Comí
la carne y bebí la sangre, tu carne y tu sangre y seguí siendo torpe, pecando,
equivocándome con la verdad, me cansé, me arrodillé, te pedí perdón, me até los
cordones de los zapatos rotos y continué. No puedo ser siempre culpable padre,
por eso ya no quiero comer ni beber tu sangre. Después de muchos años levanté
la cabeza por encima de los escombros y pude ver el paisaje. Me puse de pie y vi
que el paisaje llegaba lejos, nada me impedía tener una visión clara. Di un
paso, podía moverme, caminar y llegar; dije una palabra, vi que podía hablar y
eso me produjo alegría, andaba solo y no me inquieté por eso, no había referencias,
ni caminos, detrás de mi quedaban bien marcados mis pasos y eso me alegró y a
la vez supe que también se borrarían, se convertirían en escombros como lo
demás. Encontré una piedra y me senté en ella, también era agradable sentarse y
esperar y es cuando dije las primeras palabras
-Yo soy el padre
Podía hablar, me sentí extraño
con esa nueva sensación, podía repetirlo
-Soy el padre
Encontré en los bolsillos un
papel y escribí esa palabra, padre y
eso me produjo satisfacción y en aquel mismo momento pensé que todos los perros
tienen boca, que el mundo es imperfecto y en eso reside toda la belleza,
también que había fealdad y que tendría compañía porque el camino es para
todos, que aquel paisaje después de los años no era solo para mi y volví a
escribir “soy el padre” y pensé que
era así porque podía dar y crear vida y también lo escribí para volver a sentir
satisfacción, en ese momento, después de escribir y sentir volví a pensar que
llegaría también la inquietud y aunque la satisfacción me gustaba, a la vez me
inquietaba. Y es después que vi a otro hombre caminar erguido, despacio, con
dificultad pero lleno de dignidad, era como yo, descubría el camino y quería
sentir satisfacción o quizá inquietud o quizá lo que ese hombre descubría no
era bueno. No me molestó, el mundo debía estar lleno de hombres así que un día
se ponen a andar y empiezan a sembrar detrás de ellos huellas nuevas, quizá
encima de otras ya borradas por los escombros.
El
auditorio se abrió dentro de una caja perfecta, cuadrada, estéril. A un lado
alguien pudo poner sus banderas y un atril donde colocar las manos y un
micrófono que recogía la voz y la devolvía clara, amplificada. Aquella caja,
sus sillas ordenadas con un pasillo a
los lados y otro en el centro, se fue llenando de gente, poco después ellas se
sentaron. Por cada grupo de cinco o seis mujeres, había un pequeño hombre. Venían
de lejos, habían perdonado a algún hombre, sonreían, hablaban entre ellas sin
conocerse, esperaban. Yo también entré, había ensayado para hablar, saludé como
explican los manuales de comunicación, iba vestido, buenos zapatos de piel de
potro con los que había pisado el sol del día. Aquel día luminoso no entraba
dentro de los planes de la caja perfecta que tenía su propia luz. Vi la mesa a
la que me sentaría y que me separaría de todos los asistentes incluso de mi
mismo. Sobre la mesa alguien colocó carpetas y dentro una hoja de papel con
algunos nombres en el que estaba también el mío, ELIAS GOROSTIAGA, así como
instrucciones bien ordenadas, algo que miré por encima sin atención, ese papel
me produjo fastidio, también aquí había reglas y cerré la carpeta. Alguien dejó
una botella de agua precintada y un vaso de plástico, desenrosqué el tapón y
bebí directamente de la botella porque los vasos de plástico antes o después se
derraman y volví a enroscar el tapón con delicadeza. Pensé que el agua me aclararía
la voz, pero la voz siguió confusa, pesada, apelmazada en la parte baja de la
garganta. También la mesa tenía un micrófono. Un hombre se me acercó y me
instruyó en el orden de las intervenciones, repitió lo que tediosamente había
leído en el papel, le miré y vi que era un hombre cabrón y bueno a la vez, que
cumplía con su trabajo, todo eso formaba parte del acto, del tiempo de aquel
auditorio perfecto. Cerré la carpeta y la volví a abrir, y la cerré y al volverla
a abrir, leí otros nombres NOEMI TRUJILLO y REMEI LOPEZ volví a cerrar la
carpeta y la volví a abrir. Ese hombre le daba una gran importancia al
micrófono. Iba a mover el micro de la mesa al atril y del atril a la mesa y a
ese movimiento no dejaba de darle una gran importancia, insistía en que le
indicara cuando debía mover el micro de la mesa al atril y del atril a la mesa.
-Yo estaré atento a sus señas
–dijo-
Antes cumplí con el protocolo y fui
a buscar a un hombre a la estación. Ineludiblemente debía asistir al acto. La
aguja del reloj marcó las once y media de la mañana y en ese mismo momento el
tren de la R2Sur, entró en el andén, puntual como un esclavo.
-Si no viene en este tren, ya vamos tarde.
Antes de terminar la frase aquel
hombre bajaba sin prisa las escaleras para salir del apeadero. Le abracé.
Caminaba despacio pero ardía por dentro, ya que el tiempo de este hombre era
distinto a mi tiempo y al tiempo de las mujeres.
Las primeras sillas, fueron
destinadas a los hombres que iban a hablar de su libro, en las primeras sillas
de los auditorios nunca se sienta nadie a pesar de ser el lugar más cercano, el
más visible, la gente siempre intenta protegerse de algo, algún peligro mental,
prefieren tener a alguien delante y así en una sucesión hasta llegar a la
primera fila. En esas sillas vacías figuraba el nombre de los ocupantes JUAN
VICO, OSCAR SOLANA, SERGI BELLVER, JORDI CARRIÓN, DAVID YESTE, DAVID BARBA. En
la mesa nosotros también teníamos nuestro cartel, nada se escapaba al auditorio
perfecto
Se
presentaba allí NOMADAS, una recopilación de textos escritos por veintiún
autores que habían desayunado en mi casa a las nueve de la mañana. El desayuno
fue el siguiente: pà de pagés tostado, untado con tomate y aceite de Jaén de
primera flor, queso bien curado, lomo embuchado, aceitunas tratadas con salsas,
churros bañados en chocolate, vino con denominación Rioja, café y leche y
además bizcocho de canela y fruta, troceado en dados con un asombroso sombrero
de azúcar glaseada. No había periódicos del día, la alfombra estaba enrollada
para que nadie pudiera pisarla, con un pequeño cadáver dentro y los veintiún
autores aprovechando un descuido se pusieron a firmar mis libros, libros que
ellos no habían escrito, ni leído, necesitaban firmar algo real, mi casa se
convirtió en una pista de precalentamiento para lo que sería después el
auditorio de la Biblioteca de Viladecans y a su paso, todo quedó lleno de cadáveres
sonrientes y buenos días.
Todo
se desarrolló conforme al papel de la carpeta, donde añadí un nombre más Ana
María Trillo. Después, ni antes ni después, Noemí Tujillo vestida con un abrigo
blanco con las mangas llenas de flores, volvió a contarme el orden de las
intervenciones, me explicó detalladamente los planos del auditorio, su perfecta
estructura cuadrada, yo en aquel momento ya estaba borracho, miraba a toda
aquella gente y no entendía ni de donde habían salido ni que esperaban, ni con
qué fe, pero todos sonreían como si les hubiera tocado el premio de Viladecans, además de borracho trataba de mirar con ojos
de mujer a los autores que se felicitaban de estar allí, que entretenían su
tiempo académico consultando sus ipad, engañándose, pensando en sus propias
palabras, esas palabras que no sabe uno si van a llegar o se van a perder en
ese camino sin huellas, en ese paisaje devastado y pensé para mi.
I am the father
Y eso me dio fuerza para seguir y
sostener mi borrachera, con el pelo pegado al pelo y la frente fuera de su
sitio, la barba recién planchada, los ojos cansados y las manos muy ordenadas
junto a puños de camisa impolutos. Habló Remei en nombre de la Biblioteca que
alberga en sus estantes miles de libros que nadie ha presentado nunca, porque pertenecen
a una vieja época en la que no se habían inventado el espacio, ni el tiempo, ni
la risa, y habló en nombre del auditorio perfecto y degustó palabras de batalla
a las que no presté ninguna atención porque sonaban a café, pero que se
aplaudieron con fervor, como si todas las manos tuvieran en ese momento guantes
blancos, como aplauden los dibujos animados de Wall Disney. El hombre del
micrófono estuvo atento a mi señal pero no le di ninguna señal y Noemí se hizo
cargo de la situación comentando con voz de adolescente y mirada de miel, lo confortablemente
bien que se encuentra en Playa de Ákaba, los catorce títulos en el primer año editorial,
se notó su satisfacción por el proyecto Nómada y me dio las gracias por haber
participado en él, en ese momento empecé a escuchar cascabeles, primero uno,
después diez, después cien hasta llegar a un número gigantesco de cascabeles,
miles, millones, eran todos los cascabeles de todos los arrieros y sus mulas,
de todos los caminos que han recorrido los arrieros y sus mulas por todas las
tierras y por todos los caminos de arriero, sentí satisfacción ante tal
acumulación de sonidos, satisfacción. Los Rolling Stone habían llegado sin
invitación a la fiesta Nómada, vi a Lou Red sentado entre el público a Robert
Mapplethorpe, y después de esta enorme borrachera hablé yo. No puedo recordar
lo que dije, no me pude oír, el hombre del micrófono se descojonaba, dije algo
de mi y de mi familia, una chica me hizo una foto que salió muerta, dije algo
de Vico, de Artigue, de Carrión, dije cosas sueltas que se iban pegando por las
paredes y se disolvían en la luz del auditorio perfecto, o que caían delante de
mi y al otro lado de la mesa, como ranas pequeñas. Me fui volviendo
transparente hasta desaparecer, miré el reloj que cronometra el tiempo y vi que
era un tiempo distinto al anterior, era distinto al tiempo del que disponía
Jordi Carrión y que ya había gastado antes de entrar, distinto al tiempo
expresivo de Juan Vico, al tiempo lento de Oscar Solana, al tiempo de Sergi
Bellver que envolvió sus palabras en una bufanda que tejida por Ainhoa
Rebolledo mientras tricotaba como contramaestre en el barco Pequod, y sus
palabras empezaron odiándome y terminaron amándome, el tiempo de Manuel Vilas
teletransportado desde Nueva York, donde reside actualmente, al cuerpo de Juan
Soto, por lo que Juan podía disfrutar de
la experiencia de Vilas, de su firma de ejemplares y Vilas de Juan dándose
placer con sus jóvenes novias, en un tiempo que para Vilas casi ha caducado, el
tiempo del placer salvaje, vi como Charlie Watts, impecable, hablaba con David
Yeste y se ofrecía para tocar la batería por los pueblos con su banda y cuanto
más hablaba con él más se le hinchaban los ojos a David que explicó sobre un
tiempo de músicos y de sus viejas leyendas de pueblo. Y después o quizá antes,
levanté las cejas, la mirada, incluso un hombro y el del micrófono, tan atento
como un podenco en el campo de batalla, hizo presa sobre el cuello del micro y
lo transportó degollando un cable negro del tiempo de los cables, un tiempo que
todavía no ha terminado, hasta clavarlo en el atril, junto a las banderas que
goteaban colores pringosos en el suelo perfecto del auditorio y que todos los
autores pisaron sin devoción alguna.
No
cruzó ningún avión por el espacio aéreo de Viladecans. No cruzaron por sus
calles las viejas motos de los rockers, aprovechando ese momento familias de
ciclistas, manadas de ciclistas gordos buscando una meta que terminaron delante
de un plato de butifarras con alubias, atravesaban todas las calles y se
perdieron por el territorio y las vegas. Y pasados todos los momentos, los
autores empezaron a firmar sus libros, rodeados de aquellas mujeres que habían
perdonado, Vivian, Arantxa, Lola, Elena, Maribel, Susana, Amalia, Anna, Juana
La Loca, Isabel La Católica, La Duquesa de la casa de Alba, doña Vicenta la
maestra, Cati, y así un sinfín de firmas y de deseos, yo también estuve allí,
me llené los dedos de tinta y firmé con una vieja estilográfica Párker West
Germany, que compré hace más de veinte años, para firmar libros y que ha
permanecido virgen y vieja hasta hoy, cargada con tinta Waterman Havana ink indeleble.
He firmado docenas de copias de un libro que es de otros, de veintiún autores nómadas
que han dejado su hueva de alacrán, su larva, sus genes, en ese caldo, he
firmado y he sentido las confesiones del público que deseaba el libro como el
flotador de un naufrago, os he besado a todos, os he besado hijos míos pero no
guardo memoria nada más que de unos pocos, los que caminan.
I am the father.
Elías, eres jodidamente bueno, esto no es una crónica, es muchísimo más. Un abrazo.
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