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viernes, 26 de julio de 2024

Joan de la Vega o Pedro Casariego



<<El paisaje es la pausa del camino.

Y el camino, la pauta del amor.>> Joan de la Vega.Sant Onofre



 

En una reflexión muy acertada, Joan de la Vega se queja del tratamiento que en estos tiempos se le da al “espíritu primigenio de la creación”. Su lamento se manifiesta así: <<El mercat ofega, l’exit individual i la cursa a contrarrellotge ho són tot. Jo opto per desapareixer a l’espai proundo i obert>>. 

 

A menudo yo también pienso en desaparecer, volverme invisible, ¡qué mejor respuesta que esa!, dejar de oler la peste humana, olvidar, recluirse en la escritura profunda, escuchar las viejas músicas, ver las viejas pinturas, leer sin prisa todo lo que se puede leer, vivir en silencio y sin juzgar, enseñar a los hijos, tener pocos amigos, no guardar memoria del rencor, del odio o de la envidia, tener calma para desaparecer. 

 

Desde hace tiempo, Joan de la Vega (como Thomas Mann o Juan Goytisolo) en su duelo particular, viene subiendo esa montaña y un día llegará. Al fin y al cabo, a partir de una edad, uno escucha más a los muertos que a los vivos. Continuamente pienso y leo a Pedro Casariego Córdoba y ahora a Joan de la Vega. Somos “huérfanos” como grita Yoram Kaniuk en “El hombre perro” y en cuya orilla pasta Jorge Carrión o el pintor Xevi Vilaró. Es el momento de ir apartando nombres, construyendo ese almacén repleto de dramaturgos, filósofos, magia, música, lentas películas, poemas encadenados, antes de que todo sea devorado y olvidado en un planeta que ha optado por los simios.

sábado, 22 de junio de 2024

RUMORES YÁMBICOS. Maru BERNAL. Edita Reino de Cordelia (2024)



Fue recitando en el sótano de la librería Alibri de Barcelona, donde conocí a Maru Bernal en 2023, presentaba “No todos volvimos de Troya” (XXV Premio de Poesía Ciudad de Salamanca). Ahora, en abril de 2024 se acaba de publicar en la misma editorial, Reino de Cordelia, “Rumores Yámbicos” (LXI Certamen Internacional de Poesía Amantes de Teruel). Entre esos dos libros me hago un hueco donde dormir, comer, ver el mar, jugar y escribir en un sólo ejercicio y en una soledad. Mi relación con Maru es la de ser protegido. Dice Javier Vicedo en “Interior verano” <<no he tenido un padre que me dijera ”esa es la osa mayor”. A mí me pasa lo mismo, nunca he tenido un padre que me dijera ni eso, ni nada, así que siempre ando buscando un paraguas, una casa, una habitación donde abrigarme de la intemperie. La intemperie no se acaba nunca. En estos días Agustín Fernández Mayo presenta la muerte de su padre, Diego Sánchez Aguilar, la del suyo, Javier Vicedo me descubre su propia oscuridad y Maru Bernal se empeña en alumbrar el mundo clásico, sus leyendas y mitos, un mundo que nos hace falta porque somos parte de él aunque no lo conozcamos de forma ordenada; no obstante, esa tierra que Maru labra está trabajada para que a su alrededor solo entren mujeres, quedando los hombres mirando por las rendijas. Eso, además de crear una zona de seguridad, le sirve de refugio es esa poesía yámbica, el teatro y sus clases en el instituto que se han terminado para siempre, no enseñará más la magia a ese grupo de muchachas que siempre es exclusivo, tal y como funciona el arte poética y Beppo el gato de Lord Byron o la larga noche bohemia de Freda Marjorie Clarence Lamb. Su magisterio no se va a extinguir, cambiará de lugar. 

 

                                                Roma 2024


“Rumores Yámbicos” es lo que la autora se guardó de “No todos volvimos de Troya”, donde las mujeres ya tenían una presencia torrencial. En esta entrega disfrutamos de las conversaciones entre Circe y Calipso, Atis y Safo, de Ágave a Sémele, de Antígona a Ismene. Todas ellas son mujeres, mujeres son Lilith, Pandora, Fedra, Ariadna, Thargelia, Aspasia, Lesbia o Clodia, en todas ellas y entre todas ellas se tejió el destino de los hombres que formaron nuestra lengua y nuestras costumbres y ellas se encargaron de tejer su propio rostro, el de las mujeres que limpian olivares, albercas, que saborean la amargura de las almendras. Todas ellas son cómplices, se reclaman, se resisten, sacan sus trapos sucios, ajustan sus cuentas, cuentas imaginarias entre pájaros y flores, peces de rabia, ciénagas, Ismene recrimina a Antígona el orgullo de querer hacerlo todo sola, tragedias calladas que salen de la voz de Maru Bernal y de los lizos del telar de Penélope, paradigma de fidelidad y excusa ante los pretendientes para alargar la larga espera de Odiseo. Los hijos, los hombres, son ellos también protagonistas de las conversaciones de estas mujeres que son la patria, los surcos y los diques del tiempo. 

La suerte que tenemos es que Maru Bernal, tejerá para la colección "De la belleza" (Gustavo Martín Garzo) y  en la editorial Eolas una nueva alfombra de rumores a más gloria de los dioses. Y eso, según Tiresias, será pronto.


                                            En la FLM 2024. Con Hector Escobar (Eolas)



viernes, 26 de abril de 2024

I.M.I. de Elena ROMÁN. (Editorial Nausicaä)




 Como San Juan de la Cruz, todos lo poetas deberían sufrir un exilio interior y exterior, alojados en una celda de seis pies de ancho y diez de largo, un mínimo de nueve meses y a partir de ahí escribir. Algo así te dota de seguridad al vencer las flaquezas e incertidumbres de nuestra naturaleza y otorgar valor a una poesía sin vanidad. El primer libro que leo de Elena Román es I.M.I. las siglas de Impuesto sobre Males Inmuebles, un refinado poemario en el que muestra un intenso humor, un sarcasmo e ironías difíciles de encontrar en la poesía española en la que sobra carnaza en forma de violencias, servilismos, devastadoras violaciones familiares, laborales, sentimentales, matrimoniales, violencias interraciales, pobrezas, anorexias, bulimias, depresiones sin fin, es decir una agonía espiritual dentro de un mundo agónico con las heridas bien abiertas. A pesar de que la autora reniega de este libro a mí me parece  descubrir un poemario grandísimo, tanto como la sonrisa en la foto de la solapa. Sólo una mujer que sonríe hace frente a las mezquindades de la vida y este poemario te las señala de una en una, con la misma intensidad en las dos partes en las que se divide el libro, la primera que denomina “La inmobiliaria” y la segunda “Gestoría”, dos de las palabras seguramente menos utilizadas en la poética de todas las generaciones y no solo en la poética sino en la problemática habitual del día a día por representar lugares de una negatividad necesaria. Elena convierte con gestos llenos de belleza estas dos palabras y sus múltiples significados, entre otros cada uno de los poemas: Sociedad unipersonal. Cantera s/n. Grapar un Euribor. Solar. Párpados de oficio. Desahucio y por poner un ejemplo, es en <<Desahucio>> donde derrocha dolor y armonía a raudales, negación ante el miedo, ante la soledad y a la vez una preciosa serenidad, cuando dice: “No escucho los pasos: no hay pasos; / uso tapones contra el miedo. / Cierro el armario: no hay monstruos;/ uso un pomo para mentirme./ No pago si no cobro. / Lo que contengo me amenaza / con el desahucio, y no me inmuto./”. Plenamente consciente de lo que supone, entiende la realidad y la combate sin mostrar odio alguno. Ningún odio contra el Catastro, el Registro de la Propiedad, el Burofax, que son elementos con un enorme déficit humano de quién se venga, con una voz suave y a la vez implacable, por medio de los elementos poéticos, casi como la poética de Karmelo Iribarren, la de Rafael Courtoisie, incluso la de Bobin. Cuando personalmente conoces a Elena Román, cada una de las herramientas poéticas con las que trabaja, sin forzar, sin chirriar, son coincidentes con su personalidad, y por lo tanto verdaderas. Cuando la conoces te encuentras con una mujer, fuerte y frágil, tierna y dura, implacable y displicente cuando te pasas de cortés  o no llegas, siempre por medio de la ironía, la inteligencia, criterio y buen hacer. Antonio Roa o Félix Maraña, entre otros muchos, son dos de los que la han fichado para sus proyectos porque hay que contrarrestar ese mundo tan poblado de registradores de la propiedad, notarios, abogados, directores de catastro y gestores, de esos que además de cobrar por sus servicios, siempre ganan. Arrendadores, embalajes, cobradores con frac, ventanillas, moratorias, impuestos y contratos en práctica. Lo publica Nausícaä en 2013 en la colección La rosa profunda, dirigida por José Manuel Martínez Sánchez, año en el que fue galardonada con el XXVII Premio Internacional de Poesía Barcarola, convocado por el Ayuntamiento de Albacete. Elena Román ha recibido una docena de premios más y ha publicado, entre otras editoriales, con Liliputienses, Olifante, Littera, La Bella Varsovia, así como en revistas literarias como “El coloquio de los perros”. Así mismo y de Elena Román, tengo la fortuna de tener en mi biblioteca “No (tan) ángeles”, un libro para coleccionistas que publica de forma artesanal –¡atentos!– “Cartonera del escorpión azul” cuyo comité cartonero, lo forman Enrique Cabezón, Miguel Fernández, Javier Gil Marín, Víktor Gómez y Raúl Niego de la Torre. 

 

De “I.M.I.”, y del poema “Archivo”, estos versos:

<<Hasta las polillas se dan cuenta / de que no es lo mismo pasear por el archivo / que atravesar cualquier cruce en el que siempre / habrá una botita de niño, libre, / que quiere andar pero no quiere zapatos, />>




Demonios. Ben CLARK (Editorial Sloper)

 

                                            (San Jordi 2024. Foto de E. G.)
 

Nacer en Ibiza es no ser de ningún sitio, como nacer en Santa María de las Pegas, Fáfilas o Alcuetas y sin embargo todos vamos a morir a Ibiza, a Santa María de las Pegas, a morir aunque no para siempre, sólo por un instante, ese en el que tarda en morir una langosta o un mejillón en el mostrador de la pescadería. Disfruto de la lectura de los Demonios de Ben Clarck, un escritor que nació en Ibiza en el año 1984, que a los veintidós recibió el premio Hiperión con “Los hijos de los hijos de la ira” publicado por Hiperión, como Blanca Andreu con su premio Adonais en 1980. 

 

Hasta llegar a los “Demonios”, hay un recorrido de veinte años en los que ha recibido todos los grandes premios de poesía, alguien lo ha sentenciado por escrito en un periódico, Ben Clarck ya es un clásico de la literatura -joven- de este país, algo con lo que sueñan muchos de los poetas, no tan jóvenes y ha llegado a la 5ª edición de “Demonios” como sin darse cuenta, sin saber cuál es la magia de salir del lugar de los sueños para llegar a la acera más soleada de la calle. Digo que él no lo sabe, pero no es verdad, Ben Clark lo sabe, sabe lo que hace, reconoce la magia y la acorrala hasta llenar un libro; y yo lo sé, reconozco esa forma de escribir porque es la mía, es la de Pedro Ugarte, Pablo Gonz, Pedro Casariego, Víctor Pérez, Elena Román, Marta Agudo, Berta García Faet, Isabel Giménez Caro o Irene Solá, se reconoce en el espacio de luz que se forma en los interiores de la biblioteca Gabriel García Márquez de Barcelona,  bajo los párpados de los niños de diez años cuando te miran con toda seriedad. El día del libro, el 23 de abril de 2024, crucé todo el centro de Barcelona sobre la que se desplegaba en ese momento un campamento de libros hasta llegar a la paradeta de la editorial Sloper en Gran de Gracia, donde se hacinaban más y más libros y tiendas de campaña como si fuera la mismísima franja de Gaza; y allí estaba Ben luchando con sus demonios y con todos los putos demonios de Sloper. ¿Sloper?. Sí Sloper, la editorial de Mallorca que de repente ha explotado, como si después de revolver y revolver en la marmita, terminara por dar con la fórmula correcta para ser inmortal y Román Piña, el cocinero y editor, ha dado con ella después de pelar muchas pipas con la revista que la precedió en el año 1994, siendo la otra pata el haber publicado en tiempo y forma a Agustín Fernández Mallo, autor que alcanzó a lazo la editorial Candaya, también en tiempo y forma. Hasta llegar a hoy; su estantería editorial se forma con menos de ciento cincuenta títulos. Ben Clark es un escritor de la casa Sloper, de esos escritores fieles con los que puedes contar porque sirven para regentar un bar en Tarifa, pasear a la mascota o hacerse cargo de la paradeta de los libros en la feria de Barcelona o en la de Córdoba, sin pedir nada a cambio o un poco de cariño que es la materia que, como el hierro de la fragua, forja el carácter de  un poeta: en “Gafes del oficio” escribe: <<Me propuse crear un gran poema. / Pero en vez de escribir llamé a mi hermano / y estuvimos hablando de la infancia.>> Esta forma de ser me recuerda a “La miel” de Tonino Guerra (Pepitas de calabaza), otro de mis autores favoritos. Para terminar de recomendar a este autor al que seguiré leyendo, sólo decir que con “Demonios” les ha llegado el Premio Nacional de la Crítica como mejor libro de poesía editado en el año 2023. Ben Clark en otro de sus poemas “Pastillas de freno” vuelve a montar, como en aquel verano imberbe, para <<sentir el placer de correr sobre hierros que no guardan secretos>>, algo que sólo ocurre en un momento exacto de nuestras vidas, la infancia, y dura para siempre.

domingo, 31 de marzo de 2024

crítica de Las provincias de Benet...por Álvaro SALVADOR

Culturalismo avant la lettre


                                                                        Álvaro Salvador
 

 

            Elías Gorostiaga –que no es otro que Elías Prieto Sáenz de Miera, como él mismo señala en la solapa del libro– ha obtenido el V Premio Internacional de Poesía Juan Rejano-Puente Genil con el libro que queremos comentar aquí, Las provincias de Benet o vivir en un Chagall. El título ya nos remite a una vocación culturalista, culturalismo local que alude a dos figuras de la literatura española de la segunda mitad del siglo XX: Juan Benet y la que fue su pareja, la poeta Blanca Andreu. Uno, un referente indiscutible para una parte de la novelística más contemporánea española –maestro confeso de Javier Marías–, la otra, fenómeno más bien mediático que pronto se disolvió como un azucarillo en la renovación poética española de los años ochenta. Ya en el título, en este título, además de las alusiones culturalistas, podemos apreciar un anacronismo que puede confundir más a los milenial que lean este libro: cuando Blanca Andreu vivía en un Chagall no era pareja de Juan Benet, sino más bien de Francisco Umbral, así que el libro referencia de este período sería más acertadamente Capitán Ephistone de 1988.

            El libro de Gorostiaga, está dividido en dos partes que el autor califica como “libros” I y II, el primero subtitulado “Expedición” y el segundo “Serto”. Esta división –y algún otro rasgo que señalaremos más adelante– nos hace pensar en la dificultad que a veces entraña la estructuración de un libro si hay que ajustarlo a las exigencias de un premio. Porque ambas partes son formal y temáticamente muy diferentes. El primer libro, que se abre con un subtitulo en el que se indica “que Juan Benet, ingeniero de caminos, canales y puertos, pintor, escritor, viajero, reflexiona, escucha sucesos y narra sus cartografías sentimentales”, se plantea como una serie de poemas –no todos– estructurados como monólogos dramáticos en los que el autor finge un personaje que él mismo bautiza como Juan Benet; Juan Benet que cuenta, comenta, se conmociona, se sienta, espera, entiende, se enfrenta, escucha, pasea, recita, confiesa, descubre, bebe, visita y se despide. Esta primera parte consta de 33 poemas, pero no todos ellos son monólogos dramáticos ni en todos ellos habla Juan Benet, y aquí es donde la estructura del libro falla en primer lugar y parece improvisada o, más bien, impostada. Porque después de los dos primeros poemas en los que Juan Benet “cuenta lo que un ingeniero debe saber” o “lo que debe saber un perro”, en el tercero es el perro el que habla y en el cuarto se establece un diálogo de Benet con Aquiles para describir las peleas entre las pandillas de distintos pueblos, diálogo que al final se quiebra por una tercera voz omnisciente: “Era Aquiles volviendo por las curvas…” De los 33 poemas de esa primera parte, hay 13 en los que la voz de Benet no está muy clara, son poemas en los que es más bien la voz del poeta directa o indirectamente, pero no por boca de Benet, la que reflexiona sobre distintas cuestiones relativas a Barcelona, a un rapero, a unos ingleses buscadores de oro, y a lugares reales de la provincia de León utilizados por Benet en el territorio de “Región” mitificado en sus novelas. Pero esa relación, entre la biografía y la literatura de Benet y el discurso poético del autor no está totalmente conseguida en muchas ocasiones. La estructura nos parece forzada y, en muchos casos, despista al lector. Por ejemplo cuando el anacronismo del paisaje Chagall se hace evidente de nuevo en el poema “La luz blanca del Chagall”.

            La segunda parte, o el libro II, subtitulado “Serto”, no tiene mucho que ver con esta primera parte, atravesada por un tono más bien épico. Pero no porque, como han señalado algunos críticos, trate el tema de Blanca Andreu que no aparecería –o como hemos visto aparece menos– en la primera parte, sino porque formalmente es completamente diferente: ahora los poemas son breves, epigramáticos y, más bien, líricos y tratan un tema benetiano que, sorprendentemente, no había aparecido en la parte anterior: el tema del agua, tan obsesivo en la vida y la obra del narrador madrileño. Del agua dulce y embalsada, estos poemas van fluyendo hasta el agua corriente, hasta el mar, que es el morir, con su barca de Caronte y todo, el morir del personaje poético y el morir del poema.

            No sé –no he tenido la paciencia de contar los versos– si el autor necesitó unir dos libros, o quizá dos y medio, para presentar los versos necesarios al premio, o son otras las razones, pero lo cierto es que la estructura final del libro queda forzada y dificulta, o al menos a mi me ha dificultado, su lectura. Creo que no hacía falta que el libro se hubiese acorazado tanto en la figura de Juan Benet –la de Andreu es meramente testimonial– para ganar el premio y para deslumbrar a los lectores. Quizá podría haber bastado con señalar algún poema homenaje, más explícito. Porque a través de esta estructura dificultosa, el lector puede apreciar no obstante a un poeta de talento, de verdadero pulso métrico y metafórico, con ecos muy bien asimilados de Lorca y otros poetas en los que el surrealismo se hermana con el realismo, como por ejemplo el chileno Nicanor Parra, con una comprensión clara de la estructura de cada poema, esta vez sí, y apenas unos pocos deslices provocados por el riesgo metafórico: “cien aviones ebrios miran las ventanas del cementerio”, “los perros cojos fuman tabaco” o “torturar y comer lentas cien fresas”. De cualquier modo, el libro nos ofrece la posibilidad de conocer a un poeta de largo y atrevido aliento, que se arriesga –lo que no es muy frecuente en estos tiempos– y consigue momentos muy brillantes como en los poemas “Juan Benet cuenta lo que un ingeniero debe saber”, “Paseo por el falso río Lerna”, “Segundo paseo de Benet por un cementerio anónimo” y algunos de los poemas cortos de la segunda parte: “Golpean la puerta…” “Lugares machos…” “Me debes dinero…” etc. Un libro interesante y profundo, a pesar de su dificultad, como ocurría con la narrativa de Benet y con ciertos libros de Blanca Andreu.

 

                                                                                                               Álvaro Salvador