Barcelona. Librería
+Bernat. Jueves, 9 de octubre de 2014.
Enrique Clarós
Editorial Playa de Ákaba
El la línea azul viaja una chica que ocupa parte del asiento
contiguo. Se hace fotos con el móvil. Al lado se sienta un airon man. El tipo
viene chapeado de cicatrices en las rodillas, quemaduras en los tobillos,
rozaduras viejas en los dedos, los juanetes. Se sienta sobre el vestido de la
chica y en el acto una lucha de manos y vestidos se desata y aparta a la chica
de su móvil. No se miran. El con la barba larga y recortada, una densa barba
pelirrubia y el peinado de Sergio Ramos, perfecto para una noche de un jueves,
airon man. Me cambio de sitio sin salir del vagón. Desde la nueva perspectiva
tengo la imagen del teléfono de la chica. Ha fotografiado sus labios, unos
labios bien hidratados, de unos veintipocos años. Juega con ellos en la
pantalla, los envía a alguna dirección, vuelve a jugar con ellos. No lo
soporto.
-¿Cuándo fue la última vez que estuviste con una gran mujer,
necio?
El trasbordo a la línea azul es largo, fatigoso el pasadizo
por la humedad, la ropa se pega, la humedad se mastica, igual que en Vietnam,
Camboya, el pasadizo. La línea azul está tranquila, un par de jóvenes se besan,
ella viste un ajustado pantalón blanco. Son jóvenes y olvidan. Nada más.
No sé dónde queda +Bernat, quería salir a la Avenida de
Sarriá y aparezco en Josep Tarradellas. He dado unas cuantas vueltas, si, estoy
sudando, si, las calles están mal iluminadas. Cansado y pegajoso llego, por fin
llego y allí está recibiéndome Oscar Solana, detrás espera Enrique Clarós.
Sonríe.
Hoy es el día que E.C., tanto ha deseado desde antes del
verano, incluso antes, del verano del año pasado. El día que tanto ha temido
durante las últimas semanas y por eso le acompañan todos sus amigos poetas, los
miembros más destacados del Laberinto de Ariadna y entre ellos Felipe Sérvulo,
sus dos hijos ,Alma y Enric, bellos, su mujer, extrañada, su cámara de fotos,
su trípode y junto a él en la mesa +Bernat, Rosmarí Torrens y Alfonso Levi. Pero el
micrófono lo tomó Lady Mcbeth desde su silla de ruedas. Con él y su voz sobria,
abrió el laberinto para que los poetas buscaran la luz y la oscuridad. Los
ratones salieron disparados hacia el cebo, únicamente guiados por su olfato.
Comenzó esa Gran Mujer que es Rosmarí, desgranó versos
sonámbulos y los comentó, avanzó hacia la oscuridad y a medida que avanzaba la
Librera retrocedía hacia las sombras y Enrique sufría estrés de laboratorio. En
estas presentaciones uno termina penetrando en la mente del asesino, mientras
sonríe a la pequeña cría de lo que va a ser, de lo que será. Rosmarí, cambió
los pañales al bebé, le untó las ingles, lo vistió de nuevo y el niño, después
de unos pucheritos, volvió a sonreír, Enrique también. Pero todo el público
esperaba a Alfonso y Alfonso comenzó por el principio y en el principio las
citas: T.S. Eliot y Joan Vinyoli y de este último, cuya poesía yo también leo,
cita: “A medida que envejecemos vuelven las cosas primeras”. En este punto se
podía haber terminado la presentación, porque este pensamiento es el principio
y el final de todas las cosas, pero el público, cuando lo forman cuadrillas de
poetas, es un público, firme, tenso y cilíndrico, es decir resistente a la
tensión y a la torsión. La presentación continuó una hora más y pude disfrutar
de nuevo de ese aire con el que envuelve las palabras, los gestos A. Levi, y se detuvo en la frase con la que Enrique
nos presenta a su familia allí presentes “A Candela, Alma y Enric” –dijo Levi-
sin los cuales –dijo Levi muy despacio- ni este libro ni yo –dijo Levi
deteniéndose y escuchando el silencio de los labios de todos los presentes-
seríamos– y escribe seríamos y no cualquier otra forma verbal –dijo Levi y
volvió a repetir tomándole el pulso al cadáver de Vinyoli- “se-rí íííí-a-moss”. En ese momento la nave navegó, los ratones se detuvieron en el laberinto y
empezaron a escuchar la obertura de Tannhäuser de Wagner. Y leyó:
“Conservo los recuerdos/que has perdido/para
siempre,/fragmentos de olvidos/que retengo/sin que lo sepas./”
Y acertó Alfonso Levy: “la memoria es tal vez más importante
que la vida, la memoria como algo presente, ilumina lo que vivimos hace veinte
años”. Siguió leyendo las líneas que Rilke había escrito para Enrique Clarós
con el que fue empatando una y otra vez “el lado que no nos está iluminado”. Y
en eso consiste este libro de Clarós desde su portada inquietante, en la que el
peregrino con el cuerpo dentro de la noche, saca la cabeza a la zona de luz.
Luz y oscuridad, memoria y en el medio, todos los que buscamos algún camino,
Borges, Bowles, Blake Butler, Muir, Cecil Day Lewis, Leopoldo Panero, Pessoa,
Valente, Wittgenstein, Max Blecher, Canetti, J.A. Goytisolo, Bolaño.
En su turno, confesó E. C., que de niño mientras los demás
jugaban al futbol, el jugaba a fabricar nitroglicerina y pólvora.
-Yo le pasaba a máquina lo que mi padre escribía.
Cuando miras a Clarós, ves que todavía mantiene esa mirada
de niño y eso es lo que desde el primer día más me ha desconcertado, su
curiosidad, esa continua expresión de
curiosidad que sigue manteniendo, no en la foto de la solapa, solamente cuando
sonríe en la distancia corta.
El resto fue un festín de palabras, principios, repetición
de todas las formas de la memoria y mientras esto sucedía Rosmaría y Alfonso se
iban oscureciendo, quizá transparentando, como hacen los buenos amigos y la luz
solo iluminaba la esfera y el eco de lo que término siendo una sola voz, la del
poeta Enrique Clarós.
-El cava espera –dijo la librera desde sus aposentos-
-No, voy a leer dos poemas más –se quejó el poeta- solo he
leído ocho y son sesenta y nueve.
-Bueno, anda, sigue.
No hubo preguntas pero el cava se preparaba junto a la barra
de la entrada y allí me di cuenta de que Rosmarí Torrens es una gran mujer a
quién tengo que leer, igual que a Alfonso Levi.
Gracias Elías.
ResponderEliminarUn abrazo.
Valle Clarós
Ahí estamos Valle.
ResponderEliminarAsí fue, tal como lo cuentas. Enhorabuena por tu crónica.
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