Todo el mundo prefiere dormir en su propia cama, al lado de
tu propia piel y si tiene que ser al lado de otra piel, que tenga veinte años y
una locura tranquila; que no tosa durante toda la noche; que me deje dormir y
que el resto del tiempo sepa soñar y compartir.
Tengo entre las manos (y a veces entre las piernas) una
colección de poemas y de poetas. Están todos, todos tienen el talento de la
juventud y de las abstractas facultades universitarias españolas, son bellos y
azules, a veces se restriegan la piel tan llenos de rabia, que cualquiera diría
que necesitan mudarla para seguir creciendo como las culebras. Son dioses,
tienen toda la energía, lo tienen todo y ahora se han metido todos juntos en
esta casa de locos y ahí están, dándose amistad unos a otros, con toda la
generosidad que se tiene cuando no tienes nada y lo tienes todo, y sobre todo
uñas para arañar, dientes para morder o una piel para tatuar; son bellos y azules
y ninguno se ha suicidado,” )el beso es
una herencia sin que nadie oiga el suicidio( “-Ernesto Castro-, aunque en
muchos de ellos late ese sentimiento, que a sus padres, también jóvenes, les
debe joder bastante, igual que las discusiones a la hora de comer a la hora de
pedir, a la hora de llegar y de salir, a la
hora del sexo; y a veces se quedan ahí, detrás de las cortinas, donde
solo el perro o el gato te conocen, escribiendo con la letra muy pequeña con
una luz muy pequeña en una libreta delgada, porque todo lo que necesitan es un
papel, un lápiz Staedtler nº2, una cerveza pagada por un amigo, prestada a
cambio de poesía, unos ojos verdes al final de la noche para que no todo sea
esto:
“No tengo casa, no
tengo dinero, no tengo trabajo.
No tengo ni oficio, ni
beneficio.
No cotizo, no
improviso, no viajo.”
La que lo escribe es Cristina Fernández Recasens, nacida en
Blanes. Los demás nacen en Zaragoza, Málaga, Madrid, Pola de Siero, Valencia,
Sevilla, Oviedo, Pozo-Lorente, Almería, Ponferrada, Roquetas de Mar, Ourense,
Segovia, Avila, Jerez de la Frontera, Granada, Lucena, en Barcelona; son como la lluvia, cae donde cae
y en algunos lugares parece que no llueve nunca y aunque sean cuatro gotas,
estos novísimos poetas abren una brecha que faltaba, porque hay mucha poesía,
hay varias generaciones de poetas (en silencio) a los que nadie a tomado
cuentas, que pasan de los cuarenta, que son viejos punkies de las letras, viejos músicos, viejos rockeros que andan recorriendo las cunetas (y cito a Felipe Zapico
o Luis Vea, Luis Artigue, Camilo de Ory, cito a los años 80 con toda aquella
poesía musical) y que nunca cumplieron esos veinte años dentro de un libro de
locos, como este, quizá porque a su lado nunca apareció Luna Miguel, una virgen
nómada, que ha empezado el siglo con una fuerza que a mi me conmociona, la
disfruto como si fuera mía, la entiendo y la comparto y ahora veintisiete más,
que busco y a los que pido amistad y me la dan, sin preguntarme de donde coño
salgo yo.
“Estoy donde debo.
Y sin embargo, nada me
pertenece.
No es mío este jardín.
No estas ventanas sin
respuesta.”.- Laura Rosal.
Todos son Alberto Acerete, Cristian Alcaraz, Bárbara
Butragueño, Laura Casielles, Ernesto Castro, Cristina Fernández Recasens, David
Leon García, Berta García Faet, Javier Gato, Alvaro Guijarro, Alberto Guirao,
Odile L’Autremonde, Ruth Llana, María M. Bautista, Constantino Molina, Enrique
Morales, Raul E. Narbón, Sara R. Gallardo, Marina Ramón-Borja, Eba Reiro, Judit
del Río, Emily Roberts, Laura Rosal, Miguel Rual, María Salvador, Angel de la
Torre y Unai Velasco.
Tenían veinte años y
estaban locos. Edición de Luna Miguel
La Bella Varsovia (2011)
Son más de nueve, para ser novísimos. El tiempo debería convertir a alguno en Castellet...el peligro estará, una vez más, en el nuevo Leopoldo...aunque esta generación ya tiene su LeopoldA, a la que también le gustan las moscas succionando en la oscuridad de la entraña.
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