Queríamos ver el parche en el ojo ajeno; y lo vimos. Lo vimos en Barcelona en La Central del Raval. Le vi subir las escaleras y pasar por encima de mí, mientras pagaba el libro, el libro es un Alfaguara y se titula Cualquier verano es un final. Esa misma tarde era el funeral por la muerte de Paco Robles, editor y fundador de la editorial Candaya. Decido ir a la presentación y no al funeral. Hace cinco años que vi por última vez a Ray Loriga en el CCCB, tengo alguna foto de aquel momento, lo del tumor entonces no lo sabía nadie y él bebía cerveza con las gafas de sol puestas. Entre aquel público de entonces su amigo argentino Rodrigo Fresán. Aquel día sufrí una caída antes de llegar al CCCB y me hice una fisura en el codo izquierdo, dos días después fui al médico.
Así que estoy en La Central, comprando el libro y veo que Loriga sube las escaleras, focaliza con el parche y con su ojo bueno ve que alguien, ahí abajo, compra su libro, cruzamos esas dos miradas. Arriba le hacen una entrevista, lo gravan en video, al lado su agente y entra en escena uno de estos curiosos que da vueltas muy despacio alrededor del escritor, como un tiburón de los documentales; mira el parche. Yo también me uno al curioso, como otro tiburón más doy vueltas, miro el parche. Los tiburones nos cansamos pronto, así que me desentiendo del asunto y me voy a las aguas profundas de la habitación del pánico y allí, encerrado con la espalda en la pared, veo a Murillo. Enrique Murillo, hace treinta años, fue (entre otros) el editor de Ray Loriga y tres o cuatro años atrás, ya jubilado, editor de Marina Perezagua a la que acompañó un tiempo, después del cual, y por segunda vez, se volvió a jubilar; cerraba así un círculo en cuyo interior el hombre Murillo alter ego del hombre de Vitruvio dejaba allí encerrada la proporción ideal del olfato literario y la edición. La habitación del pánico estaba llena de lectores de los años ochenta, de un par de generaciones posteriores y de la generación actual representada por Luna Miguel y Sita Rubert; acompañaban a Ray, Ignacio Echevarría, el mundo de Random y su presentador Rodrigo Fresán. En el instante de entrar reconocieron la larga sobra de Murillo, se ve que le aprecian, Loriga y Murillo se abrazaron con amistad, a pesar del tiempo. Cuando Luna llega, aparca en una cuarta fila, cuando llega Sita Rubert lo hace en la primera, frente por frente de Loriga.
Fresán y Lóriga son amigos desde hace más de media vida. Desde hace años cada vez que Loriga viene a Barcelona, Fresán está con él. A pesar de ese detalle, que me choca, leo con devoción a Lóriga y no consigo leer a Fresán, ni juntando fe, esperanza, ni caridad, consigo leer a Fresán, lo intento, pero no lo consigo. Supongo que es un escritor muy superior a Loriga sin embargo es también un escritor envidioso que reconoce el talento literario de los demás y también el de su amigo, algo que a toda costa y como purgando su culpabilidad, explica en público en referencia a frases que le gustan de la novela, con una expresión que lo define <<por qué no se me habrá ocurrido a mi>>, mientras tanto Loriga bebe agua. Rodrigo escribió hace años un libro que se titula El fondo del cielo, de este libro para la edición -Dominicana en Miami-, Elidio Latorre escribe: <<La novela es un tríptico episódico que semiotiza la proposición narrativa de la cual desprende la trama>> El sentimiento cuando leo a Fresán es ese: <<untripticoepisódicoquesemiotiza>> tal cual, sin embargo cuando Loriga lee Historia argentina, que es otro libro de Fresán, escribe: <<En Rodrigo estaba el observador, pero también el ingeniero, estaba el paisaje, el constructor del puente, y el hombre que lo cruza.>> y esto <<Sus viejos libros son el pilar del placer que la lectura de sus nuevos libros me sigue proporcionando>>. Así que en el ánimo sigue estando el interés por Fresán y en volver a ver a dos amigos hablando de su amistad, y a la vez de la amistad que se narra en Cualquier verano es un final.
La razón por la que vengo a verlos es porque el rato que paso con ellos me calma, me aleja de todo lo demás, el humor que se comparte es suave, me asomo al paisaje desde ese puente y me abandono a mirar como el agua pasa por debajo sin necesitar meterme dentro; con ese recuerdo me voy y con ese recuerdo otro día vuelvo a asomarme a ese mismo puente o a otro cualquiera y lo puedo olvidar y volver cuando quiera sin que me esté retumbando durante el resto de mi vida. A todo esto, Luna no se movió, no dejó de mirar el móvil ni un instante hasta que apareció Unai Velasco con bigote o sin bigote y dejó de estar sola; y Sita, pobre Sita, no dejó de remover una melena que no la dejaba en paz, ante la mirada perdida del parche, el precio por ocupar una muy cercana fila uno.
Echevarría
Sita, Ray, Luna (sentada) y Rodrigo F.
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