Antes de que nadie salga, en el escenario, a oscuras, espera un maniquí con un abrigo de cuero y estética SS. Un minuto antes de que apaguen las luces del pabellón, la respiración de los incondicionales se empieza a notar, hasta que los motores rugen y aparece el mito, vestido con camiseta y pantalones negros y deportivas blancas, es Roger Waters y está solo.
Roger W, mantiene esa voz prodigiosa, toca el bajo, dirige, actúa, se disfraza, predica con una dicción perfecta, hace todo lo que quieras y más, pero está solo, no es un líder carismático, era el cantante y bajista de la formación original y ahí está, con todos los derechos en lo alto del muro, caminando de un lado a otro, paseándolo como el dueño de una fortaleza por todo el planeta, montándolo y derribándolo desde Toronto hasta Moscú, con una buena banda de asalariados, cinco cantantes, un bajista, dos guitarristas, un piano y una batería y el propio Waters con su mástil y su embergadura, solo, viejo (68 años), millonario y en forma, nadie puede pedir nada más, porque además la legión de seguidores estábamos allí, esperamos dos horas tumbados en la pista del Sant Jordi, sin fumar, totalmente despejados, bebiendo sin prisa cerveza a 4 euros la caña (ladrones¡), mientras la mayoría ganaba el tiempo fuera, fumando y bebiendo más barato, hasta el último minuto. La corrección del público me pareció algo increíble, tratándose de un concierto de estas características, ni humo, ni LSD, ni psicodelia, ni Syd Barrett, ni Wright y el resto del estadio sentado confortablemente en las gradas, comiendo, bebiendo y mirando con esa curiosidad de las buenas ovejas, temerosas y bien adiestradas de un gran rebaño.
Hubo todo lo que todos queríamos ver, un muro de sesenta metros de largo por quince de alto, que se fue construyendo pieza a pieza, marionetas gigantes, un avión sobrevolando y estrellándose, fuegos artificiales, desfiles filo-nacis con banderas, B52 bombardeando su carga de esvásticas, hoces, martillos, cruces, dólares, sobre el mundo; más proyecciones de nacis, comunistas, árabes, judíos, curas, dibujos animados con una línea de luz que se convierte en dos flores que se acarician, luchan, se unen y terminan apareándose y matándose, mientras la luz hecha raices (psicodelia). No se si fue antes o después, el número de los niños rebeldes que no necesitan educación, frente a la marioneta/profesor, también estuvieron allí y todas las canciones de esta ópera, divididas en dos partes de una hora cada una, con un intermedio en el que se proyectaron fotos sobre el muro ya construido, soldados y mártires fallecidos en los cuatro continentes.
La primera parte musical y llena de espectáculo, nos tuvo a todos locos mirando de un lado a otro, entre explosiones, banderas, desfiles, proyecciones de color y sonido sinfónico y mientras, rompiendo la prohibición, la gente empezó a fumar marihuana a escondidas, hasta que el aroma se fue extendiendo por todo el palacio (a escondidas). La segunda parte, fue cine en esa inmensa pantalla del muro, una recopilación de imágines de la película, ovejas, perros y cerdos, desfile de martillos, todo muy de aquellos años 70, contra toda aquella disciplina, de la que hoy apenas queda nada y queda todo (un par de centímetros por debajo de la línea de flotación) .
De alguna forma Waters intenta llenar de contenido contracultural el espectáculo, sigue vendiendo cosas que ya no se cree nadie, algo que cuando el muro salta por los aires (una y otra vez), no deja de ser política y engaño, rebozado en un sonido espectacular, unas guitarras que yo nunca había oído, buenos coros, buena filosofía, soledad, falta de comunicación, Roger Waters. Al final de la barra, un chico joven fue sacado en camilla por la Cruz Roja, mientras otro, con algunos años más, danzaba emocionado intentando quitar a manotazos y cerveza ese algo frío que no terminaba de derrumbarse. El muro cayó. Los aplausos, los oímos desde la calle caminando entre Monjuic y las vistas sobre los rascacielos de la nueva plaza Europa, enmarcando el horizonte especulativo y lateral de Barnatown. Ese fue el final de la noche para nosotros, la viñeta real de un enorme paisaje dibujado por Gerald Scarfe. Nos fuimos antes de que nos alistaran para quitar los escombros, antes de que el rebaño de todas aquellas ovejas, saliera en estampida con sus coches calle abajo. Salud.
Te gusto o no?
ResponderEliminar