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lunes, 5 de marzo de 2012

Biblioteca Nacional, una novela de Mario Crespo. Eutelequia narrativa



 
(30 páginas de largo y 3 millas de alto)

Cuando veo a Mario Crespo de inmediato me doy cuenta de dos cosas, vive al lado de un cuelgue suave y dos, que no es ni Pablo Villa, ni Guardiola, ni Vila-Matas, ni es David González, no es el doctor Jorge Carrión, ni Fernando Martín, es Faemino. Habla con un tono de nuez que se afloja al llegar a la boca y se deshace entre los labios, entre los labios y entre las manos por las que pasa una gran cantidad de aire y de expresiones.

Pero cuando leo la novela, me doy cuenta de algunas cosas más, como cualquiera de vosotros, mis procaces y amados lectores, editores, consultores, gestores, animadores, compañeros todos, de viaje; cuando leo la novela y a la vez recuerdo la presentación en Barcelona de su libro Biblioteca Nacional, me doy cuenta claramente que puedo escuchar a Mario mucho tiempo sin cansarme, este tipo tiene ese don, no cansa cuando habla, (ni cuando escribe) porque no es pretencioso, más bien es como un colega al que hace tiempo que no ves y que te está contando todo eso que hace tanto tiempo que no te cuenta, lo que resulta muy agradable y a la vez estimulante.

Y lo que te cuenta es una historia que sucede en la Biblioteca Nacional y en esa historia te engaña por la mano (como en los juegos de cartas) y te engaña porque mezcla la vida personal de su personaje Pablo y su vida familiar, con un suceso que le ocurre en el trabajo, un suceso paranoico que se produce por un desarreglo físico y psíquico. El caso es que a la vez que te engaña te dice la verdad y te voy avisando lector, que es así y eso lo disfrutan más los que más le conocen porque se dan cuenta de donde está ese límite. El escritor se lo pasa bien con ese juego, por sus páginas pasan personajes conocidos y sus amigos, a los que cita y da vida a los muertos con sus apariciones y a los vivos, porque son reales, tan reales como que escriben y publican y a la vez se citan unos a otros, redimiéndose así una y otra vez asegurándose un cielo algo viciado y en mi opinión una forma de ir al infierno de los novelistas y sus vanidades de ida y vuelta (parece ser que Houllebecq, Vila-Matas, Barrueco etc, no escriben en balde). No solo ya no nos vale describir gente o situaciones y ambientes que se parecen a otras que ya conocemos o que podemos imaginar, si no que el estímulo debe ser directamente meter de personajes de tu novela a tus amigos, familiares o compañeros, lo que no les convierte en literatura sino en cotilleo de revista. Creo que ahí la novela pierde algo de músculo y se vuelve perezosa. Pero si, leer BN es una especie de cuelgue que puede que disfrutes más si a la vez te fumas una buena hierba, no terapéutica si no de la del tiesto en el balcón, hasta que ya no notes las orejas y después te miras al espejo por si aparece Guardiola o Ramoncín, o incluso el mismísimo Pablo Villa mirándote entre líneas con la ansiedad en las mandíbulas  “¡qué tio qué¡, dime qué te parece, me interesa mucho tu opinión”.
-Te digo lo que me parece –mirándome en el espejo, como cada mañana- me parece que tiene poca ambición.
Si, yo también creo que es una novela poco ambiciosa, que se queda corta, que se podía haber sacado más, si no fuera por la puta ansiedad de terminar ciento cincuenta páginas y publicar.
-¡Eh tío, se me escucha! –mirándome en el espejo- ¿ahí al fondo, se oye bien?
-Si, tío se oye bien, demasiado bien.

Y aquí también, junto con la ansiedad el puto ego-de-artista, apretando los cojones y la paranoia del YO lector que quiere saber en qué termina la cosa, es lo que hace que te leas cincuenta páginas el primer día y el resto el segundo día, del tirón, mientras recorres todas las habitaciones hasta llegar a la bañera y ver mis huevos flotando en el agua azul por las sales minerales del mar muerto, ahogando el ego de Mario Crespo que gorgoritea en el fondo de ese mar de vanidad y buenas intenciones y terminas la novela con algo de rabia y algo de pena, no se la proporción.

Entrevista con Pablo Villa, frente a un espejo

-¿Eres un buen escritor?
-No lo se, pero a veces se me pudre el carácter y lo paga mi chica.
-¿Te gusta joder?
-Me gusta mucho, lo hacemos bien y a menudo. Nos gusta.
-¿Te sientes estafado?
-Claro, somos una generación de gente bien preparada, hablamos idiomas y después de hacer lo que teníamos que hacer, nada, el paro o un sueldo de mierda en el que te putea gente que vale muy poco.
-¿Conoces a Guardiola?
-No, ni me interesa, soy del Madrid, que quede claro ¡halamadrid!
-¿Fumas maría?
 -Cada vez menos, los años no pasan en balde, prefiero el LSD, me veo mejor en los espejos.
-¿Cómo estas de ego?
-Buena pregunta, soy un ser absolutamente vanidoso, los escritores lo somos.
-¿Ultimamente sigues alguna luz?
-Hay que fijarse metas, cuando trabajas para la administración, de lo contrario enloqueces. ¿Te queda claro esto?
-¿Y para terminar?, ¿hoy hay niebla?
-Si, siempre hay algo de niebla. Esto es Madriz hijo.

El espejo se funde a plomo y Pablo se refresca la cara hasta que el grifo, automático, se cierra. Vuelve al trabajo, hoy los escritores han escrito mucho, los editores lo publican y el trabajo se acumula en los carros de la Biblioteca, igual que los cigarrillos en las aceras. Alguien que espía le oye decir en el pasillo “-¿para cuando dices que sale esta entrevista?”.

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