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martes, 31 de enero de 2023

Paco ROBLES

 (Diario) 31 martes

                                                                                                Candaya


                                                                               
                                                                            <<Voy a reunirme con los mios>> Génesis 49.29

Termina enero con la muerte del filósofo Xavier Rubert de Ventós de quien conozco a su hijo Gino, pintor, a través de José de León y por su exposición en el Tecla Sala de L’Hospitalet; y termina enero con la muerte de Paco Robles, en realidad Paco Candaya a quién sí traté desde hace años, porque desde hace años me consideran una parte de esa tribu Candaya de la que tanto Olga como Paco se sentían muy orgullosos y agradecidos. Con los dos estuve el sábado 28 por la mañana en la NoLlegiu, presentaban un poemario de Sara J. Trigueros, librera alicantina de 80 mundos, y allí estaba Paco, discreto como siempre, sentado en la segunda fila, esperando como uno más que comenzaran a hablar, con esa sonrisa genuina de algunos hombres buenos, una persona callada que observa desde la distancia y que si tiene que decir dice. Ese es el tipo de gente que me gusta no por su simpatía más bien porque son de fiar, no frivolizan. La tercera pata de esa pareja es la editorial Candaya, construida piedra a piedra desde la independencia, luchando por cada libro, cada autor, cada presentación, sin regalar nada y entregándose que es algo que no todos entienden. Estuvieron comiendo en casa cuando vivía en Olivella, asistí a cuantos eventos literarios pude asistir, entre otros, la inauguración de su sede de Poble Sec en Barcelona y los míticos viernes de Candaya donde Olga cocina croquetas y el maestro cervecero del barrio, un barril de cerveza. Siempre hablaban de la generosidad de los demás cuando los anfitriones eran ellos, los dos, Olga y Paco, Candaya.
Sin saberlo, mientras ellos mueren, leo “Vivir con nuestros muertos” (Libros del Asteroide) de Delphine Horvilleur, rabina, escritora y filósofa francesa: <<Nadie sabe hablar de la muerte y puede que esta sea la definición más precisa que se pueda dar de ella. Escapa a las palabras porque rubrica precisamente el fin de la palabra. La del que se va, pero también la de quienes lo sobreviven y que, en su estupefacción, siempre harán un mal uso de la lengua. Pues las palabras, en el duelo, han dejado de comunicar.>>

jueves, 13 de octubre de 2022

La muerte profunda

 



La celebración de la vida consiste en saber morir … a los padres, los amigos, los allegados. Diana Zaforteza está ahí y en su nombre, la rodean todos los que la conocen, la quieren, su familia más íntima, sus amigos. Os veo a todos, sé que algunos pocos sabéis morir, otros, los más jóvenes, en este mismo momento en el tanatorio de las Corts, lo estáis aprendiendo. Diana era de las que sabían morir, aprendió hace años con su padre. Después, siguió aprendiendo; al ser editora tenía un altar excepcional para celebrar la vida, editó con refinada elegancia a escritores suicidas que se hicieron amigos, editó lo que quiso, con libertad y cuando ya no pudo se rodeó de los amigos y también con total libertad, lloró. El tiempo para llorar es algo que solamente adquieren los que también han tenido tiempo para celebrar la vida. Y ahora estamos aquí sin pedir explicaciones porque aprendemos, sabemos morir. Movimiento único, fue el último libro que Diana editó. En la última página de ese libro y ante la muerte de Bolaño, Diego Gándara escribe: <<Rodrigo me dijo que no me entristeciera, que a los amigos había que amarlos en vida y que después sólo tocaba recordarlos>> A partir de ahí y frente a la muerte reciente, como último eslabón de la cadena, el trabajo de la muerte profunda, tantas veces escrita por Lou Reed y Manuel Vilas, el tiempo.



miércoles, 1 de junio de 2022

La aurora cuando surge. Manuel Astur. Acantilado. Abril 2022.


                                                              Feria del Libro de Madrid (2022)


Manuel está aquí, a pesar de las poluciones nocturnas y el ensimismamiento, está aquí, con nosotros, con su padre y Raquel. Ha conseguido formar con sus despojos un escritor. Ahora no se da cuenta y pasará un tiempo hasta que este mensaje le cale y lo entienda, aunque da igual y aunque no se entere, el libro lo ha escrito.

En La aurora:

hay una mujer que grita en Génova y hay otra que contesta gritando en Palermo, entre ellas zumo de limón con sal. Hay un diálogo constante con la naturaleza, los muertos, los recueros, el padre.

Astur después de años de fiebre ha terminado por crecer del todo, también en la literatura que es su campo. Le dejé a un lado hace años y ahora le he recuperado por culpa de un viaje mio a Roma. El Astur de ahora -desde San- es capaz de describir cualquier cosa de cualquier lugar, está tan dotado para ver los detalles que, se encuentre en la isla de Maggiore o en San Pedro de las Pegas, siempre va a tener algo de lo que escribir y ofrecerlo con una sonrisa como el regalo de cumpleaños de un desconocido. Es capaz de estar rodeado de mosquitos y montarse una descripción de la noche como nadie lo ha escrito nunca, es capaz de estar en la gran explanada del Vaticano y compararlo con la inmensidad de un campo de Castilla. Es capaz de describir un amanecer con una sola frase y quince palabras. Es tan grande Astur que le empiezo a odiar como se odiaba y envidiaba a David Hammings, Frankie Goes to Hollywood,  Roman Polanski y Sharon Tate. Se les odia -e incluyo a Raquel su pareja- porque son jóvenes, apuestan por un estilo de vida en el que eran jóvenes Joe Biden, Jack Nicholson, Charles Manson, Twiggy, o Anita Pallenberg, caminan descalzos con una caja de vino y se visten con sombreros diabólicamente grandes como si su mundo no se hubiera vuelto viejo y fuera aquel de los hippies de los años sesenta, Corso, Ferlinghetti, A. Burgess, donde todo se creaba por primera vez y los pulmones aguantaban sin defenderse. Este viaje de Astur entra ya en el mundo de los libros clásicos e imprescindibles para recorrer Italia, con Dickens, Shelley, Byron o Pla.

En la Aurora:

ante dos crías de conejo, muertas, dice: “No quiero convertirlo en señal de nada. Las señales las escribo yo. Una señal, como un poema, echa a rodar y no deja de crecer hasta que te arrolla.”

Ante la “chica moderna” dice:  “En el jardín del bar, una chica moderna con tatuajes coloridos en el muslo derecho hace la prueba de sonido para un concierto que dará luego. Tiene la voz bonita y corriente.” Esa es la ilusión que nos provoca, podía referirse a ella como con una “voz triste”, pero no, sujeta al caballo por las bridas, deja claro quién manda en la descripción, así que la voz de la chica es <<corriente>>. Igual que antes y ante la evidencia de la muerte dice, “las señales las escribo yo.”

Señales es lo que encontramos, continuamente. Esas señales vienen provocadas por dos tipos de recuerdos, el de la inmediata belleza de lo minúsculo -por eso toma tantas notas- y, por el contrario, con la evidencia del dolor por la muerte del padre, el tacto de su memoria, todo en el mismo viaje por Italia. El efecto que provoca esa evidencia del dolor en el interior de nuestras cabezas es el mismo que el de un niño jugando con una pelota loca de pin-pon, bota y rebota, no la puedes atrapar ni dominar.

Y de Raquel dice: “–nunca he conocido a nadie que se abra así con el sol–“. Con esto sería suficiente, pero no lo es, si no fuera por lo demás: “Un argumento…La brisa…Un espejo…Las primeras gotas…El sol superando los tejados… Un rayo de luz que me apuntó a mí en particular.

A medida que avanzo sobre el libro, a medida que entro en su rutina, viaje, padre, recuerdo, yo, viaje, poema, polvo, padre, paisaje, recuerdo, el lago, el mar, las ruinas, creo que Astur también escribe esto: <<La lucha de las autoridades consiste en quitar el polvo antiquísimo que se va depositando sobre todos los lugares que se administran. Si no lo hicieran los pueblos y, más aún, las grandes ciudades desaparecerían en un breve espacio de tiempo>>. Pero no, esto lo escribo yo, exactamente aquí y ahora.

Hubo un tiempo en el que Astur era Cuno Amiet. No estoy seguro, no sé si ese tiempo ha pasado.


sábado, 28 de mayo de 2022

CRONICA de doce horas en MADRID (1)

 



1.     Feria del LIRIO

 

Ángel Lirio posa con un niño en brazos -le presenta ante el mundo- junto a una mujer hermosa en movimiento, el movimiento de Lirio es estático, sujeta al bebé con una mano en una posición poco maternal y el bebé no presenta ningún temor ninguna inquietud, Lirio fuma y mira a cámara, noble y arrogante, la mirada de ella se sale del libro, la foto se titula “Los irreductibles”, y es del año 1991, de un libro que edita La fábrica. Acabo de conocerlo en el Festival de Poesía en el que participo “Algarabía”, se celebra en Madrid, en un viejo café situado, desde los setenta, en la calle Libertad número 8, el local es un antro de aquella época en la que todo el mundo fumaba, bebía y escuchaba canciones protesta, de una época en la que todos los mundos se conjuraban, conspiraban y cantaban a coro un tipo de poesía, ahora amarilla. Así que el perro es viejo, permanece la mayor parte del tiempo tumbado, aunque apenas pueda ya ver y, aunque a su cabeza le quede poco para caer en el cesto, su mirada es inmortal. 





CRONICA de doce horas en MADRID (2)






2. Recaredo VEREDAS

 

            Llego a Madrid antes de hora en un vuelo intercontinental que hace escala en Barcelona, mi asiento está al lado de uno de los dos gigantescos motores Rolls Royce del Boing 787 fletado por AirEuropa y tras mucho transitar estaciones de metro y trasbordos, llego a comer sobre las tres de la tarde. Me espera en la plaza Mostenses un viejo amigo al que hace años que no veo, el escritor Recaredo Veredas. Aunque está sin afeitar le recuerdo igual que entonces. Hay gente que no, pero hay algunos como Recaredo que, aniquilados como estamos por el tiempo en el que vivimos, sus avatares y transformaciones, poco después del encuentro puedes continuar la conversación sin esfuerzo alguno como si acabaras de dejarla. Recaredo me pregunta por Derbi, pero como me cuesta hablar de mi me intereso por “Vida después del sueño” el libro que acaba de publicar junto con Ramiro Domínguez Hernanz en Sílex.  La conclusión de la conversación por no extenderse uno mucho, es que es un libro escrito con el cariño de un amigo hacia otro amigo que además sirve como terapia para salir del pozo, es un libro que habla de ese pozo en el que se han sumergido durante muchos días una buena parte de la población contagiada con Covid, unos han salido y otros se han quedado ahí dentro para siempre, ese es el caso de Ramiro. Recaredo me guía hacia la librería “Cervantes y Compañía”, situada en la calle del Pez. Me deja delante de la librera y no me queda más remedio que explicar mi interés por presentar Derbi en Madrid, -no ahora- añado, -después del verano. Me escucha, me sonríe y me dice que les escriba por la web que no habrá ningún problema. Recaredo anda brujuleando por los libros expuestos en una gran mesa, por supuesto yo también me uno y veo que todos los libros son libros y autores que me gustan, esta es una de las librerías más queridas, donde cualquiera que se dedique a esto, tanto da si eres como si no eres de Madrid, le gustaría traer aquí sus libros.  Por último me despido de Recaredo que de repente siente cierta fatiga. Recaredo es, además de escritor, abogado y tiene que ir a trabajar. Me bajo caminando hasta Cibeles, busco una sombra y me tomo un café con hielo, hace calor, veo algo que es de Madrid y no de Barcelona, la gente se busca, se mira, intenta adivinar quién eres, la gente disfruta. El camarero, con chaqueta blanca, me pone un café largo en su taza y en un vaso muy grande, mucho hielo. Media hora después subo hasta la puerta de Alcalá y sin calcular, me pongo a andar por el Retiro, ando y ando y no encuentro la Feria y sigo andando hasta que veo los tejados de Atocha y entonces me doy cuenta de que que no y de que el tiempo ha pasado, que son cerca de las seis, la hora en la que empieza el Festival de Poesía al que he venido. Pero Recaredo ha escrito a Ramiro, le ha dicho que me pasaré a verle y aunque estoy a punto de renunciar y volverme, continuo, subo por al paseo del ángel caído y por fin entro triunfal en la feria. La segunda o la tercera caseta por la calle de la izquierda es la de Sílex. Allí está Ramiro Domínguez.