David Aliaga
Paralelo Sur Ediciones
Presentación de Barcelona en la librería Alibrí
David
Aliaga, desde sus veinticinco años busca la verdad, pero la verdad se conserva
mal, se termina deshaciendo. En esta
tarde-noche tan cálida para ser otoño en Barcelona, digo que en esta tarde en Alibrí, nadie habló
de Hielo, pero si de un paisaje que cuelga al final de la cuerda, donde se
balancean cuatro personajes diminutos, sus verdades y sus mentiras, se propuso
al lector entrar en un lugar del que no se puede escapar.
Como anfitrión literario cortó la
tarta Juan Vico, que acaba de presentar El Claustro Rojo (XI premio Café 1916)
de los Sloper de Mallorca. Juan Vico es un personaje de si mismo que tiene el
suficiente talento para dibujarse por las mañanas y borrarse por las noches, el
suficiente talento para desafiarse de esa manera cada día. Por eso el mismo
dibujo toma rasgos de flequillo, de luz, de perilla, de sombras, hasta llegar
al micrófono o a la pantalla del ordenador, a la pura sangre o al almíbar. Y
allí estaba repartiendo preguntas que David tomaba como aspirinas, una, otra,
otra, sin que la tos se fuera, esa tos que te impide encontrar la palabra que
sirva a la vez de veneno y medicina. Al otro lado del flequillo el periodista
Albert Fernández husmeó un poco entre los escombros que es lo que hacen los
periodistas cuando se cae una casa, removió algunas hojas de col hervida, que
es lo que hace un tipo sin apetito delante de un plato sin sabor, mientras
masticaba frases como esta “Supongo que un poco las dos cosas. Me duele la
cabeza, pero, en general, duermo poco.”. David Aliaga, contestó también a esa
suerte de conjetura y repitió que el quería escribir una novela corta y que la
escribió con ciento trece páginas porque le dio la gana y además dejó el final
abierto por si Faulkner quería continuarla.
-Si, el “Sonido y la furia” tiene
un final abierto.
Jordi Gol,
es el editor del libro. Se sentó en la última fila y desde ahí enfocó bien la
escena. La cabeza de los editores es un flujo constante de lava o de lefa o de
las dos cosas juntas y cuando eso se enfría crea un campo fértil donde crecen
hortensias que se secan al final del verano que es cuando se podan para volver
a empezar el ciclo. Y en eso estaba Jordi, entre lefa y flujo, sin saber si
este año terminará o se alargará al año que viene, como los presupuestos de un
estado mal gobernado. Mi opinión no vale, pero yo creo que el año se termina y
el que viene será otro año distinto en el que se borrará todo del todo y
empezaremos a luchar de nuevo como hormigas borrachas.
-¿Y tu te
duele la herida o es el insomnio de siempre? –preguntó Albert-
-Supongo
que las dos cosas –dijo David- Me duele la cabeza, pero en general duermo poco.
Mientras tanto Juan Vico, movía el flequillo como dando la
razón y miraba de reojo las cuentas anotadas en su libreta roja, algoritmos,
poesía, cicuta, algún cabello, sombra de ojos, unas gotitas de morfina seca,
eso traía apuntado en la moleskine el autor de Hobo.
-Supongo
que a la recepcionista del hotel le parecí de lo más moderno –dijo leyendo de
la libreta mientras con algún movimiento de la mano derecha dejaba mechas de
dibujo en el aire-
-Claro, si,
en realidad la estructura de los relatos es más rígida que la de una novela –contestó
como pudo David-.
Y entonces
sonó la hora de los empleados y sin contemplaciones sirvieron en la mesa de
cristal, el vino blanco que presta Torres para estas ocasiones. Esa fue la
señal para empezar a firmar libros, saludar pares y nones, a descabezarse
flequillazos unos contra otros. Al salir a la calle el calor seguía pero ya era
invierno.