(De izquierda a derecha)
Olatz Mitxelena, Maitane Arizti y Elías Gorostiaga
Libros: Esne Bidea de Maitane ARIZTI
Igerian de Olatz MITXELENA
El alma de la roca de Elías GOROSTIAGA
Editorial Bermingham 2024
Olatz Mitxelena, Maitane Arizti y Elías Gorostiaga
Libros: Esne Bidea de Maitane ARIZTI
Igerian de Olatz MITXELENA
El alma de la roca de Elías GOROSTIAGA
Editorial Bermingham 2024
ELÍAS GOROSTIAGA. LAS PROVINCIAS DE BENET O VIVIR EN UN CHAGALL (Pre-Textos, Valencia, 2023) por DIEGO SÁNCHEZ AGUILAR Las provincias de Benet o vivir en un Chagall, del poeta leonés Elías Gorostiaga, es el último premio de poesía Juan Rejano. He tenido la suerte de leer todos los libros que han recibido este galardón y puedo afirmar que es, sin duda, una garantía de calidad, como atestiguan algunos de los premiados en años anteriores (con obras tan indiscutibles como Los lagos de Norteamérica de José Daniel Espejo o Animales de costumbres de Andrea López Kosak, por citar solamente las primeras que me vienen a la cabeza o, mejor dicho, que nunca han salido de mi cabeza). El título puede llamar a engaño o incluso a prevención. Reconozco que esto último me sucedió a mí. El juego que se establece entre el título de aquel libro de Blanca Andreu y el nombre de Juan Benet me hizo pensar que tal vez ciertos entresijos biográficos o sentimentales de una de las parejas más famosas de la literatura española pudieran ser el material poético que iba a encontrar en sus páginas. Nunca he sido mitómano ni cotilla, y el tomate literario me interesa entre poco y nada, así que con esa cautela abrí este libro que, desde los primeros poemas, señaló con su potencia poética lo absurdo de mis temores o prejuicios. El título es y debe ser bimembre o duplicado, porque el libro consta de dos partes, de estilos casi opuestos, que completan un díptico poético que va desde lo épico hasta lo esencial. La primera parte del título remite a Benet, el narrador, y la segunda a Andreu, la poeta, y esos nombres ejercerán de guía sobre los estilos poéticos para componer una dualidad que ofrece una experiencia lectora compleja y profunda. El libro primero (“Expedición”) tiene un subtítulo o epígrafe que ya avanza el tono épico que dominará estos poemas (“En el que Juan Benet, ingeniero de caminos, canales y puertos, pintor, escritor, viajero, reflexiona, escucha sucesos y narra sus cartografías sentimentales”). Como en toda expedición, salimos fuera, viajamos, caminamos por tierras extrañas, anotamos las variaciones del paisaje geográfico y humano. Como en toda expedición, hay una herencia épica, hay un recuerdo de Homero y de los bíblicos éxodos. Y hay, también, una genealogía mítica, unos nombres que evocan historias y linajes de origen trágico. El Benet que aquí aparece no es realmente un personaje. Tampoco podría calificarse de protagonista. Benet es un nombre que significa silencio, Castilla; es, sobre todo, una mirada que arma y desarma la realidad entre el paisaje, la historia y lo más elemental de(l) ser humano. En los poemas de “Expedición”, bajo la ingeniera y distante mirada de Benet, el hombre es trágico no por las desgracias que acaecen, sino porque vive bajo el cielo y sobre la tierra, porque ya ha todo lo ha vivido tal y como había sido escrito. Así sucede, por ejemplo, en el poema en que se narran las peleas de jóvenes borrachos de pueblos vecinos: se cantan aquí bajo el signo de Troya, mezclando el costumbrismo castellano más bruto con el arquetipo de la batalla, el destino inmemorial que los hombres repiten olvidando, cambiando cada vez los nombres para que la emoción siga intacta. Esa técnica que ennoblece lo anecdótico a través de lo épico, lo trágico y lo bíblico se repite en muchos poemas a lo largo de esta primera parte, como en este dedicado al rapero Morat: «Bajo la oscura sangre del viaducto, / pelean con peleles los monos pobres y los árabes de sal / y esconden la rabia de Morad, / el joven Morad nombrado (por Samuel) Rey de Jehobá». No solo el paisaje humano queda ennoblecido, también el paisaje natural es pasado por el tamiz de la imaginación mítica y surrealista para captar una esencia que va más allá de lo sensible, que enriquece y hace brillar en todo su esplendor lo puramente descriptivo: «En las praderas del aeropuerto del Prat / pastan vacas santas y caballos blancos / que no oyen, ni temen el esfuerzo que ruge en los motores; / los vi regresar por la noche a las masías / caminando entre las cañas y grandes platos de sopa, / llaman por su nombre a los masoveros negros / y a la virgen, la llaman Montserrat. / Cada día regresan / a la hora en que palpitan, rojas, las antenas de los hoteles, / las torretas de alta tensión, / cuando la torre de control del Prat llama a la oración». Esta expedición nos lleva por tierras baldías, que escapan al significado urbanista, ruralista o del mercado. A veces parece resonar Federico García Lorca, no por sus tópicos gastados en los que caen los torpes poetas imitadores, sino por esa capacidad de transformar lo cotidiano en mítico y trágico, como hizo en su Romancero gitano y en Poeta en Nueva York. Aquí, en Las provincias de Benet o vivir en un Chagall, el paisaje de hombres, animales y cosas habitan en un mundo que, más allá de sus topónimos, es solo del poema, de esa mirada que une la belleza y la leyenda: «Todos pasean por el río muerto, / por el río seco, / con cruce de barro y de rottweiler. / Chapotean en la sangre cuatro patos blancos. (...) Puentes, cables, hierro, / un hombre solo, solo, desterrado, / a hombros / le cruzan cuatro caporales degollados. / Advierten y dicen: / —Cuidaos del rey, cuidaos del rey del páramo». Sin parecerse en nada a la literatura de Juan Benet, Elías Gorostiaga consigue lo más hermoso y lo más difícil que hizo el novelista, lo que hace la verdadera literatura: crear una Región mítica, cotidiana y surrealista, oscura, trágica y milagrosa al mismo tiempo: el río Lerma, los baldíos, los territorios sin nombre y sin función, los gitanos ingleses... La segunda parte del libro (“Serto”), lleva la expedición al interior. Los poemas se hacen ahora más breves, a veces un solo verso. Desaparece el caminar, el observar, la narración, como si estuviéramos ahora en un Chagall, bajo el reinado de Blanca Andreu, de la poesía del silencio. Estos poemas son breves apuntes en los que el cuerpo se hace presente, sujeto y objeto del poema. Hay menos mirada aquí, y el material poético se abre al tacto y al oído, a la escucha y a la sensación sin nombre, oscura: «Escuchas el discurso de las yeguas / junto al pantano del Porma, / con su cuello domado, sin queja alguna. // Vértebra a vértebra, suenan sus palabras». En la escucha siempre reina la ausencia, que se nombra a veces bajo el signo de la sed porque sed es siempre ausencia, como la escucha es espera de algo que no está y que debe llegar. Como el sentido, que debe llegar al hombre desde la palabra o desde su silencio, la poesía convoca la sed, la manifiesta: «Un éxodo de labios secos, sed. No hay besos sin un golpe de rocío». En la escucha está también la espera, la inminencia de algo que, en la comunión de lo orgánico, deviene sombra y anuncio de la muerte, de un tiempo sin sujeto: «Los cipreses, a lo lejos, te ven domesticado, los cipreses esperan, claman. / Su sombra se seca en el suelo, su decepción. / Esperan. Claman. En silencio sus raíces. / Te acercas mordido; tras tu edad llega la fatiga, la sombra». En “Serto”, todo tiende hacia lo telúrico, más que hacia lo contemplativo. Es el contrapunto del tono épico de la parte anterior. Ahora el poema se hunde, no va hacia fuera (paisaje, historia, leyenda, personaje) sino hacia dentro: silencio, cuerpo, palabra, origen. Se hace más denso: «Los pulmones de agua / sueñan con un lago / sin paredes, ni fondo cristalino / —no lo ven— / cobijan osamentas que pesan como piedras». Sin héroe, sin épica, sin paisaje, en este espacio de la sed, de la espera y de la escucha, la palabra llama a la palabra. Esa es la técnica con la que Elías Gorostiaga enfatiza el protagonismo de la palabra esencial en esta segunda parte: una palabra llama a otra palabra. Es un leixa-pren pero no musical o rítmico sino conceptual. Cada poema recoge una palabra del poema anterior y la lleva al poema siguiente, donde abre nuevos paisajes, interiores o exteriores, y nuevos silencios. Para cerrar el libro, Benet y su Región reaparecen en los últimos poemas, lanzando un hilo de conexión con la parte anterior, uniendo lo exterior con lo interior, cosiendo ambos paisajes y ambos lenguajes, el de la leyenda y el del silencio. |
En 1972, Truman Capote publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama, 1999), y en él se entrevistaba a sí mismo con astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Elías Gorostiaga.
Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría? La habitación en la que me encuentro, en la que escribo, donde tengo algunos de mis libros, fotografías enmarcadas por las paredes y donde más horas del día paso, un lugar íntimo, aislado de la casa, con la persiana bajada y asistido por la luz de un flexo plateado. Esa habitación reúne la premisa de la pregunta y la pregunta es infernal <<sin poder salir jamás de él>>.
¿Prefiere los animales a la gente? He tenido perros. Se han muerto. Vive gente a mi alrededor, espero que vivan mucho más tiempo que yo. No me gustaría tener que enterrar más perros.
¿Es usted cruel? Sí. Trato de que se note en las dedicatorias de mis libros. También soy sincero, aunque me guardo más la sinceridad que la crueldad.
¿Tiene muchos amigos? No.
¿Qué cualidades busca en sus amigos? Que no mientan, que actúen con nobleza. Y volviendo a lo de antes si tienen que ser crueles que lo sean. Uno se repone antes de las crueldades que de las mentiras.
¿Suelen decepcionarle sus amigos? No. Tampoco me decepcionan mis enemigos. A partir de una edad ya no te decepciona nadie por un asunto de clemencia. Bueno hay una cosa que sí me decepciona, el precio desorbitado de las cosas, por eso procuro comprar pocas. Y sobre todo lo poco que se paga por los derechos literarios, es algo ridículo y decepcionante.
¿Es usted una persona sincera? Sí, aunque por compasión, no lo suficiente. Con mis hijos soy sincero a tiempo completo, por lo menos que tengan una referencia a la que poder sujetarse cuando venga el viento.
¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre? Leyendo, pero el cansancio de los ojos no me deja leer el tiempo suficiente. Cuando salgo de la habitación me gusta pensar mientras paseo. Lo de pasear, en su sentido amplio, también lo entiendo como conducir la moto por ahí, sin la necesidad de ir a ningún lugar. Me gusta vagabundear con lo moto, aunque no lo suficiente porque siempre termino por volver (a la habitación).
¿Qué le da más miedo? El desasosiego que crea la desesperación. Enfadarme y no controlar el enfado.
¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice? Me sigue escandalizando la vulgaridad, la falta de clase y de estilo, la poca educación, las formas y maneras.
Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho? Pues nada, absolutamente nada. Se puede vivir sin hacer nada o por lo menos nada productivo, incluso rechazar los encarguitos que te cuelgan los que te acompañan. Hay una obsesión por hacer siempre algo, producir. Y lo de escribir ya veremos a ver en qué queda.
¿Practica algún tipo de ejercicio físico? No, salvo pasear. Soy bueno acompañando y animando a mis hijos en los entrenamientos con su equipo de atletismo en Cornellá.
¿Sabe cocinar? Sí, me relaja y me gusta ver comer. Cocinar casero es el último acto de generosidad, por eso en mis poemarios siempre cito a Pedro Cofrades, un buen amigo y un excelente cocinero y profesor de cocina. Que dios le mantenga con nosotros muchos años, a él y a su elaborado vermut Cofrades.
Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría? Ahora mismo, sin dudarlo, Irene Solà. También es verdad que es lo novedoso. Pero durante muchos años ese personaje fue y lo seguirá siendo, Julio Llamazares.
¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza? Invisible. Por un lado, me parece que lo invisible está presente y si es invisible es por nuestra prisa, la poca atención, hay gestos, hay palabras que pasan desapercibidas. Por otro lado, vivimos bajo la protección y administración de un Estado justo, sin privilegios. Sólo un estado así (justo y sin privilegios) puede crear leyes para personas invisibles que son las más frágiles, las que más fácilmente se esclavizan y pierden. Como conclusión, estos/nosotros, los invisibles, cuando nos tocas los cojones, tomamos cuerpo y creamos revoluciones, así que mejor tener templanza y esperanza en el silencio más que en los gritos y las multitudes.
¿Y la más peligrosa? Corrupción. Reeducar. Reconducir.
¿Alguna vez ha querido matar a alguien? No. Mis deseos no son enfermizos. Durante un tiempo conocí gente que sí que eran potencialmente asesinos y malos de desalmar, de quitar la fuerza y virtud. Con ese conocimiento me conformo. No obstante, vivo en una ciudad donde cada semana asesinan a alguien, en la calle, en un ajuste de cuentas, en una furgoneta, por un odio incontenible, cada semana.
¿Cuáles son sus tendencias políticas? La poesía como el último resquicio del alma.
Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser? Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos o jugador de ajedrez.
¿Cuáles son sus vicios principales? Comer, beber con amigos que no tienen prisa por irse. Poner al límite un motor bien construido que sea capaz de deformarse y no romperse.
¿Y sus virtudes? La lealtad.
Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza? No sé lo que siente alguien que se ahoga, no sé lo que quieres decir con eso del <<esquema clásico>> de una imagen, pero metidos en el supuesto de ahogo “en agua”, buscaría en la corriente de esa agua que me quiere ahogar, una imagen del desierto tunecino.
T. M.
Jorge Carrión entró paseando con Berta, Berta García Faet en el cazario Seat de la Diagonal en la gran ciudad de Barcelona. Enseña los rizomas, el olor de la modernidad ya ajada, y la poeta sonríe, es ensayista y doctora de estudios pánicos en la Universidad de Brown (2018), hurga en la llaga de las universidades de Valencia, Pompeu Fabra y Nueva York, repleta de estímulos, sonríe, sabe que los premios nacionales saben a diosas nuevas, ella, Berta o como ella, Blanca Llum Vidal.
Desde 2018 apenas ha llovido, las bestias bajan a comer a las ciudades, ya hay más osos y lobos que pastores y rebaños, los jóvenes se van a Madrid con el fin de semana pagado por el Estado, porque quieren sentir la libertad; las poetas más jóvenes, dientes de leche, entre gominolas, devoran a Teresa de Jesús, a Sor Juana Inés de la Cruz y a Góngora, hablan con la misma devoción del iaio, de la iaia y de William Carlos Williams, todas ellas publican en La Bella Varsovia, saben que el erizo de mar era feliz sin saberlo, saben mirar a la luna en una sala de estar y aunque la vean gordísima, la quieren, la dibujan, la llenan de ojeras y de polillas, se quedan embarazadas nueve meses y mueren como si tal cosa.
Yo hacía la cola y la cola crecía por la puerta hacia las aceras, donde muchas poetas, alumnas y José María Micó, todos hacían preciosa la cola de las azaleas, porque así lo querían los guardias de seguridad de una república soviética y nos retenían sin dejarnos bajar a los talleres donde se imparte doctrina y fe en tertulias de café literario, sin un chorrito de vino blanco, placentero.
Cuando se ilumina la escena y se encienden los micrófonos, Carrión y García Faet se vuelven día, amanece y olvidamos. Sobre la mesa de cristal, dos botellas de agua, dos vasos medio llenos y dos libros, uno es poesía conceptual y el otro un ensayo de poesía mundana, vivaz, hospitalario, todo referido a la nueva poesía tan diferente a la vieja experiencia poética del otro país, uno repleto de tropos otro de explicaciones, de herramientas políticas y antisistema, ocioso, gratuito, placentero. Cualquier ensayo puede convertirse en un poema, cualquier poema puede dar pie a un ensayo, Lizcano, Camarón, a la luz del cigarro te vi la cara y reconocí el camino.
Todo fue una cacería de falsos topos que resultaron ser tropos con los que juegan los gatos, un continuo escribir cuadernos para gatos bajo la presencia de Cesar Vallejo que iluminó "Los salmos fosforitos", toditas las cosas lindas que siguen enamorando a Carrión entre redes, rizomas, telas de araña, argentina, perú, méxico, los buenos amigos, los girasoles, un sinfín de voces extrañas que traduce Berta formando un idioma extraño que se entiende a la segunda lectura, que se reúne en libros extensos, más relecturas con amigos, el olor en los cuadros de Paul Klee, poemas que enamoran a las palabras nuevas, que proliferan entre las costuras cosidas por poetas y que cuelgan de armarios sin puertas, se asoman ancianos que comen patatas fritas y piñones tostados. Un poquito de daño sí que le hacían los poemas a Vallejo y también un poquito de daño a Carrión, a García Faet, a Miriam Reyes y a Corina Oprae, a Nollegiu.
Volví a casa con la canana llena de tropos y tropillos. Mientras tanto en la cercana La Central (de calle Mallorca), Rodrigo Fresán trata de convencer a sus lectores, por una cuestión de estilo, que deben aguantar hasta la página 320 el tedio, la dureza de la pedantería autobiográfica, mientras dulcemente, Leila Guerriero se empeña en proporcionarle camadas de lectores hacia el abismo en “El estilo de los elementos”. Después la gran ciudad de Barcelona continuaba su balanceo junto al mar, sin cortes de luz ni lluvia alguna.
24/12/2023 (Crónica de los diez años del encuentro de Poesía, Música y Plástica de Puente Genil. Y de la luz) por ELENA ROMÁN El encuentro de Poesía, Música y Plástica de Puente Genil se celebra desde 2013 y ha cumplido su décimo aniversario en 2023. Lo que fue iniciado como un acto sencillo en un bar con escasos medios, se ha convertido en uno de los encuentros artísticos de referencia en el mapa literario de nuestro país. Lo que mantiene desde sus inicios es, aparte del esfuerzo de Antonio Roa, el vínculo con Puente Genil y sus poetas, que siempre han estado presentes en todos y cada uno de los encuentros. Mientras los dos primeros años se trató de un evento autogestionado por una asociación sin ánimo de lucro —Asociación Cultural Poética, que sigue liderando el encuentro, capitaneada por Antonio Roa—, a partir del tercero comienza a contar con las colaboraciones del Ayuntamiento de Puente Genil, la Diputación de Córdoba y la Fundación Juan Rejano de Puente Genil, así como de empresas locales. Y aunque el encuentro haga alusión a tres de las artes mágicas que le dan sentido a la existencia humana, son más las que han ido abarcando los actos que en él han tenido y tienen cabida: danza, teatro, videopoesía, performances, programas de radio, presentaciones de libros y de revistas, mesas redondas, charlas en institutos de la localidad pontana, etc. Antonio Roa presentando la entrega del V premio Juan Rejano © Gema Albornoz
Agradecimiento © Gema Albornoz Y no termina aquí. Ligado al encuentro desde 2019 tenemos el Premio Internacional de Poesía Juan Rejano, que este año ha alcanzado su quinta edición. Es la editorial Pre-Textos la encargada de una muy cuidadosa publicación de las obras ganadoras. Han resultado premiados, hasta el momento, José Daniel Espejo, Andrea López Kosak, Juan José Rodinás y Elías Prieto Sáenz de Miera. |