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jueves, 13 de diciembre de 2012

HOLY MOTORS


 
Empieza y termina. Vuelve a empezar y vuelve a terminar, y nunca sabes si va a volver a empezar, pero de nuevo comienza, se quita la piel, la nariz, los postizos, uñas y pelucas y ya no sabes si su cara es su cara o solo una máscara más. Entra y sale del absurdo, sin límites y te deja el cuerpo lleno de sensaciones que terminan siendo cicatrices cuyos reflejos no quieres en tu espejo. Si alguien no conoce el aspecto de  la infelicidad, esta película es un resumen, vete a verla. Éramos seis y  la sesión, la de las cuatro de la tarde.

Por la mañana visito el Cementerio de Poblenou (1775). Algunas criptas me resultan familiares. En alguna parte de mi memoria se aloja alguna imagen que no recuerdo pero que me termina mareando. Me cruzo con dos hermanas, una de ellas me saluda. En ese cementerio hay operarios que ponen a punto algunos mausoleos, también hay alcantarillas y supongo que pasadizos y conexiones hacia calles, réplicas de otros mundos paralelos, duendes que devoran flores. Antes de comer en el mercado de Santa Caterina, visito el museo Frederic Marés, me cruzo con dos visitantes, apenas nos miramos. Paseo entre la colección de vírgenes con niños que proceden de León, Navarra, Palencia, Zamora, vírgenes madres que sostienen a su hijo, con extraños parecidos, son todas del siglo XIII, cada cara marca un carácter, cada gesto un estado mental, ordenadas, carcomidas, conservan restos de policromía, conservan toda la energía de aquella época, siglo XIII, es de locos y de locos es la colección de cristos crucificados, uno detrás de otro, también del siglo XIII, casi todos miran con cierto placer, creo que el románico es el arte más paranoico de la civilización europea. Cada una de las caras de esas vírgenes con niño (son como un libro de familia) existió en algún pueblo, cada uno de las caras de esos cristos también, si te fijas en ellas te lo cuentan, lo están deseando, desean hablarte.

La infelicidad de padres con hijos, la infelicidad de mujeres solas, de perros reales que duermen en la misma cama que los personajes a los que acompañan, de la luna reflejada en el parabrisas de una limusina blanca, una trampa, el camerino de una estrella sin público, pero con un productor (Michel Piccoli).
-Pareces cansado

Todos los personajes fuman, todos los escenarios son inhóspitos, degradados, extremos, explosivos, todos son suicidas que van preparando su camino, un camino que se recorre hasta el agotamiento y surge una y otra vez la música de  Dmitri Shostakovisch (Funeral March) , esa despedida de Kylie Minogue, con el Pont Neuf de fondo, (ese puente en el que hace muchos años yo escribí el nombre de una chica), después de haberle escuchado cantar Who we where de Neil Hannon, haciendo girar a la película en el desconcierto, con un final de secuencia brutal.
 
Todo es brutal y detalladamente escrito en ese guión que aparece en cada una de las nueve crisis o capítulos. Denis Lavant, el protagonista, no te da ni el más mínimo respiro, ni te lo da Carax, uno de los directores de cine más bastardo e hijo de puta. Conoce cada uno de los planos y sabe lo pernicioso de la reacción: construye sin maldad, como sin argumento, apenas existen diálogos y los que hay se agotan desde el principio faltos de ironía, cicnismo, de un laconismo y una falta de emoción, de energía, de vida, que produce un inmenso desasosiego contado en planos cortos, no es el cine de David Lynch, es Carax levantándose de la cama en la que duerme su perro, abriendo la puerta hacia una sala de proyección y enseñándote un camino por el que nadie ha pisado antes, ni siquiera él, que también es espectador.

Termino el día vagabundeando por el gigantesco, desolador y polvoriento aparcamiento del centro comercial Icaria en la Vila Olímpica, en el que la máquina no acepta tarjetas para validar el ticket del parking y en el que he abandonado dos horas antes el coche, entre huecos sin numerar, que se han ido llenado de sombras. Es parte del guión.


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