Vistas de página en total

jueves, 7 de octubre de 2021

Diego Prado. Summertime blues

 Algaida Editores 2021. 266 páginas

Dedicatoria: "A mi hijo Víctor, que empezó a crecer en la barriga de su madre casi al mismo instante en que nacía este libro."

                                                                        Diego Prado (2021)


En mi pueblo conocí hace más de treinta años a un viejo que vivía solo y algunas veces se le veía caminando seguido de una oveja o si estaba de buen humor con la oveja a su lado. Nunca vi caminar a nadie, ni siquiera en mi pueblo, a ningún viejo solitario junto a un toro blanco de quinientos quilos, quizá porque mi pueblo no es zona de dehesas, y ahora tampoco de ovejas, aunque sigue habiendo viejos solitarios, algunos –cada vez mas– y para siempre se han afincado en esa soledad legendaria, muchos de ellos ya empiezan a ser de mi edad y no recuerdan ya como una vez empezó todo esto del rock and roll. 

    El caso es que Diego Prado, un día, cuando era joven, se acercó al muelle de su pueblo con un petate de loneta en el que guardaba un par de fotos dentro de un par de libros, algunas hierbas aromáticas, un par de buenos zapatos y se embarcó para la península con algunos sueños estrafalarios, entre otros, el de apuntalar su carrera de escritor. Después, cuando la vida se complica, conoció a una chica de su pueblo que en su pueblo nunca la hubiera conocido, se casó y cuando ya estaban a punto de tener un gato, nació su hijo al que le puso nombre de escritor. A partir de ahí, sacó las hierbas aromáticas de la caja de lata, que todavía conservaba y dejó allí una bola de cristal que contiene toda la literatura que se ha escrito en color y en blanco y negro, para consultar cuando las fuerzas bajan. Se ha pasado, según cuenta en la dedicatoria, siete años con la novela que ahora publica y en todo ese tiempo, puro y cenceño, ha tenido que pedir consejo a la bola de cristal, preguntar sobre la literatura demente, la demencia de escribir, la resistencia de los cuerpos, hasta que la bolita de cristal le puso una canción de  los años cincuenta de un músico sin suerte, un tal Eddie Cochran y con esa canción Diego recordó como le gustaba bailar aquel rock de los primeros tiempos, cuando eran joven y vivía en la isla, casi tanto como a Don McLean al que cita así: “Hace mucho, mucho tiempo…No recuerdo cómo, aquella música solía hacerme sonreír” (American Pie).

     El caso es que tirando del hilo se llega al ovillo y sea como fuere, después de tanto tiempo, la novela está aquí bajo el sello de Algaida y se titula Summertime blues. Summertime blues no es otra cosa que una balada de un chico que no está a gusto en su casa, ni en Spritsail, su pueblo de Alabama, que no le dejan bailar con su chica Jane Baker, que se mete en peleas en el aserradero o en las vías del tren y esas cosas que hacen los chicos con una tristeza, a los que les ha tocado en suerte vivir en tiempos de crisis económicas, cuando también hay guerras que van de Corea a Vietnam, perdido en una edad en la que uno siempre está perdido y equivocado, es decir la que va entre el estado espiritual de “El guardián entre el centeno” (publicada en 1951) y la juerga de “En el camino” (publicada en 1957); y Johnny Tyler, que es como se llama el muchacho, solamente tiene un deseo, que ya es algo y una obsesión, algunos buenos amigos como Tobías el Largo y entre los deseos y los amigos, la peripecia girando alrededor de una promesa; ya se sabe que alrededor de las promesas que se les hace a las novias siempre hay sueños generacionales que nunca se cumplen. A esta novela, la banda sonora la contiene el título; es la época de canciones como Long Tall Sally o Tutti frutti  del arquitecto del rock Little Richard, canciones como Maybellene de Chuck Berry, es decir todo ese sonido de los cincuenta que llega hasta los Beatles. Lo que este escritor se ha sacado de la manga con esta novela, te deja en el paladar lector ese retrogusto racial del whiskey del viejo sur, sus negras canciones, distintas fidelidades entre amigos, una historia triste de amor, el desencanto de una generación llena de ídolos y una entretenida lectura que se termina rápido. Por eso ahora que Diego ya tiene una editorial, no será cuestión de sentarse en la tertulia de cualquier barbero a esperar que pasen otros siete años para que llegue la siguiente novela. 

    De momento parece que no hay fecha de presentación de Summertime en Barcelona y a lo mejor tampoco hace falta; pero eso ya nos lo dirá Diego cuando encuentre un jukebox o llegue el momento oportuno.



domingo, 1 de agosto de 2021

Berlín Vintage. Oscar M. Prieto

Eolas Ediciones & menoslobos ediciones (2021)

Colección Tula Varona 


En su prólogo a la edición de 2014, Julio Llamazares deja aviso: “Hay más ideas en una página de esta novela que en muchas de las novelas que se publican continuamente hoy.” 

“Berlín Vintage” es una novela que publicó Tropo Editores y que, afortunadamente, la reedita Eolas & menoslobos, siete años después, brindando así una nueva oportunidad y, a buen seguro, nuevos lectores. En ella te vas a encontrar, como en el caso de Irene Vallejo y su incontestable “El infinito en un junco”, amor por las palabras, amor por la historia, reflexiones continuas en torno a infinidad de sucesos mínimos, todo ello dentro de un viaje en torno a la obra de Caravaggio que nos lleva de Roma a Londres, de Madrid a Malta y Sicilia, a San Petersburgo y por supuesto a Berlín, un periplo que nos hace recordar en seis capítulos un tiempo pre pandemia en la que éramos felices volando, viajando y buscando la casualidad del amor y ahora que parece que de nuevo se puede volver a viajar y a volar, tenemos, en esta novela, un talismán de encuentros fortuitos, casualidad y presentimiento, armas y conjuras que se basan en juicios filosóficos (no obstante es la profesión del novelista) del estilo “La voz de una persona, miente al menos cinco veces menos que las palabras que usa” y de carácter humorístico al referirse a uno de su personajes como “Un pelirrojo puede ser de cualquier parte, y mi pintor lo era”; eso y una sucesión de impresiones, como la prevención que le suscita el cruzar una plaza o el nerviosismo de una habitación con moscas, nos acerca a un mundo en el que también nos enzarzamos en su propia aproximación a la Teoría de cuerdas, tan de moda entre algunos escritores de aquellos años. Actualmente Oscar M. Prieto, desde su primer capítulo: “Roma” se mide con el escritor de más éxito, no otro que Manuel Vilas y su poemario: “Roma”; y con el pintor José de León, en los tres casos el motor que les mueve no es otra cosa que su amor por el arte, las callejas y la historia de la ciudad, si bien es cierto que con distintos acentos, Oscar persiguiendo a Caravaggio, Vilas becado por la Academia de España en Roma, lo que le permite intimar con la ciudad,  y José de León –también becado, como Vilas– por domar las iras de su pintura con homenaje a las  uvas “tan perfectas que un pájaro bajó a comérselas” del propio Caravaggio; en los dos primeros casos llevándose al lector a sus respectivos huertos y el tercero “protegiendo” el dinero de los coleccionistas en su cuenta bancaria. 

Con Oscar M. Prieto, hace algún verano hubo un intento de un acercamiento infructuoso; le conozco por la foto de la solapa de la edición de 2014 y por sus amenos artículos de La Nueva Crónica. De la fotografía, su autor, Rafa R. Palacio,  nos muestra un retrato con jarra de barro y gladiolos y en primer plano el escritor; la barba recia, como lo es en los hombres nacidos en la parte baja del Órbigo. De mis paisanos, siempre he pensado que un hombre es una camisa blanca y en el retrato, veo a un hombre impecable con su impecable camisa banca al gusto de Manuel Vilas y de Bárbara, una camarera del Soho de su novela. Pero lo que me impresiona no es el atrezzo, no son sus cejas que eran más pobladas de lo que se ven; son sus ojos, es la mirada. En la novela, el protagonista, elige las terrazas y las plazas donde observar sin ser visto porque ese es el ejercicio constante, mirar, la conjetura permanente entre ser y percepción, mirar y conseguir espiar cada detalle sin ser visto, mirar para salvar la existencia de las cosas, los espíritus. En el retrato del escritor (sin gafas de sol) la mirada te taladra sin compasión alguna para buscar en ti el detalle de tu parte interior, de tu oscuridad. El lector después de pasar la página, intenta zafarse de esa mirada; lo que se encuentra no va a ser otra cosa que la pulsión narrativa de unos ojos que ven (el mundo) y la existencia por medio de la mirada (que viene de esos ojos que ya conoces) y finalmente sus conclusiones; las conclusiones de un filósofo, un espía, las de un vampiro falsamente arrogante, la del actor, (hipócrita) palabra con la que comienzas a leer desde la primera línea. 



Yo, modestamente, soy también hombre de detalle y memoria. Recuerdo la promoción primera de Berlín Vintage, en la que sus lectores se sacrificaban colgando fotos en facebook con los labios pintados de rojo. El carmesí rojo de los labios siempre funciona, Caravaggio fabricaba en su taller su rojo particular, las japonesas minimizan los rasgos rojos de sus labios, las europeas los exageran, la pintura pop y Andy Warhol los convierte en altares, Oscar M. Prieto después de buscar con ellos su sanación particular, los santifica, Manuel Vilas los bendice con besos. Nada pasa desapercibido para el escritor/observador y el pintor en el movimiento mínimo de los detalles, las manos que se juntan o se separan, la mirada triste de una madre que el escritor denomina “mirada de lago” o cuando en un determinado episodio se refiere a esa “luz lenta de comisaría” y siempre por medio, la iluminación, la penumbra de Caravaggio, inalcanzable, deseado. Y así, puliendo una trama de investigación plagada de bucles, obsesiones y miedos se llega a un doble desenlace bajo el filo de un enigmático poema de Celán: “puedes sin temor alimentarte de nieve”. En este viaje también nosotros hemos sobrevivido a todos los museos, hemos sobrevivido a frases como “hasta que el amanecer se retrasó un siglo y la noche estuvo clausurada. Cafés, artistas, mujeres, y un solo fin los finales felices.



sábado, 3 de julio de 2021

ÍTACA es nunca. Cristina Falcón. Prólogo de Miriam Reyes.

Presentación en L'Hospitalet (3 de julio de 2021)

Editorial Candaya 



Hoy es sábado. Eran las nueve de la mañana cuando salgo a comprar el pan y el periódico, tres placeres que me reservo para los días como hoy, es decir que sean las nueve, el pan y el periódico calientes. En el trayecto me he encontrado a Jorge Larrosa (ensayista y profesor de filosofía) de la tribu Candaya, tomando café en una de las terrazas de la plaza Mossèn Omar, con la cabeza bien construida, ligeramente ladeada, fumando con cierto placer en un aire que he respirado durante unos segundos, tal y como he respirado con placer de esa calada. Así y en ese estado es como se toman notas, se prepara el inicio de una conversación y se le pide la cuenta a la camarera. Sobre la mesa un periódico y el libro que esta tarde presentará en la discoteca Salamandra que es donde Candaya presenta, porque en L’Hospitalet no hay un lugar adecuado para los libros, ni siquiera donde comprarlos a pesar de sus doscientos cincuenta mil habitantes, sin embargo sí que puedes hacerte unas uñas, tomar unas tapas, comprar en el mercado, elegir menú en distintos restaurantes y celebrar la salida del toque de queda y el miedo de ser libre, ese miedo al que alude Frédéric Beigbeder en el artículo de hoy “La desintoxicación de mi alma”. Candaya ha salido del confinamiento con una batería de presentaciones por Vilafranca del Penedés, Canet de Mar, Barcelona y ahora aquí, L’Hospitalet de Llobregat, todas en compañía de músicos, poetas y amigos de la casa, acompañando a Cristina Falcón, igual que antes hiciera con la muy celebrada Patricia Almárcegui y sus “Cuadernos perdidos de Japón”, por media España. 

En la entrada del blog “L’anna al país de les meravelles”, Anna Tomàs Mayolas reseña el libro de Cristina Falcón en los siguientes términos: “Con la lectura de Ítaca es nunca acompañamos a la poeta en el vaivén del adiós, el intento de cerrar una puerta, de completar un círculo, como si todos los duelos pudiesen cerrarse de manera definitiva. Sin embargo, el escribir sobre la congoja de la pérdida, el dolor, el hacerse consciente del peso de la soledad, permite que todas sus partículas vayan depositándose en el fondo de este mar llamado corazón, haciendo más leve convivir en el espacio que ocupa tanta ausencia.”

A mí me invita a picar en ese anzuelo Carlos Gámez y yo abro la boca y muerdo. Yo a mi vez le tiro la caña a Sergi de Diego que no abre la boca ni pica; así entre todos vamos sumando bocas y anzuelos, nos armamos de inspiración, cigarrillos, almas descarriadas y un fanal de poesía que nos alumbre este camino sin final.

Beigheder dice: “He odiado el confinamiento, pero me gusta la ralentización”. Cuando la presentación de esta tarde termine y dejemos de dar vueltas al círculo poético, soltaremos nuestras manos para corretear desnudos hasta que nos echen del Bataclán al contaminado mundo exterior.

 

 

viernes, 11 de junio de 2021

FIUME. Editorial Pre-Textos (2021)


                                                     Fernando Clemot. Librería Alibri (Barcelona)


En la página 201 de Fiume, Fernando Clemot o Vedder, su sosias, se pregunta “¿Podemos entonces intuir nuestro futuro a través de los sueños?”. FC sueña con novelas eléctricas y mientras tanto muere, la muerte del padre, la lenta muerte del hombre que sueña, la del escritor que va muriendo mientras entrega a sus editores, trapos, trozos de su propia bandera, “La lengua de los ahogados”, “Safaris inolvidables”, “Estancos del Chiado”. Cada dos años muere mientras intuye, en sueños, su propio deseo de escribir y encajar cada libro en su vida. Hoy le ha tocado encajar en esa vida, Fiume y de nuevo, en esa intuición, se desencadenan los miedos pasados y los futuros, sueños siempre de un escritor excesivo, de un semental que pasta entre el prado y la casa que le alberga, ya sea en Barcelona, en Madrid, o en esa tierra de nadie en la que se instalan los escritores, siempre rodeado de alumnos, de mujeres, espectadores como Alex Chico, Diego Prado o Toni Hill, amigos incondicionales como Jordi Gol o Ginés S. Cutillas, mientras llega la noche. Dice Jordi Gol, presentando Fiume en la librería Alibri de Barcelona, que esta es su mejor novela y no se corta en añadir adjetivos, exactamente iguales a los que años antes dijera sobre su último libro. Y sí, FC ambienta su narración en Fiume hoy Rijeka, en los años convulsos en los que Europa se desintegra, se desangra, se revela contra sus políticos, se reinventa a cuchillo, trincheras, ideas, ideologías, narrado desde el prisma de un periodista americano que intenta sacudirse de la piel, el polvo de la ideología, de la barbarie de la que es testigo en primera línea de fuego, en el episodio de la fundación de la ciudad libre de Fiume por Gabriele D'Annuzio. El periodista americano,Vedder, encadena la memoria de un viaje, en el que el era joven dentro de un mundo agonizante y en el que no falta un amor pasional, intercalando entre uno y otro paisaje, la memoria actualizada de un cuerpo viejo y decadente en lo físico, lo familiar, lo sentimental que vuelve a visitar la zona de impacto, de la misma manera que el asesino y su víctima regresan al lugar del crimen, y de la misma manera que lo hace el escritor frente al desamparo que produce una nueva entrega literaria, para que los amigos, las amantes, se hagan cargo y de paso los nuevos lectores que lleguen por ese misterio de la literatura, y más ahora que Fiume se publica en la editorial Pre-Textos, más visible que nunca gracias a la polvareda levantada por el polémico Andrew Wylie vestido de color Glück. Pienso que en ese desamparo, todo ayuda. También le ayuda a Fiume, el clima político en el que se encuentran las sociedades catalanas y madrileñas,  sus tensiones, sus intrigas, en este tiempo en el que se repite cada día la palabra “fascista”, y entre cuyas aguas vive y escribe FC. El momento estético de Fiume es oportuno, en cuanto que no cuesta mucho imaginar a los protagonistas, desfilando, bailando en un continuo botellón de fiestas, cocaína y música sin fin, peleando, discutiendo de forma convulsa tal y como se retransmite a diario desde el Congreso de los Diputados o desde los salones de la Generalitat, las plazas y las playas, en las que una parte de la sociedad, la más grotesca, rellena de propaganda los sueños de poder que desean para la casa, el pueblo vaciado, el reino o la república, mientras flota una camisa gris y amores que siempre dejan recuerdos y heridas. Los libros de Fernando, ya sean relatos o novelas, buscan siempre la salvación, buscan la literatura, de la misma manera que un semental busca una hembra caprichosa que juega y se esconde, odia, intriga, ama, enciende deseos primitivos, y en ese juego siempre la muerte. Fiume, aparte del provecho o escusa histórica, es un libro en el que se habla de amor carnal y de ese otro amor, el de los hijos, el de los vacíos insondables que terminan por inundarse, en el que las emociones saltan por los aires dejando, tanto a los hombres como a las mujeres, las madres y los hijos, rodeados de escombros, los suyos y otros muchos. Los escombros, ese es el paisaje que recorremos en la Italia que precede a Mussolini, donde los hombres se amaban y se destruían sin llegar a ninguna parte, sin saber que antes o después “acabamos siendo un animal muy frágil cuando nos damos caza”.


 Alex Chico



viernes, 16 de abril de 2021

GRANTA en español (Barcelona 2021)


 
El miércoles catorce de abril, se presentó en el palacete de Casa América de Barcelona, la última cantera de autores menores de treinta  y cinco años de la que se va a nutrir en los próximos años la literatura escrita en español, tanto a este como al otro lado del mundo. Ya se preveía y el acto comenzó encabezado por Paco Candaya, al que le sobró la mascarilla, porque ese apósito delante de la boca le impide sacar bien las ces y las eses, bendijo el acto, agradeció los panes y los peces a la editora de Granta por ese trabajo extraordinario, abrió la cierva por el vientre y el vientre estaba lleno de escritores hermosos, recién nacidos en ese parto forzado en el que tuvo que morir la madre de todos.
En paralelo, de repente, me encontré rodeado de amigos de los que solo tenía noticia por Facebook, hombres hechos y derechos, con todos los oficios y las artes que te da esa naturaleza, hablo de Ginés Cutillas (El diablo tras el jardín, Editorial Pre-Textos), Alex Chico,(Un final para Benjamín Walter, Editorial Candaya) o Juan Vico (Condición de los amantes, Ediciones de la Isla de Siltolá). Y había más, por ejemplo, como escritores vip, estaba Santiago Rafael Rocangliolo Lohmann, conocido como Santiago Rocangliolo, al que yo no he leído, ni conocía físicamente, pero que analicé con detalle y el detalle de mi ojo bueno (el otro anda con conjuntivitis), me lo ha recomendado y lo leeré, pero así a groso modo diré que Santiago tiene una cabeza, eso para mi quiere decir una presencia, un buen corte de pelo que le hace parecer un alto directivo, un CEO de una empresa energética o de la Banca Lohmann and Lohmann de Ginebra, algo así. Esa presencia en Casa América, engrandecía el acto, y fue agradecida, pero había más cabezas, por ejemplo la del Cónsul de Méjico, la del escritor y miembro del jurado Granta, Rodrigo Fresán, la editora y Directora de Granta en español, Valerie Miles o la de la madre de Irene Reyes, discreta acompañante de su joven hija.
En ese acto de Barcelona, como muestra de la selección, nos enseñaron físicamente a David Aliaga, Paulina Flores e Irene Reyes Noguerol, tres cervatillos que miran el mundo como solamente miran los recién nacidos cuando todavía corren libres por las praderas sin temor ni peligro de caer, perderse o ser devorados. Tuvieron sus minutos de gloria dentro del puntual reloj, de ese tiempo tan preciado en el mundo editorial y en particular el de las presentaciones de libros. La primera en recibir la palabra fue Paulina (Chile 1988), Master en Creación Literaria de la Pompeu, intensa, un arco iris como Manu Chao, chándal y bufanda de lana, el oído fino para captar todos los matices de la naturaleza del lenguaje y esa misma naturaleza le otorga el privilegio de reflejar las secuelas de la existencia, nacida en un país como Chile con una permanente lucha social y económica, que te obliga con todos los de su generación a permanecer en una sola calle, igual que en Méjico, igual que en Perú, en Argentina, y en Barcelona, todos en una misma calle y ahora por la singularidad de su literatura, un altavoz desde donde la escuchamos; y cumplió. Irene Reyes cruzó la alfombra del auditorio como una Tamara de Lempicka, una diosa chagaliana, joven y vestida, que para eso son las ocasiones. Todo el mundo vio a Sasha Luss, la actriz que da vida a Anna (2019) la película de Luc Besson, sus zapatos, (versión morena) su cabeza francesa de los años veinte, una sonrisa perfumada y no dejé que mi ojo bueno tomara notas, mientras que el otro, lloraba. Escuché su silencio mientras Fresán (agente doble del KGB) hablaba, escuché su respiración mientras su madre suspiraba, y Fresán, Fresán revisando su agenda, el paso del tiempo, a punto siempre de coger su mochila (¿llena de qué?) y salir, relamiéndose como solo lo hace un vegetariano ante un plato de lechuga, por todo el tiempo empleado en la selección y el dolor de los desechados, esperando que Granta en español seleccione algún día a los mejores Granta de más de setenta años, la espera larga y extraña que uno siente cuando ve esperar a Fresán. Y escuché a Irene, nacida hace dos década, que juega con las voces y las palabras como juega una niña al ajedrez de las palabras con su amiga invisible, una niña con un discurso tajante que a veces da miedo. Al jurado le gustó ese miedo, a Valerie, a Fresan le gustó, a Aurelio Major, Gaby Wood, Horacio Castellanos Moya, a Chloe Aridjis, les da miedo que cualquier día comience a comer chicle, un chicle rosa. Yo esperaré esa forma de caminar por la alfombra, de sentarse manteniendo la espalda derecha, de crear un mundo y de saltar a ese mundo que controla la CIA y el KGB. Y después llegó David, pero antes había llegado su mujer y le dijo a Ginés que David estaba muy nervioso. Sí, David se tumbó en la silla mientras su americana gris le mantenía derecho, le mantenía con aire en los pulmones, le indicó donde debía mirar para tranquilizarse, <<a Andrea, tu mujer>>, y la miró, y la vio vestida de rojo, pintada de rojo, teñida de rojo, para que David la viera arder como un fuego más de Safed que señala la luna nueva. David vio y su americana le ayudó a respirar, eso sí muy suave como un pájaro anidando entre las manos o como una estatua con insomnio. David le dio la razón a todos y se disculpó por estar allí, sentando frente a Fresán y su tiempo, sintiendo el poder de Granta, el poder de la bestia y habló con sinceridad, sin afectación, desmallándose humildemente como una red de pesca; de su obra dijo: "Se me ocurrió mientras caminaba distraído". David es amor, y por ese amor ahora descubierto, pelean un buen puñado de editoriales en celo.    
Para terminar, me uno al reconocimiento de Valerie Miles hacia la Editorial Candaya, al ser también la elegida por el jurado para la edición del libro que aloja el acontecimiento Granta en español en este año 2021 y con él este catálogo generacional de escritores jóvenes, en cuya nómina se encuentran tres de sus autores; reconocimiento a Olga y Paco Candaya, y toda esa tribu que acoge, acompaña, promueve y de la que me siento en deuda y más, al haber abusado de su amistad y haberles hecho perder el tiempo, ese tiempo de los editores. 
Salí contento del entresuelo de Casa Amèrica Catalunya y que fue un palacete  mientras duró el acto y en sus primeros tiempos; contento por lo que vi, por los amigos con los que estuve y a los que la pandemia nos negó una cerveza y un rato de charla. Regresé antes del toque de queda para no convertirme en calabaza, atravesando una ciudad solitaria, no solamente sometida y sitiada por la peste, también por sus gobernantes, para quien todos nosotros, simplemente no existimos. Hoy, antes de escribir esta crónica, me he encontrado en el bolsillo del pantalón el pin que me regaló Ginés y en él la portada de su último libro; un adolescente masticando un chicle.