Como San Juan de la Cruz, todos lo poetas deberían sufrir un exilio interior y exterior, alojados en una celda de seis pies de ancho y diez de largo, un mínimo de nueve meses y a partir de ahí escribir. Algo así te dota de seguridad al vencer las flaquezas e incertidumbres de nuestra naturaleza y otorgar valor a una poesía sin vanidad. El primer libro que leo de Elena Román es I.M.I. las siglas de Impuesto sobre Males Inmuebles, un refinado poemario en el que muestra un intenso humor, un sarcasmo e ironías difíciles de encontrar en la poesía española en la que sobra carnaza en forma de violencias, servilismos, devastadoras violaciones familiares, laborales, sentimentales, matrimoniales, violencias interraciales, pobrezas, anorexias, bulimias, depresiones sin fin, es decir una agonía espiritual dentro de un mundo agónico con las heridas bien abiertas. A pesar de que la autora reniega de este libro a mí me parece descubrir un poemario grandísimo, tanto como la sonrisa en la foto de la solapa. Sólo una mujer que sonríe hace frente a las mezquindades de la vida y este poemario te las señala de una en una, con la misma intensidad en las dos partes en las que se divide el libro, la primera que denomina “La inmobiliaria” y la segunda “Gestoría”, dos de las palabras seguramente menos utilizadas en la poética de todas las generaciones y no solo en la poética sino en la problemática habitual del día a día por representar lugares de una negatividad necesaria. Elena convierte con gestos llenos de belleza estas dos palabras y sus múltiples significados, entre otros cada uno de los poemas: Sociedad unipersonal. Cantera s/n. Grapar un Euribor. Solar. Párpados de oficio. Desahucio y por poner un ejemplo, es en <<Desahucio>> donde derrocha dolor y armonía a raudales, negación ante el miedo, ante la soledad y a la vez una preciosa serenidad, cuando dice: “No escucho los pasos: no hay pasos; / uso tapones contra el miedo. / Cierro el armario: no hay monstruos;/ uso un pomo para mentirme./ No pago si no cobro. / Lo que contengo me amenaza / con el desahucio, y no me inmuto./”. Plenamente consciente de lo que supone, entiende la realidad y la combate sin mostrar odio alguno. Ningún odio contra el Catastro, el Registro de la Propiedad, el Burofax, que son elementos con un enorme déficit humano de quién se venga, con una voz suave y a la vez implacable, por medio de los elementos poéticos, casi como la poética de Karmelo Iribarren, la de Rafael Courtoisie, incluso la de Bobin. Cuando personalmente conoces a Elena Román, cada una de las herramientas poéticas con las que trabaja, sin forzar, sin chirriar, son coincidentes con su personalidad, y por lo tanto verdaderas. Cuando la conoces te encuentras con una mujer, fuerte y frágil, tierna y dura, implacable y displicente cuando te pasas de cortés o no llegas, siempre por medio de la ironía, la inteligencia, criterio y buen hacer. Antonio Roa o Félix Maraña, entre otros muchos, son dos de los que la han fichado para sus proyectos porque hay que contrarrestar ese mundo tan poblado de registradores de la propiedad, notarios, abogados, directores de catastro y gestores, de esos que además de cobrar por sus servicios, siempre ganan. Arrendadores, embalajes, cobradores con frac, ventanillas, moratorias, impuestos y contratos en práctica. Lo publica Nausícaä en 2013 en la colección La rosa profunda, dirigida por José Manuel Martínez Sánchez, año en el que fue galardonada con el XXVII Premio Internacional de Poesía Barcarola, convocado por el Ayuntamiento de Albacete. Elena Román ha recibido una docena de premios más y ha publicado, entre otras editoriales, con Liliputienses, Olifante, Littera, La Bella Varsovia, así como en revistas literarias como “El coloquio de los perros”. Así mismo y de Elena Román, tengo la fortuna de tener en mi biblioteca “No (tan) ángeles”, un libro para coleccionistas que publica de forma artesanal –¡atentos!– “Cartonera del escorpión azul” cuyo comité cartonero, lo forman Enrique Cabezón, Miguel Fernández, Javier Gil Marín, Víktor Gómez y Raúl Niego de la Torre.
De “I.M.I.”, y del poema “Archivo”, estos versos:
<<Hasta las polillas se dan cuenta / de que no es lo mismo pasear por el archivo / que atravesar cualquier cruce en el que siempre / habrá una botita de niño, libre, / que quiere andar pero no quiere zapatos, />>