Inocencio X grita. Es la imagen
del sufrimiento, es la imagen del dolor, representa todo el sufrimiento y todo
el dolor de todos esos siglos de infamia. Este hombre es la Iglesia desde la
fundación del Vaticano: la tortura, el dogma, la fe, el pecado original, los
diez mandamientos, el Apocalipsis, el secreto, la confesión, el miedo, el
fuego, el infierno y el cielo, la lujuria, el odio, la envidia, los celos, la
intransigencia, la cobardía. Este hombre no va a encontrar nunca la paz.
F. Bacon ejecuta cuarenta
versiones sobre el cuadro de Velazquez, esta es una de ellas. En todas hay algo
de la mirada, de la leyenda, en todas se nos eriza el bello porque intuimos que
sigue ahí, que escruta dentro de ti, pero no de cualquier manera, de una forma
perversa, terrorífica, dispone de todos los medios mentales para saber lo que
piensas, te sorbe la vida como si chupara dentro de ti.
No le sostengas la mirada; cuando
te acerques a buscar su bendición, a pedirle perdón, a besarle el anillo, verás
que su mano es la mano de una mujer, sin que apenas refleje sombra alguna, sus
uñas afiladas pellizcan tus escamas, algo que te resulta a la vez estremecedor y
placentero. La otra mano, la izquierda, sostiene la bula donde V. escribió la fecha y la
hora, es la mano seca y dura de un hombre que te puede condenar dos veces, a gozar de la muerte o de la
vida eterna. Todo lo demás es el uniforme de la iglesia, sedas y bordados y
aunque no lo vemos su espalda sigue erguida, rígida, no va a ser fácil tratar
con él, para nadie salvo para una mujer que le va a engañar. Debajo de esas sedas, se pudre
todo lo que se puede pudrir en un hombre. Es ahí donde V. no pudo pintar y es
ahí donde entra en tromba F. Bacon, con tanta ira como envidia por el maestro,
con tanta pasión como lujuria, con tanta energía como un loco en una carnicería.
Y grita.
Siempre grita y no se oye, los
dientes son pequeños, los ojos difuminados para evitar esa mirada.
-Imposible de olvidar –repetías-
imposible de olvidar.
Tu siempre tan sensible, tan dada
al placer, tan dada a la buena vida y de repente te encuentras con este hombre,
frente por frente, sin gafas de sol, sin nada que ofrecer, tan solo tu cuerpo
casi desnudo, el cuerpo de una niña, casi virgen, sin nada que añadir. Tu,
siempre tan sensible y el…
El fondo es de terciopelo, el
respaldo rojo del sillón, todos los tonos de la sangre superpuestos y flotando
su mirada, una sopa en la que V. puso todos los ingredientes, para que metamos
la cuchara cuatrocientos años después, sorbiendo sin ruido, a oscuras, tragando
lo que te cae en la boca, incluso uno de esos pelos de la barba, que te vas a
tragar sin decir nada.
-No hay carne más macilenta que
la del pecado.
Detrás de las cortinas, bajo el
atrezzo del entarimado, detrás de las calumnias, las insidias, la política
vaticana, roen un hueso de vaca. Es la plaga de ratas que asola todas las
ciudades de Europa, desde las alcantarillas hasta las catedrales.
-Por las noches no dejaban de
roer.
-No nos dejan dormir.
-Nuestros enemigos son poderosos, Majestad.
Felicidades maestro. Has puesto la música perfecta para la escena del cuadro. El cuadro me repele tanto como me gusta tu artículo, y ahora ya sé porqué. Las ratas...
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