Patxi Irurzun y Esteban Gutiérrez
(Cripta de La Central del Raval, Barcelona 17 de junio de 2011 )
Esteban Gutiérrez Gómez, Patxi Irurzun, Eutelequia, Lilith y algunos más como Fernando Clemot y Silvia Go
Hay una generación que encabeza Luna Miguel, hay otra generación descabezada, cuyos hombros pueden ser los de Esteban Gutiérrez, Patxi Irurzun, Felipe Zapico o Fernando Clemot. A todos ellos, música, literatura y editoriales de mala madre, donde vender cien ejemplares salvan los manteles y mil constituyen un éxito reseñable para continuar; nada más puedo decir porque yo ni siquiera estoy en esa lista.
-Larga y exitosa carrera, amigos.
Después de hora y media de viaje, para recorrer cuarenta kilómetros de mierda, de Sitges a Barcelona/Raval.
-¡Cómo te gusta meterte por la ronda del litoral! –dice Silvia Go-
-“Cómo me gusta” –pienso y miro a mi alrededor-
Cientos de contenedores apilados, grúas, depósitos de gas licuado, calor, humedad, hora y media y ni un pequeño resquicio de mar al fondo, ni brisa, nada.
Me empieza a doler el codo. Dejamos el coche en el primer hueco de un parking junto a las Ramblas, (0,05 céntimos el minuto) y nos metemos por viejas calles de putas y mendigos, pakis y turistas sin pasaportes, sin dinero, sin zapatos, sin prosa, todos viejos miembros de bandas, editoriales, poetas sin sombra, atajamos por una calleja y esquivamos una fila de indigentes que entraban al asalto un comedor social. Cortamos la poesía como la cinta de un recinto a punto de inaugurar y nos metemos de cabeza en la cripta de La Central. En ese momento Esteban me guiña un ojo y Agnes presenta su canción, a uno de sus lados Rafa, al otro Albert, Agnes es rubia y tiene dos buenos lados y un dolor que es como tener mar de fondo dentro de la bodega del barco. Hago fotos con la Leica, muchas fotos y todos sospechan, sigue el dolor del codo, empieza a dolerme la muñeca y el dedo meñique. Antes de que me de cuenta se ha sentado Rafa, a nuestro lado, ha terminado la colaboración de Lilith y cada uno se dispersa por distintas sillas vacías.
-¿Cómo te llamas? –le digo-
-Cómo se llama el grupo? –le vuelvo a preguntar-
Rafa me enseña su camiseta negra serigrafiada “Lilith”. Ya lo sabía, lo pregunto por joder, por decirle algo a Rafa y le digo que voy a escribir de esto y le digo que después le veremos en el bar y así aparecen en la palestra Patxi y Estéban. Sus libros están dispuestos en una mesa vacía y se pueden coger. Patxi conoce tan bien a Esteban como a su dulce Janis (a la que a mi no me importaría saludar) llevan tiempo de road show por todas las librerías de España, casetas de feria y bares de rock y prueba de ello es que Irurzun, nos va explicando sus libros, sus relatos hasta llegar a este minuto. Descorre cortinas, laberintos, velos, colibrís y visillos y al final de ese recorrido hippy, breve y bonito, aparece Esteban.
Esteban es un tipo agradecido, con memoria, con guantes de boxeo, pero con la mandíbula blanda. Bebe cerveza con gaseosa, viste de negro, tiene pinta de alcalde de un pueblo pequeño, de maestro a punto de coger vacaciones de verano, de director de un Colegio a punto de coger vacaciones de verano, de rockero al que se le calló el pelo y le crecieron las orejas, no se parece a nadie que escriba relatos y sin embargo ha pillado ese trozo de historia y se ha liberado, como el personaje de su novela.
-Presentar La enfermedad del lado izquierdo en Barcelona, me da mucho placer.
-La narración perfecta se consigue con el cuento, más que con la novela.
-En España, no se cuida, no se publica, no se lee relato y es el momento, porque ahora todo se hace deprisa y en leer un cuento no se tarda nada, mi novela en un par de horas la has terminado
-Un vino una tapa y te lees un par de cuentos
Parece ser que ahora disponemos de ese tiempo, el tiempo que se tarda en ver unas fotos en Facebook, el tiempo en el que la sucia Janis, te come la oreja, el tiempo de una canción de Leonard Cohen, para leer sin necesidad de encerrarse dentro de ochocientas páginas. Según parece, bien escritas con ochenta tienes de sobra.
-Para qué se va a molestar la gente en leer algo que no le habla personalmente
-Eso, para qué –contesto en silencio-
En todo caso Esteban nos quiere cómplices, quiere que recordemos lo que escribe, el dolor de ese lado izquierdo que empieza a afectar mi mandíbula, también ella empieza a dolerme y los siete picos que me dibuja en la dedicatoria.
Esteban Gutiérrez, Fernando Clemot y Elías Gorostiaga
Y la cosa se queda ahí, todos sonreímos y son las ocho. Pasan a firmarnos los libros y yo me uno al grupo para tomar una cerveza todos juntos, después de pasar por caja y llevarme además “La legendaria rebelión de los fumadores”, me empieza a doler un testículo. Es un momento feliz, todos juntos como viejos amigos, mientras en la calle dos chicas tocan el acordeón y cantan canciones de los años treinta, esos años entre guerras, en los que la vida era cantar y fumar y escribir buenas obras alcohólicas, mientras los inversores se suicidaban en Wall Street y los parados afilaban los dientes con la caridad de los comedores de beneficencia, igual que ahora. No dio tiempo para más, regateamos nombres, correos, besos y saludos, conozco a Eutelequia, lista como un espíritu listo a la que yo quería ver y hablar y a la que solo doy dos besos, pero que desapareció como un ada buena, dentro de su gabardina azul, rodeada de tipos que se habían olvidado de cambiar la piel de conejo por la piel de tambor.
-A las diez toca Lilith
Eran las nueve. Dejamos a todos y todos se despidieron, corrimos de nuevo por aquellas calles de putas, poetas y mulatos para recuperar el coche, pero el bistrot francés de la Boquería, nos paró los pies
-Tenéis que picar algo –dijo-
-Claro tio tenemos que comer algo antes de ir al concierto de Lilith
Au Port de la Lune
Y entramos en Au Port de la Lune. Cenamos en la tercera planta del restaurante, como si estuviéramos en el barrio Latino de París.
-Tenemos un poco de prisa –digo con ansiedad-
El camarero nos hizo unas fotos, para inmortalizar el momento y nos dejó la carta.
Tomamos vino blanco, ostras, ensalada de paté y queso.
-Tenemos un poco de prisa –pensé- mientras pedía al camarero otra copa de aquel vino francés.
…y salimos de allí saludando a todos, felices como si fuéramos estrellas de alguna puta y oscura constelación. Felices, pero cada vez con más dolores.
-Creo que BCN me está jodiendo –pensé- masajeándome la rodilla.
-Lilith.
Hola, Elias, apenas cruzamos unas palabras, las suficientes para no perder el rastro.
ResponderEliminarNada reseñable que añadir a tu crónica, quizá que también he pensado alguna vez que Esteban sigue pareciendo un roquero al que se le ha caído el pelo. Me sorprende esa coincidencia.
Esta semana pienso dedicar dos horas con una copa de vino a leer el libro de Esteban, que según su recomendación es mejor hacerlo de un tirón.
El de Patxi lo empecé ya, pero lo leeré a ratos. Aunque ya estoy empezando a mirar de otro modo a los barrenderos callejeros. Me temo lo peor.
Visto de una ojeada tu blog y leído algunos post, me apetece volver. Te enlazo.
Un saludo y cuida esa salud.