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martes, 9 de febrero de 2016

SERIE. Vicente Luis Mora


Pre-Textos. Poesía
Septiembre de 2015

Presentación en Barcelona
Lunes 8 de Febrero de 2016
Librería Nollegiu




Me despierto
con una pantalla
incrustada en el estómago.
Más que saber quiénes
me sajaron para implantarla,
me aterra ignorar cuál es
la programación prevista.




Acuérdate de los viernes, te mentía toda la noche, te contaba al oído, tu sonrisa, acuérdate, te gustaban esas mentiras, terminabas riéndote y al final me besabas, ese era el final de los viernes por la noche, no de los lunes.

Ayer era lunes y ya era de noche cuando volví a mentirte. Las mentiras de los lunes se tienen que repetir muchas veces, no hay otra forma de terminar bebiendo, no hay besos los lunes por la noche y los reflejos en la sala de probadores son muchos y distantes, igual que los maniquíes, esos muñecos de cartón, desnudos, con los lados planos, sin rasgos en la cara para que nadie sepa cual es su expresión, para que no sepan distinguir la verdad del pecado, para que nadie sepa que miran todo el día y toda la noche hacia la calle, esa calle peatonal debajo de los ventanales de cristal sin esmerilar. Acuérdate cuando nos probábamos aquellos vestidos detrás de las cortinas, allí empezaba todo, allí se deshojaban los pétalos hasta dejar aquel bulbo que ya no era flor, pero seguía vivo porque de él manaba una escarcha pegajosa.

No te gusta la muerte, tenías miedo cuando las palabras agresivas se te pegaban al cuello y durante un instante no te dejaban respirar y sin embargo atendías el resumen prodigioso del poeta Vicente Luis Mora, el poeta andaluz que más escribe de la muerte.

–Compraste todos los libros.

Compré algunas miradas, algunas voces, odié otra noche más a todos los poetas que manchaban con esos versos de escarcha, después de haber desojado la totalidad del jardín.

Vicente Luis Mora presentó en Nollegiu su último poemario. La ciudad cerraba las puertas, bajaba las persianas del lunes, sin apenas ruido, para no dañar el paso del poeta y su séquito. No hay tráfico en las calles de Poblenou, tan solo algo de viento en las copas muertas de los árboles, los cajeros a pie de calle respirando asmáticos, la simbiosis entre poesía y poetas utiliza motores antiguos. Nadie conoce tanto las obsesiones humanas como un mecánico de Rolls Roice, nadie sabe tanto de la mentira como los poetas, los tacones de aguja y las cortinas de los probadores.

–Solo los espejos saben más que nadie de la muerte –dice Xavier Vidal.

Solo el cristal de los espejos guarda más memoria, más que las escaleras y las estanterías. Nadie pregunta la calidad de ese cristal, igual que nadie quiere saber mucho más de los sueños cuando son pesadillas.

–Ya sabes lo que pasa después.

Después viene un poeta del Sur y te rompía cada hueso, cada uno de los huesos de la mano, del empeine, el esternón, de la lengua y a cambio te deja mirar el universo por un agujerito, no todo el tiempo que quieras, tan solo hasta que el ojo se acostumbra.

–¿Y después?

Después viene el silencio, nuestro silencio el de todos los que asistimos a la presentación, de los que se sientan en las escaleras, ese séquito que retuerce las sábanas. Cuando la voz que recita vuelve al silencio, cuando el poeta ve la gravedad de nuestras sonrisas, sabe que el trabajo ha finalizado, nadie quiere que nadie diga nada, ensimismados en paladear ese jugo, esa maceración.

–Un cerdo chico no va hacia una jirafa, va hacia un cerdo viejo.


Después lo disimulamos todo, incluso dejamos que un camarero preparara una mesa, con sus sábanas, esas mortajas para dieciséis que nos asustó y no usamos.

–Preferimos la barra –dijo Ginés en un perfecto alemán.

Alex Chico asintió mirando de reojo la mesa y sus manteles blancos. Beber cerveza en la barra como los hombres de antes, aquellos que se encontraban (como hoy nosotros) en el Casino del Poblenou, aquellos que amaban a las mujeres como los locos aman las mentiras azules de los dioses.
Los anfitriones de Juanita acompañaron durante un tramo de la noche hacia los taxis que devoran carne.

Barcelona a lunes ocho de febrero de dos mil dieciséis. Xavier Vidal, Sergi de Diego nos creyeron.


sábado, 6 de febrero de 2016

EL SILENCIO DE LAS SIRENAS

Beatriz García Guirado
Editorial Salto de página 2016
Viernes 5 de Febrero. Presentación en Barcelona-La Central del Raval




Beatriz García Guirado sabe perder. Nadie lo sabe hasta que fracasas y aprendes y en ese momento dejas de temer al futuro. Solo alguien que tiene miedo a partir de que el agua le moje las rodillas, puede mantener un aceptable nivel de cordura. A partir de las rodillas, todo es futuro, fracaso o muerte y si nos salvamos y regresamos al calor de la arena, sin habernos ahogado,  es solo por pura suerte. Los que nacimos en los sesenta, incluso los de los setenta, y seguimos con vida, sabemos lo que es pura suerte, porque hemos entrado y salido muchas veces del mar, no de un solo mar, a veces también de la mar, hemos recorrido muchos caminos absurdos, con amigos que eran ya cadáveres a nuestro lado, que nos querían matar, que nos engañaron porque no nos amaban y tampoco eran dioses. Por eso Beatriz ha escrito El silencio de las sirenas, por eso Fernando Clemot ha escrito El golfo de los Poetas, por eso Francisco J. Pérez ha escrito Pasaje a las Dehesas de invierno,  Javier Calvo, Colectivo Juan de Madre, Levrero, Palahniuk, por eso la literatura sigue viva. En ese mundo de literarios, tabernarios, artistas, todo parte del enfoque, las maneras, el gusto y recto uso de los sentidos y además cada uno de nosotros, putos monos locos, vamos aprendiendo y (pese a todo) seguimos soñando.
Dice Beatriz que pasó una mala racha, que el sofá de su casa, que un cajón y una novela, que la escribió y la volvió a escribir de forma automática, que eso y aquello y que aprendió. Hoy parece segura de lo que dice, está cumpliendo condena con el protocolo de presentaciones y en Barcelona nos regala, en La Central, el sonido de su novela, la edita en la Colección púrpura Salto de página, al que todos conocen como Pablo Mazo, la imagen de la cubierta es de Walmor Corrêa, el entomólogo de la fotografía, cuyos dioramas nos hacen meditar sobre la fragilidad de las cosas de este mundo y a mi me ponen siempre triste y frío; quiero decir con esto que la portada es apropiada.

Beatriz García Guirado, que tiene la edad de cristo, la edad de Samoa Guerrero, no ha puesto foto en la solapa, quiere decir eso que no tiene vanidad, que no quiere existir en este mundo en el que todo es imagen. ¿Quiere decir eso?
–No, solo quiere decir que no se gusta –sostiene el entomólogo que la disecciona–, pero sí se lee, soporta leerse después de un tiempo de haber dejado de escribir y de haber vuelto para lamerse el coño.

Después de escuchar la opinión del experto, sin tratar de animar, sé, todos sabemos ya (incluso sus presentadores, esas presencias humanas que la acompañan), que  de ahora en adelante, las cosas le van a ir como tiros, todas las cosas. Su futuro, igual que el mío, sólo podía ser profetizado en pasado. Y buena prueba de ese futuro es que ayer petó la Central, Pablo andaba loco por no haber traído más novelas, porque se vendieron todas, Beatriz siguió firmando libros cuando ya apagaban las luces de la librería, lo petó y eso es importante.



Volviendo a lo de la solapa, busco foto y la encuentro fuera del libro. La foto que le tomó Stefanía Vara ( El confidencial entrevista de Daniel Arjona), por la que conocemos el estado mental actual de la novelista, muestra unas pupilas dilatadas en una cara llena de rinconcitos, de capas, que estoy seguro que hace años alguien besaba con mucho deseo, casi con hambre,  pero pasado ese furor,  nuestra escritora te mira con algo de dureza, con esa dureza de las mujeres que se levantaron del sofá, por la que sabes que alguien va a sufrir. La fotografía de la que hablo es algo tenebrista, sale de la oscuridad, mientras la cara de la modelo permanece parcialmente iluminada. Estoy seguro que esa foto le gusta a Beatriz. Los fotógrafos a veces mienten con los retratos, se inventan, se justifican, Stefanía no, es una mujer pájaro y ellas no pueden mentir.
Ayer en La Central, mientras en los colegios de la ciudad los niños celebran su fiesta de disfraces y sus papis queman los teléfonos con miles de fotos movidas, Beatriz García Guirado posturea con otra corrosión, late, late tanto que la noto en el pulso de mis muñecas, en el de la librería en la que no solo hay amigos, buena parte del mundillo literario de Barcelona andaba por allí, que si bajo a fumar a la puerta, que si eso, que si aquello, que si cuanta gente, mientras fuera de foco Roser Amils se fotografía el culete en el probador de una tienda, en un ascensor, en un retrete y lo cuelga en la red, mientras fuera, el mundo real de Carcelona empieza a preparar una fiesta de dobles y triples saltos mortales con máscara.
            –Si tienes que dejarte llevar por la corriente –dice el entomólogo que a estas alturas de la crónica ya me tiene hasta los cojones– déjate llevar plácidamente, no luches, es más fuerte que tú.

Me dejé llevar plácidamente. Disfruté con García Guirado y me sumergí en las corrientes que formó Fernando, Francisco, Pablo y todos los demás que hacían fotos, ahogándome a veces en ese mar sonrosado, y saliendo a respirar como un viejo animal, como un lector tranquilo en un mundo sin héroes ni dioses, y sigo sin saber cual es la respuesta ¿cuál es la edad apropiada para morir?. Patricia Sarabia estaba allí en el mismo sector que Santiago García Tirado, con botas nuevas. Patricia está en todos los saraos, en los propios y los ajenos que es lo que debe ser, cualquier día hablaremos bajo esa piel del mar. Faltaban Belén Feduchi e Isabel Giménez Caro, dos mujeres gemelares, con la belleza, a las que amo y respeto por caminar con las mismas botas polvorientas que yo.

Por último comentaros que la novela está muy bien, tiene un punto de enganche que yo lo he encontrado a mitad del libro, pero es que yo soy yo y mis resonancias magnéticas. Muy bien.

domingo, 13 de diciembre de 2015

MARINA PEREZAGUA. YORO.


Los libros del lince.
Presentación en Barcelona. Jueves 10 de diciembre 2015.




Lo primero es una lágrima que baja hasta la comisura de la boca. Intuyes que es una lágrima dentro del silencio, intuyes que detrás de esa mirada hay miedo. Esa es la portada, un detalle de Martin Cornfoot. Los parámetros de lectura que tienes a continuación son lágrimas, silencio y miedo.
Marina Perezagua establece con los demás una relación corporal a través de su sonrisa, después por medio de sus ojos a los que se asoma algo de locura y una inteligencia tajante y por último las maneras metropolitanas (el estilo, la clase y, a cada cosa su gesto). A parte de esto, es capaz de detener su embarazo y reiniciarlo en términos literarios; en términos físicos puede estar sumergida y sin respirar el tiempo que quiera, como un cadáver.
Estos parámetros la acompañaron durante la presentación en Barcelona, dentro de la gira en la que la ha sumergido Enrique Murillo, esa espiral que hemos esperado tanto tiempo. Su bautizo.
Yoro es una lucha por la negación de la enfermedad, una lucha entre lo que te debilita y la fortaleza que te acompaña para superarlo todo. Yoro, llega después de Leche y Criaturas abisales. En esos dos libros de relatos, la tortuga puso sus huevos y volvió al mar, segura de que el calor de la arena haría el resto.
Marina entrenó duro en la piscina y en mar abierto y hace unos meses, cerca del verano de dos mil quince, con la novela terminada, cruzó nadando las dos orillas del estrecho de Gibraltar y sus abismos, lo contó en Facebook y en El Mundo. Durante ese año de piscina y entrenamiento nos fue informando de todo, de cada detalle, con fotos, y a medida que llegaba el momento, sus seguidores nos fuimos asomando al acantilado, cada vez más juntos, respirábamos cada vez más cerca unos de otros, tanto que la pantalla del ordenador se tomaba de vaho. El viento, las corrientes, las picaduras de medusa, el frío, las orcas, el miedo. Y lo cruzó.
No dejó de corregir y terminar la novela durante ese tiempo, de madrugar, de recorrer la ciudad en metro. Necesitaba una novela, todo el mundo la necesitaba, no otro libro de relatos. Pero el pulso de escribir relatos no se pierde tan fácil, metidos en novela, una narración larga no se cose, se teje. Según los primeros críticos y sus lupas se notan ciertas costuras. Estoy seguro que Murillo lo vio y trató de corregir con cirugía plástica, es editor y esos momentos le hacen grande.

–­Para eso sirven las orejas –explicó el cirujano– para guardar detrás de su sombra todo lo que se estira y no se rompe.

El público, en su mayoría femenino, permanecía bajo un latido frío, unido por la curiosidad, algo escéptico por tantos fracasos y así todo con ganas de literatura y a pesar de que todo el mundo se traía el libro comprado y leído de casa, nadie preguntó nada. Gracias a eso Murillo y Valls pasearon y preguntaron por el jardín y los demás nos limitamos a seguirles, era la seducción después de la merienda, una seducción ligera, tranquila, natural.  
En esas Fernando Valls dijo dos cosas importantes; una, que Yoro era una novela trabajada hasta el final, acabada;  dos, que cada novela tiene un ritmo de lectura. Valls debe estar aburrido de encontrarse novelas a medio cocer que se entregan así a la fábrica, así se venden y así desaparecen engullidas por la máquina de picar carne. Para los lectores que tiran la toalla en la página ciento cincuenta, uno debe reconocer el momento de un libro, su hora del día, la calma y la luz necesaria, respirar con ella sin ahogarse. Ese es el ritmo de Yoro, ese es el de Marina Perezagua. Ese, y venir de una casa en la que tu madre te cuenta cuentos, romances, esa forma antigua de narrar la vida o una parte de la vida, esa forma de entrenar la imaginación. Willy Uribe andaba por allí, otro autor que viene de esa oscuridad en la que las historias que oyes terminan por ser ciertas, en las que se crean personajes que duran cientos de años, en las que el escritor cumple como un artesano, deja que pase el tiempo necesario para que todo seque y cicatrice. Entre ese mundo inventado en narraciones de invierno y la anatomía literaria de Beatriz Pol Preciado, se cuela la singular sinceridad de los cuerpos maltratados en Yoro, casi escombros, sus sentimientos, su manera de comunicarse por medio de cirugías, órganos sexuales animales, los órganos sexuales de las cosas, el deseo occidental de posesión, de anular la identidad, de crear y buscar placer, el deseo oriental de aprender a respirar. El lector se ve invadido por un dolor que no termina de doler del todo porque crece despacio y hace de Yoro un libro muy contaminado con toda clase de residuos, despojos humanos,  que sin darte cuenta masticas y consumes, creando nuevos residuos, un invierno de hijos y de viejos.  
Yoro quedó flotando en las entrañas de las mujeres que allí había. Fue adoptada por todas esas madres y todas salieron de La Calders, por una puerta más estrecha de la que habían entrado. Belén Feduchi se sentó allí.




sábado, 12 de diciembre de 2015

MANUEL ASTUR: Seré un anciano hermoso

Presentación en Barcelona.
Silex ediciones. 
Librería Calders
11 de Diciembre de 2015. Viernes noche.


A Manuel Astur le gustan los títulos largos, el pelo y las barbas largas, los amigos y los libros largos. La última vez que le vi, fue este año en la Feria del Libro de Madrid, balanceándose en un taburete junto a Sergi Bellver; fue en la caseta de Atalanta, una caseta para acercarse a charlar y tomar algo de aliento entre tanta y tanta feria. Allí también me encontré con José Luis Espina, otro asturiano que fotografía la literatura como García-Alix las motos, pero sin exponer en los museos de arte contemporáneo (ni falta que hace, mucho mejor exponer en un aeropuerto). En aquella ocasión, (en la que se encontraba algo destruido por algún tipo de resaca) comentaba Astur que lo de presentar libros era una vulgaridad. Hoy está de gira con algo que se presenta como un ensayo emocional y que edita Silex, se titula “Seré un anciano hermoso en un gran país”, la portada es su retrato con una manzana panquerina. Hasta ahora el mejor libro de Astur es un misal de regalo con el libro de poemas “Y encima es mi cumpleaños” en el que ya anunciaba lo siguiente: “Maldita generación la mía/ maldito viñedo olvidado”, es decir el libro que ayer se presentó, es decir el primer inicio de este ensayo emocional escrito en Grado, escrito del tirón, escrito en tres meses; y también autor de un libro para olvidar “Quince días para acabar con el mundo”. Todo esto le ha valido un lugar en Wikipedia, en La escuela de letras de Gijón y en Silex ediciones con Marina Sanmartin. 
En Barcelona el encuentro es en la librería Calders, la tarima de moda, un lugar intermedio entre La Central del Raval y No llegiu de Poble Nou, un lugar deseado ya que el ballenero Pequod murió en el mar de Aral. Presenta el acto el murciano Juan Soto que paso a paso se está convirtiendo en el gran cronista de este siglo junto con el gallego Manuel Jabois. Hoy está aquí para ayudar a Astur en su gala catalana, en la presentación en sociedad de un libro que ya se está leyendo en Madrid y se está disfrutando, según las muchas opiniones de las lectoras en las esquelas de opinión de la Red, las lectoras, esas muchachas con la mirada tímida que suspiran lánguidamente, ¡ay!. Juan le dio color a las crónicas del Parlament de Catalunya en las fallidas sesiones por la desconexión del estado español y el nombramiento de un president autonómico, le dio color a la presentación de Fiebre de Matías Candeira y hoy le da color a la desvaída piedra del altar mayor de La Calders, él y sus amigas. El tándem Astur-Soto crea deseo, tanto como la navidad en los niños. Manuel estaba contento.

–Deseo pasarlo bien, joder –dice Juan– y no aburrir.
–Librería se escribe con Ll –dice la librera que languidece bajo un infarto intestinal–
–A mi me suda la polla –dice J –  con elle.
–Ayer estuve en la presentación de Yoro –digo por decir algo y meter baza–

Pero por sus flequillos, parece que les tiene sin cuidado. Hay una lucha de miradas, sonrisas y esas cosas que uno siempre equivoca cuando trata de leerlas. Y en esto veo en mi reloj que Sergi Bellver interviene con buenos deseos y una nota de prensa en su página oficial de Facebook, se encuentra en la Strahov Library donde le han invitado a hablar del proceso de escritura. Sergi toma constantemente notas para un mundo emocional, mientras se prepara para el mundo real y para saltar de Budapest a Barcelona, donde como siempre todo el mundo le espera y nadie le espera. Con Bellver a tiro, Astur a mano y Juan a diestra y siniestra, empiezan a madurar las cerezas aunque sea tiempo de manzanas, de manzanas y resaca, ese estado de ánimo que acompaña a los libros, los poemas, las noches, los viajes en Alsa a Villalpando,  Madrid, en tren a Lisboa, a Sitges, a Grao. Madrid era una fiesta, lo demás no ha cambiado.
Lo bueno de una lectura rápida es que el libro de Astur no suena a cursi, tiene la misma musicalidad que asomaba en su libro de poemas.  
Lo bueno de asistir a una presentación en directo es que tienes a los actores a tu disposición: Juan Soto ama a Manuel Astur y Manuel Astur se deja querer. Le ama porque le observa con los ojos cerrados, como se hace con los acantilados, porque le sirve como inspiración, porque le recuerda.
En la noche están Paco Soto y su uña de guitarrista, Rubén Martín Giráldez y la longitud de la mirada atónita, Cárol GP que intenta recordar algo que ha olvidado, una pequeña sombra transparente, que no sabe donde la perdió; Oscar Solana y la constante del tiempo y su serie de cuerdas en otra teoría física cuántica; la periodista Anna María Iglesia escribiendo a horcajadas sobre su teléfono,  Andrea, la novia de Juan Soto que es dulce y se preocupa porque los padres de Juan, están a punto de llegar, porque Sergi Bellver está a punto de volver. Andrea se preocupa por las cosas más frágiles, tal y  como una mujer dulce se preocupa, tal y como debe ser la mujer de un asesino, de un yonqui, de un dealer, de un músico y de un escritor, porque ella sabe que siempre hay un detalle y un precipicio que te puede tragar. 
Manuel Astur está de gira y detrás del músico, seguimos una legión de fans, rusos colgados,  rusas blancas, un bar, una cerveza, un bocadillo antes de que suene la hora, esa hora que no escuchamos y que a mi conciencia la vuelve loca. 
Sergio del Molino, sabe que dentro del reloj de Astur hay muelles de Unamuno, Chateaubriand o Malaparte. Cuando vuelva a los prados, tendrá de nuevo la necesidad de  un sueño, de  un padre, de los amigos, de una madre. Este libro es una crónica de algo que se ha perdido, del vacío, es una memoria de la distancia, esa memoria que siempre permanece como esos amigos. En el miedo que ahora siente, porque Astur como Juan, como tantos otros, podía haber muerto en aquella guerra.
–¿Pero qué será de ti, hijo mío?

La respuesta está en este libro.









sábado, 14 de noviembre de 2015

MATIAS CANDEIRA: FIEBRE

                                                         Matías Candeira y David Aliaga (Librerío de la Plata)


Llegó el día. Matías Candeira se despinzó los pelos de la nariz y se maquilló. Ya se había arreglado la barba para presentarse a los lectores más exigentes de Cataluña, el lugar elegido era un reducto en el Condado Candaya, al lado mismo de Vilafranca, poblachón medieval lleno de iglesias, rodeado de las mejores bodegas de Cataluña, viñas con rosales, sin río, entre pinares, que funciona como corazón de la comarca, el Penedés. Estos días los jefes de La Tribu, le han estado preparando, cebando, junto al afinador de leyendas David Monteagudo y Candeira que se deja hacer, aunque solo superficialmente, atiende cada requerimiento y a veces, para no perder detalle, incluso se calza sus nuevas gafas, bien graduadas. Así a pecho descubierto le ha tomado el pulso a Sergio del Molino al que todo escritor que se precie le quiere tener a su lado cuando toca Zaragoza, David Aliaga, Anna Pazos para El Pais, Antonio Iturbe, Sergi Doria de ABC, Matías Néspolo de El Mundo, Antón Castro El Heraldo, Xavi Ayen, la prensa de Barcelona, a todos les fue tomando el pulso. Terminado ese largo día de presentaciones Matías se sujeta la cabeza con el brazo izquierdo arremangado y con la mano derecha intenta arañarse la cara sin conseguirlo, sin llegar a tocarse.    

La escritura de este chico de Madrid con madera gallega, consiste en los detalles. Los detalles son esas cosas que pasan a tu lado sin enterarte, que alguien tiene que contar, ese es el trabajo de los escritores, seres deplorables, empobrecidos, putos maniáticos, engreídos, endiosados como perros rabiosos, la chusma intelectual que cada país va apartando como puede, en España con leyes que se dictan desde la misma cuna para llevar niños obedientes de las fábricas a los bares, en el resto de Europa esperando a que las mentes más brillantes envejezcan y mueran a sabiendas de que no hay repuestos. Pero estaba con los detalles, ese gesto, una torsión, un reflejo, un movimiento, llaman la atención del escritor, construyen ese mundo paralelo en el que vive y nada Candeira y su obra. Esa actitud produce dolor. Para su madre, Mati es un extraterrestre, para su padre es carne de su carne a la que ya no reconoce. Abrigado por extraños recuerdos Mati le devuelve al padre lo que es suyo, memoria, pero no cualquier memoria, memoria colada. Para ese engrudo el autor somete a Caníbal, su personaje, al Taller de Aprendizaje Paranormal Aníbal Lecter. A su madre la mira con amor, más que nada por el pulpo a feira de la cena.

–Aníbal Lecter amaba a los corderos –dice Caníbal–
–Hijo, hijo, qué afán en escribiré y escribiré –dice ella– las cosas son com son y ya está. ¡Ay dios mío!.

Aníbal Lecter es un personaje sin fiebre. En cada actuación se le nota, su temperatura no son 36,5º.

–La temperatura de Aníbal Lecter a veces es de 32º y a veces 39,5º ­–dice la doctora del hospital psiquiátrico de San Boi– en ninguno de los dos casos presenta síntomas.

Hace unas horas, en la Casa del Libro de la Rambla de Cataluña, Fernando Clemot bailaba al lado de los cisnes. Todo eso que se conoce como el mundillo literario, salvo los que atienden a sus propios libros, dispersos, invitados por programas zombis de ordenador, por correos, de forma vírica, con curiosidad, con deseo. Y allí estaba la Pompeu i Fabra con su puta, los Talleres Creativos de la ciudad con media docena más, los bloguers, los periodistas sin periódico, los jóvenes poetas que no han perdido la cola de renacuajo, las ranas más jóvenes de la ciénaga esperando su beca, algunas viejas rémoras que no dejan de morder parásitos ajenos, jubilados sin perro, proxenetas chupándose el sobaco y los amigos, un año de amigos. Matías Candeira no presentaba síntomas de haber bebido Martini, de haber fumado, de venir esnifado, de haber mordisqueado la cal de alguna pared, su pulso era el mismo que el de las esculturas del Parlament después de prorrogar los presupuestos generales de la comunidad de Andorra y algo más, no dejó de amarse ni un solo instante. A su lado el doctor Hans, frágil, metódico, frágil amante de la belleza, rodeado de música, una música frágil que solo él escucha como de Johann Johannson, frío generoso, frío precavido, un hombre de una pieza en un puzle formado por hombres de cartón piedra que antes brillaron. Los dos Candaya, empezaron disfrutando a pie de calle, como en cada presentación, como un predicador en un altar junto a una cruz que arde en el medio del desierto, bajo una carpa de sol donde alguien ha cometido un crimen de sangre, desean ser perdonados y a la vez desean que encuentren pronto el cadáver que está enterrado debajo de las estanterías.

–Dios os quiere –dice Olga– dios os quiere y yo os bendigo en el nombre del padre.
–Alabado sea el señor –contestó Paco– hoy fumaré menos.

Y todos los literatos con y sin crecepélo, frente a ese espejo alacrán, alaban al altísimo y piden su deseo de ser cuerpo y alma a la vez, de ser policía de fronteras, de ser fontaneros en Marbella, alunicero en el Paseo de Gracia, alucinar, alucinar, alucinar alguna vez y ser perdonado ortotipográficamente.

Coro:
–Sankta, sankta, sankta estas la sinjoro, dio de la universo
–Estas viando, ni deziras rapidan manĝaĵon kaj por ĉiam sinjoro, ili amas.

Y al acto comenzó.

Hans bendijo a las criaturas terrenales, bendijo su obra que trae del mundo y va hacia el mundo, alabó la soledad del escritor que no llega a final de mes, ni al final de la semana, a veces no llega al final del día y para eso dijo que había fundado su beca, con la que bendice los bolsillos de los escritores jóvenes, de los arquitectos jóvenes asiáticos, de los jóvenes talentos que sobreviven despiojando colillas de junto a los árboles en las ciudades como Barcelona o Hong Kong. Ahí llegó Hans, como un profeta del Viejo Testamento. Clemot tomó el micro y empezó a comerse el rabo.
–Hasta el toro, todo es rabo –dijo implacable–
Siguió a la faena un rato, entró en calor despiezando los no lugares de la novela, de su personaje Caníbal, de su relación con la literatura y con la literatura de los demás, con la no literatura, ese rato que aprovechó Matías para distraerse mientras las chicas más monas de la ciudad, llegaban tarde y hacían sentir sus tacones en el caro entarimado del salón. Matías miraba de reojo cada detalle y sonreía de sesenta en sesenta y cuando su sonrisa me acarició a mi, junto con los otros cincuenta y nueve sonreímos cómplices pero sin saber de qué éramos cómplices. Fernado mientras tanto clemoteaba por aquí y por allá, con tono de buen rollo aunque algo cansado y a las chicas, se les dibujaba una raya en el pelo, un mohín de deseo en la cintura.
-¡Auu! –gritó una–
-¡Auuu! –aulló otra desde el lateral acristalado- give me but, loco.

Matías cogió el micrófono por los pelos, lo retorció. Recordé que un crítico literario que conoce bien la obra del escritor, hace unos días me había dicho, “Matías no tiene las conexiones neuronales que tenemos tu y yo”. Cumpliendo su destino, Matías empezó a meterse en jardines, en uno, en otro, en otro, empezó a cortar por aquí y por allá, habló de duelo negro, el mismo duelo negro del que había hablado antes Fernando, habló de una amiga que le puso sobre la pista, habló con la mano izquierda, con la derecha, le dio un tic, un tac, un toc toc. Empezó a tirar del rabo con fuerza, pero aquel rabo nunca terminaba de llegar al toro. Y así se paró el coche viejo del padre de su amiga, con la forma de la espalda moldeando el asiento todavía caliente, por inercia. Después nadie preguntó. Y los amigos nos dimos a la bebida, nos dimos a la crítica literaria barriobajera, nos masturbamos en silencio. Eran las diez de la noche,  en París los islamistas franceses de Siria, sembraban de cadáveres hermosos,  distintos distritos de la ciudad, restaurantes. En una discoteca se mezclaba la Velvet con disparos de kalashnikov al grito de Alá es grande. Empezó a subir la fiebre. Hoy vuelvo a nadar en la piscina del gimnasio, pronto, casi al amanecer para que los demás suicidas que se zambullen a esas horas, no me toquen.