Había cierta expectación por ver a Lorenzo Silva, no
obstante todavía tenía caliente los saludos, abrazos, pasa manos, besos y la
cena de la noche anterior por haber recibido el premio Planeta, tenía reciente
al ministro Wert, els Presidents Mas y Lara y todos los demás, poetas,
novelistas, jurados, periodistas, guardaespaldas, camareros, damas de la corte
literaria y ahora ahí está, junto con los profesores Eloy Martín y Jordi Carrión,
con calma, tranquilo, algo cansado y contento, había quedado a las seis y media
de la tarde en el aula de la Pompeu para esta conversación y allí estábamos los
demás, unos para hablar y otros para
escuchar y de fondo, los moros esos personajes diferentes y molestos, que
aparecen siempre en un tercer plano de la película Casablanca, pero que cada
vez buscan más cámara, porque no hay nadie con más futuro, a los que la
humillación de occidente les subleve más, orgullosos de su pasado en el pasado,
son los árabes y su futuro es ficción según los acontecimientos que se miren y
a qué autor se cite.
Siempre va bien tener a un profesor que inicie el
calentamiento de cualquier acto y del otro bando a un novelista, (lo sabe bien Jordi
que sufre en carne propia como profesor, novelista y ensayista). El profesor
Martín, como todos los que han pasado por estos ciclos, se ciñe a la verdad, ni
arriesga ni inventa y fundamenta esa verdad con nombres y apellidos, compara,
expone y todo eso lo hace desde la cátedra, con cierta resignación, solo que
entre esa cierta resignación tanbien cabe un resquicio de ironía con la que combatir,
a esta escala, a los poderes políticos y Lorenzo Silva conecta con Martín, por
ese resquicio de ironía que todavía flota en el ambiente, en este ambiente
enrarecido de la crisis económica y de primaveras árabes, con la esperanza de que
cada año esa primavera árabe renazca de las cenizas del invierno. Y Lorenzo
Silva a diferencia de los docentes, habla con todas las voces que se le han
asomado, no solo a los libros, si no a ese sexto sentido de los novelistas, a
su vida, a sus viajes, (hace diez días en Argelia) volviendo real esa verdad
científica de los libros de texto y podía citar también a Juan Goytisolo como ejemplo
de escritor, pero no lo hago porque su nombre ayer no salió a relucir por la
palestra.
Y así nos confesamos todos, sale lo mejor y lo peor de las
religiones, de los fanatismos, del poder económico saudí para instalar en todo
el mundo musulmán la vertiente Wahhabi del Islam, que es como un Opus Dei; pero
llegar ahí es un proceso y para entender ese proceso también hay que entender
lo que un creyente siente, el Islam está metido en la piel de la gente, no es
algo que se pueda asilar de la persona, es un tronco que parte del mismo tronco
humano que lo sustenta, eso es el Islam de
los creyentes, tan metido está en cada capa social y costumbre que es imposible
cualquier cambio político, si el cultural sigue en esa raiz. Para eso Silva
recomienda leer “La enfermedad del Islam”
de Abdelwahab Meddeb, tripolitano y residente en París, un análisis preciso de
los movimientos islámicos en el que se manifiesta que si el fanatismo es la
enfermedad del catolicismo, en nazismo la enfermedad de Alemania, entonces el
fundamentalismo es la enfermedad del Islam.
Lorenzo Silva, no solo es sus personajes Bevilacqua y Chamorro,
no es el abogado de empresa que dejó su trabajo para escribir, es un tipo con
dieciocho novelas, nueve libros más de viajes, guiones, y otros diez infantiles
y juveniles; todo eso con cuarenta y seis años le da un tono de voz y una
militancia, el peso específico del viajero que sabe que está de paso y desde
luego todo eso antes de llegar al Planeta de hace unas horas y que ahora mismo
además de por las felicitaciones de todos, no deja de ser una anécdota; un tipo
así con esa mochila no se deslumbra fácilmente. Y parece ser que este tipo confía
en que la gente de ese norte de África que cada vez está más cerca de nosotros,
cree que todo este mundo árabe que se revuelve y lucha, despegará, poco a poco
despegará, si el lastre del Islam, de las dictaduras, de la corrupción, todos
esos paisajes, que nosotros en nuestra democracia también conocemos, lucha por
quitarse el cuartel de encima, esa misma piel que España se quitó con el
franquismo. Así fueron transcurriendo
todas esas conversaciones, nadie se atrevió a vaticinios estériles y quedó
claro que Egipto, Túnez o Marruecos vivirán su revolución, una revolución que
tendrá uno de sus pies en la evolución cultural y en las mujeres, esa mitad de
la población, sin las que ninguna sociedad puede avanzar. Son los tiempos que
hay que vivir y en los que todos vamos a estar.
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