bromas, lo que más le gusta a Ron es hacer el bobo, a su alrededor brotan las sonrisas, fuma para calentar las cuerdas de la guitarra, de la voz, calza un cuarenta y seis, tiene todo el aspecto de ser lo que es, cazadora de cuero incluida, tiene dos gemelos de apenas unos meses que dejó en casa con la madre y varias amigas, una niñera y un perro. Ron tiene el pelo negro y una tocha que no deja de crecer y tira de los huesos de la cara hasta desfigurarle la cabeza, igual que un cuervo. Keith Richards, fuerte como una serpiente de cascabel, no deja que nadie le toque, hoy no le duele la espalda, tan solo la artrosis de los dedos, doblados, torcidos por el desierto, también fuma algo para aislarse, no habla mucho, tararea algo que se le mete en la cabeza y que terminará siendo blues, azul, lamento, saldrá con una levita negra. Charlie está sentado, algo lejos, con los dientes cada vez más grandes, el labio flácido, las orejas, el cuerpo consumido y las camisas elegantes, los calcetines rojos, las muñecas de madera, sin muchas concesiones a nada, a nadie, consumiendo oxígeno lentamente, sin apenas pulsaciones, sin gasto alguno de energía para impedir la oxidación. Danyl Jones, con su sombrero de magia, su carne magra, sus dedos fuertes, algo gordetes, con uñas esculpidas por lijas de grano fino, afiladas, duras, inmenso, bebe Coca-Cola junto a algunas chicas, se va preparando. Todos esperan que Mick dé la señal.

            –¡Hey boys!

Y Mick cruza rápido hacía la salida de escenario. Siente el rugido antes que los demás. Empieza a empaparse de adrenalina vieja, los demás se colocan en su sitio, solamente pueden verle los primeros de los primeros y los más altos del público, en un escenario que pasa de dos metros veinte, rodeado de un foso de seguridad, tanto en la parte principal como en la rampa en forma de cruz que entra sobre la pista. Las primeras notas de Simpathy for the Devil hace que esas cincuenta mil voces empiecen a aullar todos a una y entonces llega la enorme guitarra de Richards súper amplificada, tanto que ciñe las camisetas, las blusas, los chalecos antibalas, los pezones, ese super flash se corrige al instante llevando lentamente la canción al paladar, al cielo, al ciclo menstrual, flotar, empezamos a flotar:

“Por favor permíteme que me presente, soy un hombre rico y con clase. Estuve aquí hace muchos, muchos años, robé almas y la fe de muchos hombres”

            Eran las nueve y catorce minutos de la noche. Dos horas antes a las siete cuarenta y cuatro, con una octava parte del estadio, los teloneros comenzaron a soñar. La banda valenciana, Los Zigarros, después de saludar, se emplearon en un repertorio de canciones de tres minutos, conocidas a medias que salían poco amplificadas, con sonido de interior para un estadio abierto y despoblado, a donde la gente llegaba despacio, después de asumir colas inmensas desde las cinco de la tarde para terminar en otra cola interior, esta, la de los urinarios portátiles que alguien había olvidado al final de la pista y que no parecían suficientes. Los Zigarros agradecieron la oportunidad y unas veces parecían M.Clan y otras Tekila y, de vez en cuando ellos mismos. Ser telonero te mete límites, la guitarra de Álvaro demostró que en este país todavía puede haber músicos y excesos, las letras de las canciones a veces sí y a veces nada. Ser telonero te da cuarenta y cinco minutos de vida y después te retiras a la oscuridad, a rasparte la piel con la púa, a beber algo y mirar por una rendija o sentarte en el suelo y escuchar, escuchar y maldecir.

            El guión de la noche hizo comprobar una vez más, como el actual público contribuye a crear ambiente de grada, viviendo el concierto a través de la pantalla de su celular, miles de puntos de luz (que no eran mecheros), perfectamente alineados hacia la hormiga nodriza (volver a leer Cell de Stephen King). El guión de la noche hizo comprobar de nuevo la razón por la que siguen vivos los Stone, después de cincuenta años, millones de copias, miles de canciones, cientos de giras, adicciones, manías, chicas, música, islas, películas, decorados, giras, muchas giras, muchos conciertos, ocho de ellos en Barcelona. De las veinte, veintidós canciones del repertorio, tocaron algunas de las mejores de todos los tiempos, de todas las bandas, Paint in Black, Start Me Up, Satisfaction y la ya citada Simpathy, para que todas las demás, incluso las propias de Richards, fueron suficientes y necesarias, para llegar a las once y media de la noche, más de dos horas en las que Mick Jagger, saltó, bailó, jugó, saludó, recorrió los escenarios de punta a rabo, movió sus caderas, gimió, aulló, masticó palabras en castellano, aplaudió y compartió clase con su banda y los músicos que sin ser Stones, les acompañan, en la que nadie competía con nadie, nada sobraba, afinados, listos, pendientes de cada detalle, cómplices de un público cómplice, único concierto de la gira en este país, sin que nadie sepa la razón o las razones. Cuando se encendieron las luces se encendieron también las caras amarillas de un ejército de zombies puestos en pie, buscando dormir.  

Rodeando el estadio, furgonetas de los Mossos clavadas en los puntos negros, rodeadas de esa inmensa manada formada por miles de personas que quería refugiarse de nuevo en la ciudad y un rastro de miles de vasos de plástico y latas, chavales con acuciantes ganas de mear salpicándoselo todo. Con el eco en la cabeza, bajamos de la montaña hacia los barrios. Lento, todo se fue apagando, el vacío volvía, incluso los teléfonos móviles.


Nota: Anoche al llegar a casa leo en el muro de Laia López Manrique. (Facebook). 

"Acabo de escuchar a los Rolling Stones tocando "Sympathy for the devil" en directo y con buen sonido, desde la terraza de casa. Es lo que tiene vivir en un ático al ladito de Montjuïc."

miércoles, 12 de julio de 2017

LA NIT




                                        Koltès ©Comedie de Valence

El silencio, el horror, la lluvia lejos de una noche de verano, la soledad, la angustia, una habitación, claustrofobia, te seguí, Koltès, Bernardi, Gefaell y Menéndez, las sombras. Era dios al final del camino, antes de la oscuridad, antes de los bosques. El público inmóvil, con la mirada fija, un bloque enorme de pesadilla va regando, cada gota, se pisa, vuelve, se pisa, el dolor, el horror, ¿cómo me secaré el pelo?, ¿mami?, los nervios, un texto circular que hace bajar ese enorme bloque de pesadilla, una mujer rubia, Francis Bacon esbozando un cuerpo, un solo cuerpo bífido. Müller, Genet, la agonía del hombre desdoblado, Koltés, Bernardi, Gefaell y Menéndez. Un público expectante que no quiere morir ni quiere vivir, la humedad, la noche enladrillada, el silencio después de los aplausos, el público sentado, la manada paralizada por el terror a salir hacia alguna parte, la luz. Todo el trabajo de cinco años sobre la sombra de un texto hermoso, sin canción. No hay forma de huir, no la hay si la noche se apelmaza y el cuerpo pesa. Abstracción absoluta, difícil, exacta. Nadie ha nacido con el corazón entrelazado entre las manos. Lo aprietas, lo moldeas, lo sudas, palpita. Esas gotas de sudor que te empapan, la sangre te susurra. No puedo volver a casa. No tengo habitación donde poder descansar. Estábamos solos. Los abrazos húmedos tensan una cuerda mucho después, mucho después.

LA NIT
Teatre Akadèmia
Barcelona 11 de julio de 2017.

Dramaturgia de Moreno Bernardi a partir de “La noche antes de los bosques”(Bernard Marie Koltés).
Intérpretes, Guillém Gefaell y David Menéndez.
Iluminación, Pol Queralt.


http://www.teatreakademia.cat/espectacles/temporada/nit-radionit-nitplay/

http://www.pre-textos.com/escaparate/product_info.php?products_id=625

https://morenobernardi.jimdo.com/actualidad-1/la-nit-radionit-nitplay/

Crítica: http://enplatea.com/?p=9324

jueves, 2 de marzo de 2017

PASAJES


 Presentación: “Barcelona Libro de los pasajes”. Jordi Carrión.

Los pasajes son casas o corredores que no tienen ningún lado exterior, igual que los sueños.
Walter Benjamin.

                                           Foto: María Llopis

Arropado por el escritor Martín Caparrós y por su editor Joan Tarrida, se presentó en la librería Calders el libro de los pasajes de Barcelona, un trabajo que le ha llevado a Jorge Carrión ocho años de caminatas por callejones, jardines, plazas, y así recorrer obsesivamente los cerca de cuatrocientos pasajes que todavía conserva la ciudad. Obsesivamente, científicamente,  lo mismo cuando escribe novelas que ensayos, lo mismo cuando se enfrenta a una clase que en una conferencia, a un curso en Tánger o un paseo con amigos, sin margen para el error, trabajar durante periodos largos, compaginando el resto del tiempo con distintos proyectos, como una partida de ajedrez, frente a un pelotón de locos rodeados de tapias vencidas.
–¿Por qué, Jordi?

Los escritores de hoy y ahora, escriben de la guerra civil, de asesinatos, de la memoria de los padres, de su propia memoria, de América, escriben sobre la razón de encontrarse una tarjeta de crédito en medio de un bosque por el que no ha pasado persona alguna durante años, del olvido, de la España vacía. Y de repente en la mesa donde se juegan todas las partidas literarias estas trescientas quince páginas, planos de la ciudad, fotos, bibliografía, google map, google books, entrevistas, un esfuerzo ingente con el que se regala este libro a la ciudad, que ni siquiera es su ciudad. Jordi Carrión es un escritor de obsesiones, un rastreador que cuando hace presa no la suelta, buscó a todos los Carriones, siguió su rastro hasta Australia y escribió un libro, se buscó así mismo rastreándose y escribió otro, fue detrás de Sebald y comisionó una exposición en el Macba, se obsesionó con los chatarreros y espoleó a Sagar como a un caballo en el llano hasta conseguir Los vagabundos de la chatarra, homenajeó a los libros, las librerías y los libreros formando entre ellos acólitos que mantienen su nombre a lo largo y ancho de sus estanterías, que acogen sus propuestas manteniéndole  una fiel adicción y por lo tanto como cualquier adicción, una necesidad; escribió Librerías.


Arropado por sus amigos, Juan Trejo, Robert Juan-Cantavella, por los editores Malcolm Otero Barral y Pablo Mazo, por Sergi de Diego, Pere Ortín, por su mujer Marilena de Chiara, por el crítico Santiago García Tirado, por una Harley Davidson Softail, Toni Campos, por Sergi Bellver, escritores, pintores, poetas, profesores, era el día y jugaba el Barça y yo llegué tarde porque no encontraba la calle Parlament, dejé la moto y me puse andar, pero me di cuenta que estaba demasiado lejos de Calders, después no encontraba la moto, me cargué de ansiedad y de sudor y cuando llegué, cuando por fin todo entró dentro de un cuadrante fiable y aparqué en el puto pasaje Calders y me metí en la librería, hablaba Caparrós y Caparrós le preguntaba que por qué, todos sus amigos eran imberbes, por qué Barcelona, por qué el nacionalismo, pero no preguntó por qué este puto libro. Y Jordi Contestó que él era de Tarragona, que había vivido en Boston y en la Patagonia, que jugaba al ajedrez y de pequeño era árbitro, que este libro era un legado para sus hijos. No es bueno preguntarle a Carrión; entra en un tiempo y va colocando a cada uno un mundo y un espacio, te mira, te habla, sonríe y narra lentamente, sin dejar huecos que puedan ser ocupados por la segunda teoría de la termodinámica, no deja que el jabón resbale de las manos, sabe que cada palabra cocinada con una expresión, un gesto o una sonrisa, crean una estructura tan solida como una Ley y eso es lo que hizo. La mitad del público de pie, la otra mitad, sentados, todos pendientes, entregados, felices de estar allí, en un momento histórico de la ciudad, de la librería; y en esa comunión en la que apareció gente que no existía, fue acusado de plagio; era el primer día en el que se ponía a andar la maquinaria del libro, daban las ocho cuarenta y tres por mi Casio, era la primera intervención del público y sonaron todas las alarmas.

He contemplado euforias y llagas, ropa tendida al sol, esa lluvia que a veces irrumpe y nos difumina o nos pixela, ciudadanos y turistas, quién sabe si el turismo como nueva ciudadanía, la persistencia de los barrios”

 Martín Caparrós se rompió la camisa y se escupió los bigotes, Joan Tarrida se erizó bajo su chaqueta ajada, Jordi Carrión sonrió con una espada de fuego quemándole sin arder, todo el público miró aquella acusación y yo sonreía asombrado sin que ese gesto se dibujase en ninguna parte. Solo después de que la ola volviera suave a la orilla, Tarrida cortó aquella deriva surrealista y el murmullo de los corros dio paso al murmullo de la cerveza, de la dedicatoria de libros, de la dulzura de Marilena de Chiara, de las terrazas, de la calma nocturna de Barcelona.

Jordi Carrión no lo necesita. Nadie debe jugar gratuitamente con ese juguete. Todo está documentado en este libro, incluso la autora de la guía sujeto y objeto de dicha acusación.


Solo puedo felicitar al autor por este trabajo ingente y ambicioso, este regalo a la ciudad de Barcelona y a nuestros hijos sobre un mundo que desaparece.



viernes, 17 de febrero de 2017

Ciberadaptados. Antonio Manilla







Antonio Manilla acaba de subirse al carro de autores que tratan de explicar la adaptación del cerebro binario a la nueva realidad de realidades, a esa plasticidad instintiva e intuitiva que coronó como ser único y hegemónico al homo sapiens. Autores de ultima boca como Luciano Concheiro “Contra el tiempo”, Yuval Noah Harari “Sapiens” explican la evolución hacia un tiempo sin pausas, informatizado, domotizado, dinámico, al límite de todo, en el que la lentitud sólida de los viejos núcleos vacíos se vuelve líquida, los instantes en red desaparecen empujados por constantes parpadeos entre publicidad, chistes, anécdotas, perfiles fotográficos, gatos, perros, guerras y brujas, instantes de Concheiro para explicar la velocidad y la lentitud, desde una partitura, al primer café de la mañana, instantes de información que nadie retiene ni controla, informaciones falsas, estados de ánimo que terminan en big data de empresas de publicidad, que al segundo te ofrecen tus deseos, cazadoras de piel, coches, circuitos gastronómicos o estrenos cinematográficos, según la última web que hayas fisgado. Y ese tiempo empleado y organizado por estaciones de metro, mientras caminas, en la sala de espera de un hospital, en clase o en el trabajo, es tiempo basura que sustituye al “tiempo es oro” del siglo pasado, un estresante entretenimiento en el que participas cada segundo, cada día, todos los días, un tiempo libre que ahora han conseguido introducir en la química de tu cerebro. Niños y adolescentes de primera flor visitando las salas  del Museo del Prado sin quitar la vista de sus móviles. 

Desde siempre se ha hablado de la muerte de la cultura, igual que se habla de la muerte de la novela, de la sociedad y es en esta sociedad del límite donde esa muerte es mas palpable en beneficio del multitasking en el ámbito laboral (frente a la especialización de años anteriores), tanto como en el de las relaciones amorosas y relaciones culturales que conforman el triángulo vital de este homo sapiens evolucionado.

Mientras escribo esto, he tenido que denunciar el intento de hacker de mi VISA por compras efectuadas en Milán.
Mientras escribo esto Windows  (supongo que todas las demás compañías), trabajan inventando nuevas formas de moneda, nuevos bancos virtuales sin oficinas ni comerciales, ni horarios, la eliminación de las pantallas, de todas las pantallas, tanto las de plasma (de las que tanto se habló), las planas y las curvas, las de los ordenadores y teléfonos, por el uso de tres dimensiones de modo que puedas ver lo que quieras en el lugar de la casa que quieras o desde la grada que más te apetezca si estas en un campo de futbol.  Dona Sakar dice para  La Vanguardia que “en quince años será ilegal que un humano conduzca”, serán máquinas interconectadas las que lo harán por nosotros, sin emociones y sin accidentes, coches, camiones, taxis, nuevos paradigmas a los que te acostumbrarás en tres cuartos de hora y que serán tan usuales que no volverás a pensar nunca más en tu propio coche, tu garaje, una baja por accidente, con todo el cambio que supone, o esa eliminación de todas esas pantallas en las que trabajamos y a las que miramos más que a nuestros hijos. Todo este mundo de pantallas, dinero, coches, ciudades interconectadas, también es ciberespacio.

 Antonio Manilla te acerca a esa nueva realidad comparando ideas y continuos ejemplos (desde su óptica de historiador, periodista y poeta) citando a Homero y Platón, a Macedonio Fernández y Borges, Písarev, Nekrásov, a Guy Debord y un sinfín de científicos, escritores, dando una vez más en el blanco de la súper adaptación del único ser vivo de la tierra que ha sido capaz de extinguir el noventa por ciento de las especies existentes sobre el planeta y que a la vez es capaz de las mayores innovaciones y las mejores creaciones matemáticas, artísticas, sociales y económicas, nunca conocidas.
Este libro, amigos, es además por vocación del autor un canto a la lectura como primer hábito para conducirse hacia la felicidad o a algo que se le parezca, recuperando espacios y sobre todo instantes.
Ciberadaptados. Este libro no ha sido presentado en Barcelona.






Antonio Manilla (León 1967) es historiador y periodista. Entre sus obras los poemarios Broza, El lugar en mi y en Caso de duda y otros poemas de casi amor. En 2015 recibió el Premio Ciudad de Salamanca de Poesía en su XVIII edición. Es columnista del Diario de León.