Feria del Libro de Madrid (2022)
Manuel está aquí, a pesar de las poluciones nocturnas y el ensimismamiento, está aquí, con nosotros, con su padre y Raquel. Ha conseguido formar con sus despojos un escritor. Ahora no se da cuenta y pasará un tiempo hasta que este mensaje le cale y lo entienda, aunque da igual y aunque no se entere, el libro lo ha escrito.
En La aurora:
hay una mujer que grita en Génova y hay otra que contesta gritando en Palermo, entre ellas zumo de limón con sal. Hay un diálogo constante con la naturaleza, los muertos, los recueros, el padre.
Astur después de años de fiebre ha terminado por crecer del todo, también en la literatura que es su campo. Le dejé a un lado hace años y ahora le he recuperado por culpa de un viaje mio a Roma. El Astur de ahora -desde San- es capaz de describir cualquier cosa de cualquier lugar, está tan dotado para ver los detalles que, se encuentre en la isla de Maggiore o en San Pedro de las Pegas, siempre va a tener algo de lo que escribir y ofrecerlo con una sonrisa como el regalo de cumpleaños de un desconocido. Es capaz de estar rodeado de mosquitos y montarse una descripción de la noche como nadie lo ha escrito nunca, es capaz de estar en la gran explanada del Vaticano y compararlo con la inmensidad de un campo de Castilla. Es capaz de describir un amanecer con una sola frase y quince palabras. Es tan grande Astur que le empiezo a odiar como se odiaba y envidiaba a David Hammings, Frankie Goes to Hollywood, Roman Polanski y Sharon Tate. Se les odia -e incluyo a Raquel su pareja- porque son jóvenes, apuestan por un estilo de vida en el que eran jóvenes Joe Biden, Jack Nicholson, Charles Manson, Twiggy, o Anita Pallenberg, caminan descalzos con una caja de vino y se visten con sombreros diabólicamente grandes como si su mundo no se hubiera vuelto viejo y fuera aquel de los hippies de los años sesenta, Corso, Ferlinghetti, A. Burgess, donde todo se creaba por primera vez y los pulmones aguantaban sin defenderse. Este viaje de Astur entra ya en el mundo de los libros clásicos e imprescindibles para recorrer Italia, con Dickens, Shelley, Byron o Pla.
En la Aurora:
ante dos crías de conejo, muertas, dice: “No quiero convertirlo en señal de nada. Las señales las escribo yo. Una señal, como un poema, echa a rodar y no deja de crecer hasta que te arrolla.”
Ante la “chica moderna” dice: “En el jardín del bar, una chica moderna con tatuajes coloridos en el muslo derecho hace la prueba de sonido para un concierto que dará luego. Tiene la voz bonita y corriente.” Esa es la ilusión que nos provoca, podía referirse a ella como con una “voz triste”, pero no, sujeta al caballo por las bridas, deja claro quién manda en la descripción, así que la voz de la chica es <<corriente>>. Igual que antes y ante la evidencia de la muerte dice, “las señales las escribo yo.”
Señales es lo que encontramos, continuamente. Esas señales vienen provocadas por dos tipos de recuerdos, el de la inmediata belleza de lo minúsculo -por eso toma tantas notas- y, por el contrario, con la evidencia del dolor por la muerte del padre, el tacto de su memoria, todo en el mismo viaje por Italia. El efecto que provoca esa evidencia del dolor en el interior de nuestras cabezas es el mismo que el de un niño jugando con una pelota loca de pin-pon, bota y rebota, no la puedes atrapar ni dominar.
Y de Raquel dice: “–nunca he conocido a nadie que se abra así con el sol–“. Con esto sería suficiente, pero no lo es, si no fuera por lo demás: “Un argumento…La brisa…Un espejo…Las primeras gotas…El sol superando los tejados… Un rayo de luz que me apuntó a mí en particular.
A medida que avanzo sobre el libro, a medida que entro en su rutina, viaje, padre, recuerdo, yo, viaje, poema, polvo, padre, paisaje, recuerdo, el lago, el mar, las ruinas, creo que Astur también escribe esto: <<La lucha de las autoridades consiste en quitar el polvo antiquísimo que se va depositando sobre todos los lugares que se administran. Si no lo hicieran los pueblos y, más aún, las grandes ciudades desaparecerían en un breve espacio de tiempo>>. Pero no, esto lo escribo yo, exactamente aquí y ahora.
Hubo un tiempo en el que Astur era Cuno Amiet. No estoy seguro, no sé si ese tiempo ha pasado.