Presentación de Biblioteca
Nacional de Mario Crespo
Eutelequia narrativa
Patrimonio Nacional, la Escopeta Nacional y ahora Biblioteca
Nacional. Es viernes, son las siete de la tarde y es 24 de febrero en la
Central del Raval y allí estamos, en la cripta, acompañando a Cristina
Fallarás, Jordi Carrión y Mario, Mario Crespo el autor y su obra.
Abre el micrófono Cristina Fallarás, cree en las sensaciones
literarias y cree en la literatura, escribe, publica, gana premios y está aquí
apoyando a Mario en su cruzada literaria y junto a ella su marido y su hija “los demás siguen ahí fuera, casi nunca se
les oye, pero podemos sentir su tensión” (Ultimos días en el Puesto del
Este). Ella dice que viene de otra época en la que nadie contactaba con los
escritores y que los escritores no contactaban con sus lectores, otra época en
la que cada uno estaba en su sitio y Dios (el que entonces mandaba) en el sitio
de todos. Dice ella que así era y que ahora los escritores jóvenes se te meten
en casa, por medio de las redes sociales y por esa multitud de editoriales independientes a las
que les gusta la literatura; adobándolo todo, los pontificadores (teóricos), los querido
diario (chicas cuenta-intimidades) y los escritores con sus blogs y su ser.
Cristina lo dejó un poco así, después de calificar la novela de MC como
valiente y original, se puso a un lado y dejó paso a Jordi Carrión, que era el
teórico del evento, igual que Eloy Fernández Porta lo es en la contracubierta; nos fue desgranando con calma y una voz tersa,
las buenas sensaciones del libro, el salto narrativo respecto de la anterior Cuento Kilómetros, y lee párrafos de
esta novela de auto-ficción con sus alter ego, sus desdoblamientos, pequeños
párrafos de ese aperitivo que se prueba antes de empezar a comer y así nos
quedamos con esos bocados, esperando lo demás.
Éramos unos cuantos, Francesco Spinoglio, Sergi de Diego,
Eloy Fernández, Carlota Mosseguí, y alguno más, así como Pepa de tres años, la
hija de Cristina, esa hija por la que escribe cada día o cada noche.
Y así entre amigos, agradeció Mario que estuviéramos con el.
Mario Crespo tiene las manos grandes y los dedos largos y se parece a Guardiola,
explica con las manos todo lo que puede decir con esa voz que también es tersa
y también acostumbrada a hablar y a agradecer y contó todos los detalles del
momento literario y las circunstancias que le movieron a escribir, las
laborales en la Biblioteca Nacional donde trabajó, ese almacén subterráneo de
dieciocho plantas con una atmósfera y un microclima por el que también hay
becarios y funcionarios, bedeles, lectores, y amigos como Barrueco. Mario nos
lleva y nos trae de esos sitios, algo que siempre ayuda a situarte en lo que
después vas a leer, tiene esa facultad de regalarte todo eso hasta que te ves
dentro del álbum de fotos y dentro de sus conflictos y los personajes que salen
de esos conflictos, que son los que aparecen en las páginas y según parece
fuera de ellas.
-Ahora estoy muy bien en el lugar donde trabajo –dice Crespo-
pero os aseguro que he tenido que morder el polvo en muchos de esos otros
trabajos.
Jordi Carrión y Mario Crespo
Y eso es lo que pasa por aquí, gente bien preparada que ha mordido el polvo en
todos los grados, todos los cursos, todos los idiomas y con las asignaturas
bien aprobadas, jóvenes masters del universo, compitiendo dentro de una pista
abarrotada de coches de choque y una sola ficha para jugar.
Y así pasó una hora. De lo que todo el mundo termina
hablando en estas reuniones, no es de literatura, es de dinero y aunque se
sigue fumando y se sigue bebiendo como en los mejores momentos literarios de
Formentor, se termina hablando de que este oficio es una ruina, que uno se
tiene que dedicar a dar clases de creación literaria en algún sitio, o ser
funcionario de ocho a tres y escribir por las tardes, en el mejor de los casos.
No obstante, la solución no es escribir por las tardes, es escribir, conseguir
escribir bien de una vez por todas y en esas estamos … y después cobrar por ese
trabajo, como cobran los carpinteros, los ingenieros o los astronautas, porque
no puede ser gratis total.
Pero de eso ya no se hablaba en la cripta que tiene su
horario comercial, ya estábamos en el bar, buscando sillas y juntando mesas, con
una botella de vino, algunas cervezas y es allí donde Mario Crespo estaba
acompañado de sus amigos escritores de Barcelona, de sus personajes y de su
agradecimiento.
Me hubiera quedado hasta que se apagara la última bombilla,
pero ya no tengo todo el tiempo que me hace falta y me temo que siempre va a
ser así, además aquella tarde me dolía el tobillo. Dejo a la gente bien
sentada, con la botella a medio beber y me voy con el gusto de Mario Crespo y la
generosidad de todos los demás, incluso con los que no he podido hablar, a
quien tan solo conozco por los blogs, sus álbumes de fotos, estos libros
infernales y los mundos paralelos. Con todos estuvo bien la cosa, aunque llegué
cojeando a casa por aquel dolor de tobillo, que tan solo era una metáfora en el
zapato.
- ¡Qué tiempos tan extraños!, las metáforas huyendo de los
libros, de los blogs.
- Y de los escritores.
- Puta crisis
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