Polaris. Presentación en Barcelona (11 de junio de 2015)
Fernando Clemot
Editorial Salto de Página
Fotografías de José Luis Espina
Desde lo
alto de la sierra de Barcelona en días despejados se ve Mallorca, no tan
nítida como África desde Gibraltar, pero se ve y sobre todo se intuye. Fernando
Clemot cada día que se levanta, si el
día es despejado, tiene este privilegio y, si el día trae bruma, a sus pies ve
un campo de nubes que ocultan todo el ensanche, por lo que esta
ciudad desde la atalaya donde vive Clemot pasa a ser una quimera.
-El piso es pequeño –dice Fernando- pero las vistas son maravillosas
y el viento también.
El viento en Vallvidrera
tiene esa torpeza de despeinar, se te lleva el mantel y las servilletas,
pero también es la escusa para volver al interior y seguir una conversación con
amigas, que termine en el catre del camarote, seguir la vida, escribir.
El jueves once, antes de irme a Biarrtiz, bajo un buen
chaparrón de junio y con el peso del calor, Fernando presentó en el corazón del
Raval, su última novela “Polaris” que
comienza así:
“Callan las voces y cesa también el ruido en cubierta:
entonces puedo meditar sobre la naturaleza del lugar en el que me hallo
encerrado”
Fernando Clemot, un año después de publicar “Estancos del
Chiado”, se encontraba en un momento en el que todo el mundo quería ser su
amigo, estar a su lado, todo el mundo quería devorarlo y de hecho muchos
mordieron. Fernando es amigo de sus amigos hasta el final o hasta que la
amistad se vuelve lodo, solo así uno termina por conocer la naturaleza del barro,
la naturaleza de la acacia que nunca enferma, donde se cuelga a secar el traje
de los amigos. Fernando escribe: “callan las voces y cesa también el ruido”.
Todos los escritores sabemos lo que es el silencio cuando uno necesita del
ruido. Le acompañó en la presentación Antonio Iturbe (Rectos torcidos) al que
los años y el oficio le van asentando en la disciplina de vivir y escribir sin
dejar de ser honesto y como Fernando, con restos de amigos colgados de acacias. Tanto a Antonio como a Fernando les sigo desde hace años. Eso
Fernando lo sabe pero Antonio no, Antonio no sabe que le veía pasar por el
vestíbulo de la estación de Sans, vestido con traje y con un portátil colgado
en bandolera. Era cuando publicaba sus primeras novelas con Planeta, cuando
también tenía a todos los amigos, cuando todos querían comer y morder y
quedarse con un trozo de Iturbe, un hueco en Qué leer. Fernando sigue con el
mismo aspecto, igual que el último año en el que le vi presentar en Alibrí Safaris inolvidables,
con alguna diferencia, el camino. El camino que se recorre siempre desgasta,
cansa y termina por aburrir. Lo sé por otros caminos, y por este mismo blog en
el que yo escribía con total libertad cuando no conocía a nadie y nadie me
conocía y por el que ahora me arrastro como si hubiera entrado en un desierto
de sal (y quedan días peores). El mismo aspecto, la misma media barba y quizá
algo más cansado. Presentaba su tercera novela y muchos de los amigos esperaban
al otro lado del camino subidos en la peligrosa acacia que nunca enferma. Fernando eligió
a Antonio para presentar la atmósfera y la claustrofobia de la novela, la
amenaza, el miedo y lo que sale de ahí es siempre algo más fuerte, alguien más
fuerte, eligió a Antonio que ha salido de otro barco para notar que,
acostumbrado al oleaje, uno se marea en tierra firme. Una de las
características de la escritura de Fernando es la falta de desperdicios, nada
de lo que deshecha deja de servir, convierte una lata de sopa en un vaso, un
vaso en un florero, una novela en un libro de relatos y cose un libro de
relatos de tal manera que alguien puede pensar que en realidad es una novela.
Es lo que me pasa a mi, que Polaris me parece más un libro de relatos que una
novela, quizá por mezclarse con elementos de Safaris inolvidables. Esa es la
especialidad de la casa, no obstante es premio Setenil al mejor libro de
cuentos publicado en el 2009, un premio por el que ahora la manada compite,
empuja, pelea, mata y muere. En todos los casos los relatos de este tipo,
profesor de talleres de narrativa en la UAB se te cuelan por el ala y te marcan
la ruta y el viento, una ruta que no está escrita en ningún calendario en
ningún mapa. Atado a un carro, atado a un perro y una vaca, Fernando que parece
uno de los hombres más fuertes, sigue quemando rueda a veces recorriendo un
camino brumoso hasta el punto de no poder ver y a veces despejado hasta
marcarte el límite de tu vista, esa visión transversal del nido de las águilas.
La presentación fue breve, está claro que no le gustan que
estos actos pasen de tres cuartos de hora. Cuando vienen las vacas flacas, uno
debe rodearse de amigas y de escuderos fieles y dejar a los amigotes para las
cervezas y también cumplió con esa premisa porque allí había una buena colección
de admiradoras como Carolina Figueras. Faltaba el editor Pablo Mazo, que a esa
hora andaba de Feria en Madrid, que siempre se llena de amigotes, subido en la
caseta de la editorial, haciendo caja y removiendo el lodo de Madrid, donde
también se iba a presentar Polaris. Clemot y Mazo se conocen desde hace años y,
este editor que a veces parece que lleva barba estando afeitado y otras afeitado aunque con barba de varios días,
edita, algo que Enrique Murillo dice que nadie hace en las editoriales de por
aquí, es decir trabaja los textos con los autores. Lo contaba el Clemot
profesor tomando perspectiva del Clemot novelista, con toda naturalidad. Le agradeció
a Pablo su buena lectura y el buen trabajo. Es algo que todavía sorprende, eso
de que un editor le dedique tiempo a tu libro.
-Uno después de darle tantas vueltas al texto deja de verle
defectos –dijo Fernando-.
Y así es, uno termina aceptando como bueno, cosas que no lo
son tanto, hasta que llega una voz imparcial y te sumerge de nuevo la cabeza en
el agua, para que te despejes de la torrija, ese narcisismo que a veces te
impide corregir y tirarlo todo al fuego.
En el desván de La Central,
me senté junto a Diego Prado. Si tenéis ocasión sentaros a su lado en
cualquier evento, Diego sabe ocupar una silla, es paciente, no le tensa esperar
y eso me lo contagió como en una especie de yoga termal y además habla con
calma y sentido, mientras muy cerca veíamos la entrega del fotógrafo José Luis Espina (al que le robo alguna foto
para adornar esta crónica) que tiene la mejor colección de eventos
literarios y escritores que hay en Barcelona, uno de estos tipos al que no se
le termina de hacer justicia, porque en esta ciudad todo el mundo es muy guapo
a la hora de mirar a cámara, pero después ni una caña, ni una nota a pie de
página; David Aliaga saludó y se fue, ya que es un chico muy joven pero muy
ocupado con su trabajo de editor, su carrera literaria, su tesis “Condición
judía y alteridad en los relatos de Cynthia Ozick” y sobre todo por no
defraudar al rabino Stephen Berkowitz (hoy ya felizmente calificada con matrícula
de honor) y como no, Santiago García Tirado haciendo planes mentales sin tener
ningún plan, salvo terminar cuanto antes otro curso y lanzarse a planear el
verano directamente como un hidroavión. Todos un poco cansados por otras
circunstancias y todos un poco empapados por esta primera lluvia de verano, un
verano que está empezando a arder. Así en junio quedó inaugurado Polaris,
frente a la isla de Jan Mayen.
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