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jueves, 12 de diciembre de 2024

Andrea López KOSAC reseña Las provincias de Benet o vivir en un Chagall (Diciembre de 2024)

                                            Biblioteca Ricardo Molina. Archivo Juan Rejano
 

Llegué a este libro de Elías Prieto, Las provincias de Benet o vivir en un Chagall, sin conocer a lo sautores a quienes eltítulo alude y, por eso mismo, lo tomé como una invitación a hacer pie en suelo desconocido. ¿Qué provincias eran las de Benet y qué relación tendrían con Chagall? ¿Vivir en una obra de arte es vivir la exposición? ¿La invisibilidad?

Tentada de ir sin saber a dónde entré por la voz del poeta a la Expedición (primera parte del libro) del ingeniero, el cartógrafo, donde se viaja con héroes mitológicos, inmigrantes, gitanos, dioses borrachos y un trapero urbano, entre otros personajes, desde lo primitivo de las cuevas hasta la sofisticación de los puentes. En esa aventura, las épocas y los territorios se superponen y sintetizan en la voz de un Dios que ladra, porque ya conoce el dolor de la cuerda (¿el lenguaje?) que lo domestica.

“Lo más importante es saber ladrar,
el idioma más antiguo de las bestias, y no es fácil”

nos advierte la voz que guía la expedición, la disposición de un tiempo que une un aeropuerto actual con una ciudad bíblica, Tik- tok con un río que es la entrada al inframundo, y donde “la torre de control del Prat llama a oración”. Este último verso es para mí el sincretismo de esos lenguajes donde la lengua del poeta se despliega para inventar un mundo que antes no existía; la superposición, a la manera de un Chagall, de formas que encierran geografías en esta aventura en la que escritor e ingeniero hidráulico se juntan y el agua es la metáfora que transportará sentido sin desparramarse.

“Debajo, la metálica luz enciende al Hades la ciudad juegan al rugby niños gitanos contra ancianos (...)”

Entonces intuyo que estoy en la Región (a la que será imperativo volver) y un Benet conocedor de estas provincias me muestra sus barrios bajo una “luna grande rodeada de plásticos”, o desde el piso 20 de un hotel:

“En las praderas del aeropuerto del Prat
pastan vacas santas y caballos blancos
que no oyen, ni temen el esfuerzo que ruge en los motores.”

En la mirada de este Benet que Elías crea, y que hace entrar y salir de los poemas a su antojo, lo sagrado se alimenta de lo periférico o marginal. “La luz blanca de Chagall” ilumina a los que cruzan las fronteras esperando señales “como los conejos de campo”, a los que revuelven la basura, la “confusión de mugidos”. Las voces animales traspasan el poema para anudar algo del sinsentido, de lo que -por imposible- sólo se puede mugir o ladrar.

Un Dios que renuncia a la palabra para expresarse en “el idioma correcto”: el perfecto silencio, o sonidos que nada significan.

“Hijo de un Dios perdido,
mi hijo camina entre las habitaciones, busca palabras que no encuentra,
me busca para hablar.

Y Dios no habla.”

Y los caballos son sordos. O se hacen. No escuchan los ladridos, no escuchan los motores, no se asustan. No escuchan a Dios. Tampoco las aldeanas de Chagall con sus iglesias (¡tantas! ¿para qué? se pregunta el poema), que se dejan ver entre uvas negras y manzanas, en la falta de lógica espacial de las escenas que espiamos. Y se trata de espiar. Desde arriba, desde abajo, desde adentro, desde afuera. Desde un territorio que nos comprenda.

Finalmente Benet se despide con un poema de Claudio Rodríguez para dar por terminada la Expedición. Queda atrás la épica de esta primera parte, los paisajes superpuestos de la historia, para dar paso a Serto, que ya desde la cita nos lleva al sertao de Euclides da Cunha y se presenta como un complemento de la cartografía hidráulica. En este segundo libro, Elías se confía al poder de las imágenes y construye diques sutiles en la marea de asociaciones, ahora más íntimas, por momentos cercanas a la ensoñación.

Siguiendo la línea de la primera parte del libro, este Dios que aspira al idioma correcto, que confía en lo que no dice, se muestra acá como un destrozo, restos de aridez y pobreza en un desierto poblado de esclavos, un territorio que va del ensueño a la sublevación, un desierto que es –a la manera de Passolini - regazo paterno, punto de partida y único destino, el lugar que se nombra y se habita tomando posición ante una sed inevitable.

“Los cipreses, a lo lejos, te ven domesticado, los cipreses esperan, claman.
Su sombra se seca en el suelo, su decepción.
Esperan. Claman. En silencio sus raíces.

Te acercas mordido; tras tu edad llega la fatiga, la sombra.”

Serto son capas de desierto que construyen puentes de nada a nada, sólo por el placer de hacer un puente. La repetición, la insistencia, lo infantil, aparecen como en quien sueña, aunque acá miramos el sueño de otro en una pantalla, o más bien, en una obra expuesta, con el velo de la alucinación

que la uniformidad del paisaje provoca. Y de pronto ese agua que busca llegar al mar en el libro anterior, desemboca en ese sueño, pero no desborda, se contiene, se somete a palabras precisas. No derrama una gota sobre la tierra caldeada.

“Sobre el viento armado, una veleta:
las pasiones no gozan de lealtad,
idean esa muerte,
demuestran nuevamente su fiereza:
a campo abierto alumbramos a ese dios, a su destrozo.”

Dios: “el silencio del vuelo de los búhos”. La llanura.

Vivir en un Chagall es vivir, pienso, en provincias imaginarias, en lo intacto de un mundo que se creyó perdido y donde todo pasa a la vez, vivir en el instante en que nace el poema. Cruzar el desierto en busca de una palabra que baste para sanarnos. 

 

                                                                Andrea López Kosac
 

viernes, 26 de julio de 2024

Joan de la Vega o Pedro Casariego



<<El paisaje es la pausa del camino.

Y el camino, la pauta del amor.>> Joan de la Vega.Sant Onofre



 

En una reflexión muy acertada, Joan de la Vega se queja del tratamiento que en estos tiempos se le da al “espíritu primigenio de la creación”. Su lamento se manifiesta así: <<El mercat ofega, l’exit individual i la cursa a contrarrellotge ho són tot. Jo opto per desapareixer a l’espai proundo i obert>>. 

 

A menudo yo también pienso en desaparecer, volverme invisible, ¡qué mejor respuesta que esa!, dejar de oler la peste humana, olvidar, recluirse en la escritura profunda, escuchar las viejas músicas, ver las viejas pinturas, leer sin prisa todo lo que se puede leer, vivir en silencio y sin juzgar, enseñar a los hijos, tener pocos amigos, no guardar memoria del rencor, del odio o de la envidia, tener calma para desaparecer. 

 

Desde hace tiempo, Joan de la Vega (como Thomas Mann o Juan Goytisolo) en su duelo particular, viene subiendo esa montaña y un día llegará. Al fin y al cabo, a partir de una edad, uno escucha más a los muertos que a los vivos. Continuamente pienso y leo a Pedro Casariego Córdoba y ahora a Joan de la Vega. Somos “huérfanos” como grita Yoram Kaniuk en “El hombre perro” y en cuya orilla pasta Jorge Carrión o el pintor Xevi Vilaró. Es el momento de ir apartando nombres, construyendo ese almacén repleto de dramaturgos, filósofos, magia, música, lentas películas, poemas encadenados, antes de que todo sea devorado y olvidado en un planeta que ha optado por los simios.

sábado, 22 de junio de 2024

RUMORES YÁMBICOS. Maru BERNAL. Edita Reino de Cordelia (2024)



Fue recitando en el sótano de la librería Alibri de Barcelona, donde conocí a Maru Bernal en 2023, presentaba “No todos volvimos de Troya” (XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca). Ahora, en abril de 2024 se acaba de publicar en la misma editorial, Reino de Cordelia, “Rumores Yámbicos” (LXI Certamen Internacional de Poesía Amantes de Teruel). Entre esos dos libros me hago un hueco donde dormir, comer, ver el mar, jugar y escribir en un sólo ejercicio y en una soledad. Mi relación con Maru es la de ser protegido. Dice Javier Vicedo en “Interior verano” <<no he tenido un padre que me dijera ”esa es la osa mayor”. A mí me pasa lo mismo, nunca he tenido un padre que me dijera ni eso, ni nada, así que siempre ando buscando un paraguas, una casa, una habitación donde abrigarme de la intemperie. La intemperie no se acaba nunca. En estos días Agustín Fernández Mayo presenta la muerte de su padre, Diego Sánchez Aguilar, la del suyo, Javier Vicedo me descubre su propia oscuridad y Maru Bernal se empeña en alumbrar el mundo clásico, sus leyendas y mitos, un mundo que nos hace falta porque somos parte de él aunque no lo conozcamos de forma ordenada; no obstante, esa tierra que Maru labra está trabajada para que a su alrededor solo entren mujeres, quedando los hombres mirando por las rendijas. Eso, además de crear una zona de seguridad, le sirve de refugio es esa poesía yámbica, el teatro y sus clases en el instituto que se han terminado para siempre, no enseñará más la magia a ese grupo de muchachas que siempre es exclusivo, tal y como funciona el arte poética y Beppo el gato de Lord Byron o la larga noche bohemia de Freda Marjorie Clarence Lamb. Su magisterio no se va a extinguir, cambiará de lugar. 

 

                                                Roma 2024


“Rumores Yámbicos” es lo que la autora se guardó de “No todos volvimos de Troya”, donde las mujeres ya tenían una presencia torrencial. En esta entrega disfrutamos de las conversaciones entre Circe y Calipso, Atis y Safo, de Ágave a Sémele, de Antígona a Ismene. Todas ellas son mujeres, mujeres son Lilith, Pandora, Fedra, Ariadna, Thargelia, Aspasia, Lesbia o Clodia, en todas ellas y entre todas ellas se tejió el destino de los hombres que formaron nuestra lengua y nuestras costumbres y ellas se encargaron de tejer su propio rostro, el de las mujeres que limpian olivares, albercas, que saborean la amargura de las almendras. Todas ellas son cómplices, se reclaman, se resisten, sacan sus trapos sucios, ajustan sus cuentas, cuentas imaginarias entre pájaros y flores, peces de rabia, ciénagas, Ismene recrimina a Antígona el orgullo de querer hacerlo todo sola, tragedias calladas que salen de la voz de Maru Bernal y de los lizos del telar de Penélope, paradigma de fidelidad y excusa ante los pretendientes para alargar la larga espera de Odiseo. Los hijos, los hombres, son ellos también protagonistas de las conversaciones de estas mujeres que son la patria, los surcos y los diques del tiempo. 

La suerte que tenemos es que Maru Bernal, tejerá para la colección "De la belleza" (Gustavo Martín Garzo) y  en la editorial Eolas una nueva alfombra de rumores a más gloria de los dioses. Y eso, según Tiresias, será pronto.


                                            En la FLM 2024. Con Hector Escobar (Eolas)



viernes, 26 de abril de 2024

I.M.I. de Elena ROMÁN. (Editorial Nausicaä)




 Como San Juan de la Cruz, todos lo poetas deberían sufrir un exilio interior y exterior, alojados en una celda de seis pies de ancho y diez de largo, un mínimo de nueve meses y a partir de ahí escribir. Algo así te dota de seguridad al vencer las flaquezas e incertidumbres de nuestra naturaleza y otorgar valor a una poesía sin vanidad. El primer libro que leo de Elena Román es I.M.I. las siglas de Impuesto sobre Males Inmuebles, un refinado poemario en el que muestra un intenso humor, un sarcasmo e ironías difíciles de encontrar en la poesía española en la que sobra carnaza en forma de violencias, servilismos, devastadoras violaciones familiares, laborales, sentimentales, matrimoniales, violencias interraciales, pobrezas, anorexias, bulimias, depresiones sin fin, es decir una agonía espiritual dentro de un mundo agónico con las heridas bien abiertas. A pesar de que la autora reniega de este libro a mí me parece  descubrir un poemario grandísimo, tanto como la sonrisa en la foto de la solapa. Sólo una mujer que sonríe hace frente a las mezquindades de la vida y este poemario te las señala de una en una, con la misma intensidad en las dos partes en las que se divide el libro, la primera que denomina “La inmobiliaria” y la segunda “Gestoría”, dos de las palabras seguramente menos utilizadas en la poética de todas las generaciones y no solo en la poética sino en la problemática habitual del día a día por representar lugares de una negatividad necesaria. Elena convierte con gestos llenos de belleza estas dos palabras y sus múltiples significados, entre otros cada uno de los poemas: Sociedad unipersonal. Cantera s/n. Grapar un Euribor. Solar. Párpados de oficio. Desahucio y por poner un ejemplo, es en <<Desahucio>> donde derrocha dolor y armonía a raudales, negación ante el miedo, ante la soledad y a la vez una preciosa serenidad, cuando dice: “No escucho los pasos: no hay pasos; / uso tapones contra el miedo. / Cierro el armario: no hay monstruos;/ uso un pomo para mentirme./ No pago si no cobro. / Lo que contengo me amenaza / con el desahucio, y no me inmuto./”. Plenamente consciente de lo que supone, entiende la realidad y la combate sin mostrar odio alguno. Ningún odio contra el Catastro, el Registro de la Propiedad, el Burofax, que son elementos con un enorme déficit humano de quién se venga, con una voz suave y a la vez implacable, por medio de los elementos poéticos, casi como la poética de Karmelo Iribarren, la de Rafael Courtoisie, incluso la de Bobin. Cuando personalmente conoces a Elena Román, cada una de las herramientas poéticas con las que trabaja, sin forzar, sin chirriar, son coincidentes con su personalidad, y por lo tanto verdaderas. Cuando la conoces te encuentras con una mujer, fuerte y frágil, tierna y dura, implacable y displicente cuando te pasas de cortés  o no llegas, siempre por medio de la ironía, la inteligencia, criterio y buen hacer. Antonio Roa o Félix Maraña, entre otros muchos, son dos de los que la han fichado para sus proyectos porque hay que contrarrestar ese mundo tan poblado de registradores de la propiedad, notarios, abogados, directores de catastro y gestores, de esos que además de cobrar por sus servicios, siempre ganan. Arrendadores, embalajes, cobradores con frac, ventanillas, moratorias, impuestos y contratos en práctica. Lo publica Nausícaä en 2013 en la colección La rosa profunda, dirigida por José Manuel Martínez Sánchez, año en el que fue galardonada con el XXVII Premio Internacional de Poesía Barcarola, convocado por el Ayuntamiento de Albacete. Elena Román ha recibido una docena de premios más y ha publicado, entre otras editoriales, con Liliputienses, Olifante, Littera, La Bella Varsovia, así como en revistas literarias como “El coloquio de los perros”. Así mismo y de Elena Román, tengo la fortuna de tener en mi biblioteca “No (tan) ángeles”, un libro para coleccionistas que publica de forma artesanal –¡atentos!– “Cartonera del escorpión azul” cuyo comité cartonero, lo forman Enrique Cabezón, Miguel Fernández, Javier Gil Marín, Víktor Gómez y Raúl Niego de la Torre. 

 

De “I.M.I.”, y del poema “Archivo”, estos versos:

<<Hasta las polillas se dan cuenta / de que no es lo mismo pasear por el archivo / que atravesar cualquier cruce en el que siempre / habrá una botita de niño, libre, / que quiere andar pero no quiere zapatos, />>




Demonios. Ben CLARK (Editorial Sloper)

 

                                            (San Jordi 2024. Foto de E. G.)
 

Nacer en Ibiza es no ser de ningún sitio, como nacer en Santa María de las Pegas, Fáfilas o Alcuetas y sin embargo todos vamos a morir a Ibiza, a Santa María de las Pegas, a morir aunque no para siempre, sólo por un instante, ese en el que tarda en morir una langosta o un mejillón en el mostrador de la pescadería. Disfruto de la lectura de los Demonios de Ben Clarck, un escritor que nació en Ibiza en el año 1984, que a los veintidós recibió el premio Hiperión con “Los hijos de los hijos de la ira” publicado por Hiperión, como Blanca Andreu con su premio Adonais en 1980. 

 

Hasta llegar a los “Demonios”, hay un recorrido de veinte años en los que ha recibido todos los grandes premios de poesía, alguien lo ha sentenciado por escrito en un periódico, Ben Clarck ya es un clásico de la literatura -joven- de este país, algo con lo que sueñan muchos de los poetas, no tan jóvenes y ha llegado a la 5ª edición de “Demonios” como sin darse cuenta, sin saber cuál es la magia de salir del lugar de los sueños para llegar a la acera más soleada de la calle. Digo que él no lo sabe, pero no es verdad, Ben Clark lo sabe, sabe lo que hace, reconoce la magia y la acorrala hasta llenar un libro; y yo lo sé, reconozco esa forma de escribir porque es la mía, es la de Pedro Ugarte, Pablo Gonz, Pedro Casariego, Víctor Pérez, Elena Román, Marta Agudo, Berta García Faet, Isabel Giménez Caro o Irene Solá, se reconoce en el espacio de luz que se forma en los interiores de la biblioteca Gabriel García Márquez de Barcelona,  bajo los párpados de los niños de diez años cuando te miran con toda seriedad. El día del libro, el 23 de abril de 2024, crucé todo el centro de Barcelona sobre la que se desplegaba en ese momento un campamento de libros hasta llegar a la paradeta de la editorial Sloper en Gran de Gracia, donde se hacinaban más y más libros y tiendas de campaña como si fuera la mismísima franja de Gaza; y allí estaba Ben luchando con sus demonios y con todos los putos demonios de Sloper. ¿Sloper?. Sí Sloper, la editorial de Mallorca que de repente ha explotado, como si después de revolver y revolver en la marmita, terminara por dar con la fórmula correcta para ser inmortal y Román Piña, el cocinero y editor, ha dado con ella después de pelar muchas pipas con la revista que la precedió en el año 1994, siendo la otra pata el haber publicado en tiempo y forma a Agustín Fernández Mallo, autor que alcanzó a lazo la editorial Candaya, también en tiempo y forma. Hasta llegar a hoy; su estantería editorial se forma con menos de ciento cincuenta títulos. Ben Clark es un escritor de la casa Sloper, de esos escritores fieles con los que puedes contar porque sirven para regentar un bar en Tarifa, pasear a la mascota o hacerse cargo de la paradeta de los libros en la feria de Barcelona o en la de Córdoba, sin pedir nada a cambio o un poco de cariño que es la materia que, como el hierro de la fragua, forja el carácter de  un poeta: en “Gafes del oficio” escribe: <<Me propuse crear un gran poema. / Pero en vez de escribir llamé a mi hermano / y estuvimos hablando de la infancia.>> Esta forma de ser me recuerda a “La miel” de Tonino Guerra (Pepitas de calabaza), otro de mis autores favoritos. Para terminar de recomendar a este autor al que seguiré leyendo, sólo decir que con “Demonios” les ha llegado el Premio Nacional de la Crítica como mejor libro de poesía editado en el año 2023. Ben Clark en otro de sus poemas “Pastillas de freno” vuelve a montar, como en aquel verano imberbe, para <<sentir el placer de correr sobre hierros que no guardan secretos>>, algo que sólo ocurre en un momento exacto de nuestras vidas, la infancia, y dura para siempre.