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viernes, 17 de julio de 2015

POLARIS



Polaris. Presentación en Barcelona (11 de junio de 2015)
Fernando Clemot
Editorial Salto de Página
Fotografías de José Luis Espina


            Desde lo alto de la sierra de Barcelona en días despejados se ve Mallorca, no tan nítida como África desde Gibraltar, pero se ve y sobre todo se intuye. Fernando Clemot  cada día que se levanta, si el día es despejado, tiene este privilegio y, si el día trae bruma, a sus pies ve un campo de nubes que ocultan todo el ensanche, por lo que esta ciudad desde la atalaya donde vive Clemot pasa a ser una quimera.
-El piso es pequeño –dice Fernando- pero las vistas son maravillosas y el viento  también.
El viento en Vallvidrera  tiene esa torpeza de despeinar, se te lleva el mantel y las servilletas, pero también es la escusa para volver al interior y seguir una conversación con amigas, que termine en el catre del camarote, seguir la vida, escribir.
El jueves once, antes de irme a Biarrtiz, bajo un buen chaparrón de junio y con el peso del calor, Fernando presentó en el corazón del Raval,  su última novela “Polaris” que comienza así:
“Callan las voces y cesa también el ruido en cubierta: entonces puedo meditar sobre la naturaleza del lugar en el que me hallo encerrado”
Fernando Clemot, un año después de publicar “Estancos del Chiado”, se encontraba en un momento en el que todo el mundo quería ser su amigo, estar a su lado, todo el mundo quería devorarlo y de hecho muchos mordieron. Fernando es amigo de sus amigos hasta el final o hasta que la amistad se vuelve lodo, solo así uno termina por conocer la naturaleza del barro, la naturaleza de la acacia que nunca enferma, donde se cuelga a secar el traje de los amigos. Fernando escribe: “callan las voces y cesa también el ruido”. Todos los escritores sabemos lo que es el silencio cuando uno necesita del ruido. Le acompañó en la presentación Antonio Iturbe (Rectos torcidos) al que los años y el oficio le van asentando en la disciplina de vivir y escribir sin dejar de ser honesto y como Fernando, con restos de  amigos colgados de acacias. Tanto a Antonio como a Fernando les sigo desde hace años. Eso Fernando lo sabe pero Antonio no, Antonio no sabe que le veía pasar por el vestíbulo de la estación de Sans, vestido con traje y con un portátil colgado en bandolera. Era cuando publicaba sus primeras novelas con Planeta, cuando también tenía a todos los amigos, cuando todos querían comer y morder y quedarse con un trozo de Iturbe, un hueco en Qué leer. Fernando sigue con el mismo aspecto, igual que el último año en el que le vi presentar en  Alibrí Safaris inolvidables, con alguna diferencia, el camino. El camino que se recorre siempre desgasta, cansa y termina por aburrir. Lo sé por otros caminos, y por este mismo blog en el que yo escribía con total libertad cuando no conocía a nadie y nadie me conocía y por el que ahora me arrastro como si hubiera entrado en un desierto de sal (y quedan días peores). El mismo aspecto, la misma media barba y quizá algo más cansado. Presentaba su tercera novela y muchos de los amigos esperaban al otro lado del camino subidos en la peligrosa acacia que nunca enferma. Fernando eligió a Antonio para presentar la atmósfera y la claustrofobia de la novela, la amenaza, el miedo y lo que sale de ahí es siempre algo más fuerte, alguien más fuerte, eligió a Antonio que ha salido de otro barco para notar que, acostumbrado al oleaje, uno se marea en tierra firme. Una de las características de la escritura de Fernando es la falta de desperdicios, nada de lo que deshecha deja de servir, convierte una lata de sopa en un vaso, un vaso en un florero, una novela en un libro de relatos y cose un libro de relatos de tal manera que alguien puede pensar que en realidad es una novela. Es lo que me pasa a mi, que Polaris me parece más un libro de relatos que una novela, quizá por mezclarse con elementos de Safaris inolvidables. Esa es la especialidad de la casa, no obstante es premio Setenil al mejor libro de cuentos publicado en el 2009, un premio por el que ahora la manada compite, empuja, pelea, mata y muere. En todos los casos los relatos de este tipo, profesor de talleres de narrativa en la UAB se te cuelan por el ala y te marcan la ruta y el viento, una ruta que no está escrita en ningún calendario en ningún mapa. Atado a un carro, atado a un perro y una vaca, Fernando que parece uno de los hombres más fuertes, sigue quemando rueda a veces recorriendo un camino brumoso hasta el punto de no poder ver y a veces despejado hasta marcarte el límite de tu vista, esa visión transversal del nido de las águilas.



La presentación fue breve, está claro que no le gustan que estos actos pasen de tres cuartos de hora. Cuando vienen las vacas flacas, uno debe rodearse de amigas y de escuderos fieles y dejar a los amigotes para las cervezas y también cumplió con esa premisa porque allí había una buena colección de admiradoras como Carolina Figueras. Faltaba el editor Pablo Mazo, que a esa hora andaba de Feria en Madrid, que siempre se llena de amigotes, subido en la caseta de la editorial, haciendo caja y removiendo el lodo de Madrid, donde también se iba a presentar Polaris. Clemot y Mazo se conocen desde hace años y, este editor que a veces parece que lleva barba estando afeitado y otras  afeitado aunque con barba de varios días, edita, algo que Enrique Murillo dice que nadie hace en las editoriales de por aquí, es decir trabaja los textos con los autores. Lo contaba el Clemot profesor tomando perspectiva del Clemot novelista, con toda naturalidad. Le agradeció a Pablo su buena lectura y el buen trabajo. Es algo que todavía sorprende, eso de que un editor le dedique tiempo a tu libro.
-Uno después de darle tantas vueltas al texto deja de verle defectos –dijo Fernando-.
Y así es, uno termina aceptando como bueno, cosas que no lo son tanto, hasta que llega una voz imparcial y te sumerge de nuevo la cabeza en el agua, para que te despejes de la torrija, ese narcisismo que a veces te impide corregir y tirarlo todo al fuego. 
En el desván de La Central,  me senté junto a Diego Prado. Si tenéis ocasión sentaros a su lado en cualquier evento, Diego sabe ocupar una silla, es paciente, no le tensa esperar y eso me lo contagió como en una especie de yoga termal y además habla con calma y sentido, mientras muy cerca veíamos la entrega del fotógrafo  José Luis Espina (al que le robo alguna foto para adornar esta crónica) que tiene la mejor colección de eventos literarios y escritores que hay en Barcelona, uno de estos tipos al que no se le termina de hacer justicia, porque en esta ciudad todo el mundo es muy guapo a la hora de mirar a cámara, pero después ni una caña, ni una nota a pie de página; David Aliaga saludó y se fue, ya que es un chico muy joven pero muy ocupado con su trabajo de editor, su carrera literaria, su tesis “Condición judía y alteridad en los relatos de Cynthia Ozick” y sobre todo por no defraudar al rabino Stephen Berkowitz (hoy ya felizmente calificada con matrícula de honor) y como no, Santiago García Tirado haciendo planes mentales sin tener ningún plan, salvo terminar cuanto antes otro curso y lanzarse a planear el verano directamente como un hidroavión. Todos un poco cansados por otras circunstancias y todos un poco empapados por esta primera lluvia de verano, un verano que está empezando a arder. Así en junio quedó inaugurado Polaris, frente a la isla de Jan Mayen.



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